Las rivalidades a menudo revelan más que simples desacuerdos ideológicos o riñas personales. “La grandeza de un hombre se mide por la talla de sus enemigos”, expresa la sabiduría popular. Un caso muy intrigante en este sentido es la reciente antipatía del presidente Javier Milei hacia el diputado Ricardo López Murphy, que sorprende porque alguna tuvieron entre ellos un estrecho vínculo de maestro y discípulo, y porque trasciende las conocidas discrepancias entre anarcocapitalistas y liberales clásicos.
Milei supo deshacerse en elogios hacia quien consideraba su “segundo padre”, mucho antes de llegar a calificarlo como “traidor” y “basura”. ¿Qué pasó en el medio? Para entender este dramático giro, es importante repasar algunos hitos.
Pocas pulgas
En su breve historia democrática, el sistema político argentino casi siempre se caracterizó por un electorado que en lugar de distribuirse clásicamente entre derecha e izquierda, alternaba el poder entre peronismo y no peronismo. Mientras el peronismo nucleaba demandas sociales asociadas en otros países a la izquierda, el no peronismo carecía de una representación fuerte. Hasta que el PRO consolidó su presencia, no existía una derecha fuerte en términos electorales. Y la alianza Juntos por el Cambio no supo, no pudo o no quiso liderar una demanda que permaneció huérfana de partido.
Este orden lo rompió la pandemia de Covid-19. Con la quita de libertades de la cuarentena y la imposición de la virtualidad, se terminó de caldear en el discurso público un fuerte sentimiento anti-establishment que los libertarios supieron capitalizar. La ventana de Overton, que muestra el rango de ideas que la sociedad considera aceptables, desplazó su eje, que estaba muy corrido hacia la izquierda. En ese marco fue el boom de Milei, un outsider con nula estructura que causaba tanta fascinación como suspicacia, porque decía todo lo que hasta ese momento era impensable decir.
¿Se lo puede castigar por apostar a una propuesta más tradicional? Javier considera que sí. ¿Cómo podía un liberal plantear una alternativa por fuera de las huestes de Moisés?
En las elecciones parlamentarias PASO de 2021, López Murphy tomó la decisión de competir como precandidato a diputado dentro de la coalición Juntos por el Cambio, para evitar la fuga de votos liberales hacia Milei. ¿Se lo puede culpar por sumar dentro de la coalición republicana que en ese momento era hegemónica y además le permitió obtener su banca en el Congreso? ¿Se lo puede castigar por oponerse a las propuestas de dolarización y eliminación del Banco Central, y apostar a una propuesta más tradicional? Milei considera que sí. Definió esa movida como una traición y acusó a Ricardo de instigar “campañas en su contra”. ¿Cómo podía un liberal plantear una alternativa por fuera de las huestes de Moisés?
En la perspectiva maniquea de Milei, que su mentor político le compitiera legítimamente y dentro de las reglas de juego electorales fue como descubrir que Papá Noel no existe. Aun así, esto no parece explicación suficiente como para que el Presidente se llene de bilis cada vez que habla de López Murphy y no pueda disimularlo, aunque sea por estrategia, ya que es un aliado potencialmente valioso en el Congreso. Pienso que el odio siempre esconde algún sentimiento de inferioridad o de admiración no procesada. Entonces la pregunta que surge es: ¿qué tiene López Murphy que saca tanto de las casillas a Milei?
¿Es quizás porque es un verdadero y reconocido académico, con un máster de la Universidad de Chicago y ex alumno estrella del mismísimo Gary Becker al que Milei menciona en muchos de sus discursos? ¿Envidia el presidente aquel rigor y respetabilidad intelectual? Quizá sea una arista, pero creo que hay más.
Cuestión de pedigrí
Lo que separa a Milei de López Murphy no son sólo peinados y modales. Analizando la política con metáforas caninas, podríamos decir que Ricardo es un perro de raza mientras que Javier es un mestizo: es decir, Ricardo es un político tradicional, Javier es un político posmoderno. Ambas identidades y formas de hacer política tienen sus virtudes y defectos.
El Bulldog ha sostenido a lo largo de su carrera una gran habilidad para el diálogo, lo que lo convirtió en un cuadro respetado por casi todos sus oponentes políticos. Lo sé, el diálogo es un significante muy gastado, del que hacen uso y abuso los líderes más insulsos. Pero no es el caso de López Murphy, una personalidad con un convencimiento muy firme sobre el rumbo que tiene que tomar el país, y que nunca se guió por los que decían las encuestas y los focus groups, aunque sus negativas a veces rozaran la testarudez.
Milei logró ser presidente porque se adaptó al código y al contexto del momento. López Murphy es un hombre de otra época, un lord irlandés que trata a todo el mundo de usted (incluyendo a sus amigos de toda la vida) y que repite siempre las entrañables máximas que le legó Ricardo Balbín: “Número uno, cuando vea un micrófono, hable. Número dos, cuando vea un baño, entre. Número tres, no agravie”. En un presente en el que se sobreactúa virulencia para tener un momento viral, López Murphy se enraiza como los grandes estoicos y persevera en un recitado pedagógico y calmo.
A cara de perro
Admito que mi juicio se imprime de sensibilidad y de mi estima personal hacia Ricardo. Tampoco está exento de cierta nostalgia barroca, son tiempos raros para los liberales clásicos o “de café”, concepto que abrazo. Creo que la política se construye más y mejor entre cafés que en la despersonalización de las redes sociales. También me hace ruido esa falsa dicotomía entre las formas y el contenido que establecen los populismos de izquierda y derecha. El problema con Milei no es que grite e insulte, como tampoco el problema con Cristina Fernández era su abuso de la cadena nacional. Esos son sólo síntomas de una nueva era global donde la política es un espectáculo más, una performance permanente de confrontaciones ególatras, que compite en estridencia con la serie de Netflix de turno. Lo más admirable de Ricardo es que, en lugar de ser un hombre grande gritándole a una nube, observa estos tiempos bizarros con sobriedad y aceptación, pero también con virtud optimista y voluntad de seguir aportando al civismo.
Hace dos décadas, en un marco muy hostil para las ideas pro-mercado y pro-empresa, cuando palabras como “capitalismo” y “globalización” hacían que la gente se persignara, fue el auge de la carrera política de López Murphy. Pero el contexto no lo acompañó. Como ministro de Economía, en 2001 Ricardo quiso recortar gastos a través de un programa de ajuste fiscal que al lado del ajuste inflacionario de Sergio Massa era casi un mimito. Sus aliados no lo apoyaron y se vio obligado a renunciar. De haberse aplicado las recetas que él proponía, el desenlace de aquel año fatídico podría haber sido distinto. Ricardo fue en ese momento un profeta del apocalipsis.
Hace poco, en la inauguración de sesiones del Congreso, Milei explicó de manera acertada el fracaso del modelo kirchnerista. “¿Usted llevaría a su mamá al médico si el médico es Kirchner y el dueño de la clínica Duhalde. Usted se sentiría seguro si ellos están a cargo de la policía?”, decía López Murphy en su spot de campaña de 2003, en aquella elección en la que obtuvo el tercer lugar detrás del pingüino y de Carlos Menem. Podría decirse hoy que el Bulldog, hace 20 años, “la vio”.
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