El tumultuoso final del gobierno de Donald Trump, que incluyó su negativa a participar de la ceremonia de traspaso de mando, evocó en algunos observadores el recambio presidencial de 2015 entre Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri. Un artículo de la revista Foreign Policy, por ejemplo, denominó a los últimos días de su mandato como el “plan argentino de sabotaje de Trump”. Por otro lado, la escandalosa toma del Capitolio por parte de seguidores de Trump, hace tres semanas, recordó a otros la ajetreada sesión de diciembre de 2017 en la que, tanto desde afuera como dentro del Congreso porteño se buscó impedir la aprobación de un cambio de la fórmula de ajuste de las jubilaciones.
Estos datos recientes parecen emparentar la cultura política de Donald Trump y su movimiento con Cristina Kirchner y el kirchnerismo. Hay, sin embargo, quienes ven mayores similitudes de Trump con Macri: señalan su buena relación bilateral durante el gobierno de Cambiemos, destacan el mayor apoyo que, según las encuestas, muestran por Donald los votantes de Juntos por el Cambio y finalmente, recuerdan que tanto Macri como Trump ingresaron a la política desde el mundo empresario.
Salvo para una pequeña fracción de la opinión pública local, que se autopercibe liberal pero expresa a la derecha conservadora, Trump es en la Argentina un activo tóxico, al que nadie quiere quedar asociado. Sin importar en cuál de las Coreas se sitúe el interlocutor, está claro que nadie quiere quedar pegado a una figura tan desprestigiada. Para ponerlo en otros términos: “Trump es el otro”. ¿Quién tiene razón? ¿A quién se parecen más Trump y su movimiento? ¿A Macri y al macrismo o a Cristina y el kirchnerismo?
¿A quién se parecen más Trump y su movimiento? ¿A Macri y al macrismo o a Cristina y el kirchnerismo?
Empecemos por los argumentos sobre Macri. Beatriz Sarlo dijo en 2017 que Macri y Trump pertenecen a “la misma tipología, son empresarios con un capital que les permite iniciar una carrera política”. Esta argumentación, sin embargo, es superficial. Es cierto que ambos provienen del ámbito empresarial, pero tanto sus estilos de liderazgo como sus carreras políticas son bien diferentes. Además, detrás del razonamiento de Sarlo subyace un prejuicio bastante común acerca de las vías legítimas de ingreso a la política. Según esta visión, los únicos caminos legítimos de ingreso a la política serían básicamente dos: la militancia partidaria iniciada en la escuela secundaria o en la universidad; o la militancia sindical o social. Por momentos pareciera que quienes provienen del sector privado tienen vedada la posibilidad de volcarse a la cosa pública.
Otro argumento que vincula a Macri con Trump pasa por las preferencias de sus votantes y la de los votantes del Frente de Todos. Una encuesta reciente de Poliarquía mostró que el apoyo a Trump era mayor entre votantes de Macri y que, a la inversa, la mayoría de los votantes de Alberto Fernández prefería a Joe Biden. Hacer algún tipo de inferencia en base de las preferencias de los votantes de Juntos por el Cambio y el Frente de Todos respecto de la última elección presidencial es un ejercicio inconducente: los votantes de ambas fuerzan no viven en los Estados Unidos. Cabe preguntarse si efectivamente mantendrían esas mismas preferencias en caso de ser ciudadanos norteamericanos.
Finalmente, una tercera razón esgrimida para vincular a Macri con Trump está dada por la buena relación personal entre ambos mandatarios y particularmente por la buena relación bilateral entre Buenos Aires y Washington durante el gobierno de Cambiemos. Es cierto que si la Argentina obtuvo un voluminoso paquete de asistencia por parte del FMI se debió en parte a la buena relación con Trump. Sin embargo, no es menos cierto que en los últimos años se produjo un giro dramático en el rol de los Estados Unidos en el escenario global. Con el “America First” trumpista, Washington se desentendió de cualquier tarea vinculada a la provisión de bienes públicos a nivel global, y la política exterior estadounidense se volvió impredecible. Mientras el Trump bilateral fue favorable para el gobierno de Cambiemos, el Trump sistémico fue más bien perjudicial.
Curiosamente, fue el kirchnerismo el que en noviembre de 2016 mostró un entusiasmo poco disimulado por la victoria de Trump.
Pero incluso si la Argentina y Estados Unidos mantuvieron una relación estrecha bajo las gestiones de Macri y Trump, el acercamiento a Washington durante la administración de Cambiemos fue anterior al desembarco de Trump en la Casa Blanca. De hecho, la administración Macri expresó de manera pública –e imprudente– su preferencia por Hillary Clinton en 2016. La entonces canciller Susana Malcorra señaló en septiembre de aquel año: “La visión que tiene Donald Trump es muy de cerrarse hacia adentro, que es distinta a la que nuestro gobierno tiene. Es muy riesgoso ir a un proceso de cierre, de xenofobia”.
Bienvenido, Donald
Curiosamente, fue el kirchnerismo el que en noviembre de 2016 mostró un entusiasmo poco disimulado por la victoria de Trump. En un acto en Florencio Varela, pocos días después de la elección, la actual vicepresidenta dijo: “En los Estados Unidos ganó alguien que representa la crisis de la representación política producto de la implementación de políticas neoliberales. Lo que el pueblo de los Estados Unidos está buscando es alguien que rompa con el establishment económico, que lo único que ha causado es pobreza, pérdida de trabajo, pérdida de sus casas”.
