BERNARDO ERLICH
Domingo

El fixture del corazón

Conversaciones con varones durante el Mundial.

Los hombres se enamoran del fútbol de manera idéntica al día que descubren a las mujeres: de repente y sin razón. Las mujeres amamos con más certeza y por eso el fútbol puede ser nuestro, pero también es algo ajeno o quizás es una de las pocas cosas que podemos vivir sentimentalmente por medio del corazón de los varones. Los latidos de la masculinidad al palo.

Ahora son las tres de la mañana, llevo dos, seis, ocho horas hablando con varones; con algunos salí, con otros saldré, con otros no me voy a ver nunca, de uno o dos soy amiga, a otros no los conozco. Ninguno se abrió tanto conmigo como en estos momentos, donde el acceso parece irrestricto, no hay barreras, ni advertencias, ni los sentimientos son esquivos o ambiguos, y del fútbol se terminan desprendiendo otras cosas: la plata, la impotencia de saber que con 100 lucas no podés cuidar a una familia entera, envejecer da miedo, conformarse da más miedo, mirar a la mina que te gusta en redes viendo cómo arma una vida y vos no estás ahí, y al final otra vez el fútbol. Hay un espacio para la verdad, muy similar al que aparece cuando un flaco te dice ¿Qué querés que te diga? ¿Que te quiero? Como si las mujeres no supiéramos que nos quieren antes que ellos mismos nos empiecen a querer.

El domingo hizo calor, con 38 grados no se puede nada, pero al final se pudieron algunas cosas. Desde un piso que no sé cuál es, una vista panorámica se abre al sur de la ciudad, los rayos cruzan el cielo y yo estoy pensando qué hago acá, pero también en qué calidad de vida me puedo dar en la era en la que los hombres ya no pueden garantizar casi nada. De repente pienso de qué cuadro es este pibe, que no sea bostero, me mato. Soy de River, como no expreso mis pasiones en general tampoco tiro de la cuerda de ésta. En medio de este encuentro que me hace bien vivir, me mata saber que no está mi amiga Luciana para que le cuente todo lo que está pasando y todo lo que está por pasar. La experiencia con los hombres se completa si después tengo la complicidad de las mujeres para que el acontecimiento crezca, los detalles cobren vida, reírnos juntas, repetir 100 veces lo mismo.

La experiencia con los hombres se completa si después tengo la complicidad de las mujeres para que el acontecimiento crezca, los detalles cobren vida.

Si los hombres tienen el don de la inmadurez, nosotras nos reservamos vivir todo, incluso el sexo, con un rasgo casi infantil que parece descubrir algo que conoce hace mucho tiempo como si fuera una novedad. Luciana siempre me miró ver los partidos de River en silencio y me preguntaba, sufrís si pierde. No, le decía. Y los hombres sufren, repreguntaba. Sí, le contestaba, un montón. Me iría de donde estoy sólo porque no está ella conectada o en mi casa esperándome, para decirme y boluda qué pasó y yo decirle, bueno, te cuento. Cuántas veces salí con alguien sólo para contarle a ella, cuántas veces salió ella con alguien solo para contármelo a mí y decirme, de esto tenés que escribir. Me leerá, volverá a mí, sabrá en su corazón que dejaría este microclima de intimidad que me desgarra construir si ella me llama. Saben las mujeres que son la pasión de mi vida, que son mi fútbol.

Cuando escribo me entrego de una manera muy similar a la que me entrego a los hombres, a disgusto pero con docilidad. El resultado en ambos casos es el mismo, una especie de purificación en donde lo que más me cuesta es ser honesta, pero al mismo tiempo no me queda otra. Sigo buscando en el medio de la noche hombres para hablar de fútbol y voy aceitando con más soltura las transiciones para que me hablen de otras cosas. No es fácil que un hombre te hable de guita, que admita que cuenta monedas, que no sale a comer afuera porque se le rompe el presupuesto, que no arma nada con ninguna mujer porque le da para salir cada 15 días pero para todo lo demás no llega, que volvió a vivir con los padres. Te puedo decir algo, me dice uno. Sí, le digo, podés decir lo que quieras. Me siento un pobre tipo, dice, pero cuando Julián Álvarez mete un gol me puedo olvidar. No digo nada, no hay nada que decir.

Para esto vivo

Me despido y me tomo el 53, antes de irme ya sé que voy a escribir porque para esto vivo mi vida. Pienso en leer, tengo conmigo dos libros que editó Magalí Etchebarne sobre los que tengo algunas cosas para decir pero las quiero decir amorosamente, con el respeto que se merece una mujer que empuja una colección propia en un gigante editorial y en un momento como éste. Así que espero, como esperé este domingo que fue un prólogo de años. El colectivo arranca, la madrugada es fresca pero nadie abre nunca las ventanas en el 53 porque hasta no llegar a Avenida La Plata, donde yo me bajo, todo es inseguro. Lo veo venir a José, tirado por un perro marca perro, golpeo el vidrio y grito José pero se aleja, le pido al colectivero que me deje bajar pero finge no escucharme y José se va. Me pega el fracaso de mi vida: nunca poder sostener todo lo que quiero sostener, retener a la gente que quiero. José es de River, muy fanático, muy gallina, y siempre me habló de fútbol de manera natural, como si yo supiera cuando no sé. Me alegra que esté escribiendo las cosas que quiere, porque lo vi años desearlo.

