LEO ACHILLI
Domingo

Un círculo vicioso
en América Latina

La región es más democrática que nunca, pero la baja calidad de sus instituciones bloquea los incentivos para que los políticos apoyen las reformas necesarias.

La democracia es la norma en América Latina por primera vez en la historia de la región. Se llevan a cabo elecciones competitivas basadas en el sufragio universal para los principales cargos políticos de manera rutinaria. La alternancia pacífica en el poder entre el gobierno y la oposición se ha convertido en una característica común: ha ocurrido en todos los países de la región, excepto en Cuba y Venezuela, desde el año 2000. La democracia se ha institucionalizado.

Sin embargo, América Latina tiene muchos problemas de la democracia, es decir, problemas vinculados a su consecución, mantenimiento y mejora. Las cuestiones más graves se relacionan con Cuba, Venezuela y Nicaragua, las tres dictaduras. Los acontecimientos recientes en El Salvador, Guatemala y Perú son motivo de gran preocupación. Pero los problemas más usuales, que afectan aproximadamente al 90% de la población de la región, se relacionan con la baja calidad de la democracia.

Aquí hay una lista incompleta de problemas relevantes: la compra de votos es común; activistas sociales y políticos han sido amenazados y asesinados en algunos países; el dinero de diversas fuentes, en algunos casos incluido el crimen organizado, desempeña un papel en las elecciones y la formulación de políticas; algunos políticos a los que la Constitución les prohibía la reelección se han postulado para el cargo; a algunos líderes de la oposición se les ha impedido postularse para cargos públicos; varios líderes electos han sido desplazados de sus cargos en circunstancias dudosas; además, existe una sensación de desconexión entre ciudadanos y partidos que alimenta afirmaciones creíbles de una crisis de representación política.

Los ciudadanos también se preocupan por los resultados de la política y evalúan sus democracias en términos de su desempeño en la entrega de ciertos bienes.

Esta descripción cubre, sin embargo, sólo una parte del alcance de la política democrática. La democracia es un tipo de régimen político, es decir, un conjunto de procedimientos que regulan cómo se accede a las oficinas gubernamentales y cómo se toman las decisiones De hecho, contrariamente a muchas propuestas para conceptualizarla en términos sustantivos y para extender su referencia para que abarque el Estado o la sociedad, la democracia es simplemente una forma de gobierno. Pero la política no se trata sólo de insumos y de la cuestión de si los ciudadanos tienen o no voz en el gobierno.

Los ciudadanos también se preocupan por los resultados de la política y evalúan sus democracias en términos de su desempeño en la entrega de ciertos bienes: cosas como la generación de un crecimiento económico sostenible, la reducción de la desigualdad económica, el acceso a una educación de calidad y a la atención médica, los bienes públicos, la seguridad y un medio ambiente limpio. En este sentido, los resultados son mixtos.

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Las democracias latinoamericanas han logrado algunos avances importantes desde la ola de democratización en las décadas de 1980 y 1990 (por ejemplo, en lo que respecta a la inclusión política de las mujeres, la justicia transicional y la política social), pero no han respondido con fuerza y determinación a otros problemas, como los altos niveles de desigualdad económica, la prevalencia de la corrupción política, administrativa y judicial, y la falta de seguridad ciudadana. Por lo tanto, además de sus problemas de la democracia, los países latinoamericanos enfrentan lo que podría llamarse problemas para la democracia, problemas que los ciudadanos esperan que sus democracias aborden y que es viable que una democracia pueda resolver.

Relación causal recíproca

Los diversos problemas de y para la democracia son sustanciales cuando se los considera aisladamente. Por ejemplo, simplemente tomar uno de ellos y comenzar a abordarlo (digamos, reducir la desigualdad económica) es una tarea ardua. Sin embargo, el verdadero alcance del desafío de impulsar cambios progresivos sólo se capta cuando se comprende que existe una relación causal recíproca entre los problemas de y para la democracia.

