LEO ACHILLI
Domingo

Radicales libres y fuertes

La importante movilización en las internas de la UCR hizo visible un proceso de renovación que empezó hace tiempo. El desenlace será clave para Juntos por el Cambio y el futuro político del país.

Hasta hace muy poco tiempo, la supuesta desaparición del radicalismo era un lugar común en el análisis político argentino. Para observadores de todos los pelajes, el viejo partido había quedado asociado al pasado y, para los más piadosos, solo podía aspirar a ser proveedor de una estructura territorial de la que carecían las nuevas formaciones. Para los más interesados en confirmar el fenómeno, había desdibujado su identidad ideológica y su único destino era ser absorbido a diestra y siniestra por la conformación bifrentista de la política argentina.

En este mes, una convocatoria tan extravagante, por lo infrecuente en otros espacios, como la renovación de autoridades de comité en cuatro provincias (Córdoba, Buenos Aires, CABA y Neuquén) y la capital salteña movilizó casi 200.000 afiliados radicales y ocupó los titulares durante varios días. Los radicalólogos de todas las redacciones volvieron a tener un momento de centralidad ochentista.

¿Qué ocurrió?

En realidad, nada nuevo. La Unión Cívica Radical transita un camino de reconstrucción, que ya tiene varios años, luego del trauma que significó el final del gobierno de la Alianza, que la relegó a una intrascendencia que en algún momento pareció definitiva. La demostración de músculo político y capacidad organizativa en comicios que no eligieron cargos públicos sino autoridades partidarias es una consecuencia de decisiones políticas que le devolvieron vocación de poder, ampliaron su representación territorial y le permitieron encarar una renovación de su dirigencia.

Las autoridades electas en Córdoba, Buenos Aires y Neuquén (en CABA las elecciones son indirectas, por lo que las autoridades serán consagradas en un plenario de delegados) reflejan algunas de estas características. Son jóvenes, accedieron a espacios de representación en los últimos años y conformaron listas con paridad de género según indica la carta orgánica del partido desde 2019. Provienen en su mayoría de los semilleros predilectos del radicalismo: la militancia universitaria, el trabajo parlamentario (Maximiliano Abad fue presidente de la Federación Universitaria Argentina y es el titular del bloque de diputados provinciales de Juntos por el Cambio) y la representación de los vecinos a escala municipal (la dupla cordobesa de Marcos Carasso y Liliana Ruetsch y la bonaerense Erika Revilla son intendentes de General Cabrera y General Arenales, sus respectivas localidades).

La participación de dirigentes nacionales y figuras públicas en la campaña aportó una trascendencia pública que excedió los límites de la endogamia partidaria.

En paralelo, la participación de dirigentes nacionales y figuras públicas provenientes de distintos ámbitos en la campaña aportó una trascendencia pública que excedió los límites de la endogamia partidaria. El reclutamiento de referentes sin una participación activa previa en el radicalismo e incluso algunos con antecedentes en otros espacios parece indicar la reversión de una tendencia centrífuga que distribuía cuadros partidarios en todo el escenario político.

La deslocalización de las campañas distritales anuncia la estructuración de corrientes nacionales que dejan atrás la tribalización que cundió en los momentos más complicados. En los últimos comicios se eligieron, además de las autoridades provinciales, representantes para los órganos deliberativos de la UCR a nivel nacional (salvo en CABA, donde se decidió no convocarlas). Esto empieza a configurar la correlación de fuerzas que tendrá cada tendencia a la hora de decidir el perfil y la estrategia de futuro.

Fue justamente en una de estas instancias deliberativas que el radicalismo tuvo un primer acercamiento a la centralidad política. La Convención de Gualeguaychú, en marzo de 2015, implicó el primer acto de rebeldía de un partido contra el destino de extinción que le auguraba la casi totalidad de los observadores de la política argentina. En apretado resumen, 330 delegados provenientes de todas las provincias, de la Franja Morada y de los trabajadores radicales debatieron durante largas horas la estrategia partidaria. Mientras tenía lugar este ritual radical, los oradores eran transmitidos en vivo por todos los medios y acumulaban trending topics en las redes sociales. Un pintoresco cruce entre tradición y modernidad se produjo mientras se sucedían los discursos en la ciudad entrerriana.

