VICTORIA MORETE
Domingo

Paulina discrimina

Los crecientes ataques contra quienes se desvían de la ortodoxia 'woke' pueden parecer una travesura académica, pero hay que tomarlos en serio.

La semana pasada Paulina Cocina, una influencer popular por compartir recetas de cocina en las redes sociales, fue absurdamente torpedeada con acusaciones de racismo. ¿El crimen? Bromear con impulsar una campaña para llamarle coreanito al zapallo anco, al descubrir que en algunas regiones del país se lo denomina de esta manera. Aparentemente el apelativo era para algunos despectivo con la comunidad asiática, porque ser asociado a una inofensiva verdura sería un evidente y obsceno acto de discriminación étnica.

Cotidianamente nos desayunamos con este tipo de disputas: la Federación Inglesa de Fútbol sancionó este año a Edinson Cavani por replicar el comentario de un amigo en Instagram con un “gracias, negrito”. Hace unos días se plantearon acalorados debates sobre el subliminal mensaje discriminatorio del isologotipo histórico de la harina Blancaflor, que incluía el dibujo de una mujer negra. Con frecuencia las plataformas de streaming retiran películas de sus catálogos por carecer de exhaustivos revisionismos, no abarcar toda la paleta de minorías obligadas o no representarlas de manera idónea. También se elevan reclamos a la Real Academia Española para eliminar toda acepción negativa del vocablo “negro” o se llama a boicotear alguna serie animada por no hacer coincidir las razas o genitales de los doblajistas con los de las caricaturas.

Todas estas tensiones tienen en común la influencia de una misma ortodoxia: una adaptación posmoderna de la Teoría Crítica, con la que se machaca y seduce a todo incauto estudiante de ciencias sociales. En esta dialéctica, el concepto marxista de clase es reemplazado por los de raza, etnia y género, entre otros. Algunas de sus premisas son que la industria cultural responde a la jerarquía social y que el mundo entero está condicionado por los discursos, que operan en beneficio de los que dominan y en perjuicio de los oprimidos. Frente a esto, se plantea que las almas con sensibilidades especiales del bando bienintencionado del mundo deben estar siempre woke (despiertas) para reaccionar ante las injusticias veladas que sólo son perceptibles por ellas, y de esta manera rescatar a las masas de la alienación.

Todos opresores

En criollo todo esto significa que si no pertenecés a una minoría oprimida sos un opresor y debés hacer un esfuerzo para combatir tu supremacismo instintivo y enmendar tu deuda histórica y transgeneracional con los relegados. En el mundo desarrollado proliferan los workshops para repensar la blanquitud y los talleres de sensibilización de masculinidades.

Una podría pensar, con algo de razón, que todo esto es un mero subterfugio de snobs de los campus  universitarios norteamericanos. Pero esta antología de sandeces debería ser tomada muy en serio por quienes defendemos la libre expresión y la igualdad ante la ley. El sectarismo abroquelado en la diferencia atenta contra el egalitarismo que aboga por sociedades sin diferencias basadas en la raza, la etnia, el género o la orientación sexual. En la normatividad políticamente correcta, todo por lo que el verdadero progresismo luchó para que no fuera fuente de conflicto hoy se ha vuelto combustible identitario y refuerza la imagen de tu comunidad como la de una tribu de ofendidizos a los que hay que tratar entre algodones para no hacerlos correr a una guardia terapéutica.

Estudiando el glosario de prácticas opresivas se aprende que el lenguaje es una herramienta de dominio masculino-cis-hétero-blanco y que un paso para la igualdad de género es mutar el habla castellana a algo que suena como el asturiano. Que blackfishing es cuando una persona aparenta ser mestiza o negra, ya sea bronceándose en una cama solar o rizándose el pelo. Que se acusa de apropiación cultural al que adopta un uso o costumbre de una comunidad a la que no pertenece (como llevar rastas o colocarse un nostril). Y que se abuchea por hacer blackface al blanco que se maquilla la cara para parecer negro, incluso aunque el objetivo de su performance sea justamente ironizar acerca del blackface (un capítulo de la serie Community fue retirado de Netflix por ese motivo).

Todas estas micro-agresiones, sin embargo, nunca son muy bien explicadas ni se sabe concretamente qué perjuicios generan.

