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Hace un año que gobierna Javier Milei y el balance principal —dada nuestra permanente crisis material— pasa por la economía. Desde mi perspectiva, y teniendo en cuenta el punto de partida, hay poco para objetar: la inflación está bajando, las reservas crecen, algunos sectores empiezan a recuperarse y la desburocratización avanza. ¿Las red flags? Habrá que ver cómo responde una economía frágil que se abre al mundo y considerar si, siempre y en todo lugar, tiene sentido desfinanciar al sector público. Por ahora, todo parece bajo control. En un año hablamos.
Sin mucho más que agregar, el diagnóstico económico detallado se lo dejamos a los economistas, que están por todos lados, devorando la conversación pública. Además, lo que a mí más me intriga de este gobierno tiene que ver con otra cosa, con aquello que más dice despreciar: la política. El ejercicio de poder en esta experiencia política genera tanto cringe como resultados. Es un verdadero enigma. ¿Cómo se traduce esta cultura política? ¿Será como dice Da Empoli, que equivale a ira + algoritmos? ¿Memética y baiteo? ¿Aceleracionismo de derecha? ¿Libertarianismo neurodivergente? Un misterio que me confunde.
Justo cuando mi análisis tambalea, aparecen en X clips del presidente hablando en la CPAC, la conferencia conservadora que se hizo esta semana en Buenos Aires, haciendo referencia a un decálogo para la acción política. Más tarde, el presidente publica en Instagram una placa con los diez principios. Los leo. Lo terrible, a primera vista, no es el contenido, sino que acompaña la publicación con un tema de La Beriso. Ahora sí, analizo el cuadro con más detenimiento: Milei acaba de presentar su Manual de conducción política.
Hay muchísimo para analizar, pero creo que, en función de elaborar un diagnóstico sobre la cultura política de este gobierno, hay cuatro elementos que sería interesante resaltar.
1. Acelerar
Cuando el adversario canta retruco, nosotros quiero vale 4. Retroceder nunca, siempre acelerar y caminando hacia el fuego.
–Javier Milei en la CPAC
“Acelerar” no es solo una palabra, es la máxima filosófica del momento. Un primer acercamiento a esa filosofía nos conduce a una sola pregunta ¿Quiénes son estos fantasmas? El aceleracionismo es una filosofía que aborda el futuro, la transformación y el destino de la humanidad. Como cultura política, tiene vertientes por izquierda y por derecha. Sea cual sea el destino –el fin del capitalismo, el colapso ambiental, la aventura transhumana o la creación de imperios tecnocráticos interplanetarios–, la consigna es acelerar hacia él. Se acelera sin dudar, incluso si al final del camino nos espera el fuego. En el caso de Milei, es un impulso ciego, pero esperanzado, hacia el futuro. Es, también, la estética política del futuro cercano: Dark Gothic MAGA, la Agenda 2030 de Elon Musk. Podemos decir que es, incluso, el componente teleológico posible de una cultura política que, por pertenecer a esta época, no admite una filosofía de la historia con todas las letras.
2. Provocar
La mejor defensa es siempre un buen ataque. Cuando nos estamos defendiendo, perdemos la iniciativa, perdemos la agilidad, estamos aceptando los términos de discusión deshonestos del enemigo.
-Javier Milei en la CPAC
Si tenemos que poner una fecha, podemos decir que fue en 2008. Durante ese año, en Argentina se radicalizó una disputa epistemológica. Fue una lucha por definir los modos de acercarse a la verdad y construir la realidad a través del periodismo y la política. Desde la Ley de Medios y el “Clarín Miente”, hasta la competencia, cada domingo a la noche, entre Fútbol para todos y Periodismo para todos. En definitiva, era una disputa por establecer los términos de la conversación pública. El resultado fue devastador: llegamos a un punto donde los argentinos no podíamos ponernos de acuerdo ni siquiera para medir la inflación o la pobreza.
