El 11 de agosto de 2019 muchos quedamos desencajados frente a nuestros televisores. Las imágenes parecían surrealistas: los principales dirigentes del Frente de Todos festejaban un triunfo arrollador en las PASO por una diferencia de 16 puntos contra su principal competidor: Juntos por el Cambio. Alberto Fernández, exultante, gritaba ante la euforia de sus militantes: “La Argentina se dio cuenta de que el cambio éramos nosotros, no ellos”.
Algunos volvíamos de un largo día de fiscalización cansados, aturdidos ante las noticias y los Whatsapps que iban y venían. Muchos ciudadanos que habían hecho un esfuerzo económico para no revivir esa película, miraban desde los livings de sus casas aquellas imágenes inexplicables, como una pesadilla que anunciaba lo que vendría a partir de allí: un país se terminaba.
En el búnker de Juntos por el Cambio en Costa Salguero, por otra parte, las sensaciones eran de incredulidad y desazón. Un “mazazo”, como lo definieron muchos. Pero no había tiempo para pensar, para analizar, ya que la vorágine no daba tregua: había que dar la cara y salir a hablar; pero lo que más apremiaba a la plana mayor del Gobierno era otra cosa: la reacción de los mercados financieros al día siguiente. Las reuniones aquella noche se extendieron hasta entrada la madrugada.
Cuando esas postales vuelven a la memoria, es imposible no asociarlas a una sensación de insomnio y preocupación. Basta con que aparezca en las redes sociales algún tweet recordando esa jornada, que de inmediato se llena de comentarios de twitteros con una misma frase: “Esa noche no dormí”. Son hechos que uno graba en su memoria para siempre, como un trauma.
En su libro Primer tiempo, Mauricio Macri confesó lo mismo: “No pude dormir, sobre todo porque sabía que a la mañana siguiente la reacción de los mercados iba a ser catastrófica. No podía dejar de pensar en la disparada del dólar y el riesgo país que ocurriría en apenas unas horas. No pude pegar un ojo”. Así como le pasó a Macri, muchos sabían que al otro día empezaba un país completamente diferente.
A la mañana siguiente el Merval cayó un 48% en dólares. El riesgo país fue de 870 a 2.000 puntos. El dólar subió 33%. Las acciones argentinas en Wall Street se desplomaron.
Y así fue: a la mañana siguiente el Merval cayó un 48% medido en dólares, es decir, las empresas argentinas pasaron a valer la mitad de lo que valían previo a la elección. Bloomberg señalaba que había sido el segundo mayor desplome de una bolsa desde 1950. La primera había sido la de la bolsa de Sri Lanka en 1989 cuando ese país se encontraba en guerra civil. El riesgo país trepó de 870 a casi 2.000 puntos. El dólar escaló de 45 a 60 pesos (un 33%, como si ahora se fuera de $466 a $621). Las acciones de empresas argentinas en Nueva York se desplomaron. La petrolera YPF, el Grupo Financiero Galicia y la filial argentina del BBVA, por dar ejemplos, perdieron entre un 30 y un 50 por ciento de su valor en Wall Street. También empezó una corrida para retirar dólares de los bancos.
Algunos llamaron a todo esto “lunes negro”, pero lo cierto es que eran los mercados acomodándose a una nueva realidad: el retorno del kirchnerismo al poder. Por más que desde las filas del FdT –y algunos periodistas– acusaran al gobierno de haber “soltado” el dólar para castigar a los votantes, o de haber dramatizado las implicancias de un posible retorno del kirchnerismo con el único fin de polarizar la elección, lo que había enfrente a partir de esa noche no era novedoso. Era el miedo a una forma de ejercer el poder que había gobernado la Argentina nada más ni nada menos que 12 años. No hacía falta que JxC demonizara a su adversario para generar espanto: el pasado servía como testimonio suficiente de lo que podía esperarse de allí en adelante. Cualquier ciudadano medianamente cauto sabía que lo que vendría no sería bueno. Es por eso que no fue sólo el dólar lo que subió ese lunes, hubo una catástrofe en infinidad de otras variables que produjo diferentes corridas. Una catástrofe que todavía no termina de tocar fondo.
