LEO ACHILLI
Domingo

Una lancha más al Tigre

Las flechas doradas de María Gainza.

Un puñado de flechas
María Gainza.
Anagrama, 2024
248 páginas, $ 21.500.

 

Hay una escena de Barton Fink en que el protagonista, un dramaturgo presuntuoso y esnob, sale a almorzar con un productor de cine. Estamos a principios de la década del cuarenta: el mundo en guerra y Hollywood, a punto caramelo. Barton Fink llegó de Broadway atraído por el dineral que pagan los estudios, pero está contrariado, no sabe escribir películas taquilleras. El productor tiene poca paciencia con las almas sensibles y lo manda a hablar con algún otro escritor. «¿Pero quién?», dice Barton. «Estás en Hollywood –responde el otro–. Tirá una piedra y le vas a pegar a un escritor. Y haceme un favor: tirala fuerte». Esto último es innecesario. Los escritores somos muñecos frágiles y relativamente inofensivos (salvo para los árboles). Además, tarde o temprano nos hundimos solos: el pez por la boca muere. Concentrémonos, sí, en la apreciación estadística del productor de cine y proyectémosla al presente. Nunca en la historia de la humanidad hubo tantos escritores como hoy. El coro disonante que forman miles y miles de voces afónicas de tanto gritar para manifestar su individualidad es ensordecedor. Afortunadamente, la inteligencia artificial le va a poner coto a este desmadre, pero hoy por hoy la situación está desbordada. Sobre todo en Buenos Aires, donde se percibe algo así como un trastorno narcisista colectivo que afecta a un porcentaje alarmante de la población y cuyo síntoma más extraordinario es la compulsión impostergable de expresarnos por escrito. Los pocos que todavía no han publicado libros dan rienda suelta a su logorrea en los medios y en las redes sociales. Palabras, palabras, palabras. Por ejemplo, las que siguen a continuación. Como decía Graciela Martín Ruiz, la célebre puntera de Parque Patricios: “¿Qué le hace una lancha más al Tigre?”

La semana pasada fui a la Feria de Editores. Me impresionó la cantidad de editoriales, me abrumó la cantidad de gente. El 65% de quienes estábamos ahí hemos publicado libros. No tengo pruebas pero tampoco tengo dudas. “¡Qué maravilla, tantos libros, tantas editoriales, tanto público… y en plena crisis… la cultura es indestructible!”, se congratulaban algunos. Sospecho que hay quienes realmente creen que la mera proliferación es garantía de calidad. Esto es un disparate, por supuesto. Pero en algo tienen razón los optimistas: fuera del ecosistema que forman librerías chicas y grandes cadenas, grupos editoriales y casas independientes, distribuidoras, ferias, revistas, blogs, newsletters, grupos de lectura, talleres, etcétera, es mucho más improbable que surja una María Gainza, un Carlos Busqued, un Pablo Katchadjian. Quiero decir que cuanto más prolífica y heterogénea es una industria editorial, mayor es la probabilidad de que aparezca algo como, por ejemplo, El nervio óptico (Mansalva, 2014) que es, sin duda y por lejos, el libro más innovador que dio la literatura argentina en la última década.

Cuando salió ‘El nervio óptico’ fue como si alguien hubiese abierto la puerta de una habitación que había estado cerrada desde siempre.

Cuando salió El nervio óptico fue como si alguien hubiese abierto la puerta de una habitación que había estado cerrada desde siempre. Los buenos escritores no inventan nada; indican en direcciones inesperadas, nos enseñan lugares cuya existencia desconocíamos o habíamos olvidado. En el epílogo de su último libro, Un puñado de flechas, Gainza se ocupa precisamente de esto. Habla allí de una zona que descubrió escribiendo, “un estado mental donde el tiempo no existe y cada acción, movimiento y pensamiento se concatenan”. No hay descubrimiento más rico para un escritor porque es ahí donde se produce el encuentro con el lector. En particular, “la zona Gainza», como la llamó el crítico Patricio Fontana, es espaciosa y afable; un lugar atestado de cosas, como un gabinete de curiosidades o como el interior de una casa victoriana, pero con muy buena luz natural. Cuando entra en esa zona, en ese ‘estado de escritura’, la autora siente que “la monotonía se diluye”. Lo mismo le sucede al lector al tiempo que se deja llevar por la prosa tersa y precisa de Gainza. 

Wunderkammer

Luego de su incursión en la novela con La luz negra (Anagrama, 2018), en Un puñado de flechas Gainza vuelve al modelo de El nervio óptico: un libro Wunderkammer. El título proviene de una anécdota que se refiere en el primer capítulo. La narradora cuenta que frecuentó a Francis Ford Coppola durante la larga estadía del director en Buenos Aires, en 2008. Una noche, en un bar, a través de una nube de humo de marihuana y en tono profético, Coppola le dijo que el artista viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas doradas. Puede lanzarlas todas de joven o de adulto o en la vejez, o puede ir lanzándolas de a poco; lo cierto es que no tiene control alguno sobre el timing del ataque. La anécdota es muy buena, pero la figura desmesurada de Coppola distrae inevitablemente. Se me ocurre que hubiese sido más decoroso, y quizá más efectivo, opacar el nombre, decir “un famoso director de cine norteamericano”, por ejemplo. Con el correr de los capítulos, sin embargo, le encontré sentido al clamoroso name dropping del comienzo. Un puñado de flechas es un libro más íntimo que El nervio óptico y la intimidad se da de bruces con las leyes del decoro. Gainza mete los pies en el barro acá, habla de sus miedos, de sus pesares, de sus necesidades económicas, revela sus limitaciones como escritora, confiesa sus vanidades y sus ambiciones; y lo hace al tiempo que ordena su colección, como una niña que juega y que habla mientras juega. La colección incluye, entre otras cosas, a Cézanne, una paloma, un jurado que da becas para artistas, Vincent Gallo, una obra que Kuitca quisiera hacer desaparecer, el robo de un Vermeer, migrañas, dólares, misteriosos monolitos, una visita a Sleepy Hollow y un Tiziano que viajó a México y que hoy ya no existe. 

La pregunta se impone: ¿hay alguna flecha dorada en este libro? Yo vi al menos dos. “El profeta mudo”, la historia del fotógrafo Alberto Goldenstein, y “Una mujer de ingenio”, sobre la vida de María Simón, son dos perlas de la biografía abreviada, un subgénero en el que Gainza descuella. Cuando uno termina Un puñado de flechas, a medida que se aleja de la zona Gainza y la vida cotidiana difumina impiadosa el bienestar que uno se trajo de ahí, quedan imágenes sin contexto, sensaciones indescifrables, fragmentos de recuerdos, el clásico sedimento que deja un libro que nos gustó. Pero la anécdota del “monstruo sagrado” Francis Ford Coppola se preserva intacta, clara y distinta en la memoria. Y por alguna razón incierta despierta en mí el don profético y veo que en el carcaj de Gainza quedan varias flechas doradas. Las espero impávido como un San Sebastián. Y haceme un favor, María: tiralas fuerte. 

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Pablo Maurette

Escritor. Licenciado en Filosofía (UBA) y doctor en Literatura Comparada (University of North Carolina). Su libro más reciente es La niña de oro (Anagrama, 2024).

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