Todas estas micro-agresiones, sin embargo, nunca son muy bien explicadas ni se sabe concretamente qué perjuicios generan, ya que se alega que nadie perteneciente al “bando opresor” puede ni podrá nunca entender cómo operan, al no vivirlas en carne propia. Es un maniqueísmo moralista donde la pulseada la gana quien tiene más figuras dentro de la mamushka de opresiones. Por eso Paulina Cocina se retractó sobre el drástico uso del gentilicio, declarando que si bien no supo ver cuál era la ofensa, ella no es una persona racializada como para entenderlo. De hecho, si creyera entenderlo volvería a ser tildada de racista. Claro, señor Sherman, todo es racismo.

En esa ambigüedad es donde reside el atractivo de este paradigma: los crímenes y las condenas están sujetos a la discreción de unos cuantos iluminados. En el telekino de la cancel culture, cualquier paso en falso puede condenarte al ostracismo y volverte un paria social, por lo que se genera una espiral de silencio donde nadie se atreve a contradecir a los portavoces de los oprimidos.

el poder da la palabra

De ningún modo estas palabras intentan negar que existen el racismo, el sexismo y la homofobia; las huellas de esas discriminaciones están presentes en nuestros discursos y los enunciados tienen el poder de crear nociones de sentido común que pueden reforzar prejuicios. Pero se sobredimensiona el poder de la palabra. No existe la comunicación donde las condiciones de producción son iguales a las de reconocimiento. Y la capacidad de control sobre la decodificación de los mensajes es limitada. Es condescendiente creer que la ciudadanía requiere de un paternal aviso de sensibilidad al comienzo de Barbie en el Cascanueces para entender que sus estereotipos de belleza responden a un determinado contexto social.

Tampoco vamos a poder explicar qué fue la segregación racial, qué rol ocupaban las mujeres hace medio siglo o qué estereotipos sobre las personas LGBT+ eran comunes en una época determinada si amputamos todo rastro de aquello en la cultura popular. Solo lograremos privarnos de conocimiento.

Lidiar con discursos que molestan, sin necesidad de abandonar la crítica ni de repudiar los auténticos crímenes de odio, es un sano aprendizaje y un ejercicio de tolerancia y madurez emocional.

Lidiar con discursos que molestan, sin necesidad de abandonar la crítica ni de repudiar los auténticos crímenes de odio, es un sano aprendizaje y un ejercicio de tolerancia y madurez emocional. Significa también dejar de adoptar una actitud de despecho generalizado contra el sistema, un enemigo que no es tal pues no es la obra de un grupo malévolo conspirando entre las sombras para oprimir minorías a través del orden social vigente.

Además, no se puede convertir absolutamente todo en propaganda. Que cada contenido informativo o de entretenimiento sea un espacio de concientización sólo genera tedio: punto muy doloroso para el activismo megasensible reticente a aceptar que lo que es de extrema urgencia para uno no tiene por qué serlo para el resto del mundo.

Si bien no siempre se puede hablar de censura, ya que en muchos casos son empresas privadas las que adaptan su oferta al paladar del consumidor, cabe preguntarse si es deseable que todo producto cultural se subyugue, voluntaria o involuntariamente, a la corrección política. El riesgo es la autocensura: cada vez más sobre toda persona expuesta públicamente pende una espada de Damocles sostenida por la cultura woke.

Paulina Cocina no discrimina. Atribuir malicia a la nominalización de un zapallo como si todo acto comunicativo funcionase como un conjuro que refuerza desigualdades es un ejercicio de pensamiento mágico. Cuando las expresiones no aprueban los estrictos controles de la gendarmería biempensante, es necesario recordar que defenderlas es fundamental para proteger la libertad civil.

 

 

Compartir:
Luz Agüero

Editora en Seúl. Licenciada en Comunicación Social y Periodista (CUP). Cordobesa. Trabajó en la comunicación del Club Atlético Belgrano y hoy es consultora independiente.

Seguir leyendo

Ver todas →︎

El Estado vs. los memes

La disputa entre Brasil y Elon Musk es la última batalla de una pelea desigual que ganarán, inevitablemente, los anónimos de las redes.

Por

Somos actores,
queremos opinar

¿Cuánto valen los pronunciamientos políticos de los artistas?

Por

Contra la nostalgia

Kafka, Rosario y los hogares a donde ya no podemos volver.

Por