En Argentina, las reglas electorales están planteadas de manera tal que la elección es en realidad una carrera de tres postas, cada una con una lógica bien diferente de la otra. Cada etapa tiene sus reglas formales pero también su propio conjunto de incentivos que hacen que el electorado vote con cierta (digámoslo así) “actitud”. Estos incentivos componen una suerte de conjunto de reglas informales.
La primera etapa, la de las PASO, terminó el 13 de agosto. En aquella instancia, lo más probable es que los electores hayan votado lo más sincero posible: en la mayor parte de los partidos con chance (salvo en Juntos por el Cambio) no se elegía realmente nada. En el kirchnerismo, la candidatura se resolvió luego de la rosca desprolija que todos recordamos. Hubo competencia, pero no era real. En La Libertad Avanza no hay realmente un partido; es Milei solo, haciendo un poco lo que quiere.
JxC tuvo una interna competitiva (y un poco brutal), por lo que sus dirigentes y electores fueron a votar pensando en eso: quiero que gane A y pierda B o quiero que gane B y pierda A. El voto al resto de los partidos, y muy especialmente a Milei, fue un voto de “opinión” muy cargado –me parece a mí– con ganas de castigar. Fue un voto contra: no me importa lo que dice, no sé qué es la escuela austríaca. “Los putea a todos, está enojado”: vamos. La posición convocante fue el famoso manifiesto contra “la casta”. “Que se vayan todos”, 20 años después. Al voto contra la casta lo entiendo principalmente como un voto contra el Estado o, mejor dicho, contra aquellos que reciben algún tipo de protección de la economía formal dentro de las reglas que el Estado garantiza. Porque en esta Argentina segmentada, hay quienes “están adentro” y quienes “están afuera”. Los que “están afuera” pueden tener dinero o no, no pasa por ahí. Pasa por la sensación de “verla de afuera”. Milei salió tercero lejos en el AMBA, no olvidemos eso. Hay un voto contra todo lo que está “adentro”, sea el Conicet o el Sindicato de Camioneros. ¿Un poco la Biblia junto al calefón? Y, sí. Veinte años de kirchnerismo los terminaron juntando.
Comenzó la segunda etapa, que es por los puntos. Ahora se van a elegir personas que ocuparán cargos reales, en todas las listas.
Pero esa elección terminó. Comenzó la segunda etapa, que es por los puntos. Ahora se van a elegir personas que ocuparán cargos reales, en todas las listas: legisladores, concejales, pero probablemente no se elija presidente. Para eso está la tercera etapa. Y, pensando en la elección presidencial (que es lo que todos tenemos en la cabeza en primer lugar), el 22 de octubre el electorado va a votar en forma menos sincera que en agosto. Cada uno elegirá finalmente lo que decida elegir, obviamente, pero el cálculo estratégico va a estar en la cabeza. Porque se trata de poner en competencia en la tercera etapa (el balotaje de noviembre) a dos personas. Por lo tanto, para decirlo de manera sencilla, todos vamos a estar pensando en el o la que me gusta, pero también en quien “no quiero que gane de ninguna manera”.
Imaginemos por un segundo un esquema muy simplificado: las listas distribuidas de izquierda a derecha. Analizar las cosas de este modo es útil en muchos casos, un abordaje que la ciencia política denomina “política espacial”. De los tres candidatos con chances, el candidato del peronismo está del lado izquierdo, representando a quienes han gobernado y determinado las políticas económicas en 16 de los últimos 20 años. Poner a Massa a la izquierda de algo es raro, pero así son las cosas. Massa es el oficialismo, el kirchnerismo, representa a quienes han determinado el rumbo de nuestra economía por casi dos décadas. A quienes nos pusieron donde estamos ahora.
Por el otro lado, por el lado derecho lo tenemos a Milei: libertarianismo anarquista anti-todo, sumada a la derecha extrema de Dios, patria y familia representada por su candidata a vice. Si seguimos con esta lógica espacial, JxC representa al liberalismo de centroderecha, que se ubica en la oposición al kirchnerismo (lo ha hecho consecuentemente desde que existe), pero lejos del extremo “rompan todo”. La palabra “cambio” finalmente significa eso: cambiar. Y cambiar no es romper. Si el tren no funciona bien, llega tarde o no llega, arreglo el tren o cambio al maquinista, pero no quemo el tren. Porque, en esa solución, me quedé sin tren.