La decisión que se tomó en aquella oportunidad perseguía dos objetivos centrales: integrar una coalición capaz de disputar el poder tanto a nivel nacional como provincial y recuperar representación territorial. Con altibajos, ambos objetivos se consiguieron. Las posteriores ediciones de “la Convención” ratificaron el rumbo y se colaron definitivamente en el calendario de la política argentina.

Causas y azares

Este momento del radicalismo fue analizado por algunos como una ruptura ideológica o un deslizamiento hacia el pragmatismo. En mi visión, fue la recuperación de una dirección que tiene sus raíces en los tiempos de la recuperación democrática. La principal innovación que produjo Raúl Alfonsín en la historia política argentina fue rebelarse ante lo que, en los años ’70, también parecía un consenso: el rol subsidiario del radicalismo con respecto al peronismo. Si algo definió al alfonsinismo fue el convencimiento de que era posible (y deseable) ganarle elecciones limpias sin proscripciones al justicialismo. “Es cierto que en ese tiempo [Balbín] de algún modo aceptó lo que podríamos llamar el statu quo en la relación de fuerzas entre peronistas y radicales. Yo discrepaba con esa actitud”, decía el propio Alfonsín en 1987, en diálogo con el periodista Pablo Giussani en su libro ¿Por qué, doctor Alfonsín?

El azar de la historia nos regala una extraña paradoja: la mirada de los sectores que consideraban en los años ’70 que el radicalismo solo podía pensarse como rueda de auxilio de un peronismo que lo había sucedido como representante legítimo del único y totalizador “movimiento popular”, es la que blanden, con algunos retoques, los dirigentes radicales que decidieron sumarse al gobierno kirchnerista. Sorprendentemente, todavía se anotan como herederos de Alfonsín.

Si algo definió al alfonsinismo fue el convencimiento de que era posible (y deseable) ganarle elecciones limpias sin proscripciones al justicialismo.

El camino que eligió la camada de dirigentes que protagonizó la Convención de Gualeguaychú es exactamente la contraria. La dirección elegida es la del discurso de Parque Norte, pronunciado por Alfonsín en diciembre de 1985 en el Plenario del Comité Nacional de la UCR, otro de esos ámbitos deliberativos que los radicales nos empeñamos en hacer funcionar, que contiene quizás la descripción más actual de nuestro país:

“La Argentina creció por agregación y no por síntesis. La modernización y la industrialización fueron así suturando procesos de cambio a medias, incompletos, en los que cada transformación arrastraba una continuidad con lo viejo, sobreagregándose a él. De hecho, la sociedad se fue transformando en una suma de agregados sociales que acumulaban demandas sobre el Estado y se organizaban facciosamente para defender sus intereses particulares. El resultado de esa corporativización creciente fue una sociedad bloqueada y un Estado sobrecargado de presiones particularistas que se expresaba en un reglamentarismo jurídico cada vez más copioso y paralizante, a la par que sancionaba sucesivos regímenes de privilegio para distintos grupos. Los costos de funcionamiento de una trama social así organizada solo podían ser financiados por la inflación que, como veremos, se transformó entre nosotros en la forma perversa de resolución de los conflictos”.

En función de este diagnóstico, lamentablemente vigente, se decidió conformar una coalición política donde se reunieron las diferentes tradiciones que se proponían disputar el gobierno al kirchnerismo, que se constituye en personero de este bloqueo eterno. “Los radicales, aun con esta importante cuota de socialdemocracia en nuestra composición ideológica, podemos sentirnos muy cómodos en un Congreso liberal o uno socialcristiano, según cual sea el tema que traten”, le decía Alfonsín a Giussani cuando prefiguraba la necesidad de una convergencia modernizadora.

De estos antecedentes se nutren las decisiones que posibilitaron lo que aparece como un paciente resurgimiento del radicalismo y la búsqueda de un rol renovado dentro de una coalición que enfrenta el desafío de institucionalizarse.

La consolidación de ese camino exige madurez en los próximos pasos. La competencia interna partidaria arrojó mayorías claras y minorías significativas. De la capacidad de contención de las primeras, de la voluntad de acompañamiento de las segundas y de la estructuración de una estrategia nacional que mantenga un sendero de crecimiento partidario que redunde en el crecimiento de Juntos por el Cambio dependerá el futuro de un partido que está próximo a cumplir 130 años.

 

 

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Marcos Arístides Duarte

Ex vice presidente de la FUA, director de Planificación y Coordinación de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación y asesor de la subsecretaría de Reforma Política del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.

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