ZIPERARTE
Domingo

Es gracioso porque es racista

Estos días se estrenó 'The Chair', una comedia sobre cuestiones raciales, y se canceló un episodio de 'The Office' que hacía lo mismo pero sin solemnidad. El humor ya no hace reír.

La misma semana en que empecé a ver The Chair, “la nueva comedia de Netflix”, me enteré de que Comedy Central había cancelado el capítulo más gracioso de la serie The Office. Eso me hizo pensar en el género comedia, no como crítica sino como espectadora.

“Diversity Day” es el segundo episodio de la versión americana de la serie The Office. El primero escrito por guionistas estadounidenses, ya que el piloto había tomado la misma estructura narrativa de la serie británica. Es uno de los más graciosos y es el que va a marcar el tono general de la comedia. La gerencia envía a alguien (un hombre negro) a dar una capacitación en cuestiones de diversidad racial, respeto y tolerancia. Michael Scott (Steve Carell), el jefe, no lo sabe pero él es el único destinatario de esta acción. Porque Michael es incorrecto y hace todo mal. Volví a ver el capítulo y confirmé lo que recordaba: hay un chiste atrás del otro. Era 2005.

En 2021 ya no quedan series así, a excepción de Curb Your Enthusiasm, que sigue resistiendo gracias al dinero y la obstinación de Larry David. Es como si los comediantes hubieran claudicado: la cancelación es una espada de Damocles. Nadie quiere ofender a nadie.

Es como si los comediantes hubieran claudicado: la cancelación es una espada de Damocles. Nadie quiere ofender a nadie.

La noticia dice que el canal Comedy Central borró, silenciosamente, el capítulo “Diversity Day”. Está la serie completa excepto ese capítulo. Y a nadie le asombra. Lo que se repite es el consabido: “eso no podría hacerse hoy”. Tampoco alcanzan las aclaraciones de las plataformas sobre el contenido de las series y las películas, esas que aparecen arriba, como un intento de proteger nuestras posibles sensibilidades.

Durante la misma semana me puse a ver la nueva serie de Netflix: The Chair. Me interesó porque transcurre en una universidad, porque tiene pocos episodios y además son cortos. Seis de media hora. Aunque la advertencia es “desnudos y lenguaje inapropiado” no encontré nada de eso.

No había leído sobre la serie, me la encontré. Está ambientada en una universidad de elite norteamericana y dicen que es una comedia. En las reseñas y comentarios también la caracterizan como dramedy (un poco de drama y un poco de comedia) y otros como rom-com (comedia romántica). Pocos minutos bastan para saber que las cuestiones identitarias van a estar en el centro: la presentación de los personajes parece salida de una actividad de sensibilización organizada por Michael Scott en la oficina para hacerse el diverso.

Abanderada ‘woke’

Hay una mujer coreana. Madre soltera con una hija adoptada mexicana. Es la directora, la primera mujer (“además, asiática”, se remarca muchas veces) que llega a ocupar “the chair”, la silla de directora del departamento de letras de la universidad. Hay viejos blancos privilegiados. Son los profesores que deberían jubilarse, que no innovan en sus clases y rechazan cualquier tipo de actualización pedagógica. Hay un rector también blanco privilegiado, conservador y obsesionado por la caída de la matrícula y las posibles demandas de los estudiantes. Hay un abogado, encargado de comunicación institucional y relaciones públicas tan insensible y privilegiado como el rector. Hay una profesora negra joven, militante, actualizada, combativa. Es la que muestra los avances disciplinares a partir de los “estudios de género y la teoría racial crítica”. Como abanderada de la generación woke, arremete contra la supremacía blanca y recita los mantras de la política identitaria. Una escena puede servir para conocer al personaje y, con ella, parte del tono de la serie.

La directora coreana le había prometido a la profesora negra conseguirle la titularidad. Aparentemente se lo merece, porque es brillante, pero se le ha negado hasta entonces “por mujer y negra”. Las autoridades –blancos privilegiados– se la quieren dar a un escritor famoso –blanco privilegiado– para atraer alumnos-clientes. La directora se ve obligada a ceder, intenta explicarle a su colega y amiga que ellos son los dueños. “Sólo tienen el edificio y el dinero”, contesta la profesora negra. “Dinero obtenido del azúcar, el algodón y los ferrocarriles, todo gracias a los negros y los asiáticos”.

En una comedia, los guionistas podrían salir de una situación como esta para cualquier lado, pero eligieron ponerse solemnes y levantar el dedito.

Hay otras mujeres, hay alumnas que hablan de la supremacía blanca, que le reprochan a la directora hacerse “la aliada” y no serlo porque apoya a un profesor blanco. Porque también hay un profesor blanco, no de los viejos conservadores, sino uno más joven y progresista. Es un escritor reconocido y prestigioso entre los estudiantes. Un escritor desaliñado, alcohólico y drogón. También un poco patético y perdedor. Canchero, querido y admirado, pero por escasos minutos, porque pronto se desencadena el principal conflicto de la temporada: en una clase bromea con el saludo nazi y a los alumnos no les parece correcto. Lo viralizan, protestan, reclaman, lo increpan, le exigen disculpas. La universidad se hace eco. El profesor estrella se ha convertido en un problema. También acá el humor hubiera sido una buena opción en cualquiera de sus variantes –absurdo, parodia, caricatura–, pero no, otra vez optaron por la ceremonia.