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En todo caso, siguiendo con esa lógica, JxC capta al votante mediano, dice la ciencia política. ¿Qué significa eso? Que en una elección de dos (el balotaje), gana la elección. Porque lo votan sus electores, pero también los que están del otro lado en relación con el otro candidato. Esto no lo digo yo, lo dicen décadas de investigaciones sobre el comportamiento electoral. Vamos a decir de manera sencilla lo que prácticamente todos los que analizan y practican la política en este momento intuyen: si Patricia Bullrich es una de las dos candidaturas en el balotaje, muy probablemente gane. Es, claramente, la que tiene más chances.
Si hay tres candidatos y uno puede ganar con cierta certeza en la segunda vuelta, ¿cuál es la estrategia lógica que deben seguir los otros dos candidatos? Tratar de sacarlo de carrera. Porque les gana. Tratemos de competir contra el que –quizás– podemos vencer. Milei debe estar bastante seguro de que a Massa le gana caminando (o “gritando” sería más bien) y Massa… Bueno, Massa especulará con que le puede ir un poco mejor. Hay que sacar de la pista a la que nos gana: hay que sacar a Patricia.
En esa lógica, una rápida lectura de las noticias que aparecen destacadas en los principales medios sensibles a la pauta oficial muestra un intento bastante homogéneo por sostener que JxC “está tercero” o “ya perdió”. Que Milei “está primero y puede escaparse y ganar en primera vuelta” y que Massa está segundo “porque se ordenó y ahora es competitivo”. No hay absolutamente ninguna evidencia que permita afirmar eso. Lo único evidente es que hay un triple empate. Milei hizo una gran elección de acuerdo a su nula estructura, pero no arrasó. Es imposible –y muy poco realista– afirmar que “está casi ganando en primera vuelta”, y también es poco realista afirmar que “Massa está consolidado en segundo lugar”. Como sería poco realista decir que “Patricia ya ganó”.
Si hay tres candidatos y uno puede ganar con cierta certeza en la segunda vuelta, ¿cuál es la estrategia lógica que deben seguir los otros dos? Tratar de sacarlo de carrera.
Es imposible decir que Fulano ya ganó o ya perdió por lo que afirmé arriba, pero –mucho más importante– porque todavía no pasó nada. Faltan siete semanas para la elección, cuya campaña no comenzó en un escenario de tercios. Para decirlo en corto: la idea de que JxC ya perdió es eso. Una idea, que algún comité de campaña quiere desesperadamente instalar. O quizás dos comités. Hay una convergencia de intereses: el candidato extremo e inestable hizo una gran elección considerando su estructura. Pero logró el 29%. No lo apoya una “mayoría abrumadora” ni hay ninguna evidencia seria de que esté ganando en primera vuelta. Ninguna. A su vez, el ministro de Economía del Gobierno necesita sobrevivir a una economía desquiciada, sin recursos para enfrentarla. Sólo le queda el humo y su innegable capacidad para sacar conejos de la galera. Conejos fiscalmente caros, por cierto.
Y los dos están frente a la misma y mutua convicción: en segunda vuelta les costará muchísimo ganarle a Patricia Bullrich. Tienen chance compitiendo entre ellos. Por eso corren la idea de que JxC está atrás. La realidad es que hoy el resultado de primera vuelta está abierto. Esa es la realidad, que, como dijo el General –y, mucho antes, Aristóteles–, es la única verdad.
