LEO ACHILLI
Domingo

Una nueva etapa

Para la Argentina y para Seúl.

(esta columna fue publicada en nuestro Anuario 2023 en papelque nuestros suscriptores están recibiendo gratis en estos días. Fue escrita el viernes 8 de diciembre, antes de la asunción del gobierno.)

El otro día publiqué un tuit donde me burlaba de los largos juramentos de los diputados kirchneristas y me preguntaba si esa “patria que soñaron los 30.000 compañeros desaparecidos” estaba adentro del consenso democrático usado durante la campaña para advertir contra un triunfo de Javier Milei. “Porque esa Patria que soñaban”, cerraba el tuit, un tanto solemnemente, “no era democrática”. Algo ofuscado, un profesor de Historia y Economía de una universidad nacional me respondió con una pregunta: “¿Vamos a seguir discutiendo eso mucho tiempo más?”. Le respondí que ojalá que no, pero insistió: “Pero le das entidad al replicar. Hay que dejar de pelear ‘la batalla cultural’. Solo resurge si se le da bola”.

Amorosamente le dije al profesor que no estaba de acuerdo, pero el intercambio me hizo pensar en esta columna, en el rol de Seúl en todos estos años (y los que faltan) y en cómo pensar la conversación pública a partir del cambio político que vivimos desde el mes pasado. El profesor supone que uno puede elegir los temas de los que habla, pero creo que una lección de nuestra experiencia es que a uno le tocan los temas que le tocan, los temas de la época, y debe lidiar con ellos. Nada me gustaría más que dejar atrás el debate sobre la violencia de los ‘70, cuyos hechos principales están cumpliendo nada menos que medio siglo. Pero si el kirchnerismo transforma en centro de su campaña el eje dictadura-democracia y sus diputados siguen glorificando la violencia política en democracia, en contra del espíritu original del Nunca Más, entonces no nos quedará más remedio que arremangarnos y hablar del tema.

No es que a estos temas les “damos entidad” al replicar o resurgen sólo porque nosotros “les damos bola”. Están ahí, y como están mal resueltos, generan incomodidad, incluso dolor: ignorarlos es permitir que sigan teniendo vía libre quienes los usan como arma política. Acepto, como dice el profesor en otra respuesta posterior, que estos debates son imposibles de ganar. Pero al menos, creo yo, se pueden empatar. Y empatar no es lo mismo que perder.

Acepto que estos debates son imposibles de ganar. Pero al menos, creo yo, se pueden empatar. Y empatar no es lo mismo que perder.

Esta fue en parte la filosofía con la que nació Seúl, hace ya casi tres años. Ante el riesgo de una nueva hegemonía kirchnerista, expresada en la popularidad del gobierno de Alberto durante la pandemia y el auge renovado de sus ideas estatistas, corporativistas y autoritarias en el discurso público (no solo del gobierno), sentimos la necesidad de tener una revista que, aun desde los márgenes, mostrara sin culpas una visión favorable de la democracia liberal, de un Estado reformista y no patrimonialista, de la libertad de mercado y las instituciones republicanas. Lo hicimos, con mayor o menos suerte (alguna tuvimos, porque seguimos acá), en un contexto político todavía dominado por dos coaliciones que parecían cubrir casi todo el espectro electoral. Dadas nuestras ideas –y mi propia trayectoria como ex funcionario cambiemita– fue inevitable quedar del lado de Juntos por el Cambio de esa divisoria. Y lo aceptamos. Aunque algunos nos acusaran de ser un house organ nosotros sabíamos que nuestra lealtad principal era un set de ideas, no necesariamente una coalición o una fracción de esa coalición. De hecho, una de las cosas de las que más orgullosos estamos es de haber transformado a Seúl en una comunidad para el debate interno dentro de JxC, donde dirigentes y autores de todo tipo pudieron discutir con buena fe si, por decir algo, era mejor oponerse duramente al kirchnerismo o si era preferible antes terminar con la grieta. 

Esta situación, que nos acompañó desde nuestros inicios, ahora será completamente distinta. Ya no tendremos enfrente a un gobierno con el cual no compartíamos nada y que agredía constantemente a quienes pensaban como nosotros. Ahora vamos a tener un gobierno que, aun desflecado, desmañado y muchas veces contradictorio, dice cosas que en Seúl dijimos siempre. Por ejemplo, el énfasis en el equilibrio fiscal como raíz y origen de buena parte de nuestros problemas macroeconómicos. O su crítica a la cultura woke y a la partidización de organismos, como las universidades públicas o los institutos científicos, que deberían ser neutrales. O su defensa a rajatabla de Israel y Ucrania, una bandera que hemos tomado como propia. ¿Qué hacemos con un gobierno así, que dice estas cosas, y además dice muchas otras, como la teoría de los “excesos” de la dictadura o las citas a Benegas Lynch (h), que nos gustan menos?

