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La llegada de Javier Milei al poder presidencial y el ejercicio efectivo de ese poder después de un año de gobierno dejan como síntesis la consolidación parcial de una nueva y singular experiencia de representación política y comunicación con la sociedad que hasta ahora contradice con éxito todos los manuales operativos de la política profesional fundada a lo largo de 40 años de democracia. ¿Por qué Milei “no cayó” en sus primeros meses de gestión como presumían el kirchnerismo y la opinión política especializada? ¿Por qué Milei pudo, pese a su desconocimiento del Estado y del mundo institucional, construir un piso de gobernabilidad basado en la estabilidad económica? ¿Por qué Milei logró sostener esa gobernabilidad sin ceder a acuerdos institucionales amplios con los sectores corporativos y “no murió en el intento”?
Quizás la explicación de esa singularidad empírica que hoy domina a la política argentina no radique tanto en la excentricidad de Milei (su “locura”, su “insensatez política”) sino en la decisión singular que tomó la mayoría de la sociedad en las elecciones de 2023 como respuesta disruptiva frente a una larga crisis económica: ponerle punto final a un modelo político bi-coalicional que no resolvía la falta de crecimiento económico y el problema creciente de la inflación. Frente a un modelo político que administró y no resolvió la crisis, una sociedad cansada de empobrecerse optó por forzar, a través de ese elemento extraño llamado Milei, un reseteo total del sistema político que obligara a su vez a una solución que finalmente “tomara por las astas” la gran deuda democrática: la economía.
Sin embargo, el voto a Milei expresó también una ruptura profunda con el modelo post-2001 basado en el compromiso político de sostener una gobernabilidad para que “el país no estalle”, es decir, gobernar y usar el Estado tan solo para controlar el conflicto social y no tanto para edificar las bases productivas de un capitalismo competitivo y productor de riqueza, a tono con la evolución de la economía global.
El voto a Milei expresó también una ruptura profunda con el modelo post 2001 basado en el compromiso político de sostener una gobernabilidad para que ‘el país no estalle’.
El fracaso final de ese largo proceso de 20 años quedaría sintetizado en un país sin saqueos pero donde el deterioro económico creció “puertas adentro” de la sociedad: en ese sentido, el poder de Milei tradujo una impugnación final a la épica del Estado de bienestar que ya no era eficaz para eliminar la pobreza (más bien contribuía a aumentarla) ni para auspiciar una economía privada ligada al progreso social. Políticamente, el poder de Milei se alimenta de dos sentimientos públicos latentes que continúan movilizando la esperanza de cambio: un rechazo a las figuras políticas del modelo coalicional que no resolvió la inflación, y más estructuralmente, un cuestionamiento al sistema político del “Estado presente” que no le pudo brindar un modelo económico estable de crecimiento a los trabajadores del sector privado.
La sociedad no define su apoyo a Milei en base a una evaluación sobre su capacidad virtuosa para adaptarse a las reglas de la “casta” (que en todos los casos remitirían a una dinámica fracasada del Estado, de los partidos, de la militancia, de la política corporativa del capitalismo asistido, de las élites en general) sino por la convicción moral, política y personal que Milei encarna como sepulturero de un orden decadente. Para una sociedad obligada a padecer la agonía cotidiana de un régimen inflacionario infinito, la destrucción del sistema político que avala ese régimen es el requisito inevitable de un nuevo sistema político que corte de raíz con la decadencia económica.
Por esa razón, la sociedad no le reclamó a Milei ni “astucia maquiavélica” para pactar con instituciones, ni un plan integral de gobierno: lo que la sociedad le pidió a Milei es bajar la inflación como sea (es decir, tener el coraje de hacer un ajuste) y gobernar sin ceder a los impulsos corporativos de las instituciones que armaron el país inflacionario (movimientos sociales, sindicatos, empresarios protegidos, kirchnerismo). En vez de gobernabilidad, la sociedad le pidió a Milei un liderazgo reformista que rompiera la inercia conservadora de la crisis.
El lugar vacante del PJ
Lo que vemos en este primer año de gobierno de LLA es que efectivamente, los niveles de adhesión que cosecha Milei en la sociedad no surgen de su falta o no de “sapiencia política” para armar alianzas partidarias o cooptar actores institucionales, sino de su férrea convicción (una convicción más civil que política) para sostener el ajuste fiscal y bajar la inflación, y bajo ese nuevo orden económico, disciplinar a la “casta” y promover un nuevo sistema político, basado en los principios de austeridad económica.
Además del apoyo social disruptivo a Milei, gran parte de la consumación exitosa de la experiencia libertaria en el poder es posible gracias a un proceso de disolución conceptual, doctrinaria y operativa del peronismo a lo largo de los últimos 20 años, que se puede resumir en una extinción de su misión histórica como partido de poder, partido de la clase media y partido reformista de la economía.
El kirchnerismo transformó esa vocación pragmática en un partido identitario, dogmático y pobrerista: un partido asistencialista sin economía, que alejó al peronismo realmente existente de un proyecto capitalista moderno que siempre había representado en la sociedad, sin temor a hacer ajustes y reformas para inaugurar ciclos económicos expansivos y prósperos, como lo hicieron Perón con el plan de estabilización de 1952, Menem con la convertibilidad o Duhalde con el modelo productivo de 2002. Un peronismo que siempre había pensado más en la economía que en el Estado, que había luchado contra la inflación y el déficit fiscal.
No es casual que esta defección del peronismo como “partido del orden” haya permitido que el poder de Milei se nutra cada vez más de una base social heterogénea.
La experiencia kirchnerista revirtió esa tradición, y el gobierno del Frente de Todos terminó por ser el autor de un régimen de alta inflación deliberado que protegía privilegios corporativos y empobrecía a la sociedad. Si históricamente, con luces y sombras, la sociedad percibía al peronismo como un partido audaz, reformista y especialista en desactivar crisis, en 2023 quedaría signado como el partido que produjo la crisis, la inflación y el colapso definitivo de la clase media. En ese sentido, no es casual que esta defección del peronismo como “partido del orden” haya permitido que el poder de Milei se nutra cada vez más de una base social heterogénea, arraigada en los trabajadores informales, la clase media emprendedora y otros sectores empobrecidos durante los últimos años.
El proceso de desinflación de la economía que lleva adelante Milei proyecta algunos consensos interesantes para la discusión de un nuevo sistema político: para quienes tenemos la vocación de participar en la construcción de una nueva oposición que evolucione hacia una alternativa superadora del actual oficialismo, es imposible soslayar la fortaleza de los consensos contra la inflación, el déficit fiscal, la emisión, la industria protegida o la devaluación que Milei predica pero que también son la convicción de una sociedad “liberal” que intuye que ese orden económico es la única llave para salir de la crisis y volver a crecer. La sociedad ya no tolera el gasto que supone un Estado ineficaz, ni un modelo que subestime el daño de la inflación.
Una nueva oposición que supere a Milei tiene que aceptar estos nuevos consensos sociales que el fenómeno Milei consolida, porque solo a partir de un orden ortodoxo básico de la economía se pueden luego construir un modelo institucional más republicano, un Estado con más gobernanza y reformas estructurales para alcanzar una economía más desarrollista. El poder de Milei no es tanto una teoría libertaria aplicada sino más bien la crónica diaria de una metamorfosis de la sociedad que empezó en 2023, que hoy Milei interpreta mejor que el resto de la política, pero que la oposición deberá encarnar y representar todavía mejor a futuro si quiere gobernar la Argentina.
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