ELOÍSA BALLIVIAN

El trumpismo no morirá

Sería un error pensar que, en un escenario post-Trump, el mundo retomará el sendero de liberalización, apertura económica y competencia cooperativa.

La suerte del ya lanzado a la candidatura presidencial Donald Trump solo el destino y eventualmente Dios la conocen, aunque es cierto que los politólogos podemos aventurar algún análisis a partir de la información provista por las no concluidas aún elecciones de medio término de Estados Unidos. Créase o no, el sistema electoral de una de las democracias más antiguas y estables del mundo genera algunas novedades que llegan en tiempo real mientras otras pareciera que llegan a través de las carretas de las películas de John Wayne. A su favor, hay que decir que ello tiene mucho que ver con la existencia de un profundo federalismo que nuestra Argentina experimenta poco en su funcionamiento real. No obstante, hasta el propio ex presidente norteamericano reconoció, en línea con el artículo de Federico Tiberti publicado en Seúl, que los resultados habían sido “en cierto modo decepcionantes”. A confesión de parte.

Mi referencia inicial al destino no fue casual. Los cientistas políticos no tenemos la capacidad de reproducir experimentos en laboratorios y apenas contamos, entre otras herramientas, con el banco de pruebas de la historia. Precisamente lo que ella nos dice es que George H.W. Bush realizó una estupenda elección de medio término en 1990, perdiendo apenas nueve legisladores, una marca que pone más en valor la performance de un Joe Biden enfrentando un proceso electoral con 15% menos de aprobación que el difunto pater familias de la dinastía petrolera texana. Tal resultado tuvo una consecuencia casi inmediata: además de exaltar lógicamente urbi et orbi tanto a los simpatizantes demócratas como a los enemigos de Trump, incitó al mismo tiempo a muchos analistas políticos a apresurar títulos y bajadas que pueden estimular conclusiones peligrosas.

En particular, una alrededor del famoso hit comunicacional con el que Bill Clinton barrió a Bush padre en las elecciones presidenciales de 1992, en un contexto internacional exultante por el desplome de la Unión Soviética, pero donde la aún principal potencia mundial padecía los efectos de una recesión sostenida: “Es la economía, estúpido”. Es decir, en las antípodas de la actual decepción que estaría explicada por ciertas conductas del outsider republicano reñidas con los valores básicos del sistema democrático, así como con la promoción de un ambiente ultraconservador que va a contramano hasta del paladar de los votantes republicanos más fieles de Wyoming.

Ahí hay un error o quizás un sesgo que consiste en recortar al trumpismo a los incidentes alrededor de la toma del Capitolio del 6 de enero.

En realidad, ahí hay un error o quizás un sesgo que consiste en recortar al trumpismo a los incidentes alrededor de la toma del Capitolio del 6 de enero, al bochornoso desconocimiento de los resultados electorales así como al conservadurismo que festejó la reversión del fallo Roe vs Wade, en una suerte de marcha atrás de 50 años en las agujas del reloj por parte de la Corte Suprema de Estados Unidos. Aquí vale aclarar, el trumpismo es mucho más que eso. 

En especial, una de sus columnas políticas y económicas fundamentales es America First, una batería de medidas proteccionistas y de estimulación de la industria local, Made in USA, encuadradas dentro de una fase de retracción mundial del proceso de globalización disparada tras la crisis financiera de 2008 que, en simultáneo, también forzó la revisión de un paradigma de política exterior hacia China mantenido así como profundizado por las sucesivas administraciones de ambos colores políticos desde los tiempos de “Richard Nixon va a la China” en 1972 hasta el gran hito del ingreso del coloso asiático a la Organización Mundial de Comercio auspiciado por la administración Clinton en 2000/01.

America recontra First

En tal sentido, ¿qué mejor ilustración de la adhesión de la administración Biden a la columna vertebral trumpista America First y al desacople agresivo con China que las medidas tendientes a controlar las exportaciones de semiconductores hacia Oriente que, según un reciente informe de Barclays, le costaron a China más de 100.000 millones de U$S desde 2017? ¡Si estas no son medidas económicas, pues las medidas económicas donde están! ¿No será en este aspecto oportuno recurrir a esta respuesta de Margaret Thatcher del año 2002? “¿Su mayor herencia y logro?”. “Tony Blair y el nuevo laborismo. Hemos obligado a nuestros adversarios a cambiar de opinión”.

En realidad, estimulado por la gran referente del neoliberalismo junto a Ronald Reagan, me inclino más por la idea de que la capitalización política por parte de los demócratas de los excesos de Trump y de la estimulación de ideales conservadores demodé se produjo en un marco general donde está siendo subestimado un gran acierto del ex vicepresidente de la administración Obama: haber captado que el trumpismo representaba un giro de época quizás tan importante como el que encarnó Reagan en su momento, pero en sentido contrario. Es decir, llevando en esta oportunidad al Partido Republicano a una zona incómoda que rompía dos de sus pilares tan importantes como los mandamientos: la libre inmigración y el libre comercio. Por si quedó alguna duda: Biden capitalizó porque acertó en separar a Trump del trumpismo, no comprando el envase pero sí su orientación económica y de política exterior en el central capítulo chino.

