ZIPERARTE
Domingo

No tan fake news

Expresiones de moda en el mundo, como infodemia, discursos de odio o negacionismo, acá los usa mal el oficialismo, muchas veces como excusa para intentar controlar el discurso.

Me hartaron las fake news. Corrijo, estoy harta del uso de la expresión fake news para cualquier cosa: chistes, memes, evidencia contraria a nuestras opiniones, pereza, mala fe, clickbaits, inoperancia periodística. Como muestra, invito a releer lo que que escribió Gustavo Noriega a partir de un chiste en Twitter tomado como noticia.

En estos días, el episodio con Franco Rinaldi fue en otro sentido. Ya no se trató de una incomprensión del contrato de lectura. Hubo medios que aprovecharon la oportunidad para llevar agua a sus secos molinos, más políticos que periodísticos, y entonces no dudaron en recurrir a la ficción.

La información, en el país, ha dejado de ser algo objetivo y se ha vuelto fantasía, tanto en los diarios, la radio y la televisión como en la boca de las personas. “Informar” es ahora, entre nosotros, interpretar la realidad de acuerdo a los deseos, temores o conveniencias, algo que aspira a sustituir un desconocimiento sobre lo que pasa, que, en nuestro fuero íntimo, aceptamos como irremediable y definitivo.

El que escribe es Mario Vargas Llosa y el país del que habla es Perú, no en un ensayo sino en una novela del año 1984: Historia de Mayta, una crónica que sigue a un trotskista revolucionario. El cronista rastrea los hechos y también pinta una sociedad en decadencia en la que ya no importan esos hechos. Los propios deseos, temores y conveniencias, así como la abierta mala fe, suelen dictar titulares.

Pero no sólo de maldad vive el hombre. Ni el periodismo. Como nos recuerda siempre Bioy: “El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez”.

Intuyo que, aun después de conocido el video del accidente de tránsito, los tituladores se dejaron llevar. Pueden ser las rutinas productivas de las redacciones, canales y radios las que empujan a la inercia, las condiciones de precarización de los periodistas, la paga insuficiente, la falta de formación; cualquiera de estas cosas o la suma de varias, pero lo cierto es que después de ver y mostrar cómo una bicicleta cruza en rojo y se lleva por delante un auto, insistieron con los títulos en sentido contrario.

Puesto que es imposible saber lo que de veras sucede, los peruanos mienten, inventan, sueñan, se refugian en la ilusión. Por el camino más inesperado, la vida del Perú, en el que tan poca gente lee, se ha vuelto literaria.

No todo lo que se consigna como fake news lo es y tal vez el malentendido no sea más que un problema de traducción. La indignación al grito de ¡fake news! ante cualquier cosa que no confirma lo que creemos podría ser morigerada si volvemos al significado. Todos sabemos lo que es una noticia falsa y podemos distinguirla si nos tomamos el tiempo y queremos hacerlo, sin embargo la expresión en inglés formada por un sustantivo y un adjetivo se ha desplazado aquí, convirtiéndose en un sustantivo para definir cosas diversas.

Ensamblados en Tierra del Fuego

El 6 de mayo de 2020 el senador Adolfo Rodríguez Saá presentó ante el Congreso de la Nación el Proyecto de Ley “Sobre protección y defensa por publicaciones de contenido ilegal en plataformas de proveedores de servicios de redes sociales – fake news –”.

El proyecto dice que el objetivo es la protección de las personas afectadas  “por publicaciones de contenido ilegal en plataformas de proveedores de servicios de redes sociales”. ¿Qué es el contenido ilegal? Lo determina el mismo proyecto. Lo voy a copiar porque me costaría sintetizarlo.

Se entiende por publicaciones de contenido ilegal:

a) Noticia falsa: aquella que carece de veracidad y se transmite a través de diversos portales de comunicación y/o redes sociales, cuyo objetivo principal sea:

1) Deshonrar o desacreditar intencionalmente a una persona humana;

2) Imputar a una persona humana la comisión de un delito concreto y circunstanciado, que dé lugar a la acción pública;

3) Infodemia: Provocar y/o incentivar el pánico, la angustia o promover conductas incorrectas en caso de pandemia, epidemia y/o enfermedad infecto contagiosa.

b) Discurso de odio: aquella expresión o mensaje destinado a intimidar, discriminar o incitar al odio y/o a la violencia contra una persona o grupo de personas en base a su raza, religión, nacionalidad, género, orientación sexual, discapacidad u otra característica grupal.

Lo primero que llama la atención es la disparatada clasificación en a) con 1), 2), 3) en su interior, y b).

El proyecto contempla la creación de un Comité de Expertos encargado de evaluar y determinar si las publicaciones encuadran dentro de lo denominado contenido ilegal.

En Argentina tenemos una habilidad especial para tomar fenómenos, conceptos y modas globales y hacer nuestra propia versión del tipo “ensamblado en Tierra del Fuego”. Fake news, posverdad, infodemia, desinformación, negacionismo, discursos de odio son algunos de ellos. Es cierto que los neologismos, que muchas veces salen de sesudas investigaciones sociales y otras de la repentización popular, no siempre cuadran en el habla cotidiana y terminan usándose de manera errática.

