VICTORIA MORETE
Domingo

Mujeres al borde de la extinción

La reedición de 'Las Blaquier', de Soledad Ferrari, revela el gran vacío de la mímesis popular argentina: la clase alta.

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Las Blaquier.
Soledad Ferrari.
Sudamericana, 2024
416 páginas, $29.999

En el primer capítulo de Persuasión, su última novela, Jane Austen cuenta que Sir Walter Elliot, de los Elliot de Kellynch Hall en Somersetshire, es un hombre que no lee. No lee porque los libros no le divierten nada. La única excepción es el Baronetage, que registra su genealogía completa. Leyendo y releyendo la historia de sus ancestros, Sir Walter satisface su vanidad aristocrática. Lo hace tan seguido que la página está gastada. ¿Por qué? Porque para Sir Walter el linaje es un motivo de tranquilidad ante cualquier adversidad. Pero, ¿qué pasaría si quisiéramos redactar una versión argentina del Baronetage? ¿Quiénes serían los candidatos para completar sus páginas? No faltaron intentos como el Libro de Oro (1897), el Libro Azul (1914-1963) y la Guía Social (1965-2009), aunque fueran, en rigor de verdad, imposibles, porque la Asamblea del Año XIII, el único gobierno verdaderamente liberal que existió en estas crueles provincias, suprimió los títulos nobiliarios. No tenemos Sir Walters ni princesas Margaritas ni condes ni condesas, pero sí tenemos (además de algún que otro noble desposeído) una oligarquía que se ha autopercibido aristocracia y construido palacios ad hoc

Las Blaquier (2024), de Soledad Ferrari, es una reedición ampliada de una biografía que se publicó originalmente hace 12 años y prometía revelar todos los secretos de las mujeres de una de las familias más poderosas de la Argentina. La tapa –digna de una novela pulp de la década del ’50– muestra una boca con un terrón de azúcar, un intento demasiado literal de conjugar la fortuna azucarera de una rama de la familia (la de Carlos Pedro Blaquier y Nelly Arrieta) y los problemas de adicción de la otra (los hijos de Silvestre Blaquier y Malena Nelson). Ferrari construye un relato arquetípico de familias patricias: están los que acrecientan el patrimonio heredado y los que lo terminan alquilando su casco centenario para fiestas de gente a la que jamás hubieran invitado a comer. A todos nos gustan las mitologías nacionales, pero la comparación a veces es un poco forzada: Carlos Pedro y Silvestre Blaquier son primos segundos; ni siquiera heredaron partes iguales. No hay ninguna escena en la que los Blaquier Arrieta y los Blaquier Nelson estén en el mismo lugar.

Azu, el magnate azucarero

Esta nueva edición incorpora material nuevo: la investigación sobre la participación de Carlos Pedro en el escándalo de trata de personas y corrupción de menores de la Escuela de Yoga de Buenos Aires (EYBA), que estalló en 2022 y cuya magnitud salpicó a muchas personas del mundo de la farándula, a empresarios, a Plácido Domingo (a quien intentaron captar sin éxito), etcétera. El primer capítulo empieza con un diálogo entre un regente de la secta y una mujer –la supuesta preferida de Carlos Pedro– para sepultarnos a continuación en una sucesión de citas de expedientes judiciales y documentos que dan cuenta del funcionamiento interno de la EYBA. Abundan descripciones exhaustivas de los ejercicios amorosos del magnate azucarero (al que llamaban “Azúcar” o “Azu”), que era, según Ferrari, muy versado en la escritura de poesía romántica con rima consonante, capaz de rivalizar con cualquier poema del chocolatín Dos Corazones: 

Me dejaste loco y medio.
Yo sentí mucho calor.
Han pasado muchos años
y seguís siendo mi amor

La información sobre las vejaciones sufridas por las víctimas de la EYBA es tan apabullante que el resto de la lectura se complica. Que el tiránico y malvado Carlos Pedro tenga tanto protagonismo anticipa la moraleja del libro –que el poder envenena y corrompe–, y le quita centralidad a las Blaquier prometidas en el título. Tal vez esta investigación hubiera estado mejor canalizada en una novela histórica al estilo de La Fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, porque ¿quién puede entregarse al chisme aristocrático después de tanto testimonio espeluznante sobre trata y esclavitud? Sería aconsejable, de haber una futura reedición, mover este primer capítulo tenebroso al final, donde se registran los quehaceres de Carlos Pedro en el Ingenio Ledesma y sus vínculos con la última dictadura. Aunque cueste creerlo, en Azu conviven el criminal y el poeta menor, obsesionado hasta tal punto con su casa-obra de arte “La Torcaza” que le regalaba un ejemplar de su libro homónimo a cualquier invitado desprevenido: “Nuestra cultura actual”, declara el presidente del Ingenio Ledesma, “es la cultura de lo descartable, una cultura que ha dejado de creer que lo que hace es para perdurar. Esta casa, por el contrario, es un acto de fe y por eso ha sido construida sólidamente, con materiales nobles y resistentes al deterioro”.

