JAVIER GIANGIACOMO
Domingo

Sindicato Único de Youtubers

Mientras la reforma del mercado del trabajo sigue siendo tabú, la realidad laboral de muchos jóvenes escribe sus propias reglas.

En la Argentina nos preocupa más evitar ciertas palabras o ideas incómodas que discutir nuestros problemas estructurales. Basta con que alguien diga, por ejemplo, “reforma laboral”, para que una horda sacada de policías del pensamiento salga a tildar de “precarizador” y “flexibilizador” a quien se haya atrevido a mencionar el tema.

Sin embargo, como dirigentes, tenemos la obligación ética y la responsabilidad política de no dejarnos intimidar por el miedo a las palabras. La discusión de una reforma laboral es un tema pendiente y urgente desde hace años, por más que para algunos sea un término maldito y para otros sea más fácil mirar para otro lado porque “tiene demasiado costo político”. Si hay algo que aprendimos de la experiencia 2015-2019 es que somos mejores cuando nos movemos por nuestras convicciones más profundas y vamos a fondo con los temas que le van a cambiar la vida a los argentinos. Así que, para minimizar las acusaciones de los militantes del pasado y no herir susceptibilidades, en esta nota pasaré a hablar de “actualización laboral”. 

¿Qué Argentina queremos?

Que Mauricio Macri insista tanto con el Para qué del título de su libro no es casualidad: hace tiempo que nuestro país perdió la brújula. En un contexto como el actual, con una de las peores crisis sociales y económicas de las últimas décadas y a meses de una elección presidencial, los espacios políticos tenemos la obligación de responder cuál es el modelo de Argentina que proponemos.

El PRO planteó desde sus orígenes la idea de una Argentina moderna, integrada al mundo, vanguardista, innovadora y con la mirada puesta hacia adelante. Donde cada uno de los argentinos no sólo pueda soñar con un futuro mejor, sino que tenga la certeza de que el esfuerzo y el trabajo valen la pena porque es posible lograrlo. Esa es la Argentina que yo quiero, y por la que milito desde mi paso –bastante hostil, por cierto– por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Volvamos entonces, con esa visión de país en mente, a enfocarnos en la cuestión laboral actual. Desde el momento en el que son necesarios aproximadamente 20 años de ahorrar la totalidad de un sueldo promedio para comprar un departamento de dos ambientes en Capital Federal, la movilidad social ascendente se convierte en un discurso utópico y vacío. Los jóvenes de clase media de entre 18 y 35 años, con expectativas tan básicas como independizarse a una edad razonable, han sido abandonados a su propia suerte. Las reglamentaciones anticuadas de dirigentes que se criaron en un mundo en el que la relación de dependencia y el trabajo estable eran un valor destacado (toda la vida en la misma empresa) están haciendo cada vez más difícil la existencia de empleos de calidad. Alquilar se volvió una tarea casi imposible. Tanto que hoy es un aspiracional para los jóvenes, mientras que el proyecto de la casa propia se ha vuelto directamente una quimera.

Los jóvenes no tienen ni idea de qué es una paritaria, porque el trabajo formal registrado privado está estancado desde hace más de 10 años.

Mientras tanto, el gobierno celebra con grandes anuncios propagandísticos cada vez que se cierran paritarias en alguno de los distintos rubros de la industria. Pero los jóvenes no tienen ni idea de qué es una paritaria, porque el trabajo formal registrado privado está estancado desde hace más de 10 años. Lo que sí crece es el monotributo, que se volvió una opción absolutamente normal para cubrir cualquier tipo de tarea, y el empleo en el sector público en todos sus niveles y en sus más diversas formas. El mundo laboral ya no es el de 1960.

Un estudio titulado “The World’s dream job” reveló que, según las búsquedas en Google, el empleo más soñado por los argentinos es el de influencer. Y no, no es una locura ni una frivolidad centennial. En Colombia, Venezuela y Ecuador el resultado es el mismo, y en Chile, Bolivia, Perú y Uruguay lo cambian por youtuber. Al mismo tiempo, un estudio realizado en conjunto por Open AI y la Universidad de Pennsylvania en marzo de 2023 afirma que el 80% de la fuerza laboral de Estados Unidos ya está alcanzada por herramientas de inteligencia artificial generativa en algunas de sus tareas.

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¿En qué categoría de la legislación laboral actual entran los creadores de contenido? Alguien que trabaja diez horas por día haciendo contenido para Twitch o YouTube, ¿trabaja en relación de dependencia? ¿Es un prestador de servicios? ¿Es un emprendedor? ¿Tiene su propia pyme? Lo mismo para cualquier otro trabajador de la economía de plataformas.

