Creo que para acercarnos a los valores de la Revolución Francesa necesitamos mecanismos de mercado. Creo que cualquier sociedad deseable, incluso una utopía de superabundancia como esa a la que aspiraba Marx, los tendrá. Creo que la disponibilidad de la propiedad privada es una condición necesaria para el disfrute de la libertad. Creo que el Estado es una herramienta que a veces falla, creo que el poder burocrático es peligroso, creo que el crecimiento económico es un imperativo moral, y creo que las fronteras deberían estar todo lo abiertas que se pueda. Y creo que soy de izquierda.
En el siglo XXI, eso me hace algo así como un (neo)liberal de izquierda.
“Neoliberalismo de izquierda” suena a boutade. Cosa de trolls de Internet. Algo de eso hay, seguro: la cuenta de Twitter @ne0liberal organiza cada año un torneo eliminatorio para determinar quién es el chief neoliberal shill (algo así como el “esbirro neoliberal en jefe”). Este año hasta hay una tuitera argentina en la competencia.
Lo que sigue es un intento en miniatura de rescatar, para las tradiciones de izquierda, cuatro ideas paradigmáticamente “neoliberales”.
1. El crecimiento económico es un imperativo moral
Lant Pritchett, un economista norteamericano especializado en desarrollo, repite el argumento cada vez que puede: mejorar el nivel de ingreso mediano de un país es necesario y suficiente para reducir la pobreza extrema. Es necesario porque ningún país con un ingreso mediano más bajo que el de México ha logrado reducir la pobreza extrema por debajo del 30%. Al mismo tiempo, el nivel de ingresos es suficiente para reducir la pobreza extrema porque no existe ningún país con un ingreso mediano superior al de Perú con pobreza extrema por encima del 10%. (Por las dudas: el ingreso mediano de un país es el ingreso del individuo que está “justo en el medio”, tal que la mitad del país tiene más y la otra mitad tiene menos ingresos que él o ella.)
El argumento de Pritchett apunta fundamentalmente contra los “especialistas en desarrollo” que aspiran a descubrir nuevos trucos en la lucha contra la pobreza por medio de experimentos controlados. Al momento de reducir la pobreza extrema, insiste, hay políticas públicas mejores que otras, pero operan en el margen. Un acomodador amable puede ayudarnos a disfrutar del espectáculo, pero lo importante es cómo suena la orquesta.
Somos contemporáneos de la reducción de la pobreza extrema más marcada en la historia de la humanidad.
Desde luego, no sólo los neoliberales se preocupan por el crecimiento económico (aunque muchos “anti-neoliberales” tienden a desestimarlo), así que quizás sea injusto reclamar exclusividad sobre la idea. Lo que sin dudas no es injusto es señalar que somos contemporáneos de la reducción de la pobreza extrema más marcada en la historia de la humanidad, y que prácticamente toda esa reducción se dio en países que incorporaron mecanismos de mercado allí donde antes había economías centralmente planificadas.
Nos hemos acostumbrado a contar la historia atlántica del neoliberalismo. El balance está incompleto si no miramos hacia el Pacífico y el Índico. Es cierto que las reformas de mercado, realizadas en muchos casos sin redes de contención, empobrecieron relativamente a las clases medias europeas y americanas. Al mismo tiempo, las reformas de mercado fueron también un mecanismo increíblemente poderoso para sacar a cientos de millones de trabajadores de la pobreza. Si el capitalismo, como decía Marx, tiende a globalizarse, la lectura de las reformas de mercado también tiene que ser global. La experiencia asiática de los últimos cuarenta años es una victoria del neoliberalismo, en el buen sentido.
2. Para una crítica de la burocracia
Quienes crecimos entendiendo que Foucault era parte de la tradición de izquierda esperábamos otra cosa cuando leímos Nacimiento de la biopolítica, uno de los cursos que apareció en español en la década del 2000. Foucault habla allí del “neoliberalismo” (la palabra es relativamente nueva cuando dicta el curso), pero no despliega una crítica de la acumulación capitalista ni de los efectos destructivos del mercado. Lo que hay es cierta fascinación ante la utopía antiburocrática de los anarcocapitalistas. Foucault, el crítico de las sociedades de control, encuentra aliados en lugares inesperados.
Quizás los encuentra ahí porque falta una crítica de izquierda de la burocracia. La crítica de izquierda iluminó las formas de dominación impersonales, que habían quedado ocultas para muchos pensadores liberales. En ese movimiento, esa crítica perdió de vista las formas de dominación estatal que preocupaban a sus predecesores, o las creyó derivadas de problemas más fundamentales.
Foucault, el crítico de las sociedades de control, encuentra aliados en lugares inesperados.