Esta conexión causal se puede elaborar de la siguiente manera. Las democracias de baja calidad de la región no crean un incentivo consistente para que los políticos apoyen las reformas necesarias para lograr lo que los ciudadanos quieren. Por ejemplo, los políticos no son castigados por ignorar y no abordar el problema evidente de la desigualdad económica. Además, rara vez incurren en un costo por no tomar medidas para reformar el Estado a fin de eliminar el favoritismo o la corrupción abierta en la asignación de obras públicas, aunque tales usos de los recursos públicos reducen la provisión de bienes públicos.

Las democracias de baja calidad de la región no crean incentivos para que los políticos apoyen las reformas necesarias para lograr lo que los ciudadanos quieren.

A su vez, el pobre desempeño de la democracia tiene consecuencias negativas para ella misma. Por ejemplo, debido a que la desigualdad económica no se reduce, el poder económico concentrado continúa socavando el ideal de igualdad política que es fundamental para la democracia. Asimismo, dado que el Estado no garantiza la seguridad pública, los activistas de la sociedad civil y los políticos son intimidados y asesinados. Y, en términos más generales, el incumplimiento de las promesas de campaña corroe la credibilidad de los políticos y alimenta una crisis de representación.

Por lo tanto, las democracias de América Latina están en una trampa y no tienen un camino fácil u obvio a seguir. Los problemas de la democracia impiden la reducción de los problemas para la democracia, y los problemas no resueltos para la democracia bloquean la posibilidad de disminuir los problemas de la democracia.

Esta relación recíproca no es determinista e inevitable. Los actores tienen agenda y regularmente han buscado alterar la dinámica de la política, a veces para mejorar la situación, otras veces para empeorarla. No obstante, una gama de poderosos actores sociales, fuerzas políticas de derecha e izquierda, y agentes estatales tienen un interés en mantener este sistema. Por lo tanto, América Latina tiene democracias de baja calidad pero que son duraderas.

Esta visión de la política democrática en la América Latina contemporánea difiere de algunas opiniones comunes. La literatura que se enfoca en las tendencias a corto plazo está llena de análisis que celebran las mejoras en la democracia o se preocupan por sus deterioros. Pero una y otra vez se ve que los avances no son sostenibles, y la mayoría de las veces se revela que los declives son parte de un proceso cíclico con altibajos. Los comentarios también están llenos de afirmaciones sobre cómo la derecha o la izquierda son mayormente responsables de los problemas relacionados con la democracia. Sin embargo, la novedad histórica de América Latina en el siglo XXI es que los actores de todo el espectro político actúan conforme a las reglas básicas de la democracia pero también tuercen o se apartan ocasionalmente de estas reglas.

A diferencia de estas interpretaciones, mi tesis es que la América Latina contemporánea tiene democracias duraderas de baja calidad y que el equilibrio político actual tiene un amplio sustento social y político. América Latina ha roto con el patrón de conflictos, inaugurado con la transición a la política de masas en las décadas de 1920 y 1930, que condujo al surgimiento de democracias efímeras. Al mismo tiempo, las democracias duraderas de América Latina difieren de sus contrapartes europeas de manera significativa.

Las democracias europeas funcionan con Estados capaces y han generado políticas que permiten un desarrollo económico sustentable e incluyente. En contraste, las democracias latinoamericanas funcionan con Estados semi-patrimoniales y aún no han generado consenso sobre políticas económicas que produzcan crecimiento económico a largo plazo con una reducción de desigualdad económica. Y si los políticos no abordan estos problemas, si las élites empresariales siguen siendo cómplices de políticos que usan el Estado con propósitos cuestionables, y si los ciudadanos no votan por políticos que se juegan por el cambio, el equilibrio político actual no va a ser alterado y la calidad de las democracias latinoamericanas no va a mejorar.

 

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Gerardo Munck

Politólogo y profesor en la Universidad del Sur de California. Fue parte del equipo que preparó el informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos (2004), y el segundo informe regional, preparado por el PNUD y la OEA, Nuestra democracia (2010).

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