La indignación al grito de ¡fake news! ante cualquier cosa que no confirma lo que creemos podría ser morigerada si volvemos al significado.

No hay nada que una a las palabras y las cosas, sin embargo los inventores de neologismos intentan olvidar la arbitrariedad constitutiva del lenguaje, toman dos palabras existentes, las mezclan ingeniosamente y pretenden que la tautología haga su trabajo. Como si se tratara de un idioma analítico donde cada palabra tiene la virtud de definirse a sí misma.

En el proyecto del senador, que no rehúsa las subdivisiones heterogéneas, no alcanzo a determinar, por ejemplo, si la infodemia es un objetivo de las noticias falsas (definidas como carentes de veracidad) o un subgrupo del contenido ilegal.

La redacción de un proyecto de ley encuentra no pocas dificultades en la mezcla entre neologismos, generalizaciones, objetivos políticos y sobreactuación progresista.

Hace un tiempo se hablaba mucho de posverdad, un término que en el hemisferio norte se puso de moda a mediados de la década pasada y se relaciona con el sesgo cognitivo por el cual es más probable que lleguemos a las conclusiones deseadas que a las contrarias. Nuestros prejuicios influyen en nuestras ideas y por eso tendemos a adaptar los hechos a nuestra visión y nuestra escala de valores.

En Argentina, en cambio, el neologismo posverdad sufrió un desplazamiento semántico, se usó como sinónimo de mentira y sirvió, durante cuatro años, para hablar del gobierno anterior.

También Alberto Fernández escribió una nota de opinión el 25 de marzo de 2018: “Orwell, Macri y la posverdad”.

Macri está convencido de que las cosas no son como son, sino como la gente cree que son. Una muestra despiadada de lo que algunos llaman “posverdad”. El diálogo lo declama y al mismo tiempo pisotea los consensos. Y todo transcurre mientras una fuerza comunicacional se ocupa de tergiversar la verdad.

Hay momentos en que siento que Macri organizó su gobierno inspirándose en Orwell y pensó que podría construir un mundo ficticio que funcione en paralelo al real.

Macri no advierte el riesgo que significa convocar a la esperanza lanzando frases sin sustento, porque, cuando la verdad queda al descubierto, la ilusión se hace añicos.

Son los años de Macri. Años vacíos de política y muy débiles en la gestión de la cosa pública.

No creo tener nada para agregar al respecto.

¿Quién observa al observatorio?

Infodemia también es un concepto importado con ensamblaje casero. En abril de 2020, con casi todos los ciudadanos encerrados, el Gobierno nacional hizo un anuncio:

La Organización Mundial de la Salud advierte sobre la infodemia, también conocida como fake news, una práctica que consiste en difundir noticias falsas sobre la pandemia y que aumente el pánico en las sociedades.

Después de la advertencia venía el consejo: confiar solamente en la información oficial del Ministerio de Salud. La información oficial –y su ampliación mediática– hablaba de la infodemia como un mal “que acecha a nuestra sociedad y corre a mayor velocidad que el virus, invade con noticias poco confiables, maliciosas o falsas, que aumentan el pánico, alimentan la angustia o promueven conductas incorrectas”.

Los discursos de odio primermundistas tienen su propia versión local, berreta y maniquea, custodiada por inadis y nodios.

Por eso la Agencia Télam inauguró la plataforma Confiar, un espacio dedicado a verificar los datos circulantes y a “brindar herramientas a los ciudadanos para detectar las noticias falsas o inciertas y despejar sus dudas a través de información veraz y chequeada. Informate correctamente y #QuedateEnCasa”.

Los discursos de odio primermundistas tienen su propia versión local, berreta y maniquea, custodiada por inadis y nodios.

El rimbombante Observatorio de la Desinformación y Violencia Simbólica fue diseñado para trabajar “en la detección, verificación, identificación y desarticulación de las estrategias argumentativas de noticias maliciosas y la identificación de sus operaciones de difusión”.

En esta variante, el fake de las noticias fue reemplazado por un adjetivo más ambiguo y teatral. ¿Qué serán las noticias maliciosas? ¿Qué observarán los observadores?

Durante su lanzamiento en 2020 se resaltó la importancia de la observación permanente, la construcción de conocimiento sobre el tema y la ausencia de objetivos persecutorios; un panel de expertos se explayó sobre el tema y cerró el psicoanalista Jorge Alemán con algunas consideraciones sobre el origen de los discursos de odio.

El neoliberalismo se caracteriza por disolver los límites. Y lo ilimitado y lo democrático son incompatibles. Para Lacan en el discurso capitalista hay un rechazo a la verdad y al amo. Hay que pensar en la transformación antropológica que hizo posible una subjetividad que fuera afectada radicalmente por las fake news y los discursos de odio. Creo que para hablar de fake news y discursos de odio hay que referirse a dos momentos del siglo XX. El primero es Foucault y su concepto sobre la libertad, en donde aparece el neoliberalismo y su dimensión ilimitada. Disuelve los límites. Luego, emerge Lacan y el discurso capitalista.

