El año pasado, unas 325 millones de personas visitaron las áreas bajo manejo del National Park Service (NPS), el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos. Un número impresionante de visitantes extranjeros y también locales, gracias a la muy arraigada costumbre norteamericana del día de campo, el campamento y los paseos familiares en las public lands. La popularidad de los parques nacionales en Estados Unidos es innegable. En sus estacionamientos conviven camionetas de 100.000 dólares y lujosos motorhomes de alquiler con motos y vehículos comunes con patentes de todo el país. Senderos y miradores reúnen a turistas de todo el mundo con familias del Midwest, aficionados con equipamiento de birdwatching, fotógrafos profesionales, amantes del montañismo o simplemente del picnic. El último sábado de septiembre de cada año se celebra el National Public Lands Day, en cuya organización intervienen cientos de miles de voluntarios de ONG y organismos estatales de todo el país. Ese día no se cobra ingreso, y habitualmente se agregan estacionamientos periféricos y buses para contener a los millones de visitantes.
Sólo considerando las tres principales categorías bajo manejo federal (parques nacionales, bosques y praderas nacionales y áreas administradas por el United States Fish and Wildlife Service, o Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos) las public lands abarcan el 14% del territorio de Estados Unidos, y el número se duplica si se consideran también tierras públicas estaduales. La figura jurídica más estricta en términos de conservación de la naturaleza es la de parques nacionales, que suman 34 millones de hectáreas, cerca del 4% de la superficie del país. Ahí están los íconos naturales de Estados Unidos: gigantescas secuoyas, géiseres, bisontes, osos, lobos, el Gran Cañón del Colorado, los escenarios de las películas del Oeste y las road movies. Un dato interesante: el NPS maneja también los sitios históricos, como la Estatua de la Libertad o el Lincoln Memorial.
Se calcula que por cada dólar invertido en los parques nacionales se generan diez de ganancia. La conservación genera dinero que se inyecta en las economías locales.
Lo cierto es que en Estados Unidos los parques nacionales atraen tantos visitantes como sus grandes ciudades, y forman parte del tejido cultural e histórico del país. El clásico road trip en la inmensidad permite perderse tras las huellas de Thoreau o Emerson, pero también visitar circuitos masivos en los que se comprende el sentido real de lo público y de la inclusión. Gracias a un correcto desarrollo de la infraestructura, es habitual observar visitantes de todas las edades y condiciones físicas, desde bebés en mochilas paternas a personas de edad avanzada, con dificultades motrices o en silla de ruedas. Nadie es excluido de los principales atractivos paisajísticos ni de la posibilidad de observar fauna silvestre, y la gente hace suyo el lugar.
Se calcula que por cada dólar invertido directamente en los parques nacionales se generan diez de ganancia. Sin complejos sobre el uso de bienes públicos e inversiones privadas, conviven en las public lands los campings y alojamientos concesionados junto a la infraestructura turística de ciudades y pueblos cercanos.
Esto nos devuelve a los 325 millones de visitantes anuales en las áreas manejadas por el NPS: ese número equivale a casi la población total del país (que es de 335 millones). La conservación de la naturaleza, por medio del turismo, genera dinero que se inyecta en las economías locales: un Estados Unidos entero que demanda pasajes, combustible, alojamiento, comida, recreación, equipamiento fotográfico, ropa y enseres outdoor, libros, regalos y servicios generadores de puestos de trabajo de todo tipo y calificación, sin olvidar lo recaudado en concepto de entrada a los parques.
¿Y por casa cómo andamos?
El modelo norteamericano de naturaleza preservada y desarrollo turístico sirve como base de análisis. En la Argentina empezamos muy bien, creándolos: en 1902, Carlos Thays ya estudiaba la factibilidad de un parque nacional en Iguazú, y en 1904 el perito Francisco Moreno cedió las 7.500 hectáreas que dieron origen tres décadas después al parque nacional Nahuel Huapi. Argentina fue el tercer país de América en crear un parque nacional, y poco después nació la Administración de Parques Nacionales (APN), inspirada en el servicio estadounidense. Luego de este inicio pionero, continuamos razonablemente bien: los parques siguieron en pie y ningún gobierno o evento traumático de nuestra historia nos orientó hacia su reducción, sino que se sumaron más áreas.
La década de 1990 fue un período interesante por la incorporación de nuevo territorio al sistema. Alrededor de 2012 se retomó este impulso, y de 2014 a 2023 se crearon nueve parques nacionales más –cuatro de ellos en 2018, año récord–, que completan hoy 39 parques nacionales terrestres, más áreas marinas y otras con diferentes categorías de protección. En un sistema político caracterizado por sus cambios pendulares, es muy destacable esta continuidad de políticas de estado a lo largo del tiempo y de gobiernos de distinto signo político. Tal vez influya el mecanismo institucional de creación de un parque nacional, un proceso complejo, lento y plural que involucra a numerosos actores: además del Ejecutivo nacional, intervienen organismos técnicos, gobiernos y legislaturas provinciales, comunidades locales, asociaciones civiles y el Congreso nacional. Conciliar es arduo, pero cada nuevo parque nacional es testimonio de concreciones posibles sobre bases sólidas, algo que a veces nos parece inalcanzable.