Sería ridículo querer tratar a los empleos del futuro como se trataba a los empleos del pasado. No habrá en el futuro sindicatos de youtubers ni paritarias de Twitch, aunque ya quisieran algunos. Si queremos proteger los derechos y el bienestar de los jóvenes en los empleos del futuro tenemos que ser creativos a la hora de repensar la forma en que organizamos el trabajo. ¿Dónde está el plan de reskilling y formación permanente que deberían delinear en conjunto el Ministerio de Educación, el de Trabajo y el de Producción (hoy devenido en Secretaría) para enfrentar estos cambios en Argentina? ¿O piensan también hacerle la guerra al Chat GPT como hicieron con las SAS?

Actualización urgente

Ningún argentino con las posibilidades económicas del caso y en su sano juicio preferiría usar un Nokia 5200 antes que un smartphone ni una Commodore 64 antes que una MacBook. El mundo cambia y nosotros cambiamos —o deberíamos cambiar— con él. La tecnología evoluciona y nosotros evolucionamos con ella. Sin embargo, mencionar la idea de que en muchos aspectos nuestra forma de organizar el trabajo está obsoleta es motivo de acusaciones de lo más absurdas, aún cuando la legislación vigente se redactó antes de que existiera Internet.

Con una mano en el corazón: ¿realmente creemos que vamos a encarar los desafíos del futuro del trabajo con normativas laborales del siglo pasado? La respuesta parece evidente. Hoy, la mayoría de los jóvenes con la posibilidad de trabajar para el exterior y cobrar en dólares o en cripto eligen hacerlo. La cuestión de si entran o no sus fondos al país, de si quedan en blanco o en negro queda para después, porque si quieren hacerlo todo en regla entonces el Estado les pesifica el fruto de su trabajo al valor del dólar oficial. Además, si se quedan en negro pueden ahorrarse todo tipo de aportes, incluidos los jubilatorios. La lógica de su razonamiento es irreprochable: “¿Por qué un Estado ineficiente tiene que decidir adónde invertir mi plata y cómo será mi futuro económico? Si actualmente la jubilación mínima es una miseria y no alcanza para nada, imagínate lo que va a ser cuando me jubile en 30 años, para eso prefiero ser yo quien asegure mi retiro”. Existen, incluso, plataformas globales como Deel que directamente automatizan esos procesos para contratar y pagar internacionalmente.

Recientemente en Estados Unidos se planteó una discusión que creo que sería muy importante que se instale en nuestro país: ¿cuál es la categoría laboral bajo la que se contrata a un creador de contenido o a un trabajador de la economía de plataformas? ¿Es realmente el monotributo la solución a esto?

En la Argentina nos empeñamos en usar toda la creatividad disponible para inventar cada vez más trabas que conviertan en un desafío titánico el simple trámite de cobrar un sueldo fuera del país.

En paralelo, existen cada vez más personas que trabajan para el exterior. Se calcula que este año ese número creció un 23%.  Las fronteras que “dividen” el mundo son cada vez más del pasado. Hoy en día está todo mucho más interconectado.  Pero en la Argentina nos empeñamos en usar toda la creatividad disponible para inventar cada vez más trabas que conviertan en un desafío titánico el simple trámite de cobrar un sueldo fuera del país.  Y esto en un contexto en el que todos esos dólares ayudarían a “mover” la economía estancada que tenemos.

Por todo esto propongo que, ya que estamos en un año de campaña electoral, la fuerza política que gobierne en el periodo 2023-2027 se comprometa a:

  • Generar una actualización laboral integral que incluya mecanismos que funcionen para contemplar a los generadores de contenido, freelancers y trabajadores de plataformas al sistema formal.
  • Establecer un plan nacional de reskilling y capacitación permanente realizado de forma conjunta por el Ministerio de Trabajo, el de Producción y el de Educación.
  • Generar mecanismos de convergencia para que los freelancers y startups que trabajan con el resto del mundo puedan traer los dólares que obtienen por su trabajo a nuestro país a valor de mercado (y no al que se le ocurre al Estado) de forma legal.
  • Rediseñar todo el sistema de aportes laborales y brindar la posibilidad de elección a cada trabajador sobre su presente y su futuro.

O claro, la opción más fácil y segura es seguir intentando formar el Sindicato Único de YouTube mirando el mundo en blanco y negro, a ver cómo les va.

 

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Darío Nieto

Legislador de la Ciudad de Buenos Aires, licenciado en Ciencias Políticas (UBA).

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