(Esta nota fue publicada en nuestro Anuario 2023 en papel, que nuestros suscriptores recibieron gratis y vos podés comprar en Mercado Libre. Fue escrita en la primera semana de diciembre, antes del cambio de gobierno.)
La Argentina se encuentra ante una experiencia inédita en estos 40 años de democracia. Más de una década de estancamiento económico, el consecuente desencanto de amplios segmentos de la sociedad y el lógico y marcado deterioro en indicadores sociales al calor de niveles de inflación no registrados en más de 30 años tuvieron como resultado el colapso del sistema de partidos surgido de la crisis del 2001 y su posterior reconstrucción, y la elección de Javier Milei como presidente, ambos fenómenos, caras de una misma moneda.
Por años pareció que la Argentina esquivaría la experiencia vivida por otros países de la región. Nuestro sistema político daba la imagen de ser a prueba de este tipo de liderazgos. La elección a tres vueltas resultante de la combinación de nuestro particular régimen de primarias y del ballotage “criollo” junto a un vetusto método de votación suponían una poderosa barrera de entrada para una candidatura surgida por fuera de las estructuras partidarias tradicionales. Sin embargo, el tsunami del desencanto y bronca respecto de los partidos establecidos fue lo suficientemente poderoso como para que Javier Milei lograra ser el candidato más votado de las PASO, se colara en el ballotage relegando a la que hasta entonces era la principal coalición opositora al kirchnerismo, y gracias la pésima gestión del gobierno del Frente de Todos, derrotara con contundencia a Sergio Massa en la segunda vuelta del 19 de noviembre.
Paracaidismo
En términos políticos, pensando en lo que han sido estas cuatro décadas de democracia, nuestro país ingresa en un territorio desconocido. La Presidencia recaerá en una figura cuya candidatura se forjó en los estudios de televisión, sin estructura partidaria y que en poco más de dos años saltó de una banca de diputado raso a la Presidencia sin escalas. Este fenómeno, que no ha sido extraño en otros países de América Latina, es absolutamente novedoso. Se trata a la vez del presidente con mayor debilidad en términos legislativos que hayamos visto probablemente desde la sanción de la ley Sáenz Peña, hace ya más de un siglo.
La llegada de Milei al poder en modo alguno es comparable al ascenso de Mauricio Macri en 2015. Muchos intelectuales tradicionales desprecian a Macri por no haber ingresado a la política a través de los canales que ellos consideran como legítimos: la militancia en la escuela y la universidad pública o en el ámbito sindical, seguidas de un cursus honorum en alguno de los partidos establecidos. Sin embargo, la llegada de Macri a la Presidencia fue mucho menos disruptiva que lo que muchos pretenden. Creó una fuerza partidaria nueva en 2003, ocupó una banca de diputado entre 2005 y 2007, construyó poder a partir del territorio luego de convertirse en Jefe de Gobierno porteño en 2007 y forjó una alianza con el no peronismo en 2015 que terminó por llevarlo a la Presidencia.
Mientras que el camino de Macri se parece más al de muchas fuerzas de izquierda que han llegado al poder por la vía democrática luego de una larga marcha signada a veces por derrotas electorales, el ascenso de Milei se asemeja más al anhelo que históricamente han tenido ciertos sectores de la derecha y el establishment en la Argentina. Esto es, llegar a la Presidencia como un paracaidista y desde ahí, libre de deudas y ataduras a las corporaciones y los partidos tradicionales, implementar reformas estructurales.
Se trata del presidente con mayor debilidad en términos legislativos que hayamos visto desde hace más de un siglo.
El año que viene será en este sentido de profundos desafíos. Por un lado, un presidente elegido con un mandato débil y con una situación de franca debilidad legislativa deberá lidiar con una herencia terrible, fruto de la peor gestión presidencial que haya visto nuestro país en democracia. A Milei no sólo le tocará implementar un nunca tan necesario plan de estabilización que logre poner en caja a la inflación, sino que también deberá reconstruir la autoridad presidencial, fuertemente dañada por el tortuoso experimento que Cristina Fernández de Kirchner diseñó en mayo de 2019, exitoso en lo electoral, pero desastroso y dañino en su fase arquitectónica.
Al momento de escribir esta columna resta poco menos de una semana para que Javier Milei asuma la Presidencia. Algunas de las señales que ha dado luego de su triunfo el 19 de noviembre son alentadoras. La dolarización parece haber sido archivada, y la motosierra da la impresión de haber sido reemplazada por un bisturí. En lo comunicacional Milei se esfuerza en bajar las expectativas de la sociedad, enfatizando que de no encarar medidas drásticas la situación podría empeorar, y que recién habrá de mejorar en 18 o 24 meses. Es decir, no está vendiendo humo ni prometiendo que la situación económica y social mejorará por arte de magia. Hace bien. El bastón presidencial, a diferencia del bastón de Moisés, que logró, con la ayuda divina, hacer llover maná del cielo, no hace milagros.