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Cuando Luciana me dijo que nos teníamos que alejar yo me vine abajo, después me dijo vas a poder escribir todos los libros, todas las notas en todos los espacios que quieras escribir. Y es cierto, se abrieron, se abren esos espacios. Tomo riesgos como éste que estoy tomando ahora, me paro en lo que escribo con una seguridad que nunca tuve. Hice toda una vida con un montón de gente que me llenó de palabras, de momentos, de su propia vida, perdí todo una vez, dos veces también; en el fondo sabía que lo cambiaba por todo esto, para poder ser yo en una soledad que no me abruma, que me atrae cada noche o que me despierta cada madrugada cuando encuentro el silencio para escribir, para tener ambiciones y expandirlas hasta donde me dé y un poco más también. Se terminó mi era Gallardo de las relaciones, inolvidable, amorosa, sofisticada. Empieza otra pero los contengo a todos en mí, fueron mi mundo, son mi literatura.

Llego a mi casa, ya es lunes. El martes juega Argentina, voy a ver qué hago, si aprovecho la calle desierta, si voy a ver el partido a otro lado. Charlie lo quiere ver en Varela Varelita y le digo, puede ser. Anoto algunas cosas, pienso que un poco todos los que escribimos vivimos en un ecosistema similar donde hay una mesa, un termo y un mate, cosas sueltas. Sigo escribiendo a mano como Daniel, tomando notas, pero para armar todo esto necesito nadar, un kilómetro, un poco más, todo cae solo y la vida ordena lo que escribo. Un flaco me dice estoy cansado de relacionarme desde mis miserias con las miserias de lo otros y le digo muy bueno lo que decís. Sería un honor que lo uses, me contesta. Está todo mal en Argentina y cuando las cosas se vienen abajo a los hombres les rompe la cabeza no poder proteger a las mujeres de su vida. Hay un desapego, un cinismo en el aire, una cosa densa de no blanquear que todo está mal y seguir adelante rompiéndose un poco más el alma.

Está todo mal en Argentina y cuando las cosas se vienen abajo a los hombres les rompe la cabeza no poder proteger a las mujeres de su vida.

Ya es martes la gente me lleva puesta en la calle, llora, grita, se emociona, el aire es predominantemente masculino, me nutro de esa energía, de esa emotividad viril, con ciertos rasgos de vulnerabilidad que después se van a cerrar o se van a transformar en enojo cuando las cuentas no cierren, o tengas que decirle que no a tus hijos o morirte en un trabajo que no camina más hace rato. Todos los hombres, creo, nacen con hambre y se quieren comer el mundo, la vida se encarga de la gloria para algunos y de lo cotidiano para los otros. Yo vivo esto, me dice un flaco, como una revancha de todo lo que no pude ser.

Sin documentos

El martes se está terminando, estoy en Mar Azul contra la ventana esperando a Guille. Estuve escuchando mucho Los Rodríguez estos meses, cuando salió Sin Documentos yo tenía 13 años, 30 años después las canciones siguen intactas. Todo lo que haga, escriba desde ahora tiene que ser bueno, ya no hay tiempo para ser mediocre. Guille me dice y, qué tal el domingo. Me llega un mensaje de un pibe: el domingo me mato o salimos. Hace tres, cuatro semanas que estoy metida en un fixture en donde todas mis relaciones con los hombres dependen de los resultados de la selección, como el destino de esto que escribo. Todos queremos que al menos una vez nos salgan bien las cosas. Todos los perros quieren que un día sea su día. 

Nunca escribí sobre los hombres así, buscando un poco entender qué les pasa o prestando atención a lo que sienten. Tampoco tomé nunca el control de mi vida como lo tengo que tomar ahora. Quiero hacer cosas que trasciendan y no tener miedo a nada. Busco el remate perfecto para este párrafo final de un texto que encuentro inaudito, pero más mío que cualquier otra cosa que haya escrito. No siento haber usado sin piedad a ningún hombre para escribir nada de esto. Las mujeres me dieron sensibilidad, romanticismo, la poesía con la que imploro sostener lo que escribo pero también soportar la vida que está por venir. Pero también me plantean un límite que me tira para atrás. Voy a un mundo que intuyo, si juego dos o tres pases acertadamente, puede ser mío, el mundo de los hombres que es lo universal.

Ganar primero una cosa, conquistar después otra, si en el camino alguno me quiere mucho mejor, si uno me ama mejor todavía. Pero como en un partido los dos queremos lo mismo. Y yo quiero ganar. Después todo bien, podés llamarme, nos podemos encontrar, todo siempre puede mejorar, si entendés que tengo que cargar el combustible, la nafta, lo que me enciende para poder estallar en cada párrafo y no ser sólo de un hombre, ser de todos y de ninguno, vivir mi vida. Ser mía.

 

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Helena Pérez Bellas

Escritora. Vive en Boedo y escribe en @revistajennifer. Es nadadora en GEBA.

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