ZIPERARTE
Domingo

No luche, no vuelve

La extravagante narrativa de la proscripción a Cristina Kirchner.

Hace unos días, viendo que Cristina Kirchner se estaba haciendo rogar con la consigna “luche y vuelve”, me acordé de que la primera vez que vi una pintada que decía “luche y vuelve” fue en Neuquén en 1972. Yo tenía ocho años y alguien la había dibujado sobre una pared a la vuelta de mi casa. Hecha con aerosol, a las apuradas, mostrando que quien la había escrito sabía que lo tenía que hacer rápido y salir corriendo. Terminaba con la clásica V con una P adentro: viva Perón. O Perón vuelve.

Le pregunté a mi mamá qué era eso y me dijo que eran los chicos de la Juventud Peronista que habían iniciado una campaña para bancar la vuelta de Perón a la Argentina y romper la proscripción que la dictadura ponía sobre el General. 

Romper la proscripción…

En 1972 se estaba cerrando un ciclo iniciado 17 años antes con la Revolución Libertadora y su intento por construir una república liberal con el partido más grande del país ilegalizado y su principal líder impedido de regresar al país y… proscripto. El golpe de 1955 había terminado con la democracia antiliberal existente en Argentina desde la asunción de Perón y a partir de ahí los militares probaron todas las vías posibles para construir una democracia liberal sin el peronismo: proscripción, desnacionalización del peronismo, golpes, vuelta a cero, otra elección. No lo consiguieron: 17 años de lo que Guillermo O’Donnell describió magistralmente como un “juego imposible”. Perón no podía volver, pero podía conducir desde Madrid a sus bases, privando de legitimidad a los gobiernos surgidos de elecciones y evitando la consolidación de una democracia sin él. El resto de los actores políticos podían acceder al gobierno, pero no lograban sacar a Perón de la escena, lo que reducía su margen de acción y sus posibilidades de consolidarse como jugadores legítimos. Finalmente, los militares podían mantener a Perón afuera, pero a costa de sacrificar sus intentos de consolidar un sistema estable. 

De lo que no había duda era de que, en aquel juego, Perón estaba proscripto.

De lo que no había duda era de que, en aquel juego, Perón estaba proscripto. Había sido desalojado del poder en forma no democrática y su salida implicó un cambio de régimen. Tampoco compremos lo del “peronismo históricamente perseguido y resistiendo los palos del poder”. El peronismo se consolidó desde el Estado y antes de ser perseguido fue –digámoslo así– perseguidor. Hostigamiento a la prensa, cierre de diarios, cárcel a Balbín y otros por “desacato a la figura presidencial”, persecución a la izquierda comunista y varios etcéteras más. 

En ese contexto violento, la reacción del mundo antiperonista fue brutal. Exilio de Perón, cierre de diarios pro-peronistas, proscripción del Partido Peronista, prohibición de nombrar a Perón, confiscación de bienes, presos, fusilamientos. Lo único que pudieron construir los militares como respuesta a la democracia antiliberal de Perón fue una república (algo) liberal no democrática. 

Así llegó el “luche y vuelve” en su versión original y auténtica. Perón lideraba al movimiento más grande del país, los militares no habían logrado terminarlo políticamente y el presidente Alejandro Lanusse decidió cambiar el juego. Que haya elecciones libres, peronismo legalizado, basta. 

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Pero tampoco tiró la toalla, digamos. Lanusse le encomendó a un equipo liderado por su ministro del Interior, el dirigente radical Arturo Mor Roig, que armara un sistema de reglas que garantizara elecciones libres en un contexto competitivo, pero con la mayor cantidad de incentivos que permitieran lograr el objetivo de máxima: la derrota del peronismo en elecciones libres. Del conjunto de reglas que se armaron rescatemos dos. En primer lugar, se incorporó por primera vez el ballotage (la aspiración era incentivar la formación de una coalición de hecho post primera vuelta que le ganara al justicialismo en segunda). Y la segunda regla era, en apariencia, curiosa. Se exigía la residencia en el país para ser candidato. Esa regla tenía un único destinatario: Perón, que no estaba en Argentina y no se le permitía la entrada (el último intento había sido el 5 de febrero de 1973), por lo que no podía ser candidato, lo cual reforzaba la probabilidad de que se cumpla la regla anterior. 

El desenlace de esa historia lo conocemos. La estrategia de Lanusse fracasó, el peronismo ganó, Perón vació de poder a Cámpora, lo forzó a renunciar y, en una nueva elección, se consagró presidente por tercera vez, con el 62% de los votos. Un tiempo antes, los Montoneros (mientras pintaban “luche y vuelve”) habían asesinado a Mor Roig. Perón incentivaba su constante movilización y su acción, mientras los calificaba cariñosamente de “juventud maravillosa”. El amor duraría poco.

El día de su vuelta al país, los militantes de la JP que habían bancado el “luche y vuelve” fueron a recibir a Perón al puente 12 de la autopista Ricchieri, pero no se encontraron con él, quien prefirió la comodidad y, sobre todo, la seguridad de una base militar. Con quienes sí se encontraron fue con López Rega y Osinde, que los acribillaron a tiros desde el palco. ¿Cuál fue la reacción del líder frente a la masacre a los que habían luchado para que volviera? Lo único que se le escuchó decir fue que “hay una juventud cuestionada”. No hubo investigación ni repudio. Tanta lucha para que volviera de esa manera. 

