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Tras una semana de euforia en la red social antes conocida como Chuider, el mercado finalmente ha bajado la espuma al tema, devolviéndonos al business as usual. A escasos diez días del criptogate, el lector impaciente podría acusarme de vil propagandista gubernamental, hábil bebedor de las mieles del Estado –por ponerlo en términos amables–, con el único propósito de distraer la atención del escándalo monumental que azota al Gobierno. Me gustaría darle la razón, pero lamentablemente estas líneas sólo brotan de una persona aburrida con un sentido desmesurado de la relevancia de su propia palabra.
Intentaré dar sentido a un evento que, creo, a todos nos pareció bastante ridículo desde sus inicios. El objetivo de este breve excurso es doble: por un lado, explicar un aspecto quizás más problemático del error de Milei y, por el otro, relativizar las consecuencias de este tropiezo a la luz del problema estructural que enfrenta la oposición en la actualidad.
El incidente empezó cuando Milei difundió desde todas sus redes sociales un emprendimiento privado de criptomonedas, un token con el supuesto objetivo de financiar empresas argentinas. El token atrajo rápidamente fondos de especuladores en activos cripto-meméticos, pero los tenedores originales comenzaron a venderlo masivamente, en lo que se conoce como un rug pull o, en criollo, algo que podría catalogarse como una estafa. La cotización cayó en picada, dejando empomados a los compradores tardíos.
El tuit original permaneció fijado durante horas hasta que el presidente lo eliminó y emitió una retracción pública, alegando desconocimiento de los detalles del emprendimiento difundido. Entre ambos eventos, las redes sociales estallaron: publicaciones de repudio, chistes, especulaciones, información falsa, mensajes cruzados, de todo un poco. X, otrora jardín del centro y la derecha, se transformó repentinamente en una marea kirchnerista-peronista de descansos e indignaciones altisonantes.
El silencioso bosque de Birnam kirchnerista avanzó sobre la Dunsinane libertaria, que protagonizó la primera retirada virtual en desorden de la que se tenga memoria.
El silencioso bosque de Birnam kirchnerista avanzó sobre la Dunsinane libertaria, que protagonizó la primera retirada virtual en desorden de la que se tenga memoria, provocada exclusivamente por la incomprensible acción de su comandante en jefe. La ausencia de los referentes oficialistas frente a una situación claramente anómala dejó indefensos a los soldados que, sin certeza sobre un posible hackeo o la intencionalidad del posteo, optaron por el silencio.
Aquella noche se hizo larga. Los políticos opositores, habitualmente lentos para reaccionar a eventos de origen virtual, esta vez se subieron rápidamente al tren de indignaciones públicas, dada la claridad del asunto. El habitual cálculo de intereses cedió ante la oportunidad de meter el dedo en la herida sangrante de un gobierno que hasta entonces parecía inmune a las lágrimas y ataques progresistas.
Tan evidente parecía la situación que los diputados del bloque de Unión por la Patria anunciaron esa misma noche un pedido de juicio político, amparándose en estos supuestos actos de corrupción. La frase «If it bleeds, we can kill it» (Si sangra, podemos matarlo), de la película Depredador, resonó en las mentes de la oposición y avivó las esperanzas de nuestra querida izquierda local.
Hasta ese momento, los “errores” del Gobierno habían consistido en ataques a instituciones de la sociedad civil que la oposición consideraba intocables: jubilados, universidades, el movimiento LGBT. Las marchas más o menos masivas en respuesta a esos pretendidos traspiés sólo se encontraron con el más profundo silencio e indiferencia de los voceros oficiales. Por el contrario, la difusión o promoción de una presunta estafa cripto golpeó dos pilares fundamentales de la autoridad presidencial —sobre la cual descansa la estabilidad política del plan económico—: la integridad moral de Milei y su conocimiento técnico. El dilema era claro: o Milei conocía la estafa y cobró por difundirla, o ignoraba sus detalles, como dijo después, lo que socavaba su autoridad técnica. En lenguaje llano: o es chorro o es boludo.
