ZIPERARTE
Domingo

Sos inimputable, hermano

Sergio Berni es el más extraño de los proyectos alternativos que se guarda el kirchnerismo para su supervivencia.

Sergio Berni es el candidato post apocalíptico con el que el peronismo puede intentar renovarse en el poder. De quienes se pusieron en carrera (Alberto, seguro; Wado, más tímido), es el Teniente Coronel Médico, cinturón negro de karate y ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, el único que puede hablar de otra cosa sin parecer que quiere disimular las responsabilidades: es la gran ventaja de ser un personaje de ficción.

La ilusión primaria que crea en las masas su imagen contenedora y violenta es que pueden mejorar sus probabilidades de no tener que suplicarle a delincuentes en una entradera, o en una salidera, por sus vidas, o de no morir intoxicados en una simple y cordial juntada a drogarse. A los votantes jóvenes su condición de personaje extremo que se pasea con una ametralladora de madrugada y se cuelga de un helicóptero para desprenderse como un ranger los excita en su razonable irresponsabilidad juvenil y le da color a su falta de destino, tanto como lo hacen los rugidos del león Javier Milei. La larga risa de todos, todos estos años.

El proyecto del milico democrático que propone orden y excita a las masas con su lírica castrense no es nuevo. Berni es un intento más de la ficción política argentina de que ascienda, por las buenas, y hasta por encima de su competencia, un soldado. Tal vez sea el mejor intento, aun cuando no corone. Porque es un antisistema sistémico, que puede hablar la lengua dura de la tradicional antipolítica tirándole hate a sus colegas en el  show de Fantino, sin dejar de encarnar al mismísimo Estado; una genialidad que no debe nada a su talento y sí todo a la anomia y al descalabro institucional.

Berni alimenta sus posibilidades porque en la villa, en el barrio y en el country, el pueblo tiene miedo de verdad.

Berni alimenta sus posibilidades porque en la villa, en el barrio y en el country, el pueblo tiene miedo de verdad, pero también porque su acento milico se talla desde el espectro blanco, puro, transparente, de la oposición. No hace otra cosa que fomentar esa praxis la compañera Patricia Bullrich cuando hace la venia o se hace filmar cuando los uniformados le muestran respeto de la misma manera. Si esa complicidad con lo policial y castrense se volvió primera marca de la política, cualquiera que transite por ese pavimento multi-legitimado se beneficiará. Y el que se beneficia más es al que le queda mejor ese traje. Berni domina el lenguaje del hampa, y sabe qué calibre de bala llevan los FAL. 

(En ese sentido, pienso que Bullrich es un poco víctima de su ejercicio de ya media vida para transformarse en dirigente de la derecha no peronista, porque debió descontar su condición juvenil de militante montonera y post-montonera. Hoy, que ese pasado sea más reconocible, le vendría fenómeno para crear más expectativa, y no ser solo una respetable señora de Recoleta que quiere el orden. Le ayudaría a dar la impresión, crear la ilusión, de que eventualmente se puede poner loquita y liquidar el régimen especial de Tierra del Fuego. Por decir.)

Al menos, Bullrich asume que Berni se ha ganado su medalla de Avenger y le extendió en diciembre una visa para pasarse a Juntos por el Cambio. Menos por las ganas de que suceda, que por asociarse a su imagen. En cambio, otra figura emergente de la oposición, la abogada de Salto, Florencia Arietto, que juega en esa misma liga de dureza ornamental, comete el error de criticarlo. Mi tesis: tal cosa no tiene sentido. Porque es como criticar a un perro de Paw Patrol y esperar que se diriman las cosas bajo un jurado racional que es la opinión pública.

La ficción de Berni se sostiene independientemente de los hechos. Es, podríamos decir, el farsante total.

La ficción de Berni se sostiene independientemente de los hechos. Es, podríamos decir, el farsante total. Sus cuentos, como que revivió a un bebé sacándolo por la ventanilla y dándole un golpe de aire helado en una noche cerrada, andando a los tumbos en una camioneta, por un camino de tierra del sur profundo; o que alguna vez operó con René Favaloro, o la cronología de su ingreso a la carrera militar y sus estudios de medicina, no cierran demasiado, se pierden en un agujero negro donde van a parar las líneas de tiempo imposibles, aunque cuenta a su favor con el exitoso sistema de repregunta cero de la prensa argentina que asegura escapar de las precisiones en un fade piadoso hasta la próxima pregunta.

La ventaja de ser un extravagante con anécdotas fantasiosas es que, aun las que no se cuentan pueden darse por buenas. Es posible que Berni no haya participado de un enfrentamiento armado, o que no haya roto el cuello de un delincuente en una de esas maniobras que hacía Jack Bauer, pero podríamos creer que lo hizo. Y le da ventaja para presumir de salvador si el escenario se vuelve más caótico como consecuencia de la inflación y el desgobierno y operar como algo más que un semáforo para el terror de la noche: puede encarnar las ansias de venganza, las ganas de matar retenidas en cualquier ciudadano contra sus representantes. Por eso se saltea cada vez que puede el tema de la seguridad y hace miniturismo por zonas en conflicto como en Corrientes, la semana pasada, o con declaraciones fuertes, contrarias a la prudencia promedio de los gobernantes, pero para que se escuchen fuerte en los hogares de Río Negro y Chubut, el año pasado, cuando los llamados mapuches atacaron propiedades privadas. 

Berni necesita que alguien esté haciéndolo siempre mal y parece no deberle nada a nadie. 

La falla democrática produce un sinfín de desgracias y los políticos evitan poner el cuerpo por miedo, vergüenza o porque son responsables. Esperan entonces que el escándalo sature en los medios y ahí es cuando reaparecen. En esa parábola de tiempo es donde Berni hace su espectáculo y se vuelve inolvidable aun cuando no resuelva absolutamente nada, porque no es su trabajo, solo apuntarlo y denunciarlo. Berni necesita que alguien esté haciéndolo siempre mal y parece no deberle nada a nadie. 

Tampoco parece tener compromisos con banderas ni apegos emocionales con circunstancias históricas. De hecho carece del elemento más elitista del kirchnerismo que es el de actuar como herederos de la juventud maravillosa. Berni puede conmoverse con los familiares de las víctimas del comedor de Seguridad Federal, de la familia policial, pero aún así pudo funcionar como kirchnerista, porque alguien de su perfil pudo haber sido contratado por Rodolfo Walsh para colocar el explosivo.

 

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Esteban Schmidt

Periodista y escritor. Autor de The Palermo Manifesto (2008).

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