BERNARDO ERLICH
Domingo

Por qué Patricia (II)

Porque cuando la Argentina intentó un Gran Acuerdo Nacional, fracasó. Hace falta un liderazgo que no se someta al sentido común, sino que haga lo correcto.

¿Se imaginan si Sarmiento hubiera salido a preguntarle a la sociedad argentina de fines del siglo XIX qué quería? Les puedo asegurar que si hubiera hecho eso, no habría creado escuelas. Si Roca le hubiera preguntado a la sociedad si quería la separación entre el Estado y la Iglesia, ¿cuál habría sido el resultado?

Hay momentos históricos en los que alcanza con alguien que administre bien el Estado, que sea un eficaz gerente y que resuelva los problemas que los ciudadanos expresan. En otros momentos, más exigentes, se necesita alguien que vea más allá de las necesidades inmediatas. Eso hicieron Sarmiento, Roca y, más recientemente, Alfonsín, cuando a principios de los ochenta resignificó las banderas de la democracia y de los derechos humanos.

Hay algunas elecciones que, por el momento o por los protagonistas, son momentos históricos incluso en el instante en el que suceden. En Juntos por el Cambio estamos convencidos de estar en un momento bisagra, como lo fue 1983. Hace cuarenta años tuvimos con un liderazgo que dejó atrás para siempre las dictaduras militares e instaló un futuro de democracia. Nuestro desafío actual es abandonar un largo período de decadencia, en el que los argentinos vivimos cada vez peor.

¿Cómo se produce el cambio que la Argentina necesita? Hay dos caminos posibles: el que representa Patricia Bullrich y el que representa Horacio Rodriguez Larreta.

La discusión actual en Juntos por el Cambio es una sola: ¿cómo se produce el cambio que la Argentina necesita? Hay dos caminos posibles: el que representa Patricia Bullrich y el que representa Horacio Rodriguez Larreta.

Empiezo por este último, más fácil de explicar porque es un modelo que ya se propuso a lo largo de nuestra historia. Larreta se inclina por una gran alianza, dejando afuera a un sector de la sociedad y la dirigencia —el kirchnerismo virulento—, pero sumando a todo el resto. Un Gran Acuerdo Nacional, para nombrarlo igual que un intento semejante del pasado. Fue la propuesta en 1971 de Alejandro Agustín Lanusse y su ministro del Interior Arturo Mor Roig, cuando ya se había agotado el gobierno militar de la Revolución Argentina y se buscó hacer una alianza entre los partidos democráticos y populares para salvar a la Argentina. La historia rumbeó para otro lado: la violencia política, el retorno de Perón y la peor dictadura militar de nuestra trágica historia.

¿Era una mala idea el Gran Acuerdo Nacional? Hay que reconocer que suena lindo: todos juntos y tirando para el mismo lado, salvo los malos de verdad. El GAN quería evitar una tragedia. Nadie niega sus buenas intenciones; pero lo que nos importa, porque aprendemos de nuestra historia, es que fracasó. No había chances de que saliera bien, justo porque trató de unir ideas y proyectos de país muy diferentes. Lo impulsó un sentido común: la idea de que todos queríamos lo mismo, salvo una pequeña minoría. Lo cierto es que no era así.

Ese camino ya recorrido moldea la candidatura de Horacio Rodríguez Larreta. Los malos de ahora son los kirchneristas virulentos; dejándolos afuera a ellos, se puede hacer un Gran Acuerdo Nacional para que el país crezca, se desarrolle y supere todos los obstáculos. Este Gran Acuerdo Nacional incluye a dirigentes que hace unos años fueron actores importantes en los gobiernos kirchneristas y a otros que hoy se identifican con el peronismo. No hay ninguna propuesta novedosa acá: es lo mismo que se intentó, durante los últimos cuarenta años, ante escenarios de crisis económicas que derivaron en crisis políticas. Cada vez que esto ocurrió, los garantes del statu quo recurrieron a la fantasía del Gran Acuerdo Nacional. Hoy resurgen con la candidatura de Larreta.

La Argentina va a salir adelante con la fuerza que anida en la ciudadanía y que hoy pide que dejemos de ser como fuimos hasta ahora.

Estoy convencida de que la Argentina va a salir adelante de otra forma: no con un acuerdo con los que nos trajeron hasta acá, sean del mundo político, empresario, sindical o cualquier otra corporación. La Argentina va a salir adelante con la fuerza que anida en la ciudadanía y que hoy pide que dejemos de ser como fuimos hasta ahora. Esto implica dejar de hacer las cosas como se hicieron hasta ahora.