También acá el humor hubiera sido una buena opción en cualquiera de sus variantes –absurdo, parodia, caricatura–, pero no, otra vez optaron por la ceremonia.

El profesor acusado de nazi es además el interés romántico de la directora y aunque tienen cero química el guion insiste en que se gustan, aunque no congenian. Él representa el pasado y ella el presente. (Me refiero también a la idea actual sobre la literatura en Estados Unidos, que ha dejado de ser un lugar cómodo para los hombres. Los nuevos Carver, Bukowski, Salinger o Hemingway deberán demostrar que son “verdaderos aliados”.) La primera temporada le dejará algunas enseñanzas al personaje del profesor. No está bien que haga chistes sobre Hitler, no está bien que tome alcohol o ande con sus pastillas, no está bien que esté en una oficina con una alumna a puertas cerradas. Deberá cuidarse.

Finalmente, en la serie también están los estudiantes. Hay alumnos progres enojados con el mundo y con las generaciones anteriores, enojados con el escritor Herman Melville porque era violento con su esposa y también con su novela Moby Dick porque en el barco ballenero no había mujeres.

Una comedia que no hace reír

No sé si está mal la serie, ni siquiera podría decir que es maniquea en el tratamiento de los conflictos. El problema es el humor. El problema es el género. El problema es que se anuncia como “la nueva comedia de Netflix”. El problema es, tal vez, el mundo que representa. Ese micromundo de la nueva izquierda identitaria primermundista y sus derrames hacia el subdesarrollo.

En The Chair –en sus promociones, en su estrategia de venta, en su posicionamiento– lo importante es el género, pero no el género de la serie sino el de la gente que la hace: la creadora, la protagonista, las guionistas. Después de la identidad femenina que vuelve una y otra vez como una obsesión, vienen en cascada todas las identidades de los personajes que las guionistas no quieren que olvidemos. Toda ficción habla de su tiempo. Por eso El Quijote de Pierre Menard, aunque coincida palabra por palabra con el de Cervantes, es un texto diferente, porque fue escrito cientos de años después y así también fue leído.

The Chair habla de estos tiempos, en contenido y en forma. Entonces es una comedia que no hace reír. Cuando el humor no se hace con palabras y con ingenio hay que recurrir a otras cosas, por eso el profesor caído en desgracia termina montado en un monopatín, se estrella contra un arbusto y sale con hojas en la cabeza. La parte de humor en la comedia The Chair quedó exclusivamente en los enredos, las corridas y los tropezones.

A raíz de la cancelación de “Diversity Day” me acordé de un video de Saturday Night Live en el que Ricky Gervais, creador de la version original de The Office, dice que pocos saben que para crearla él se inspiró en una serie japonesa. Entonces sigue un sketch en el que Steve Carell y los actores de SNL representan la hipotética serie japonesa. Cuando termina, lo encontramos a Gervais tentado. Y dice: “Es gracioso porque es racista”.

Tanto Gervais como Carell responden que seguramente no podrían hacer hoy The Office sin enfrentarse a las hordas virtuales de ofendidos

Cada vez que les preguntan, tanto Gervais como Carell responden que seguramente no podrían hacer hoy The Office sin enfrentarse a las hordas virtuales de ofendidos, sin terminar en la cancelación, sin caer en los reparos de los productores o las cadenas televisivas o las plataformas que se negarían a programarla. “Hoy eso no podría hacerse”. Es muy extraño el uso insistente del verbo “poder” para hablar de la creación artística y de ficciones en el contexto de democracias liberales. ¿Cómo lo naturalizamos?

Cuando en el capítulo “Diversity Day” Mister Brown –el negro que vino a adoctrinar a Michael Scott y del que se burla por su apellido– termina su tarea, obliga a Michael a firmar un compromiso que redactó la gerencia: se debe disculpar por haber ofendido a sus compañeros. Pero él redobla la apuesta y, cuando el enviado se va, decide hacer su propia actividad por la diversidad. Dice que será más intensa y emocionante, que los va a hacer llorar y que al racismo hay que atacarlo con todo: “Abraham Lincoln dijo: si eres racista, te atacaré con el Norte”.

Ofende e incomoda: es gracioso.

Y a Michael Scott, el gerente de sucursal, lo sigue Dwight, su autoproclamado asistente en la gerencia. A lo largo de las temporadas, Dwight va a crecer como personaje: supremacista blanco, amante de las armas, a favor de la eugenesia. Dwight es gracioso porque es racista.

Michael Scott les explica a todos su actividad. Pone en la frente de cada uno un papel con una raza y ellos deberán adivinarla a partir de los comentarios de sus compañeros. Les pide que refuercen estereotipos, quiere sangre. Pone enfrente a dos compañeros con carteles de “negro” y “judío”. “¡Uh! Esclavitud versus Holocausto. Son las olimpíadas del sufrimiento”. Todo es gracioso en este capítulo, cada gesto, cada línea, cada remate.

Dwight tiene el cartel que dice “asiático”. Su compañera le dice: me gusta tu comida. Pero él no acierta. Michael presiona, quiere estereotipos: que se ponga feo. Entonces ella accede, le dice que si tuviera que guiarse por estereotipos (no está de acuerdo, se ataja, es cuidadosa con las palabras, es correcta) le diría que es una persona que no maneja bien. Dwight estalla: “¡Oh, no! ¿Soy una una mujer?”

 

 

 

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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