La respuesta oficial y el dilema presidencial
El Gobierno no podía fingir que no había pasado nada ni redoblar la apuesta, ya que este incidente introducía una contradicción flagrante en un discurso y una gestión hasta ese entonces coherentes. La estrategia oficial consistió en defender la honestidad del presidente, admitiendo un error de juicio por desconocimiento de los detalles del proyecto. En esencia, decidieron tomar pérdida por el lado del error de juicio, negar cualquier connivencia con los miembros del proyecto y construir desde ahí.
Esta concesión no es menor, considerando que el principal ataque opositor durante toda la gestión ha sido exigir que el presidente pidiera perdón. Durante meses, intentaron que Milei se arrodillara ante las sagradas escrituras de la sociedad civil estatizada argentina, que reconozca la innegable autoridad moral de quienes dejaron un país al borde de la hiper con más del 50% de pobreza. Esta vez tuvo que agachar la cabeza, aunque no ante ellos.
La estrategia oficial consistió en defender la honestidad del presidente, admitiendo un error de juicio por desconocimiento de los detalles del proyecto.
La imagen que el Gobierno había construido presentaba a Milei como representante indiscutible de la voluntad popular. Su capacidad para mantener un 50% de imagen positiva después del ajuste más fenomenal de la historia argentina —impuesto devaluatorio mediante— y un año de recesión con costos de vida en dólares en aumento, demuestra el éxito de esta estrategia.
El riesgo de convertirse en el vocero de la Voluntad General radica en que esta, por definición, no puede equivocarse. No admite errores porque sólo persigue el Bien. Por lo tanto, quién falla es el elemento corporal, fenoménico, el propio Milei, que dejó entrever por un instante su individualidad cuando su job description no se lo permite.
La entrevista con Joni Viale del lunes tiene que interpretarse en esta clave: lo que Milei sugiere es, en última instancia, no haber asumido plenamente su condición de representante del país, manteniendo su individualidad. Esto no implica renunciar a su personalidad característica, clave en su ascenso a la presidencia, sino a su condición de individuo particular, concepto quizás incompatible con una filosofía estrictamente libertaria.
Si aspira a ejercer el poder político con la autoridad de un monarca —como seguramente preferirían sus asesores, en lugar de limitarse a ser un mero presidente-burócrata— debe someterse a las exigencias que la autoridad impone al propio cuerpo. En gran medida, su posicionamiento frente a la Voluntad General, ya sea encarnándola o meramente interpretándola, será uno de los hilos conductores del resto de su primer mandato, y este incidente ha sido el primero en revelar esta contradicción interna.
Inoperancia estratégica
Afortunadamente para el Gobierno, la oposición no es tan caritativa como yo en su lectura de los acontecimientos y, como el ladrón cree a todos de su misma condición, se lanzo desenfrenada a denunciar, en palabras de la célebre condenada Cristina Fernández de Kirchner, que “nunca en la historia se vio algo semejante” (sic).
Aunque describí la agitada noche del viernes evocando la batalla final de Macbeth, el ataque institucional contra el Gobierno no alcanzó el nivel de tragedia, quedándose en mera pantomima. La primera decisión táctica de la gallina sin cabeza que es el peronismo fue descartar la explicación oficial para denunciar el innegable interés pecuniario del presidente en el asunto.
Sin negar la existencia de elementos que podrían respaldar esta hipótesis, resulta dudoso que un movimiento desprestigiado y humillado tenga la capacidad comunicacional para convencer al público. O sea, digamos, pretenden convencer a quienes no disfrutan las trasnoches tuiteras de que Milei, un tipo al que no se le conoce amor alguno por el lujo, orquestó un esquema tan enrevesado para robarse unos cuantos millones de dólares.
Sin negar la existencia de elementos que podrían respaldar esta hipótesis, resulta dudoso que un movimiento desprestigiado tenga la capacidad comunicacional.
Paradójicamente, esta línea de ataque otorga al presidente cierta valía, pues ese supuesto robo no afectó a argentinos de a pie —como sí hicieron alevosamente buena parte de sus acusadores— sino a traders de criptomonedas norteamericanos, chinos y rusos. Una verdadera gesta de rebeldía nuestroamericana y picardía criolla; de no ser por las posibles implicaciones penales, casi resultaría un atenuante para la publicación original.
La oposición, en lugar de atacar el flanco verdaderamente expuesto —la falibilidad de Milei—, enarboló la bandera de la lucha contra la corrupción. En vez de utilizar el lenguaje político que el peronismo domina mejor que Juntos por el Cambio, cayó en la trampa de adoptar el discurso de la moral y las buenas costumbres, valores notoriamente ausentes en su propio historial.