Yo quiero que Patricia Bullrich sea presidenta para que Isabella, mi hija de once años, y toda su generación tengan en este país más oportunidades que las que tuvimos quienes nacimos con la democracia y empezamos a trabajar hacia el 2001. La Argentina supo ser, durante casi un siglo, ese país en el que los hijos estaban mejor que los padres; eso quedó en el pasado porque la Argentina se desordenó. Mejor dicho, algunos hicieron mucho para desordenarla. Se consagró como natural una democracia en la que unas pocas corporaciones tienen más capacidad para decidir que la mayoría de los ciudadanos: así los piqueteros cortan las calles, Baradel y CTERA hacen que los chicos pierdan clases, se crean regímenes especiales para entregar plata de todos los argentinos a grupúsculos privilegiados. No puede seguir habiendo gestores de la pobreza ricos y un 50% de argentinos pobres, el Estado no puede seguir haciéndole todo más difícil a los que quieren abrir un negocio, invertir, contratar, ayudar a que la economía crezca. Hay que volver a darle un orden sensato a nuestro país y Patricia Bullrich es sinónimo de orden.

También tiene otras características, de ésas que se perciben a primera vista y ni siquiera hace falta explicarlas. Patricia Bullrich es seguridad, en un país donde no vivimos tranquilos. Patricia Bullrich fue la ministra de trabajo que se enfrentó a Moyano, siendo una mujer joven. También es una persona que aprende. En las últimas semanas vimos intentos de golpear a Patricia por su participación en la Juventud Peronista, en la época en la que la JP y Montoneros eran organizaciones separadas, pero con lazos en común.

Mostró compromiso con los derechos humanos (pero no con la agenda de derechos humanos del kirchnerismo, que usó causas justas para robar y legitimar lo injustificable).

Lo interesante es que Bullrich estuvo ahí y recorrió ese camino y también se dio cuenta de que estaba mal. Se opuso a la contraofensiva de Montoneros y condenó la lucha armada y la violencia política. Jamás se sumó al relato de la juventud maravillosa. Mostró compromiso con los derechos humanos (pero no con la agenda de derechos humanos del kirchnerismo, que usó causas justas para robar y legitimar lo injustificable) y sigue defendiendo a quienes sufren gobiernos dictatoriales, como lo hace en Formosa y también con los venezolanos. En los últimos cuarenta años consagró su vida a la democracia y la defensa de sus instituciones: desde el Congreso, desde el Poder Ejecutivo, desde la presidencia del PRO y desde la calle, cuando el kirchnerismo nos encerró durante la cuarentena.

Los argentinos nos merecemos, aunque sea una vez, la oportunidad de hacer las cosas de una forma diferente. Por eso Patricia Bullrich tiene que ser presidenta. Es la única con posibilidades reales de gobernar el país sin ataduras, acuerdos e imposiciones. ¡Vaya si eso asusta a los que están cómodos con el orden actual! Pero también, cómo nos ilusiona a los que queremos que la Argentina cambie.

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Patricia tiene ideas sobre las cosas. Lee, estudia, escucha, aprende. Llena de contenido técnico y específico los temas, luego de escuchar a los expertos y leer a quienes han escrito sobre eso. Pero en un partido y en tiempos en que se consideró que la política tenía que ser gestión, su apuesta es por la política. No le teme al conflicto, lo que quiere es ganarlo. Su doctorado en ciencia política le brindó no sólo lenguaje técnico, sino también una visión clara sobre la importancia de construir poder y disputar la hegemonía. No se trata de acordar juntando nombres sino de construir poder, de convencer, para poder sostener un proceso de cambio.

Me genera esperanzas que tenga ideas propias sobre las cosas, que no determine su discurso ni sus acciones sólo por lo que dicta el sentido común.

Patricia Bullrich tiene una mirada personal sobre los diferentes desafíos que enfrenta nuestro país, algo que sólo se logra cuando uno tiene claro el sentido global de lo que quiere hacer. Me genera esperanzas que tenga ideas propias sobre las cosas, que no determine su discurso ni sus acciones sólo por lo que dicta el sentido común. Es fácil saber qué piensa Patricia sobre cada tema, porque hay mucha coherencia en la forma en que construye su pensamiento, siempre basado en los mismos valores: libertad, una argentina abierta y dinámica que privilegie a quienes se esfuerzan y trabajan, un Estado al servicio de los ciudadanos, cuidar a los que hacen bien las cosas y castigar a los delincuentes, asegurarle el futuro a los jóvenes, restablecer el vínculo entre la educación y el trabajo. Los valores de Patricia se resumen en esto: construir una Argentina de clase media, en la que todos podamos trabajar para estar mejor y darle más posibilidades a nuestros hijos.