La victoria de Milei ha logrado generar un fuerte entusiasmo en aquellos segmentos que estaban cansados de la política tradicional y particularmente de los 20 años de hegemonía cultural del kirchnerismo en sus distintas encarnaciones. En cierto modo, el triunfo del economista libertario, el confinamiento del kirchnerismo al conurbano bonaerense, el peor desempeño histórico del peronismo en una elección presidencial y la sucesión de derrotas a nivel provincial, son todas señales del fin del ciclo iniciado el 25 de mayo de 2003. Y también son señales de crisis, situaciones en lo que lo “viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”.
Prueba de fuego
La experiencia que atravesará la Argentina es inédita en nuestra historia, pero no en la región donde la llegada al poder de outsiders sin respaldo legislativo ha sido un fenómeno recurrente. La situación que vamos a enfrentar es decididamente desafiante. Un gobierno débil debe comenzar su gestión con un fuerte ajuste y tener éxito en un período bastante más breve que los 18 o 24 meses que Milei ha señalado que demandará bajar la inflación. Todo ello en un contexto regional donde las lunas de miel de los gobiernos nuevos son cada vez más breves, como muestran las experiencias de Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia.
¿Por qué sostengo que Milei es un presidente débil? Si bien triunfó con una amplia diferencia en la segunda vuelta, su núcleo duro de votantes es el tercio del electorado que lo votó tanto en las primarias como en la primera vuelta. En segundo lugar, su fuerza política cuenta con sólo el 10% de las bancas del Senado y el 15% de la Cámara de Diputados. Finalmente, Milei, a pesar de sus guiños al peronismo, enfrentará la oposición en las calles de las organizaciones que desde hace años administran la protesta social: sindicatos y movimientos sociales, mucho más afines con el peronismo, y que históricamente han sido un verdadero karma para los gobiernos no peronistas.
Milei enfrentará la oposición en las calles de sindicatos y movimientos sociales que históricamente fueron un verdadero karma para los gobiernos no peronistas.
Este tipo de situaciones han sido estudiadas extensamente por la Ciencia Política. Juan Linz, fuertemente crítico de los sistemas presidenciales, identificaba como uno de los mayores problemas de este tipo de regímenes la competencia de legitimidades entre la Presidencia y el Parlamento, ambos surgidos del voto popular. Otro de los problemas señalados por Linz era la propensión a la parálisis legislativa cuando el candidato de un partido no contaba con mayoría en el Congreso, situación que a diferencia de lo que ocurre en el parlamentarismo, no tiene soluciones simples en las democracias presidencialistas. Años más tarde, Guillermo O’Donnell reforzó las críticas de Linz en su clásico trabajo sobre la democracia delegativa. El presidente se siente con derecho a hacer lo que le parezca correcto sin otras limitaciones que las crudas relaciones de poder y el período de su mandato. Al comienzo, debido a la urgencia de la situación que requiere actuar con rapidez, el presidente aprovecha la popularidad típica del comienzo de su gestión para pasar por encima del Congreso. Popularidad que tiende a caer con el paso del tiempo si las medidas económicas no dan resultado, lo cual da lugar a que el jefe de Estado pase de la omnipotencia a la impotencia. El presidencialismo de coalición, un fenómeno común en varios países de América Latina, fue la solución que la política encontró para sortear los problemas de las democracias presidencialistas identificados por Linz.
Para cuando este artículo haya sido publicado Milei ya habrá asumido y habrá enviado al Congreso una ley ómnibus solicitando una amplia delegación de facultades. ¿Habrá un Milei pragmático dispuesto a negociar ciertos aspectos del mega-paquete? ¿O aplicará la lógica que públicamente sugirió Diana Mondino de sacar por decreto de necesidad y urgencia todo aquello que el Congreso no trate o demore?
Hay una vasta literatura originada en la experiencia de los años ´80 y ´90 del siglo pasado sobre las condiciones políticas necesarias para el éxito de los planes de estabilización y reformas estructurales. También hay una amplia literatura basada en la evidencia empírica sobre la suerte que le toca a los presidentes que no cuentan con un escudo legislativo, una vez que cae la popularidad. Es deseable que quienes están por asumir la alta responsabilidad de conducir la Argentina y que tienen la misión de sacarla, no ya de una década, sino de medio siglo de estancamiento, estén familiarizados con ambas bibliotecas. Su suerte, y la nuestra, depende de ello.
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