Pintadas seguras

Volvamos al “luche y vuelve” de 1972, versión 1.0. La campaña tenía como objetivo lograr la vuelta de Perón a la Argentina para que vuelva al poder. Como ya dijimos, Perón estaba ilegalizado, al peronismo se lo reprimía y gobernaba una dictadura militar que estaba armando reglas electorales para evitar que el peronismo ganara. Hacía 17 años que Perón estaba fuera del poder y del país, y la militancia que bancó esa campaña lo hizo desde fuera del Estado, e incluso soportando su represión. Abstrayéndonos por un segundo del resto de los elementos que giraban alrededor de la intensa situación política argentina, la consigna “luche y vuelve” tenía en aquel momento un sentido claro y lógico: hay un líder político exiliado, líder de un movimiento excluido del poder, que sólo volverá –al país y al poder– si sus seguidores se movilizan y luchan. 

Las pintadas del “luche y vuelve” cristinista de 2023, versión 2.0, no están hechas con aerosol a los pedos y salgamos rajando. Son prolijas, ocupan toda una pared, a todo color. Fueron pintadas por quienes tienen la seguridad de que nadie los va a correr. Y que tienen muchos recursos a su favor. 

¿Quiénes luchan en 2023? Militantes que seguramente trabajan en el Estado, cuyos jefes políticos son funcionarios, con muchos recursos a su disposición, choferes, vehículos, teléfonos celulares, plata. Y, lo más importante de todo, militan su campaña en un país gobernado por un gobierno del que son parte. ¿Y quién tiene que volver en 2023? Una persona que no sólo no está proscripta (insistamos en esto: puede ser perfectamente candidata a lo que quiera en las próximas elecciones) sino que es la cabeza de uno de los tres poderes del Estado, que fue presidenta dos veces, y actualmente es Vicepresidenta de la Nación. Que circula por donde quiere y declara lo que quiere a través de la enorme cantidad de medios que tiene a su disposición. E integra un gobierno encabezado por un presidente que está ahí porque ganó una elección, pero antes fue designado por ella como candidato único del partido que ella integra. 

No puede volver a ninguna parte porque no se fue, está ahí. No está exiliada, no se la reprime.

No puede volver a ninguna parte porque no se fue, está ahí. No está exiliada, no se la reprime. Tiene una condena en primera instancia (que no le impide ser candidata) dictada por otro poder, independiente, con todas las garantías. Y la condena (que no está firme) es por corrupción, no “por desacato a la figura presidencial”. 

¿Luche y vuelve? ¿Proscripción? Se la contás a un extranjero y no te la entiende ni que se lo expliques diez veces. De todas maneras, esa narrativa extravagante y aparentemente desconectada de la realidad debe tener una explicación. Porque los que la llevan adelante no son psicóticos fugados de Open Door, sino dirigentes políticos experimentados y poderosos. Ensayemos una.

En 1972, Perón ganaba la elección cómodamente si se presentaba. Nadie dudaba de eso y, de hecho, arrasó unos meses después. Por eso Lanusse, en su afán de evitar a Perón, coronó el sistema de reglas pensado para derrotar al peronismo con una frutilla: la proscripción, en los hechos, de Perón. La proscripción, y la respuesta de la JP del “luche y vuelve” partieron de esa certeza. Si Perón competía, ganaba.

En 2023, las consignas “luche y vuelve” y “rompamos la proscripción” no son tan extravagantes si las entendemos desde otra certeza, opuesta a la de 1972: si Cristina compite, no gana. Cristina es la que mejor mide dentro del Frente de Todos, y lo puede conducir a la derrota más digna posible. Pero no gana. Y no sólo eso. Cristina, al no ganar, le abre la puerta a los dirigentes de su propio espacio político para que le cuelguen el cartel de “mariscala de la derrota” y la saquen de la escena. 

Mucho mejor ser mártir de una proscripción ficcional que mariscala de una derrota real.

Minga, no les va a dar el gusto. Que vaya otro a perder. Pero hay que armar una épica, su ausencia como candidata no puede ser el producto de su decisión libre. Adicionalmente, hay que sostener el día después. Ergo, Cristina (que no está proscripta) está proscripta. En estos días hemos visto además a varios dirigentes y funcionarios subir un nivel de tensión en la narrativa: como Cristina está proscripta, el que gane va a ser un Illia o un Frondizi, sin poder ni legitimidad. Llevando la narración a ese nivel delirante, más que reeditar el juego imposible se tientan con un juego muy peligroso. ¿Se sumará el resto del peronismo a ese juego? Lo dudo. 

Termino con una referencia a lo paradojal de todo esto. Existe la posibilidad de que el peronismo sufra una derrota histórica este año. Y quizás, lo que Cristina (o cualquiera) quiere evitar es precisamente ser la responsable de aquello que Lanusse no pudo lograr hace 40 años: la derrota contundente del peronismo y su desnacionalización. Es decir, el fin (por un tiempo al menos) del peronismo como partido nacional competitivo. No significa que deje de existir ni de ser poderoso. Pero transformarse en la versión argentina del PMDB brasileño, influyente a nivel estadual y parlamentario, pero no nacional, no es un destino fácil de aceptar. Nadie querrá ser el dueño de esa mutación.  

No estoy pronosticando nada, no tengo la bola de cristal. Propongo una especulación. Pero me imagino no ser el único que la está haciendo. Y en ese contexto, mucho mejor ser mártir de una proscripción ficcional que mariscala de una derrota real. 

 

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Julián Gadano

Sociólogo. Profesor de la UBA y la Universidad de San Andrés. Ex subsecretario de Energía Nuclear.

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