ALEXANDRA RIGORES RUAN
Domingo

Mike, el pollo sin cabeza

La verdadera historia del pollo decapitado que podría ser una metáfora del gobierno de Alberto. O no.

Había una escena que me causaba fascinación. Mi abuela se metía al gallinero y agarraba un pollo de las patas para llevarlo a mejor vida. Era una operación aparentemente simple y dejaba de serlo cuando uno lo intentaba, no es fácil perseguir un pollo, pegar el manotazo único, sostenerlo con fuerza y, a la vez, envolverlo casi paternalmente para evitar el aleteo contra tu cara. Mi abuela lo hacía con destreza, lo llevaba junto al árbol de siempre y, mientras con una mano lo colgaba del gancho sujeto al tronco, con la otra agarraba la cuchilla afilada. Un solo corte, siempre igual y siempre certero, dejaba al pollo decapitado y entonces sucedía lo fascinante: las alas se batían durante un rato largo, el animal seguía vivo. No sé cuánto duraba eso, se sentía mucho, demasiado para un bicho sin cabeza. Yo no podía dejar de mirar.

Los anuncios del gobierno de las últimas semanas, las declaraciones de funcionarios y voceros, las columnas de opinión sobre un ciclo terminado que no termina de terminar me trajeron aquella imagen a la cabeza. En inglés existe la expresión like around a headless chicken para alguien descontrolado, que no se comporta calmadamente o da vueltas sin saber lo que hace. Las asociaciones son fáciles.

Con las escenas infantiles pasan estas cosas, están ahí guardadas e intactas sin que uno lo sepa, se instalaron en ese tiempo en que la experiencia se vive con naturalidad y sin cuestionamientos. El ritual cotidiano de mi abuela en su gallinero es una de ésas y nunca me había preguntado cómo podía ser que aquel cuerpo decapitado siguiera moviéndose durante un buen rato contra todo pronóstico. Fui a Google porque, más allá de imágenes, hipérboles y comparaciones, me quedó la intriga. ¿Cuánto puede durar vivo un pollo sin cabeza?

Nunca me había preguntado cómo podía ser que aquel cuerpo decapitado siguiera moviéndose durante un buen rato contra todo pronóstico.

“Los seres humanos morimos inmediatamente después de ser decapitados, porque necesitamos que nuestro cerebro esté irrigado de sangre permanentemente, pero otros animales logran sobrevivir bastante tiempo, como las cucarachas, que pueden vivir hasta una semana sin cabeza. En el caso de los pollos, gallos y gallinas, en promedio sobreviven 29 segundos sin cabeza; sin embargo, existen casos extraordinarios, como el del famoso “Miracle Mike”, que sobrevivió 18 meses a mediados del siglo pasado”.

La historia de “Mike, el pollo que vivió un año y medio sin cabeza” se cuenta en BBC News y sucedió en 1945, en Estados Unidos (estas cosas siempre pasan en el gran país del norte). Lloyd Olsen y su mujer tenían una granja en Colorado; él decapitaba, ella desplumaba. Mandaron a unos 50 pollos a degüello, todos lo aceptaron resignadamente menos uno que siguió andando como si nada. Dio más de un paso, todos aparentemente atinados, y se metió en el corral con las demás aves e incluso intentó graznar. “Hay un degollado que vive”, puede haber dicho Lloyd mientras lo perseguía para meterlo en una caja de manzanas. Los granjeros se fueron a dormir, la noche pasó y al otro día se asomaron a ver: la maldita cosa seguía viva.

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“Alberto Fernández resiste y no baja su candidatura”, tituló el lunes Página/12. Los diarios se hicieron eco del anuncio que monopolizó la discusión política el domingo pasado: Mauricio Macri no será candidato en las próximas elecciones para enfrentar al oficialismo. El gobierno le pidió a su presidente de gobierno una imitación en espejo, mandó emisarios y él se hizo el que no escuchó: “Creo que Macri es consciente de sus limitaciones. Él hubiera perdido”. Fue una semana lejos del corral y relajada para el primer mandatario: se puso una guayabera y recaló en el Caribe, se puso el traje y se fue a Estados Unidos, la tierra promisoria de Mike, el pollo.