El observatorio seguirá observando pero, mientras tanto, ya sabemos adónde mirar cuando escuchemos a alguien incitando al odio o leamos noticias flojas de fuentes: al neoliberalismo.

Por último, está el negacionismo, que acá también es otra cosa. Las acusaciones de “negacionistas de la pandemia” a todo el que cuestionó una cuarentena discrecional, al que reclamó por las libertades individuales, al que no se dejó correr con amenazas y al que exigió a sus representantes la toma de decisiones en base a evidencia dejaron al descubierto que el intercambio de palabras no siempre está al servicio del diálogo y el entendimiento (incluso, durante 2020 y 2021, se usó con el mismo fin el término terraplanista).

Negacionista en Argentina es, básicamente, todo aquel que no está dispuesto a repetir consignas como verdades y a cuestionar con datos los enunciados cristalizados.

Fake news, posverdad, infodemia, discursos de odio y negacionismo son cosas diferentes.

Una opinión diferente a la nuestra no es un discurso de odio, cuestionar las mitologías no es negacionismo, pedir evidencia científica para la prescripción de vacunas no es infodemia y los relatos diferentes no son posverdad, apenas un ejercicio de pensamiento propio desde otra perspectiva. Qué importa, en la ensalada progre nacional podemos mezclar todo y echarle la culpa a la derecha que, por otra parte, está llena de trolls.

Un especialista en infodemia, infodémico

Los intentos por avanzar sobre la libertad de expresión partiendo de esta mezcolanza conceptual no son una exclusividad argentina. En 2005, Venezuela incluyó en su Código Penal una ley que penaliza la difusión de información falsa, en 2020 Nicaragua sancionó la ley de delitos digitales, hay proyectos presentados en Chile, Colombia, El Salvador, Panamá, Perú, Paraguay y Brasil. Políticos, organizaciones civiles y asociaciones internacionales de prensa alertan sobre los peligros, sobre la discrecionalidad, sobre la censura.

Mauro Brissio es “Magíster en Comunicación (UNLaM), consultor político, especialista en infodemia y fake news” y está en Twitter en una cruzada contra las informaciones falsas y a favor de la verdad. Así, en singular. Porque la verdad es una sola y justo, justo, justo coincide con lo que él piensa. Se le ocurrió entonces armar un proyecto de ley anti fake news y lo está militando con ganas en su cuenta personal donde tiene un tuit fijado:

 

El proyecto prevé un Consejo para el análisis objetivo de lo publicado, contrastación de datos y, “si el relato no coincide, multa”.

La propuesta de proyecto de ley anti fake news por ahora es un borrador y, por lo que pude ver, su autor está buscando adhesiones y aceptando sugerencias para su confección. Intrigada por el origen de la iniciativa y la evolución de las ideas, fui scrolleando y encontré una publicación de 2020 que me dejó pensando en el punto 7 del proyecto.

Las multas no serán únicamente para los integrantes de la comunidad organizada de operadores (medios, periodistas, productores, etc,) sino también para los influencers que la viralicen en las redes sociales.

Imaginemos por un instante que su proyecto contra las fake news y los discursos de odio prospera y se convierte en ley. ¿Le correspondería una multa al autor por este tuit, en tanto influencer que viraliza información en las redes?

De acuerdo a lo que propone su proyecto, el tuit de Mauro debería ser revisado por un “Consejo integrado por profesionales de distintas áreas que analizará objetivamente los datos difundidos y los contrastará con fuentes oficiales, datos científicos e investigaciones académicas para conocer la veracidad de la información”.

Al autor del tuit NO le cabría una multa sólo si se comprueba que:

  • Cada una de las personas que asistió a la marcha del 17 de agosto se fue de vacaciones en algún momento del período comprendido entre el 20 de marzo y el 17 de agosto de 2020.
  • Cada una de las personas que asistió a la marcha del 17 de agosto ejerció una posición monopólica en el mercado nacional del papel higiénico.
  • Cada una de las personas que asistió a la marcha del 17 de agosto ingresó al país (en un período de tiempo a determinar por el Consejo revisor de datos) desde el exterior portando el virus del COVID 19 en su cuerpo.
  • Cada una de las personas que asistió a la marcha del 17 de agosto organizó al menos una fiesta no autorizada.

Ahora bien, de acuerdo a mis convicciones personales, debo decir que, aunque no fueran probados como estrictamente verdaderos cada uno de sus cuatro enunciados y su generalización sobre las clases sociales pudiera considerarse como un discurso de odio por su proyecto de ley, la libertad de expresión del autor me parece un derecho inalienable en una república. Por eso, como ciudadana, no me siento en condiciones de apoyar su propuesta para la promulgación de una ley anti fake news.

 

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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