Para muchos, ese día se terminó el gobierno de Macri, porque a partir de allí, cada declaración de Alberto Fernández impactaba de lleno en la economía. Sin ir más lejos, en los días posteriores se dieron varios ejemplos de esto: un comunicado incendiario del FdT luego de una reunión mantenida con enviados del FMI; la filtración a varios medios sobre un supuesto pedido del organismo para un adelanto electoral, con una frase que se repetía en los principales portales de noticas, “vacío de poder”, algo que el propio FMI se ocupó de desmentir públicamente; y también una entrevista al Wall Street Journal en la que el actual presidente hablaba de un default “virtual y escondido”. Comenzaron días de inestabilidad financiera, de medidas trasnochadas, de un gobierno en la cuerda floja. Fernández repetía una frase: “Le pido a Macri que prime su condición de presidente por encima de la de candidato”. Suena irónico leer esas palabras a través del prisma actual, en boca de un presidente que no preside ya desde hace tiempo, si es que alguna vez lo hizo. Pero durante esas horas, el gobierno de Macri se desvanecía ante la oferta de un populismo que prometía ser mejor, cuyas consecuencias vemos hoy.
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Nadie vio venir la debacle electoral de ese domingo 11 de agosto. Nadie. Ni los principales encuestadores, que daban una diferencia mucho menor entre las principales fuerzas, ni los mercados financieros que el viernes previo a la elección mostraban euforia con respecto a la continuidad del Gobierno, ni los principales miembros del staff gubernamental, ni los dirigentes del FdT. Un exministro cuenta hoy en la intimidad una anécdota bastante colorida –y trágica– sobre un gobernador de Juntos por el Cambio subiéndose al avión en su provincia con la idea de celebrar un triunfo, para bajarse en Buenos Aires con la noticia de que se había perdido la elección por una diferencia casi irremontable. El desconcierto fue total. Todos los testimonios de los protagonistas de aquellas horas dan cuenta de la sorpresa ante los resultados, ya que esa misma tarde en la Quinta de Olivos esa diferencia ni siquiera rondaba por las mentes de los más pesimistas. ¿Ingenuidad? Probablemente. Pero tampoco en las cabezas de muchos argentinos parecía concebible la idea de un cuarto gobierno kirchnerista. Nadie imaginaba semejante tiro en los pies. Quizá por eso todavía nos cueste a muchos aceptar lo que pasó esa noche. Tal vez por eso todavía nos cueste sacudirnos el enojo que nos acompaña desde aquel día. Es muy difícil soltarlo.
Durante estos últimos años tomé el desafío de escribir un libro sobre aquellas horas. Necesitaba comprender lo que había pasado y escuchar la historia de boca de quienes estuvieron allí presentes. Asumimos así el compromiso junto con Miguel Velarde, un economista y consultor político, de entrevistar a más de 50 personas directamente involucradas en esa parte de nuestra historia. Ese trabajo que emprendimos juntos verá la luz en agosto, exactamente cuatro años después de estos sucesos. Gracias a eso, tuve la oportunidad de pensar (y de que me ayudaran a pensar) qué significó todo eso que vivimos.
¿Qué nos pasó?
El gobierno de Cambiemos llegó a ese último año electoral con infinidad de problemas. Sin embargo, durante los meses previos a la campaña algunos indicadores habían mostrado señales positivas: el dólar había encontrado estabilidad, se habían dado tres meses consecutivos de una incipiente recuperación económica, la inflación empezaba a tender a la baja, tan es así que el último índice previo a las PASO había dado 2,2% mensual. Parecía estabilizarse de a poco el panorama y la expectativa estaba puesta en que un resultado aceptable en las PASO podía liberar el camino de salida hacia adelante. Quizá por eso, algunos veían con un excesivo optimismo los datos de las encuestas que mostraban una mejoría. Quedaría demostrado que estaban equivocadas. Hasta el día de hoy, los problemas metodológicos de las encuestas parecen no haberse resuelto. Más allá de que muchos por estos días se hagan los distraídos, una vez más.