¡Cuánta diferencia con la época anterior a la crisis financiera de 2008 dónde los dos grandes partidos giraban alrededor del paradigma desregulatorio y de libre mercado reaganiano y dónde el aún vivo Alan Greenspan se mantuvo en el centro del diseño de las políticas energéticas y después financieras por casi tres décadas? En tal sentido, así como Gordon Gekko fue el personaje de fantasía de una época que trascendió a ambos colores políticos, hoy quizás habría que pensar en algún actor tecnológico vinculado a la guerra fría tecnológica entre Estados Unidos y China. ¿Elon Musk, el fundador de Space X y hoy dueño de un lote en la luna en estado de rebelión como Twitter? ¿Ma Huateng, uno de los fundadores de Tencent? ¿Ren Zhengfei, el fundador de Huawei? 

El futuro del trumpismo cultural

Hay síntomas evidentes de debilitamiento de algunos componentes del trumpismo cultural que coinciden con tendencias demográficas que deberían agravarlo. El nuevo rostro de la sociedad norteamericana se parece más a América Latina o a Oriente que a la vieja fantasía de los nativos tan bien representada en películas como Pandillas de Nueva York. Pero aquí seré políticamente correcto diciendo que el sistema electoral de Estados Unidos “modela” las preferencias políticas de sus potenciales votantes. Lo hace por varias vías. En primer término, a través del voto voluntario. En segundo lugar, por vía del Colegio Electoral. En tercer término, por vía del diseño de las circunscripciones electorales, el famoso gerrymandering. Por último, mediante leyes estaduales de registración de los electores con aroma a viejas prácticas políticas amañadas de principios del siglo XX.

Para no abundar en detalles me concentraré en el Colegio Electoral. Quienes redactaron la Constitución de Estados Unidos pensaron en una arquitectura política que le daba enorme gravitación al país profundo. Por ejemplo, a la hora de una elección, quien gana el estado de Nueva York, con 20 millones de habitantes, obtiene 29 delegados para el Colegio Electoral. En simultáneo, una fuerza política opositora que triunfa en los estados de Indiana, Montana y Kentucky, recoge la misma cantidad de delegados, 29, aunque esos tres estados sumen 8 millones de habitantes menos que Nueva York. 20 millones contra 12 millones. En una palabra, el sistema político norteamericano hace posible que una cierta conjunción de minorías prevalezca sobre la voluntad mayoritaria.

El sistema político norteamericano hace posible que una cierta conjunción de minorías prevalezca sobre la voluntad mayoritaria.

En tal aspecto, es muy aventurado pensar en que el poder de ciertas minorías, la blanca en particular, desaparezca del día a la noche. Su gravitación se mantendrá en particular en el decisivo Medio Oeste. Son los estados que le dieron a Trump el espaldarazo político por una pequeña diferencia de votos en 2016, así como son los mismos que lo condenaron en 2020 por una ínfima distancia en las urnas versus Biden. Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Mid mid west, la Atlántida del siglo XX, ese territorio que es hoy a la política estadounidense lo que es la zona de convergencia intertropical para la navegación aérea, es decir, un área inestable donde confluyen vientos del hemisferio norte y sur, en este caso, la articulación del mundo viejo y el nuevo. Eso no morirá con Trump y tampoco cambiará demasiado por su eventual recambio por el taquillero gobernador de Florida Ron de Santis, alguien pícaramente definido por Susan Glasser como “una suerte de Trump sin equipaje”.

Por último, el riesgo en lo que toca a la Argentina y al pronto recambio de gobierno, sea del signo político que fuere, sería pensar que hay un debilitamiento de un modelo de época que goza de muy buena salud. Más aún, sería peligroso que se instale en nuestra dirigencia la idea errónea de que el mundo retoma después de Trump a un sendero de liberalización, apertura económica y competencia cooperativa. Lo que tenemos hoy, guste o no, gira alrededor de Estados muy activos, guerras comerciales y duras peleas por el control de la tecnología alrededor de iniciativas como la Chip and Science Act anunciada por Biden hace pocos días. Ojo con pensar que con De Santis, con Abbott o con quien fuere se acomodan las cosas. Es otra época y hay que leerla bien.

 

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Daniel Montoya

Politólogo (Universidad Católica de Córdoba). Ex director del Grupo Banco Provincia. Autor de Estados Unidos versus China, Argentina en la nueva guerra fría tecnológica. Realizador del podcast 'Vaquero'.

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