Cuando la autora describe a Arrieta de Blaquier, parece estar hablando de una de las heroínas complicadas, brillantes y enigmáticas de Francis Scott Fitzgerald.

Ni la sombra terrible de Carlos Pedro logra opacar, por suerte, los chismes que siguen: Nelly Arrieta y Malena Nelson Hunter son los dos personajes más interesantes del libro. Cuando la autora describe a Arrieta de Blaquier, parece estar hablando de una de las heroínas complicadas, brillantes y enigmáticas de Francis Scott Fitzgerald. Le adjudica “un dolor antiguo que siempre le resultaba difícil poner en palabras”, que relaciona con el hecho de haber sido educada para reemplazar al hijo varón que nunca llegó, y haber cumplido siempre con lo que se esperaba de ella. Ferrari sugiere que a Nelly le hubiera gustado pintar, pero que se convenció de que no servía para eso. Su interés en el arte nunca cede, sólo cambia de forma: es así que Nelly se convierte en una de las coleccionistas más importantes del siglo XX. 

En algunos pasajes también se examina la relación de los Blaquier Arrieta con la familia Zorreguieta; el padre de Máxima llegó a trabajar en el ingenio con Herminio Arrieta (padre de Nelly) y Carlos Pedro. La descripción de cómo se conmueven con los esfuerzos que hacen los Zorreguieta para ascender en la rigurosa escalera social roza lo escalofriante. Las escenas del casamiento en Holanda –del que fue excluido el padre de la novia por sus vínculos con la dictadura– son para enmarcar: un puñado de argentinos al borde de la subversión frente a la cantidad de ritos y costumbres que se les exige por haber sido invitados a un casamiento real, en el que, porque hay aristocracia de verdad, ellos son de segunda. 

Malena, la belleza y el sacrificio

Por otro lado, la historia de Malena Nelson Hunter de Blaquier tiene elementos del romanticismo: todo –la pasión, el sufrimiento, la alegría– está exaltado. El marido de una mujer de 43 años muere en circunstancias trágicas (un accidente de avión), y esa mujer tiene que ocuparse de sus nueve hijos. Además de ser joven, la señora es una de las mujeres más lindas de su generación. Un personaje fascinante que decide no hundirse en la amargura y les inculca vitalidad a sus hijos y nietos, que adornan las páginas de las revistas y los programas de televisión con carisma, belleza, romances y escándalos. 

Que dos de sus hijas se distancien entre sí por haberse una enamorado del marido de la otra da cuenta de una endogamia sofocante (pero no sorprendente); dan ganas de recomendarles parejas ajenas a estos círculos, aunque más no sea para evitar el inbreeding, que suele causar estragos genéticos. El episodio de Dolores (hija de Malena y madre de Concepción Cochrane Blaquier), presa en Ezeiza por tenencia de cocaína, sumado al nivel de interés mediático que despertó la causa, la humanizan: sabemos que los niños ricos tienen tristeza, pero nunca cuánta. 

El episodio de Dolores, presa en Ezeiza por tenencia de cocaína, sumado al nivel de interés mediático que despertó la causa, la humanizan.

Las incursiones de la radiante Ginette Reynal en el modelaje y la TV nos enseñan que todo el mundo necesita trabajar. Entre el compendio de chismes se vislumbra un patrón que empieza a repetirse en las familias patricias de los últimos cien años: la figura del venido a menos que, en el siglo de los self-made –deportistas, millonarios tech y empresarios del mundo del entretenimiento–, pierde capital. Esta merma no necesariamente significa el ocaso de ciertos códigos sobre lo que es “ser bien”: en más de un caso, el capital simbólico permanece intacto. 