El gobierno libertario entendió que, en la era del streaming y las redes, no tiene sentido pelearse con la tapa de un diario o el orden de la grilla televisiva. Sin embargo, también escaló un nivel en la disputa epistemológica: la provocación permanente permite conservar la iniciativa al definir los términos de la discusión pública y se constituye como un elemento central de la cultura política libertaria.
3. Confundir
Sin teoría revolucionaria, tampoco puede haber movimiento revolucionario.
–Javier Milei cita a Lenin, discurso en la CPAC Argentina
En el análisis político abunda un exceso de racionalismo bobo. Desde esa lógica, Milei no sería liberal porque aún no levantó el cepo, ni libertario porque no cerró el Banco Central. Este tipo de análisis no tolera contradicciones y, cuando encuentra alguna, se pierde en el detalle: ¿cómo es posible que Milei cite a un comunista? ¿Cómo puede ser que el Gordo Dan haga referencias a la lucha armada? Sin embargo, en la confusión, mientras los analistas y opositores quedan desorientados por el triggereo y el bait, la acción política del presidente se fortalece.
4. Actuar
En definitiva, todos daban por hecho que íbamos a fracasar en lo político. Y hoy, los mismos periodistas y politólogos que descontaban que no lo íbamos a lograr, hoy reconocen, entre dientes, estar sorprendidos con el manejo del poder que tiene este gobierno.
–Javier Milei, discurso en la CPAC Argentina
Hasta hace algunos años, la voluntad política parecía un activo exclusivo del peronismo. Se llegó a creer que sólo ellos tenían “lo que hay que tener” para ganar elecciones, gobernar y completar mandatos. El período 2015-2019 nos ayudó a cambiar ese mindset. Finalmente, la experiencia de Alberto Fernández terminó de desmitificar la idea de que la voluntad política y el ejercicio del poder eran activos exclusivos del peronismo. Hoy, semana a semana, Milei sorprende por la intensidad con la que ejerce el poder, y esto ha dejado a más de un peronista desconcertado. Porque, para un peronista, la seducción radica menos en la ideología que en el lore del poder unipersonal.
Por otro lado, Milei también desconcierta a liberales y republicanos, cultores del pluralismo y la democracia. Su desprecio por las formas y los modos convencionales de negociación institucional pone en jaque esas convicciones políticas. Buena parte de sus acciones, reacciones y gestos públicos son vistos como innecesarios, incluso absurdos. Empieza a quedar claro que todo eso que parece superfluo, todo lo que nos produce cringe, es el núcleo mismo de su cultura política. Y, más importante aún, es un elemento esencial en los resultados que obtiene.
El límite de la democracia
En este año más de una vez me he preguntado por qué el presidente no pisa el freno en determinadas ocasiones, por qué insiste en provocaciones que parecen innecesarias o en confundir incluso a sus propios aliados. Finalmente, concluí que esos gestos y acciones, que a primera vista parecen innecesarios y nocivos en el juego político de una democracia liberal, son en realidad el núcleo de esta nueva cultura política.
El antagonismo político no es nuevo en la argentina, pero se ha convertido en un fin en sí mismo y se conjuga con una conversación pública, como diría el filósofo Daniel Innerarity, repleta de “gesticulaciones sin consecuencias”. Dado el nivel de confrontación al que hemos llegado, esa falta de consecuencias podría considerarse como algo positivo. Pero surge una pregunta inquietante: ¿cuál es el límite de esa lógica dentro de una democracia?
No queda claro. Lo cierto es que, mientras el método de acción política venga acompañado de los resultados que persigue, Javier Milei va a profundizar el método. En esa profundización, algunos identifican un riesgo para la convivencia democrática. Sin embargo, y siguiendo nuevamente a Innerarity, parece que las democracias se han convertido en un reñidero donde el odio no es incompatible con la fortaleza institucional.
En un año hablamos.
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