La crítica “neoliberal” de la burocracia está bastante desarrollada, y en los ámbitos académicos se conoce con el nombre de public choice. Es una herramienta conceptual decisiva para evitar lecturas ingenuas sobre el Estado. Está conspicuamente ausente de cualquier discusión en círculos de izquierda. Fueron los liberales de la escuela austríaca y sus herederos (y no los marxistas que denunciaban la “degeneración burocrática” de la Unión Soviética) los que nos legaron las ideas más potentes para una crítica de la burocracia. Señalaron que los fenómenos sociales son demasiado complejos para entrar en los planes de quien decide. Que las intervenciones tienen efectos no deseados que no podemos anticipar. Que los objetivos de los funcionarios no necesariamente están alineados con los del público. Que las personas que eligen trabajos en donde van a tener poder sobre otros suelen tener algunos rasgos de personalidad especialmente acentuados.
La lección fundamental coincide con la de Foucault: el poder se define por su funcionamiento, no por las intenciones declaradas de quienes lo detentan. La estrategia, quizás, deba ser la de Frodo: hay formas de poder que es preferible destruir.
A pesar de esto, los liberales que hoy salen en televisión tienen poco y nada para decir sobre la más descarnada forma de dominación burocrático-estatal, esa que sin dudas preocupaba a Foucault. La arbitrariedad policial, judicial y, especialmente, punitiva no aparece casi nunca entre las preocupaciones de los autoproclamados herederos de la escuela austríaca. La izquierda debería aprender de la crítica liberal contra la burocracia, porque no parece que la derecha esté interesada en desplegar esa crítica contra la capacidad estatal de vigilar y castigar.
3. Todo lo que deba ser del Estado…
En Argentina, la cobertura de líneas telefónicas mejoró considerablemente con la privatización del servicio. Los planes de vivienda más exitosos de América Latina les han dado a los beneficiarios títulos de propiedad, para que puedan disponer libremente de ellas. Muchas experiencias fallidas incluyeron el diseño de viviendas desde la oficina de un funcionario y condiciones sumamente restrictivas para los residentes.
Si el Estado decreta el “acceso universal a X”, eso no garantiza automáticamente la provisión de X para el conjunto de la población. Hay una cosa en la que están de acuerdo Lucas Llach y Juan Grabois: la Tarjeta Alimentar es una mala idea. En la medida de lo posible, el Estado debería proveer dinero en lugar de garrafas, cajas PAN o protectores solares. Desde luego, puede haber fallas de mercado que justifiquen la provisión estatal en casos particulares. Pero, como dijimos más arriba, no hay que perder de vista que el Estado también falla.
Hay que defender el valor de la igualdad, pero también abandonar la idea de que el Estado debe proveer todo bien al que queremos mejorar el acceso. La provisión estatal o privada de un bien o servicio es un medio, no un fin en sí mismo. Nadie, salvo quizás el ex gobernador Carlos Ruckauf, cree que el Estado deba proveer zapatillas.
La receta neoliberal de izquierda para mejorar el acceso de las personas a bienes y servicios es sencilla: como dice el título del libro de Annie Lowrey sobre ingreso universal: give people money. Ahí donde los bienes básicos son de más fácil acceso, las personas suelen obtenerlos en el mercado.
4. Para nosotros, para nuestra posteridad…
Le robo otro argumento a Lant Pritchett: ¿por qué los empresarios de Estados Unidos invierten en desarrollar tecnologías que reemplazan a los cajeros del supermercado? Si algo abunda en el mundo, es mano de obra no calificada. Hay millones de personas que con gusto se establecerían en Estados Unidos para trabajar en sus supermercados. La escasez de trabajadores no calificados es una creación de la restricción migratoria. Levantar la restricción migratoria beneficia a todos. Ganan los que acceden a un trabajo mejor y se alinean los incentivos de quienes invierten. Mejor gastar los recursos en resolver otros problemas de escasez, como la falta de aire y agua limpios.
Hay un acuerdo feliz entre el neoliberalismo y la izquierda que no hace falta construir en esta nota, porque ya existe en Argentina. En virtud de esa conmovedora línea final del Preámbulo de la Constitución, las fronteras argentinas están bastante abiertas. La premisa es liberal e igualitaria al mismo tiempo. Dejemos a las personas moverse libremente por el mundo. Y logremos, al mismo tiempo, la política más igualadora que podamos diseñar.
Al fin y al cabo, las fronteras y las aduanas son reglas sociales. Resuelven bien algunos problemas y mal otros. Lo mismo vale para el mercado y el Estado. Ninguna institución es un resultado histórico inevitable ni representa la culminación del desarrollo humano. Todos los mecanismos para modelar y organizar las interacciones humanas tienen sus límites. La crítica de izquierda expuso los límites morales del mercado. La crítica liberal es una herramienta insoslayable para hacer lo mismo con el Estado.
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