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Domingo

Jeringas en la panza

Empecé a inyectarme una droga para bajar de peso y los resultados son excelentes, pero me pregunto si no le estoy haciendo trampa a la biología.

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Hace seis semanas empecé a inyectarme con tirzepatide, una de las nuevas drogas de moda para bajar de peso. Los resultados hasta ahora son excelentes: bajé 10 kilos, tengo más energía, me canso menos y duermo mejor. Pero en todos estos días, sobre todo los martes a la noche, cuando me toca armar la jeringa y clavármela en la panza, no pude dejar de pensar en la novedad de todo esto, en si le estoy haciendo trampa a la biología o la “fuerza de voluntad” y en qué dice de nosotros como civilización tener a mano este tipo de atajos milagrosos.

La tirzepatide es similar a Ozempic, su prima más famosa, pero de segunda generación. Así como Ozempic fue descubierta medio de casualidad mientras se desarrollaba un medicamento contra la diabetes, la tirzepatide, cuya marca más conocida en Estados Unidos es Mounjaro, ya desde 2023 fue aprobada específicamente con el objetivo de perder peso. Al revés que Ozempic y su copia nacional, Dutide (Laboratorios Elea), todavía no fue aprobada por la ANMAT y no se consigue en Argentina. Accedí a mi frasquito gracias a un amigo que vive en Miami y la había usado con resultados espectaculares. Como su médico accedió a recetarle 12 dosis más, las pidió a la farmacia y me las mandó a Buenos Aires con otro amigo unos días después. Los tres meses me costaron 610 dólares. 

Arranqué el tratamiento con 93 kilos, mi récord absoluto pero estable desde hacía unos dos años. Mi último salto de peso había sido durante la pandemia y a eso se le sumó que los dos partidos de fútbol que jugaba los sábados y los miércoles dejaron de hacerse o de estar disponibles. Este nuevo sedentarismo me hizo subir de peso y perjudicó mis niveles de atención y la calidad de mi sueño: cada vez tenía menos horas de energía buena, lo que para alguien que vive de estar concentrado (leer, pensar, escribir) era terrible. También estaba la cuestión visual: me engordan poco la cara, el culo y las piernas, pero me había vuelto todo panza. Me miraba al espejo y no me gustaba lo que veía. Mis camisas favoritas no me entraban, las remeras las compraba cada vez más grandes. Sabía que debía hacer algo para romper la inercia, tanto por mi salud como por mi autoestima, pero mis intentos recientes de ejercitar más y comer menos habían fracasado después de un par de semanas.

Me miraba al espejo y no me gustaba lo que veía. Mis camisas favoritas no me entraban, las remeras las compraba cada vez más grandes.

De chico siempre fui gordito. Mis amigos del colegio todavía me dicen “Gordo”, un apodo que me gané en primer grado. Durante un par de décadas, a partir de la adolescencia, dejé de merecerlo y siempre era agradable que vinieran las chicas y me preguntaran “¿por qué te dicen Gordo si sos flaco?” A los 30 y pico, sin embargo, ya casado y viviendo en Estados Unidos, volví a merecerlo. Jugaba al fútbol y me mantenía activo, pero la edad, los inviernos largos y las tentaciones infinitas empezaron a mostrar su efecto en la balanza: primero 83, después 85, después 88.

No soy de comer muy sano, pero tampoco soy un desastre. Conozco de cerca la teoría paleo y las nuevas tendencias a favor de la grasa y en contra del azúcar. Sé también de los beneficios del ayuno intermitente. Me venía faltando nada más ponerlos en práctica y mantenerlos, algo que se me hacía cada vez más difícil. Cuando Nico, mi amigo de Miami, me contó cuánto le había servido el tirzepatide, le pedí que me diera una mano.

Los primeros días

Los efectos de la droga los sentí casi enseguida: una falta total de hambre y una sensación de saciedad muy rápida cuando empezaba a comer. Lo que más me costó fue entrar en el ritmo de la tirzepatide, es decir, romper la rutina de sentarme a almorzar y cenar y sólo comer cuando realmente tengo hambre. Al principio pensaba que la pirula me iba a servir para no comer entre horas, saltearme el desayuno, una especie de ayuno intermitente extendido. Con el tiempo me di cuenta de que puedo estar buena parte del día sin comer. En uno de los días que escribí un módico diario íntimo sobre la experiencia, ya en la tercera semana, anoté que estuve en ayunas hasta las tres de la tarde, después mezclé tres huevos duros con palta, condimenté (limón, sal, salsa picante) y los puse encima de una tostada. Antes de dormir comí unos crackines con hummus y con eso fue suficiente. El resto del día: agua, café, mate cocido.