Lo cierto es que una parte de la sociedad había sentido el impacto en su economía durante esos años, sobre todo desde la crisis cambiaria de 2018. Una parte de la clase media-media baja, a partir de eso, decidió votar a Alberto Fernández abandonando la idea de algo superador. El futuro que alguna vez se había mostrado promisorio, tambaleaba ante la sensación de asfixia económica, y el recuerdo de un pasado reciente más cómodo. La sorpresa no estuvo tanto en los 32 puntos de JxC, sino más bien en los 48 del FdT. Massa, sin dudas, jugó un rol importante y estratégico con su reincorporación al kichnerismo. Si bien ese habría sido el factor determinante, también hubo otros de menor incidencia, pero que se dieron en simultáneo: un relajamiento en la fiscalización por parte de JxC, una falta de participación del electorado afín en la instancia de las PASO, el enojo de algunos sectores que habían apoyado a Macri pero que decidieron volcarse a propuestas como las de Espert, Gómez Centurión y Roberto Lavagana. Pero, aún con todo esto, JxC mejoró sus números en más de un millón de votos en comparación con la PASO de 2015. No alcanzó.
El gobierno de Macri quizá haya sido un eslabón necesario para un cambio de época en el país. Las discusiones que se dieron durante esos cuatro años hoy han tomado la agenda.
Cambiemos fue un fenómeno que nació a partir de las marchas ciudadanas que surgieron en pleno conflicto del campo en 2008 y que fueron creciendo durante los dos gobiernos de Cristina Fernández. La dirigencia opositora supo recoger el guante y conformar esa coalición que hoy todavía sigue en pie. Pero su inicio se reconoce en una parte de la ciudadanía que empieza a percibirse como protagonista de la política y que quiere vivir bajo determinadas reglas de juego y valores. El gobierno de Macri fue la consecuencia de ese proceso social. Una respuesta necesaria ante un populismo avasallante. Quizá por eso millones de personas salieron a defender esta idea de país luego de esas PASO fatídicas de agosto de 2019. Lo hicieron primero el 24 ese mes y lo hicieron luego en las treinta marchas del “Sí, se puede”. Gracias a eso, y sólo gracias a eso, JxC sigue en pie como una coalición opositora con peso en el Congreso y competitiva. Aunque el panorama actual por momentos hace que parte de la dirigencia del espacio parezca no entender cuál fue el verdadero mandato de tantos ciudadanos; que, por otro lado, es lo que le da sentido real a ese acuerdo político: el cambio.
El gobierno de Macri quizá haya sido un eslabón necesario para un cambio de época en el país. Muchas de las discusiones que se dieron durante esos cuatro años contra el mainstream cultural, intelectual y de opinión pública hoy han tomado la agenda. Ahora se pueden plantear ideas que antes eran sistemáticamente atacadas con gran eficiencia por el aparato de pensamiento del kirchnerismo y sus satélites. Vemos ese cambio todos los días cuando se habla del déficit fiscal, de los subsidios energéticos, del gasto de la política, del estatismo, entre otras cosas. Eso fue posible porque existió un gobierno que fue un paréntesis en la locura populista y que logró terminar su mandato con una base importante de sustentación política.
Al día de hoy llego a la conclusión de que ese 11 de agosto de 2019 ninguno de nosotros durmió no sólo porque se había perdido una elección, sino porque sentimos que se esfumaba la única chance que teníamos de ser un país mucho mejor. O al menos uno normal, algo que en nuestra Argentina es un aspiracional alto desde hace ya mucho tiempo. Sentimos que se caía a pedazos la posibilidad de mirar hacia el futuro sin ver un desierto. Y nos encontramos, una vez más, teniendo que imaginar nuestras vidas o las de nuestros hijos en otro país.
En 2015 creímos que podíamos torcer la historia. Asumimos ese riesgo. Y la desazón fue demasiado fuerte: nos dimos cuenta de que fuimos ingenuos al pensar que algo así podía lograrse tan sólo en cuatro años. Darse cuenta de eso fue muy doloroso, traumático. Pero este año nos toca elegir autoridades nuevamente. Toca repartir las cartas de nuevo. ¿Podremos recuperar algo de lo que perdimos aquella noche? Hay razones para ser optimistas: la agenda de transformaciones que la Argentina tiene pendiente desde hace décadas esta vez parece estar de nuestro lado. Ya no hay margen para un “mejor” populismo, ni para soluciones improvisadas. Muchos ya vimos que eso no existe. Pero, aunque el kirchnerismo hoy parezca en retirada, todavía hay una pregunta que tendremos que responder este año y de la que depende el futuro: ¿aprendimos realmente que las cosas no se resuelven de la noche a la mañana?
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