Foco en el rumbo

Lo primero que tenemos que hacer es ser humildes. No lo digo como una pose, sino como una actitud intelectual. Humildad en el sentido de estar dispuestos a entender y a aprender que quizás hay formas de hacer las cosas que no son exactamente las que venimos defendiendo, o no con el estilo que venimos proponiendo. Ser humilde también es ser paciente: no tirarnos de los pelos con desesperación ante cada cosa que no nos gusta sino intentar mantener siempre en foco el rumbo general. Algo que me irritaba cuando era funcionario era ver críticas durísimas de personas que estaban de acuerdo con el rumbo general del gobierno de Macri pero, como se veían afectados por la secuencia de reformas, pataleaban y pataleaban sin darse cuenta de que, al patalear, también estaban poniendo en riesgo el rumbo, que era lo más importante, para ellos y para el país.

No quiero que nos pase eso. Lo más importante que tiene lograr Milei, sobre todo en estos primeros meses, es estabilizar la economía y poner las bases de un régimen económico basado en reglas, que cambie para siempre la macroeconomía argentina: ordenada, institucional, transparente, con baja inflación. Si lo consigue será un éxito para él pero sobre todo para la Argentina. Va a ser una prueba para la buena fe de Seúl que podamos reconocerlo, aun cuando Milei no es parte de la coalición que venimos defendiendo desde nuestros inicios. Personalmente, me importa un pepino quién baja la inflación en Argentina e inicia un período de orden macro como el que tienen Brasil, Uruguay o Perú desde hace décadas. Después podemos pelearnos sobre mil otros temas, pero sin una base macroeconómica sólida no se puede construir nada. Hace dos meses cumplí 50 años y Argentina tiene casi los mismos problemas económicos y el mismo PBI per cápita que cuando nací: ¿podría ser tan mezquino de no apoyar un intento que parece sincero de arreglar esos problemas, ya sea porque me gusta más otro partido político o porque no coincido con el gobierno en otros temas? Espero no serlo.

Por eso digo que el gobierno de Milei es una buena oportunidad para comprobar si somos realmente es un foro de ideas o un foro partidario.

Por eso digo que el gobierno de Milei es una buena oportunidad para comprobar si Seúl realmente es un foro de ideas o un foro partidario. Estaremos a prueba. Tanto para no ser ansiosos con lo bueno ni indiferentes ante lo malo. Una de las lecciones que me dejó el paso por el sector público es que hay una curva de aprendizaje, que nadie nace sabiendo cómo ser presidente y que el camino al éxito sólo ocasionalmente es lineal: que habrá tropezones y papelones, que el Estado argentino es ingrato y difícil de mover, que la política es mediocre, el periodismo superficial y que la actualidad está llena de ruido, lo que parece urgente una semana es olvidado la semana siguiente. En Seúl intentaremos abstraernos del ruido y concentrarnos en lo importante, menos que en lo urgente, como hemos intentado hacerlo hasta ahora.

Tenemos grandes ambiciones para nuestro 2024. No quiero hacer demasiadas promesas, porque en su momento ya las hice y fallé, pero sí quiero decir que esta aventura part-time de estos años el año que viene será full-time, con más contenido, más voces, más conversaciones sobre los temas que no nos dejan dormir. Cuando arrancamos, pensábamos que para estos días habría un nuevo presidente de Juntos por el Cambio en la Casa Rosada. No lo hay. Por errores propios y aciertos ajenos, el que hoy está ahí es Javier Milei. Pero eso no afecta en nada lo que podríamos llamar (un poco grandilocuentemente) nuestra misión: seguir empujando con rigor y honestidad por un sentido común más cercano a nuestras ideas, donde se respeten la libertad para vivir y comerciar, la igualdad de oportunidades y ante la ley, donde primen la sensatez, la buena fe, el sentido del humor, la dignidad de vivir una buena vida. Esa misión, vista con este prisma, no se termina nunca, con ningún tipo de presidente.

No sé si esta larga columna le servirá como respuesta al profesor tuitero que cité al principio, y a quien valoro porque siempre me trató con respeto y sin chicanas. Pero sé que me ha servido a mí y espero que te haya servido a vos. Espero haberte contagiado algo del entusiasmo que sentimos nosotros por la nueva etapa de este proyecto.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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