Lograr este ritmo en la vida cotidiana no es difícil. Los eventos sociales, en cambio, son más complicados, porque es difícil no comer mientras los demás comen. Por un lado es descortés, o marciano, y por otro es raro no tentarse, no seguir la corriente, volver a la inercia. Hubo una semana en la que salí jueves y viernes, a un asado y a morfar con amigos, y comí mucho más de lo que me pedia el cuerpo. Ese mismo sábado no fui al cumpleaños de mi amigo el Colo en parte porque había trabajado todo el día y estaba cansado, en parte porque no habíamos conseguido niñera y en parte porque siempre fui especialmente indisciplinado con la comida cuando hay picada o cosas para agarrar con la mano. No quería tener una tercera noche consecutiva de comer de más. Cuando hablo con Nico y otro amigo que empezó el mismo tratamiento un poco antes que yo, me dicen que para obtener mejores resultados es importante estar atento a estas cosas. La droguita te ayuda sola, pero si vos ayudás a la droguita los resultados mejoran mucho, y hasta ahora se viene demostrando así. 

La droguita te ayuda sola, pero si vos ayudás a la droguita los resultados mejoran mucho, y hasta ahora se viene demostrando así.

Alguien me preguntó si comiendo tan poco no pierdo fuerza o energía para hacer las cosas que tengo que hacer, desde trabajar a buscar a mi hijo al colegio, cruzar la ciudad para un trámite o un turno médico. Y la respuesta es que es exactamente al revés. No sólo estoy durmiendo mejor sino que me siento más alerta y concentrado durante el día. En un día normal, pre-tirzepatide, volvía a la oficina después de almorzar e inevitablemente empezaba a cabecear hasta que ponía los pies arriba del escritorio, me tapaba la cara con la gorra y dormitaba unos 15-20 minutos, la famosa power nap recomendada para cortar el día y encarar mejor la tarde. El tema de la power nap es que entre que empezás a cabecear y te despertás completamente, perdés como mínimo una hora. Ahora, en semi-ayunas, me impresiona la energía que tengo a las tres o cuatro de la tarde, antes un agujero negro de mi productividad. Es como que cuanto menos comés, menos tiene que procesar el cuerpo y, por lo tanto, menos requerimiento de energía para el cerebro.

Uno de los pocos efectos secundarios de la tirzepatide son los problemas gástricos. Los sufrí bastante poco. Un par de noches en los primeros días me desperté por un reflujo, que sentí como un vómito inminente y después no se materializó, y alguna otra noche una acidez fuerte después de haber comido más de lo normal o de haber tomado alcohol. Algunos testimonios hablan de que con la inyección a uno se le van las ganas de tomar alcohol. No podría decirlo porque en general tomo poco, pero en los asados a los que fui en estas semanas rara vez tomé más de una copa de vino, y cuando lo hice me sentí mal durante la noche o la mañana siguiente.

Un mundo sin gordos

Desde que tengo memoria las mujeres hacen dieta y desde hace un tiempo también los varones intentan bajar de peso con mejores hábitos. Al mismo tiempo que pasaba esto, sin embargo, el sobrepeso y la obesidad iban creciendo en la mayoría de los países occidentales. También en Argentina, donde la obesidad se duplicó entre 2000 y 2025, del 20% al 40% de la población. Hoy se calcula que el 73% de los adultos argentinos tiene sobrepeso

Las formas de las sociedades de combatir este fenómeno han sido básicamente dos. Una ha sido tratarlo como un problema social, de salud pública, que llevó a muchos países a forzar a las empresas a producir alimentos más sanos o lanzar campañas de concientización, como los octógonos que existen en Argentina desde hace unos años. La otra forma ha sido tratarlo como un problema personal: cada persona es responsable de su propia salud y su propio peso. Éste ha sido el enfoque principal, me parece, de la gente en general.

El problema de tomar a la pérdida de peso como un test personal es que sube la vara, porque ya no es el tamaño de tu panza lo que está en juego sino también tu autoestima como persona. Si fallás, este modelo basado en la “fuerza de voluntad” dice, más o menos, que sos un flojo, que te falta perseverancia o disciplina. Esto, supongo, hace que muchas personas ni siquiera quieran intentar bajar de peso, por miedo a descubrir que, en efecto, carecen de la fortaleza para lograrlo. 

El problema de tomar a la pérdida de peso como un test personal es que sube la vara, porque ya no es el tamaño de tu panza lo que está en juego sino también tu autoestima como persona.

En todas estas cosas pensaba estos días de ayuno e inyecciones. Mis intentos recientes de bajar de peso habían fallado por falta de constancia. Arrancaba bien, bajaba fácil los dos o tres kilos iniciales y después empezaban las excepciones que de a poco rompían la disciplina hasta hacerla desaparecer. Cada vez que pasaba esto, la frustración era doble: por la panza que seguía ahí pero también porque sentía que ese fracaso decía algo malo sobre mi carácter.