Entonces, ¿tenemos ya todos los parques necesarios? No. Hay ecosistemas sin representación y otros que requieren ampliarse. Argentina no llega al 2% de superficie terrestre bajo la órbita de Parques Nacionales, frente al 4% de Estados Unidos, que sigue creciendo con nuevas áreas en estudio.
La accesibilidad a muchos parques es dificultosa y disfrutarlos no está facilitado, en especial por falta de infraestructura, pero también de interés en recibir visitas.
En la última década, varias de las nuevas áreas protegidas fueron creadas con el aporte de fondos de particulares y ONG del exterior y nacionales, que además de adquirir el área a convertir en parque nacional, en algunos casos iniciaron obras de infraestructura, para finalmente donar el territorio al Estado nacional y al control de la APN. Paradójicamente, esta modalidad ha sido tildada de “privatizadora” desde algunos sectores, pese al procedimiento institucional que describí, y a que la propiedad y el dominio de la Nación sobre las áreas protegidas es total y absoluto, tanto desde lo jurídico como en la práctica en el territorio. Los antecedentes ya concretados en el país bajo esta modalidad dan testimonio de eso.
Pero además de mantenerlos y sumar nuevas áreas, tenemos que aumentar las visitas a nuestros parques nacionales. Esta es una deuda pendiente. Entendiendo que pueden ser un motor tanto de la economía nacional como de las regionales, y la mejor carta de presentación de la Argentina al mundo. Hoy nos encontramos muy lejos de la popularidad y valoración social de los parques norteamericanos.
Buena parte del turismo se concentra sólo en las dos o tres estrellas del sistema. La accesibilidad a muchos parques es dificultosa y disfrutarlos no está facilitado, en especial por falta de infraestructura, pero también de interés real en recibir visitas: conocer muchos de ellos, entonces, se convierte en una carrera de obstáculos desmoralizante. El turista puede encontrar cierres temporales por las más diversas razones, incluyendo casos insólitos para un parque nacional, como su clausura total por el avistamiento de un puma en algún sector. En lugar de gestionar, se cierra. La alternativa de limitar las visitas parece ser una solución siempre a mano frente a cualquier problema, cuando debería ser una absoluta excepción. Sin duda, falta personal capacitado para atender y controlar al público, por eso en algunos parques se exige contratar un guía obligatorio para ingresar y recorrerlo, aun en zonas accesibles. Como resultado, estamos subvalorando áreas de biodiversidad y paisajes fantásticos que, si se ubicaran en Utah o Arizona, recibirían a millones de visitantes, contarían con rutas escénicas y decenas de miradores, tendrían cientos de kilómetros de senderos de distinta dificultad, la posibilidad de ver fauna silvestre se potenciaría con manejos adecuados y florecerían las alternativas de alojamientos de todo tipo.
El tiempo de las tierras públicas
Sabemos que no sobran recursos. Pero el obstáculo principal es olvidar que, siendo verdaderas “tierras públicas”, los parques nacionales tienen un potencial enorme como generadores de valor por medio del turismo. Increíblemente, cuando aparecen alternativas en esa dirección, sumando participación privada, suelen ser duramente criticadas con preconceptos antimercado: “no a la privatización” o “no a la mercantilización”. Esto resulta en una inmovilidad muy cómoda para algunos sectores e intereses, y termina incluso atentando contra el objetivo de conservación de las áreas: un parque poco visitado sólo garantiza olvido y desidia, sin la apreciación ni la lupa atenta de la sociedad.
Es necesario entender que no hay contradicción entre la misión de conservar la naturaleza y el disfrute público, sino potencial y ventajas. Los géiseres volcánicos entre bosques y la abundante fauna silvestre del parque nacional Yellowstone –el primero del mundo, inaugurado en 1872– es lo que convoca a millones de visitantes desde todo el planeta hasta ese rincón remoto de Wyoming. En Argentina sucede algo parecido con nuestras Cataratas del Iguazú. Esa maravilla natural lo convierte en nuestro parque nacional más visitado y motor económico de la región, y al mismo tiempo su selva bien conservada parece resguardar quizás la población más vigorosa del amenazado yaguareté. Suma, no resta.
Nuestro potencial ambiental, sociocultural y económico en relación con los parques nacionales es enorme. El primer paso es la decisión política de desarrollarlo. Hay mucho por crecer, y espero que algún día celebremos con orgullo en Argentina nuestro Día de las Tierras Públicas.
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