No viste nunca a Canosa?”, me preguntaron hace unos meses. “No miro tele”, respondí, pero recibí el mensaje. No sabía que había cambiado El Nueve por A24. Había ido una vez a su programa muy tarde, un día de semana, en el ex canal de Romay. Ahí ya se vislumbraba su capacidad para contar y analizar la política sin almidón. Después vino la pandemia y nos encerraron en la cuarentena eterna para todos, salvo para algunos. Me enteré de que tomó dióxido de cloro en vivo y que fue denunciada. La libertad de opinión te da derechos y responsabilidades. Gajes del oficio.
No comparto su estilo pero me atrae su incorrección. No soy el hijo de Luis Pedro Toni, Juan Cruz Ávila o Adrián Suar: de producción televisiva no entiendo nada. Y, además, los tiempos cambiaron. La retención de audiencia debe ser más compleja que acomodar la macroeconomía argentina (quizás no tanto). No vale todo, pero cosas que imaginamos que jamás sucederían en un estudio hace seis meses terminan ocurriendo. A diferencia de lo que se cree, manda el control remoto: sin rating, un programa dura pero no vive.
Un día sintonicé A24 y me sorprendí con un auténtico show televisivo. Los primeros 50 minutos encendieron mi pantalla. El ritmo frenético del editorial de Viviana era atrapante. Era distinto del resto. Fue el día del editorial titulado “Inútiles”. Pochoclo. Cada vez que terminaba una frase y miraba fijo a cámara para espetar “inútiles” necesitabas que en la siguiente oración redoblara la apuesta. Inútiles. Mis ojos no daban crédito. ¿Qué es esto que me estuve perdiendo? ¿Quién la mira? ¿Es la que más mide? ¡Las cosas que dice! Salía de la pantalla. ¡Cómo no va a tener audiencia en los sectores donde es duro llegar con el análisis de la política si es la reina del show! Con la mano en el corazón, nadie daba dos mangos por Canosa salvo ella misma y algunos más. ¡Chapeau!
Pocos conductores tienen tantos seguidores y tan fieles. En periodismo político, es la única mujer que lo logra.
Pocos conductores tienen tantos seguidores y tan fieles. En periodismo político, es la única mujer que lo logra. Viviana hace un show de periodismo político. Y la tele a la noche es show o no es. Generó una marca propia y juega en el límite. Usa su libertad de opinión y se hace cargo del impacto que genera.
Canosa tiene una larga trayectoria en radio y TV. No es una novata. Se ha ido adaptando a los tiempos y ha transitado desde el periodismo de espectáculos al magazine para desembocar en el análisis político diario. Es una metamorfosis que pocos, poquísimos han hecho. Ninguna mujer, al menos que yo recuerde. En ese camino, tuvo éxitos y fracasos, la denigraron, la insultaron y la ningunearon. Estuvo adentro y estuvo afuera. Sabe lo que es morder el polvo. Sin embargo, se fue haciendo su lugar mientras deglutía a los machos del espectáculo. Y las “sororas” también cobraban a su paso. Superó a su generación. Superó a sus jefes. Se reinventó siempre.
Hace nueve días, anunció en Twitter que “Runflación” sería el título de su columna editorial. Coincidía con el ascenso del superhéroe de humo Sergio Massa al Ministerio de Economía y con el viralizado video del saludo cordial (“Hola, Sergio, ¿cómo andás, chorro?”) de una señora en medio de un acto público. Nada alejado de la habitualidad en la vida del político común, o del común de los políticos.
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Sin embargo, esa noche no pudimos verla. Apareció Marcela Pagano leyendo, muy prolija, el comunicado escrito por la gerencia. La versión del canal sostiene que no querían que en Viviana con vos se reprodujera el “escrache” a Massa y que era decisión editorial del canal. Esta afirmación es rápidamente refutada por la propia cuenta de Twitter de A24 y por varios periodistas que demostraron que en el canal han reproducido “escraches” a Mauricio Macri, Roberto Baradel en una pescadería, Ginés González García volviendo de Europa, Carlos Zannini en un vuelo, y Pablo Moyano entrando a la jura del propio Massa.
Censurados
A Canosa la censuraron. Y con ella, a todos. Su libertad de opinión fue cercenada y también la de sus seguidores, sus defensores y sus detractores. Pesó más el poder político y económico que la libertad. Perdió el debate público. Quizás algún día podamos escuchar su editorial “Runflación”. Imagino que hablaría de las conexiones de Sergio Massa con los dueños del canal A24 y empresas de servicios públicos y privados. Lo hizo el diario La Nación pocos días después, en un artículo titulado “Los negocios de Sergio Massa”. Sin embargo, en el canal de los amigos de Sergio no se pudo. Canosa es mucho más histriónica y peligrosa que el frío link de una nota para suscriptores pagos.