Hay tres prioridades para un gobierno de Bullrich: economía, seguridad y educación. Todos los economistas de Juntos por el Cambio estarán trabajando, junto a un liderazgo que no negocia ni posterga discusiones urgentes, para bajar la inflación, generar las condiciones de confianza para que se vuelva a elegir a la Argentina como lugar de inversión y así mejorar las condiciones laborales y de vida de todos los ciudadanos. No fue la falta de cuadros técnicos lo que impidió resolver el gran problema argentino. Lo impidieron los acuerdos políticos que mantenían el statu quo. Ése es un error que Patricia no va a cometer.

Todos recuerdan cómo enfrentó a todos los que había que enfrentar, desde Moyano hasta la construcción simbólica  que operó el kirchnerismo con Santiago Maldonado para intentar voltear al gobierno de Mauricio Macri. Cuando estuvimos frente al Palacio Pizzurno, pidiéndole a Nicolás Trotta que abriera las escuelas, pocos políticos se animaron a subirse al escenario y sumarse a la demanda, que en aquel entonces iba en contra de lo que prefería la mayoría de las familias. Pero Patricia Bullrich estaba convencida que el lugar de los chicos era la escuela y que estaba mal que los chicos fueran los grandes postergados durante la cuarentena, así que estuvo ahí poniendo el cuerpo. Así son los liderazgos transformadores: no se someten al sentido común, no gestionan la inercia, sino que hacen lo correcto y con el tiempo, a medida que la mayoría les va dando la razón, esas políticas conforman un sentido común nuevo.

La fuerza de Patricia no es para generar violencia, sino para brindar tranquilidad. Si hay que enfrentar a los prepotentes, es para cuidar a los ciudadanos.

La fuerza de Patricia no es para generar violencia, sino para brindar tranquilidad. Si hay que enfrentar a los prepotentes, es para cuidar a los ciudadanos. Hoy vivimos en una Argentina muy violenta. Es violento ver cómo nuestro país desperdicia oportunidades y cómo se privilegia a unos pocos a costa del resto. Caminamos por la calle sabiendo que en cualquier momento nos pueden robar, tenemos miedo cuando nuestros hijos salen, sabemos que por más que trabajemos y hagamos bien las cosas, llegar a fin de mes y no tener deuda hoy es un privilegio. Esta violencia se tiene que terminar. Tenemos que generar las condiciones políticas del orden para tener acá lo que envidiamos de otras sociedades.

A la Argentina no la vamos a cambiar con los que temer perder sus privilegios si el país se normaliza. Sólo podemos cambiarla con los que están convencidos que no venimos bien y quieren algo diferente. No sirven los acuerdos de cúpulas, de corporaciones y de hombres sentados alrededor de una mesa. Patricia está diciendo bien claro en los pueblos y las ciudades de todo el país cómo es la Argentina que quiere. En el país del que quiere ser presidenta los ciudadanos tienen un rol fundamental, porque en el republicanismo liberal no creemos en liderazgos mesiánicos. El papel de la ciudadanía es defender las ideas en las que cree; y hacerlo en forma activa, porque los que gozan de regímenes especiales no van a ceder sus privilegios fácilmente.

Hay que acordar, sí, pero con los ciudadanos. Hay que construir un consenso acerca del lugar adonde vamos, y eso se hace con los que comparten nuestros valores. No hay acuerdos posibles con los que tienen interés en bloquear el cambio. No vamos a negociar con Baradel, que nos extorsiona y tiene a nuestros hijos de rehenes. No vamos a negociar con Milagro Sala o con Grabois, que usan a los pobres para construir poder político y le hacen imposible la vida al resto de la sociedad. No vamos a negociar con Berni y Zaffaroni, que nos niegan la seguridad y la justicia. No vamos a negociar con Sergio Massa ni con sus empresarios amigos.

La única persona que tiene claro que no es con ninguno de ellos es Patricia Bullrich. Falta sólo una semana. Tráiganme una urna, la quiero votar y que sea nuestra candidata, y después nuestra presidenta.

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Sabrina Ajmechet

Licenciada en Ciencia Política y doctora en Historia. Profesora de Pensamiento Político Argentino en la Universidad de Buenos Aires. Diputada nacional por la Ciudad de Buenos Aires (JxC).

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