ZIPERARTE
Domingo

Nunca sótano,
siempre terraza

El Gobierno tiene que prepararse para cuando la lógica de la confrontación permanente empiece a dar menos resultados.

Como miope severa, puedo testificar que dejar de verla es un proceso tan gradual que no te das cuenta. Uno no detecta que la calidad de la visión se va deteriorando hasta que un día una amiga te pregunta si te maquillaste con la escopeta de Homero.

Algo similar les ocurre a los gobiernos. Quienes los integran no perciben que se van desconectando del exterior. El clima de euforia que se vive puertas adentro suele generar un efecto invernadero. Hasta los más críticos terminan cediendo al llamado de subirse al tren de la manija. Entonces los más manijas piensan: “Si éste que es crítico también se subió, es porque esto viene muy bien”, aumentando su propia manija y alimentando así la espiral de manija generalizada.

Hoy ese clima interno también se vive puertas afuera. Milei ganó con gran apoyo popular, muchos argentinos están esperanzados, la militancia está triunfal y enardecida, se empiezan a avizorar los resultados de algunas importantes reformas. Y ser oficialista garpa, da muchos likes. Eso, mientras ocurre, hay que capitalizarlo, pero también hay que ir preparándose para pilotear tormentas, que nunca tardan en llegar. Ya lo dijeron Los Caligaris: todo lo que sube baja pero no todo lo que baja sube.

Precisamente de subidas y descensos trata el último libro de Marcos Peña, el mismo libro que Santiago Caputo apuñala todos los días con un cuchillo romano en su despacho de la Rosada. Peña reconoce haber estado ciego, haber pecado de soberbia y haberse impermeabilizado contra la crítica durante su experiencia de gobierno. Y cuenta que eso le ocurrió porque cuando uno esta arriba tiende a encerrarse en un microclima, a sobreestimar cuán conectado está con otras realidades y subestimar la poca perspectiva del día a día.

Eso, mientras ocurre, hay que capitalizarlo, pero también hay que ir preparándose para pilotear tormentas, que nunca tardan en llegar.

La estructura narrativa más usada para contar historias se llama la Pirámide de Freytag, que se relaciona con el ritmo del relato y está compuesta por cinco etapas: una introducción en la que ocurre un incidente, un incremento de la acción, un clímax, un descenso de la acción y una resolución. Aunque alguna feminista radical quiso cancelarla por ser un modelo “eyaculatorio”, todavía no ha surgido otro esquema que explique mejor cuáles son las tramas con capacidad de conmovernos. La pirámide tiene que ver con el timing y el ritmo. Un personaje tiene que tener matices, subidas y bajadas. Momentos de calma que contrasten con las exaltaciones. Un potencial problema de Milei es que, desde que llegó al máximo poder, su arco narrativo es una meseta. Todo el tiempo está bien arriba. Nunca sótano, siempre terraza.

De esta manera, los trolls nunca tienen descanso. Y aclaro que no uso “troll” de manera peyorativa. Decir que se coordinan mensajes estratégicos con operadores de redes sociales no significa negar a la militancia orgánica y genuina. De hecho, para que funcione sin lucir forzado, debe existir una masa militante espontánea. Como en el Teatro Negro de Praga, todos sabemos que los hilos existen pero la magia está en que no se vean.

Esta agitación constante genera dos dificultades. Primero, que si el contexto requiere un punto cúlmine del personaje, éste no puede dar una performance convincente, porque ya tocó techo y lo que queda después es la banquina, el desmadre absoluto. ¿Qué más le queda por ofrecer en caso de una situación límite? La segunda dificultad tiene que ver con que la repetición produce fatiga en la audiencia y desgaste del personaje. Se vuelve predecible. Ya se sabe que Milei va a arremeter, insultar a los periodistas o postear otra vez «FENÓMENO BARRIAL». La habituación reduce la respuesta emocional. Es lo que le pasó a Cristina Kirchner, su estrategia de victimización constante borroneó hasta su intento de magnicidio, un hecho que a cualquier otra figura podría haberle dado letra eterna.

Milei contra todos

En la Secretaría General de la Presidencia, el pan de cada día es la lógica de la confrontación. Cada semana Milei está peleando con un villano distinto (el Congreso, los medios, las universidades) o purgando a un traidor infiltrado en las tropas, con las milicias virtuales alertando que “Roma no paga traidores” (Carlos Kikuchi, Nicolás Posse, Carlos Rodríguez, Oscar Zago, Francisco Paoltroni, Fausto Spotorno, Teddy Karagozian, Julio Garro, Lourdes Arrieta, Marcela Pagano, Rocío Bonacci o hasta incluso la mismísima vicepresidente). Cuando se les enrostra que esta gimnasia nos recuerda al kirchnerismo, su militancia explica que necesitan ser malos en las formas para que no les pase como al gobierno de Cambiemos.

Pero lo cierto es que esta estrategia no es necesaria, tiene sus límites y puede salir mal. De hecho, Andrés Borenstein y Gabriel Llorens publicaron al año pasado Puede fallar: Economía y comunicación en 40 años de democracia, un libro en el que enumeran las falencias que han tenido nuestros gobiernos para calibrar sus discursos oficiales. La vigésima lección del libro, que refiere a la guerra de los Kirchner con Clarín, es la siguiente: “Pelearte con los medios es como la inflación (y la falopa): al principio es rica, pero después te mata”.   

Borenstein y Llorens plantean que Néstor Kirchner optó por hacer del enfrentamiento una virtud, instaurando un patrón de comunicación antagónica, porque nació de la debilidad del 22% en un contexto en que el estallido estaba muy fresco. Fue su manera de construir fortaleza política, no sin pagar altos costos. Luego Cristina Fernández profundizó esa veta creando conflictos con el periodismo, la justicia y el campo. El resultado fue pasar de sacar el 54% de los votos a perder las tres elecciones siguientes: frente a Massa en 2013 y frente a Macri en 2015 y 2017.

Luego Cristina Fernández profundizó esa veta creando conflictos con el periodismo, la justicia y el campo.

Por otro lado, no es falso que la experiencia de Cambiemos haya terminado con Alberto Fernández presidente por culpa de una serie de desaciertos, algunos relacionados con la comunicación. Pero, en ese momento, la demanda social era otra; no se pedía a gritos desde todos los sectores sociales una gran reforma del Estado. Y Macri no contó con una parcialidad opositora responsable, como hoy sí tiene Milei, que a pesar de algún que otro tira y afloje votó a favor de la Ley Bases. 

Es inevitable que los Gobiernos desarrollen miopía. Por eso es importante –sobre todo para una fuerza política inexperta– escuchar otras voces, en especial a las más críticas, la de quienes ya transitaron su curva de aprendizaje, incluso si los inspiran a acuchillar libros. 

La vigesimosexta lección de Borenstein y Llorens dice lo siguiente: “Lo que te funcionó en la campaña casi seguro no camina en el gobierno”. Milei tiene una oportunidad histórica en un contexto inmejorable, con un altísimo apoyo popular y la posibilidad de construir una mayoría que apoye sus cambios. Si desde la vocería presidencial se opta por el camino de lanzarle cibertropas a todo aquel que ponga en tela de juicio la bajada de línea oficial, se corre el riesgo de crear una echo chamber de aplaudidores, y cuando el aire está tan viciado, es difícil seguir viéndola.

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Luz Agüero

Editora en Seúl. Licenciada en Comunicación Social y Periodista (CUP). Cordobesa. Trabajó en la comunicación del Club Atlético Belgrano y hoy es consultora independiente.

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