Hace poco me encontré con un amigo al que no veía hace meses y estaba mucho más flaco. Le pregunté cómo había hecho. “Con la mejor tecnología disponible”, me respondió, sin ningún tipo de vergüenza. Había estado tomando Ozempic. Me gustó esa manera de tomarlo, sin dramatizar. Es lo que intento hacer, aunque a veces siento que la tirzepatide es un atajo para lograr algo que no pude hacer yo solo. Es decir: tenía la oportunidad de bajar de peso y, al mismo tiempo, transformarme en una mejor persona, pero elegí un atajo que no pide sacrificios. Otras veces pienso que la droga es apenas un empujón para sacarme de la parálisis, y que a medida que avanza el tratamiento voy mejorando algunos de mis hábitos, lo que también es cierto.

Por ejemplo, una recomendación para cuando uno toma este tipo de medicamentos es consumir mucha proteína y hacer ejercicio, porque el tratamiento quema grasa y músculo y uno debe hacer todo lo posible para proteger su masa muscular. Esto lo estoy haciendo con bastante disciplina. Cuando grabo los programas de Seúl Radio, por ejemplo, casi siempre los martes a las dos de la tarde, estoy en ayunas hasta las cuatro o cinco y después cruzo a Saint Moritz para comerme un bife de chorizo mientras en las otras mesas consumen café y medialunas. Con eso tiro hasta el día siguiente. Además, compré dos mancuernas de cinco kilos y casi todos los días hago una rutina de ejercicios de unos 20 minutos en el escritorio de casa mientras miro la versión mañanera de Infobae en vivo, el programa de Gonzalo Sánchez y equipo.

La metáfora del empujón creo que es apropiada. Te permite mejorar a medida que vas viendo resultados y sin el peligro de una recaída. Para cada persona la experiencia será distinta y yo hablo sólo de la mía, pero una manera de hacer convivir las ganas de perder peso con la sensación de que uno está violando el antidoping es aprovechar el doping para sacarse de encima malos hábitos y estar mejor preparado para cuando el tratamiento termine. Eso también es algo que estoy haciendo: uno de los puntos centrales de una dieta paleo, por ejemplo, es que el cuerpo pierda la adicción a las harinas y los dulces y, después de un tiempo de abstinencia, te los deje de pedir. Ahora que estoy comiendo tan poco en general, también consumo muy poco pan o cosas con azúcar, por lo que ese efecto, me doy cuenta, se está logrando.

En estas semanas pensé también en que quizás nos encontremos, en cinco o diez años, en un mundo sin gordos. Menos diverso, dirán algunos, pero nadie es gordo a propósito.

En estas semanas pensé también en que quizás nos encontremos, en cinco o diez años, en un mundo sin gordos. Menos diverso, dirán algunos, pero nadie es gordo a propósito, por más campañas body positive que haya habido en estos tiempos. ¿Cómo será ese mundo mejorado por la tecnología? ¿Perderemos algo en el camino? Creo que no, o no lo suficiente como para que se vuelva un problema. Es en general lo que pienso de los cambios que vienen por la tecnología: las ventajas superan a las posibles desventajas, que además son hipotéticas. En estos meses escucho cada vez más de gente que está tomando alguno de estos medicamentos. En un excelente posteo de hace unas semanas, Carlos Maslatón reveló que está haciendo un tratamiento similar como parte de un estudio clínico y que tirzepatide es una de las dos drogas que podría estar tomando (la otra es un nuevo desarrollo del laboratorio Eli Lilly, pero a Maslatón no le dijeron si está en el grupo de prueba o en el de control). 

En principio mi idea es consumir lo que me queda de tirzepatide, hasta fin de agosto, y terminar ahí. Para ese entonces calculo haber bajado unos 15 kilos, colchón más que suficiente como para animarme a salir a la intemperie biológica. A veces cuando le cuento a amigos o conocidos del tratamiento, me preguntan si cuando deje de inyectarme el rebote no será inevitable. Mi respuesta, un poco optimista pero también basada en la verdad, es que lo que voy a necesitar después de la droga no es seguir bajando de peso, sino apenas mantenerlo. Es decir, consumir y gastar la misma cantidad de calorías, que es algo que, en otro nivel, vengo haciendo desde al menos un año. Además, agrego, voy a tener la ayuda de haber cambiado algunos hábitos y, sobre todo, el premio de los 15 kilos bajados, que no voy a querer perder. El viernes fui a la entrega de los Martín Fierro Digitales (Seúl estaba nominada en dos categorías, no ganamos ninguna) con una camisa que hacía años no me entraba. ¿Cómo me voy a arriesgar a perder esa satisfacción? No sé si este será un cambio para siempre, pero por ahora la camisa me entra. Y eso, para mí, ya es una forma del futuro.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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