Si se habla de capital simbólico, es importante detenerse en los modos de hablar de esta clase, que son muy específicos y arbitrarios. El libro no logra reponer la forma de hablar de la gente como uno. La autora refiere episodios en los que Nelly hace preguntas sobre la procedencia social de las parejas de sus nietos, y sugiere que antes de cada presentación los chicos le rogaban: “Abuela, no te pongas pesada”. Este detalle inverosímil (¿hay algún paquete que le diga “abuela” a su abuela y no “Mama” con acento la primera A, “Mima” o “Memé”?) quiebra el pacto de lectura para todo aquel que conozca, al menos superficialmente, el idiolecto de nuestra oligarquía: que el padre de Nelly no pare de decirle “hijita” y que un empleado le diga “señora querida”, entre otros diálogos ciertamente dudosos, da cuenta de lo difícil que es reproducir este léxico particular.

Imposible de representar 

Ferrari no es la única que desconoce sus matices. Basta un rápido repaso de las ficciones argentinas de los últimos años para concluir que la representación de las élites locales (y en particular las porteñas) es el gran vacío de la mímesis popular argentina: telenovelas con dobles apellidos inventados y nombres peores —en Provócame, protagonizada por el mismísimo Chayanne, Araceli González interpreta a Ana Laura Villalobos Kent y, en Casi Ángeles, Peter Lanzani al improbable Thiago Bedoya Agüero—, peinados inenarrables como el de Gonzalo Heredia en Los ricos no piden permiso (obra maestra de la literalidad), casas siniestras con escaleras dobles, muebles de melamina, esculturas decadentes de angelitos desnudos, fuentes que escupen agua en jardines demasiado verdes e inimaginables desayunos con jarras de jugo Tang en la mesa. En Argentina, 1985, Lanzani interpreta a Luis Moreno Ocampo, que le dice “tío” a su tío y en lugar de “mamá” se refiere a su progenitora con el artículo posesivo “mi mamá”; la madre, a su vez, dice “esposo” y “bebé” (marido y bebe, con acento en la primera e serían las formas correctas). ¿A qué obedece este fallo constitutivo de la representación? ¿No hay nadie que pueda aconsejar a nuestros productores de imágenes y relatos? ¿Nunca leyeron los chistes de Landrú? ¿No escucharon a Martín Revoira Lynch ni leyeron Hielo seco de María del Carril?

Clases de idiomas por Landrú, en los años ’60.

Una o dos veces al año se viraliza algún hilo de X que busca explicar cómo se comportan “los chetos de verdad” en oposición a la… ¿gente normal? ¿O los chetos “de mentira”? Los aportes de estos hilos a la sociología de la riqueza en Argentina son innumerables y revelan hasta qué punto nos hemos pauperizado: ser cheto hoy es tomar Coca Cola, comer Oreos y parece que hasta tener agua potable. A estos hilos siempre responde algún usuario harto, alegando que esa conversación es arcaica y arcaizante, que lo cheto, lo paquete y lo bien son categorías que ya no importan. 

Tal vez estos grupos sociales hayan perdido su relevancia cultural (¿a quién le interesa un libro así en este momento?) y ya no marquen ninguna pauta significativa más que para ellos mismos (hoy interesan más las carteras de la mujer de Messi, quiénes son las amigas de Pampita o los romances de Marina Calabró). Esto debería contribuir a una efervescencia de representaciones, porque no hay nada como el fin de un fenómeno para lanzarse a describirlo y analizarlo en detalle. 

Por otra parte, la moralización (o la in-moralización) de la riqueza en general, y de la riqueza heredada en particular, constituye también un obstáculo; hay personas que tratan de ocultar su procedencia o disimularla al máximo para no recibir ninguna acusación. Un caso entre cómico y trágico es el de una jovencita de ilustre apellido que cambiaba su pronunciación de las y/ll de sorda a sonora cuando se emborrachaba, revelando su triste intención de borrar la huella de su privilegio. Hay otros, por ejemplo: ¿cuántos descendientes de héroes de la patria viven en Colegiales?

Puede que el mundo de Las Blaquier sea un mundo en vías de extinción, pero las especies que alcanzan su declive también tienen su atractivo. ¿No hay tours especiales para ver pandas en China, esos osos que también eligen mal a sus parejas y requieren un nivel de mantenimiento y dedicación excepcional?

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Eugenia Santana Goitia

Llicenciada en Letras (UBA). Traductora literaria y editora de la revista Hablar de Poesía.

Isabel Santana Goitia

Escritora. Está terminando su primer libro.

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