En 2004, Julio Nudler denunció censura previa en Página/12. Su artículo daba cuenta de la designación de Claudio Moroni en la Sindicatura General de la Nación como un acto grave de corrupción y “títere del no menos corrupto jefe de Gabinete, Alberto Fernández”. Ese hecho generó la implosión de la Asociación Periodistas, fundada al calor de los intentos de la ley mordaza en los ’90.
Desde entonces, pasó mucho en materia de libertad de expresión y calidad democrática. Fue demostrado con datos, fallos judiciales, informes y declaraciones regionales, que la pauta publicitaria de los gobiernos y otros organismos estatales ha funcionado como mecanismo de poder para disciplinar la libertad a la prensa y condicionar la opinión. También la pauta privada puede tener ese efecto. Y, por supuesto, la propiedad privada o estatal de un medio de comunicación puede ejercer un impacto nocivo en la libertad de opinión de los periodistas. No existe un modelo perfecto. Funciona mejor si existe una defensa cerrada de la libertad de opinión por parte de los periodistas y de la ciudadanía.
Callaron cuando escupían la imagen de periodistas y conductores de TV en Plaza de Mayo. La libertad de opinión se volvió “selectiva”, o sea que no es libertad.
El problema es que, desde el caso Nudler, el silencio y la complacencia de los pares frente a hechos de censura se ha ido incrementando. Callaron cuando escupían la imagen de periodistas y conductores de TV en Plaza de Mayo. La libertad de opinión se volvió “selectiva”, o sea que no es libertad. Las nuevas generaciones de periodistas se educaron en un clima “de riesgo”. Informar lo que ven o dar cuenta de lo que piensan puede tener consecuencias negativas. Y cuando el ejercicio de la libertad tiene consecuencias negativas, simplemente no es libertad.
Una gran porción del periodismo tomó partido por la política y abandonó la verdad. El debate público se contaminó de mentiras, medias verdades (que son mentiras), calumnias y difamaciones. Las redes sociales ayudan a propalar estas campañas manufacturadas adrede en las usinas antidemocráticas. Una parte del periodismo se acostumbró a repetir sin dudar, a refrendar sin discernir, a endosar sin preguntar. Los que preguntan, molestan.
A los que callan
Muchos eligen callar porque le tocó a Canosa, que es “celeste”, “de derecha”, “amiga de Milei” o hace periodismo kitsch. Lo mismo sucedió cuando balearon el restorán durante el cumpleaños de la esposa de Daniel Hadad, o exigieron levantar una entrevista de Longobardi en C5N, o lo echaron a Nelson Castro de Radio Continental, o discriminaban a Editorial Perfil con la publicidad oficial.
No me gusta el estilo de Viviana, como no simpatizo con el de Baby Etchecopar, o la jungla de encolerizados de Intratables, o la parsimonia sesgada de Víctor Hugo Morales en su pedestal de latón moral. Sin embargo, los quiero ver y escuchar en libertad. A Viviana no la dejaron ser libre. En el canal de “los amigos de Sergio” emitieron un compilado de sus viejas editoriales para “dar fe” de su libertad y mostrar su silla vacía como si hubiera desaparecido porque ella así lo eligió. Transmitieron lo contrario. La desaparecieron porque no la dejaron ser.
Necesitamos que ejerzan su libertad de opinar. Nosotros, los ciudadanos, tenemos derecho a ejercer nuestra libertad de discernir, disentir y elegir. La salida de Canosa por censura previa no es un hecho más: debería ser el último. Mientras sus pares elijan el silencio y los líderes de todos los sectores opten por la complacencia, no lo será. Pesa la espada de Damocles sobre la libertad fundamental en democracia que es la de opinión.
La salida de Canosa por censura previa no es un hecho más: debería ser el último.
No alcanza con un comunicado de la Fundación LED o de FOPEA que llega un día después, o el llamativo silencio de ADEPA. No sirve que hable tarde la Sociedad Interamericana de Prensa o que el Relator para la Libertad de Expresión de la OEA se manifieste. Es tarde: la censura ya sucedió y eso es posible porque hace mucho muchos periodistas se acomodaron a una realidad de libertades cercenadas, de no libertad.
Si la regla que se impuso es el “dime quién es y te diré si lo defiendo”, la ciudadanía seguirá buscando sus opciones y desconfiando de los que callan –cómplices o complacientes– cuando una voz se apaga. Si Viviana estuvo con vos o no, no importa. Lo importante es que estemos todos con la libertad de Viviana.
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