En las últimas semanas las divisiones dentro del PRO adquirieron una nueva materialidad con la refundación de la Fundación Pensar, ahora con María Eugenia Vidal a la cabeza, y el lanzamiento de Movimiento al Desarrollo (MAD), el espacio político de Horacio Rodríguez Larreta. Esta división no sorprende; ya sea por diferentes líneas de pensamiento o diferentes formas de llevar adelante la gestión de Gobierno, la realidad es que existía desde hacía tiempo y encolumnaba a dirigentes, funcionarios y militantes hacia uno u otro lado. Estas diferencias –de fondo y forma, pero también de intereses y egos– sin dudas afectaron y desarticularon el proyecto político del PRO, que había generado esperanza y renovación en un sector de la sociedad.
En la práctica de la gestión cotidiana, la “grieta interna” afectó la coherencia de políticas públicas implementadas en y entre distintos ámbitos y jurisdicciones. Pero también erosionó la mínima, común e indispensable coherencia de valores que el partido ofrecía a sus seguidores. No es un tema menor. La política, aun la del siglo XXI, no consiste únicamente en un programa económico o de desarrollo ni se satisface con estar en las redes: si uno no enamora como proyecto común, con un mínimo común que todos conozcan y respeten, las tortugas huyen para todos lados y se alinean detrás de camisetas donde se destacan los apodos y diminutivos de referentes circunstanciales o individualistas: algunos se van en busca de nuevos lugares donde participar en la conformación de una mejor política y sociedad; otros, detrás de nuevos cargos o carguitos, ejecutivos, legislativos o judiciales.
Reflexionar sobre uno mismo es algo positivo para un espacio político en una democracia moderna. En especial para el PRO, cuya tradición de cambio y renovación política contribuyó a romper la inercia política negativa de las últimas décadas. Pero la renovación y el cambio puertas adentro también son indispensables para superar el aletargamiento partidario sufrido luego de los variados desafíos de gestión asumidos desde 2007. Difícilmente pueda pensarse en un proyecto político de desarrollo sin un orden y liderazgo interno y, fundamentalmente, sin una adecuada definición y respeto por los valores que representa el espacio.
En su discursiva, estos términos, tan relevantes, parecen venir vacíos o flojos de significado.
Tanto Vidal, desde la nueva Pensar, como el escindido MAD de Rodríguez Larreta continúan con la tradición partidaria de mencionar rápido, sin demasiada explicación o profundidad, los valores básicos que, dicen, representan el sentir del PRO original y de su nueva etapa: libertad, democracia, república, justicia, Estado de derecho, instituciones, diálogo, pluralismo, desarrollo y tolerancia, entre otros. En su discursiva, estos términos, tan relevantes, parecen venir vacíos o flojos de significado, mezclados con otros tantos términos que hacen a los ámbitos específicos considerados prioritarios –educación, economía, seguridad, salud, vivienda– y a la particular manera o forma de encarar la administración del Estado, la gestión de las políticas públicas y el vínculo con la ciudadanía: cercanía, positividad, mirada al futuro, moderación, eficiencia, meritocracia, entre otros.
Esta heterogénea mezcla, elusiva de definiciones concretas acerca de aquellos primeros valores, resultó en su momento útil y exitosa para el PRO. Ganar elecciones pareció darles la razón a quienes sostenían cosas como “la ciudadanía del siglo XXI ya no requiere ni necesita de grandes narrativas o relatos políticos o ideológicos”. Adecuadas políticas públicas, fundamentalmente en la economía, y mejores formas de gestionar lo público constituirían la clave del éxito del proyecto. Eso se decía. La realidad, sin embargo, demostró que esto no era suficiente y que la base, diría el Bambino Veira, no estaba. O, por lo menos, no era lo suficientemente sólida como para sostener aquello que se pretendía construir encima. Algo de esto percibió Mauricio Macri luego de las PASO de 2019, durante el mes de las grandes manifestaciones en la calle: no podía prescindirse de lo político y de la cotidiana acción de ciudadanía en la construcción del orden democrático.
Desarrollo conceptual
Volviendo al comienzo: un proyecto de cambio político requiere que términos polisémicos como democracia, república, libertad, justicia, instituciones, ciudadanía y diálogo tengan un desarrollo conceptual que las haga más comprensibles y así puedan orientar con mayor certeza la acción política. No es lo mismo, por ejemplo, la democracia liberal constitucional (un ideal posible) que las variantes que se dan en la realidad. Como no es lo mismo la democracia liberal-republicana que la democracia nacional y popular o que la democracia anarco-libertaria. Este tipo de definiciones son previas o al menos concomitantes con el desarrollo de un plan de gobierno y el diseño de políticas públicas.
Es cierto que dirigentes y funcionarios tienen que medir y calibrar a cada instante cada una de sus decisiones, sin demasiado tiempo para disquisiciones teóricas. Pero internalizar el significado y el sentido de los valores de un proyecto político genera una particular disposición de carácter. Se convierte en un hábito virtuoso, que participa e influye en la toma de decisión, orientando el trabajo de legisladores, funcionarios ejecutivos, referentes y equipos técnicos y permite una mayor coherencia política. En épocas de ser oposición, facilita decidir el acompañamiento o rechazo de los proyectos del oficialismo o de otros bloques. Y, fundamentalmente, ordena a la tropa en torno a mínimos comunes compartidos y no alrededor de cientos de referentes en todo el país que llenan significantes vacíos con liderazgos personales e interpretaciones interesadas.
La indefinición facilita la pluralidad de ideas y la apertura partidaria, pero al mismo tiempo alienta la existencia de proyectos que difieren sustancialmente en sus bases teóricas-políticas.
Respecto de las diferentes visiones y divisiones internas, todas deberían compartir aquellas mínimas pero fundamentales definiciones. La indefinición facilita la pluralidad de ideas y la apertura partidaria, pero al mismo tiempo alienta, si no el “todo vale”, la existencia de proyectos que difieren sustancialmente en sus bases teóricas-políticas. Y esto hace recordar más al peronismo y al radicalismo de las últimas décadas que a un proyecto de cambio y renovación política.
Una democracia liberal constitucional bien entendida descansa sobre el Estado de derecho y las instituciones, pero también, y por sobre todo, en el cotidiano actuar de una ciudadanía conformada por demócratas y republicanos que ejercen los valores fundamentales en un determinado sentido y no en otro. En este orden de ideas, el futuro del PRO depende sin duda de la calidad de las políticas públicas que diseñe e implemente, pero también de la coherencia del actuar de su dirigencia y militancia respecto de los valores, principios y narrativa política que como espacio debe terminar de conformar. De cara al futuro, entiendo que el relanzamiento de Pensar, brazo operativo de ideas y proyectos del ahora PRO macrista, constituye un momento oportuno para avanzar en este sentido. Los últimos informes presentados al público parecerían iniciar el camino, que debe profundizarse.
Como ciudadano demócrata y republicano, convencido del aporte que el PRO viene realizando para mejorar la calidad de vida de los argentinos, espero que los nuevos aires de cambio sean realmente nuevos aires. Espero que se pueda construir una alternativa demócrata liberal de gobierno y de poder, que complemente el diseño de políticas públicas concretas con un fuerte trabajo sobre la institucionalidad democrática republicana, base indispensable del sistema político. Y espero una narrativa lo suficientemente clara y distintiva que, si no enamore, sirva para orientar las propuestas de los equipos técnicos, reducir el egocentrismo y narcisismo dirigencial y contener y atraer nuevos militantes. Los miles de funcionarios públicos provenientes del PRO que trabajan en todo el país serán los primeros agradecidos.
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