La ausencia de un general al mando de las tropas desmoralizadas kirchneristas los llevó también a magnificar una mera victoria táctica —derivada enteramente del error del rival— y sobreactuar hasta quedar expuestos. La propuesta de juicio político contra un presidente que ha reducido la inflación al 2,2% sin disparar el desempleo, y enfrentaría ese proceso, si es que sale de comisión, con una economía proyectada a crecer más del 6% en año electoral, evidencia una impericia fenomenal.
Esta reacción confirma el relato oficialista sobre la existencia de un “partido del Estado” más interesado en expandir el gobierno central para acrecentar su poder que en procurar el bienestar colectivo. En última instancia, piden al argentino de a pie que ponga en la balanza un presunto robo a inversores extranjeros frente a la resolución de problemas económicos arrastrados durante 15 años. No es difícil anticipar la inclinación de un electorado que, hasta hace poco, justificaba su apoyo al peronismo con la máxima “roban, pero hacen”.
Sortear ataques
La incontinencia política opositora y su incapacidad para medir respuestas frente a las acciones gubernamentales no es exclusiva de este caso: ha caracterizado su comportamiento durante todo el primer año de gestión. Peor aún, en los momentos propicios para una confrontación directa –como a principios de 2024, cuando la economía todavía sufría los efectos del sinceramiento del desastre heredado de Massa–, los opositores temieron mostrar sus cartas para no quedar pegados a una eventual caída del gobierno.
Si los libertarios caían, habría sido por su propia incomprensión de la realidad argentina, tras lo cual los mismos de siempre habrían vuelto sin costo político y con buena parte del desastre arreglado. Cuando finalmente empezaron a jugar con timidez a partir del segundo trimestre, al ver que la bomba que dejaron no terminaba de explotar, los efectos de la estabilización macro ya blindaban la imagen del Gobierno. Esto permitió a los libertarios sortear los ataques sin mayores dificultades ni concesiones.
La incapacidad política de la oposición para unificarse bajo un programa común —consecuencia del colapso de los grandes consensos políticos y económicos del peronismo tardío— la convierte en un ejército sin generales ni estrategas, donde cada uno busca sobrevivir con su pelotón a como dé lugar. Para peor, en esos contextos, la mejor forma de lograrlo suele ser traicionando a los que están al lado, por lo que a la desmoralización por las victorias del Gobierno se le suma la desconfianza en los que hace meses eran aliados.
En definitiva, el impacto político del affaire $LIBRA queda limitado por la impotencia estratégica de una oposición acéfala, incapaz de capitalizar correctamente la vulnerabilidad expuesta, o siquiera entenderla. Esto no impide que el incidente establezca un precedente muy peligroso, planteando a Milei un problema personal políticamente explotable: decidir si debe renunciar a ser Javier durante su mandato para convertirse plenamente en el presidente de la Nación.
El ascenso meteórico de Milei surgió de un sentimiento popular de urgencia, enojo y demanda patriótica, sin los cuales un verdadero outsider jamás habría llegado.
La forma en la que articula su discurso, su concepción de la cosa pública y su visión del futuro argentino le impiden seguir el camino de Macri, para quien la presidencia era sólo un trabajo del cual había que descansar cada tanto en unas buenas vacaciones con la familia. El ascenso meteórico de Milei surgió de un sentimiento popular de urgencia, enojo y demanda patriótica, sin los cuales un verdadero outsider jamás habría llegado a su cargo tan rápidamente. Esto contrasta con las dos administraciones anteriores, donde la demanda social apuntaba a bajarle los humos a la política y dejar a la sociedad civil hacer lo suyo.
Creo que no se le puede pedir a nadie que se inmole por el colectivo. La voluntad individual tiene una dignidad tan grande como la general en muchos aspectos, pero por sí sola nunca alcanza las cumbres de la Historia. Queda ver qué caminos tomará este experimento en el que el pueblo decidió embarcarnos y qué decisiones adoptarán sus protagonistas principales. Lo que hoy vislumbramos como nación –la estabilización y normalización económica– no es más que el punto de partida de un viaje mucho más largo, quizás infinito.
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