En ese mismo acto Cristina fue incluso más allá y enumeró circunstancias de Trump con las que parecía sentirse identificada: “Lo maravilloso de esta elección es que el pueblo de los Estados Unidos votó de acuerdo a lo que está sintiendo económicamente. Fíjense que había más de 300 medios de comunicación que apoyaban a la otra candidata y solamente 13 medios apoyaban a quien ganó. Sin embargo, la sociedad, a pesar de los exabruptos, a pesar de los estereotipos, eligió a alguien que decía que les iba a devolver el trabajo”.
No se trataba de una voz solitaria en el justicialismo. El ex secretario de Comercio Guillermo Moreno también vio con buenos ojos la llegada de Trump y argumentó que con él un peronista llegaba a la Casa Blanca y que cuando el peronismo retornara al poder la Argentina ya no tendría al mundo en contra.
Populismo, trumpismo, kirchnerismo
De todas maneras, para analizar la afinidad de las fuerzas políticas y figuras locales con Trump, más que atender a la relación bilateral con los Estados Unidos o las preferencias de los votantes sobre una elección en otro país, resulta más conveniente detenerse en otras variables, como el tipo de liderazgo, las características de la base de votantes y las ideas y el tipo de políticas públicas.
Trump es un ejemplo claro de liderazgo populista, entendiendo al populismo no como a una ideología, una política económica o un fenómeno histórico sino más bien como una estrategia política, es decir, un método para alcanzar y ejercer el poder. ¿Qué caracteriza al populismo? Un liderazgo fuertemente personalista basado en el apoyo de un amplio número de seguidores con los cuales el líder mantiene una relación fluida o no mediada. Otro rasgo común entre los líderes populistas, independientemente de si son de derecha o izquierda, es su antiliberalismo. No en el plano económico: populismo y neoliberalismo son perfectamente compatibles, como bien mostró hace años Kurt Weyland. Lo que el populismo desprecia son los frenos y contrapesos propios de la democracia liberal. Quizás por eso Cristina Kirchner celebraba que Trump representara la crisis de la representación política, derivada, según ella, de las políticas neoliberales y el Consenso de Washington.
Por eso, en el plano del tipo de liderazgo indudablemente hay más afinidad entre Trump y Cristina que entre Trump y Macri. Sin ánimo de decir esto con una connotación peyorativa, sino meramente descriptiva, los liderazgos de Cristina y de Trump son populistas. Sus seguidores se identifican no con un partido o con una idea, sino fundamentalmente con el o la líder. Tanto Cristina como Trump , como los demás líderes populistas, son abiertamente antiliberales y contrarios a la noción republicana de la división de poderes.
Por eso, en el plano del tipo de liderazgo indudablemente hay más afinidad entre Trump y Cristina que entre Trump y Macri.
Difícilmente, en cambio, pueda catalogarse como populista al liderazgo de Mauricio Macri. Más allá de que era un outsider cuando inició su carrera política en 2003, siendo presidente de Boca Juniors –lo cual obviamente le dio visibilidad a su figura–, ni su estilo de liderazgo ni su discurso ni su construcción política tienen las características del populismo.
Donde sí hay claras diferencias entre el kirchnerismo y el trumpismo es en las características de sus bases de votantes. A grandes rasgos, y asumiendo los riesgos que implican las generalizaciones, el grueso de la base de apoyo del kirchnerismo se compone fundamentalmente de votantes provenientes de hogares pobres de los grandes conglomerados urbanos, con empleos de baja calificación, mayoritariamente informales. A la vez, como surge de las encuestas de opinión pública, se trata de votantes más bien jóvenes. El apoyo a Trump, en cambio, es mayor entre los hombres blancos de más de 50 años, sin estudios universitarios y con una orientación ideológica conservadora.
En el tercer plano, el de las ideas y las políticas públicas, trumpismo y kirchnerismo muestran tanto coincidencias como desacuerdos. Ambos, por ejemplo, tienen una mirada negativa sobre la globalización, particularmente en materia comercial. Ambos han sido proteccionistas y opositores al libre comercio. No podría ser mayor el contraste con la visión cosmopolita y benigna sobre el libre comercio de Cambiemos.
Donde sí hay claras diferencias entre el kirchnerismo y el trumpismo es en las características de sus bases de votantes.
Acá probablemente se agotan las coincidencias en términos de ideas y políticas públicas entre trumpismo y kirchnerismo. La orientación conservadora en cuestiones morales del trumpismo contrasta con la visión más progresista del kirchnerismo en esta materia. El sesgo racista del trumpismo y sus posturas en materia migratoria marcan también un claro punto de diferenciación con el kirchnerismo.
En síntesis, el tipo de liderazgo es el principal factor de afinidad entre Trump y el kirchnerismo. La ideología, la base de votantes y las políticas públicas pueden diferir, pero si en algo se parecen los liderazgos de tipo populista es en sus métodos y en sus consecuencias. Las escenas finales de la era Trump fueron un reflejo de esto: una elevada polarización ideológica que es difícilmente compatible con el buen funcionamiento de la democracia.
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