Un candidato no populista
Complejicemos un poco el escenario “espacial”. Para entender Argentina, sirve mucho agregar otra variable, además de izquierda-derecha. Llamémosla populismo-república, como para darle un nombre. De un lado (el populista) están quienes proponen soluciones simples y liderazgos fuertes, los que entienden la política como un juego amigo-enemigo: los de enfrente son garcas, soretes o el calificativo que aparezca esa mañana: el “imperio”, los “oligarcas”, los “zurdos”, la “casta”. El liderazgo populista existe por su némesis: está contra algo, en defensa de un pueblo bueno pero bobo, que necesita un salvador. El relato populista es como una telenovela con tres personajes: el pueblo bueno al que un villano separó de su destino de grandeza, y el salvador que mágicamente lo devolverá a ese destino. Imprimiendo pesos infinitos o trayendo mágicamente dólares. No importa. El populismo, desde esa lógica, no es de izquierda ni de derecha, por lo que puede adquirir ambas caras.
Y del otro lado está la visión que supone que en política y en economía no hay soluciones mágicas. Hay instituciones que garantizan transparencia, reglas claras, castigo al que actúa mal y premio al que actúa bien. Seamos claros: los países que crecieron consistentemente en el largo plazo lo hicieron porque apostaron a eso. Con centroizquierda o centroderecha, poco importa. Pero con reglas e instituciones claras y consistentes. Y con trabajo y esfuerzo. Mucho trabajo, mucho esfuerzo. De las tres opciones con chance electoral que hoy tiene la Argentina hay sólo una que sostiene que nuestra oportunidad reside en aplicar las políticas que apuestan al orden democrático, al imperio de la ley, a la seguridad en todos los planos. Es JxC, es Patricia Bullrich.
Noruega tiene petróleo y es un país rico. Y tener petróleo la ayudó a ser un país rico. Pero no es rico porque tiene petróleo sino porque tiene instituciones que le permiten que el petróleo la ayude a prosperar y a mejorar la vida de todos sus ciudadanos de manera sostenible. Y tiene un Estado eficiente que garantiza que esas instituciones funcionen. Un Estado que es una solución, no un problema. Pero tiene Estado e instituciones, que explican su prosperidad más que el petróleo. El país con la mayor reserva de hidrocarburos del mundo no se llama Noruega, ni siquiera se llama Arabia Saudita. Se llama Venezuela.
Usar el Banco Central para imprimir moneda como si fueran billetes de juguete o quemarlo y prometer que todo va a funcionar bien no son propuestas opuestas.
Usar el Banco Central para imprimir moneda como si fueran billetes de juguete y regalarlos, o quemar el Banco Central y prometer que todo va a funcionar bien porque vamos a tener dólares no son propuestas opuestas. Son soluciones mágicas que provienen de la misma matriz, espejitos de colores que “ahora sí” nos van a salvar. Tener dólares no nos convierte en Estados Unidos. En todo caso, lo que nos acerca a ser un país próspero como los Estados Unidos es respetar las leyes y la Constitución, como hacen ellos.
Si descendimos a Primera C, ponernos una camiseta que dice “Messi” no nos convierte en Messi. Siguiendo la misma lógica, anunciar que vamos a tener dólares no nos hace ricos, porque el Estado va a tener los mismos pocos dólares que tiene ahora, y va a perder instrumentos de política económica. Si somos de Primera C y salimos a la cancha con una remera de la Selección que dice “Messi”, el público se nos va a cagar de risa y probablemente nos vayamos a la D.
Si imaginamos a la Argentina a través de esos dos ejes: izquierda-derecha pero también populismo-república, veremos que sólo habrá dos opciones reales en el balotaje si una de éstas opciones es Patricia Bullrich, quien además es la que le puede ganar a cualquiera de los dos. Por eso el esfuerzo por sacarla, el “ya perdió”, el “está tercera”, el “no pasa del 25%”. Nada, pero nada de eso es cierto hasta el día que la gente vota. Lo demás es campaña electoral, manipulación, relatos.
“Argentina potencia”, “que venga el Principito, le presentaremos batalla”, “un peso un dólar para siempre”, “el Estado te salva”, “motosierra” “quememos el Banco Central”. Desde hace casi cien años que “nos estamos por salvar” porque viene uno “que la tiene clara”. En el balotaje, probemos con otra cosa. Y para eso, de los tres que sacaron un tercio, hay una que tiene que estar. Y que perfectamente puede estar, de nosotros depende. Probemos, por una vez, no desperdiciar la oportunidad que se nos presenta frente a nuestras narices.
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