Cuando Lloyd descubrió que el animal seguía vivo supo que estaba frente a un prodigio y empezó a llevarlo de recorrida por distintas ferias con la esperanza de ganar algo de dinero fácil y levantar la decaída economía familiar. También lo llevó a hacer estudios en la Universidad de Utah: cientos de pollos fueron decapitados en los laboratorios para ver si conseguían replicar el caso y cientos de pollos, invariablemente, aleteaban un poco y enseguida morían. No es fácil seguir andando sin cabeza y sin embargo ahí estaba Mike, que parecía más saludable que nunca y hasta ganó peso. Los ojos del país estaban posados sobre él —no sabemos si se sintió importante alguna vez—, se dejaba llevar de un lado a otro y empezó la gira por Estados Unidos. Se pagaban más de 25 centavos por verlo correr y mirar su cabeza flotante dentro de un frasco con formol y granjeros de todo el país cortaban cabezas para replicar el milagro que le había dado a Mike 5,000 dólares en poco más de un mes (los relatos son imprecisos y anuméricos, algunos hablan de esa cifra por día).

No es fácil seguir andando sin cabeza y sin embargo ahí estaba Mike, que parecía más saludable que nunca y hasta ganó peso.

California, Arizona, Florida. La gira era un éxito y, mientras Mike hacía lo suyo —que no era mucho más que mantenerse vivo—, Lloyd manejaba el negocio y su esposa Clara iba documentando todo en un cuaderno. Estoy tentada de dedicar más tiempo a la historia de Mike, saber si es cierta, conseguir las revistas Time y Life que hablaron de él, buscar otras fuentes, contrastar, distraerme en lecturas vanas. Sería un gran plan, también una pérdida de tiempo, lo sé. La política nacional es apasionante y no debería desatender la coyuntura que, en mi caso, no es más que mirar Twitter.

Sigo el hashtag #cumbreRD2023 de la vocera presidencial. Puro vértigo: Alberto frente a un micrófono en República Dominicana, Alberto sentado con otros presidentes, Alberto posando para la foto, Alberto saludando con otros presidentes, todos de blanco menos uno que no distingo, Alberto y Cafiero caminando por la alfombra roja, Alberto leyendo frente a otro micrófono —los anteojos redondos sobre el extremo de su nariz, detrás el gesto áspero de Gabriela Cerruti—, Alberto saludando al lado de Lula, Alberto con una luchadora latinoamericana, y después el comunicado de la Casa Blanca: “On March 29, following the conclusion of day one of the second Summit of Democracy, President Joe Biden will host President Alberto Fernández of Argentina”.

Alberto deja su agenda abierta por si alguien lo llama y sale a hacer “unos trotes” por el Central Park, Gabriela toma nota de lo infraordinario, Máximo jetonea frente a su pequeña multitud heredada, alguien organiza recitales en la Quinta de Olivos, la vocera se emociona: “Durante todas las tardes de los domingos de abril, vos también vas a poder disfrutar. En familia, con amigas y amigos. Compartiendo. Tejiendo lazos en soles de atardeceres”. Dicen que están festejando los 40 años de democracia, Batakis hace un juego de números y tira tasas del 40%, Cristina Fernández se hace la que mira para otro lado y Massa acumula hashtags #DemocraciaParaSiempre #AlivioAlCampo #CreoEnArgentina. Hacen anuncios, inventan consignas, arman carteles. Todos aleteos espasmódicos. Son Mike, el pollo.

Triste, sin cabeza y final

Estaba terminando 1946 y hacía más de un año que Mike recorría el país, la gente le escribía poemas, le mandaba cartas; los Olsen lo seguían de cerca y le limpiaban el moco de su garganta, lo alimentaban con un gotero, le ponían agua por el esófago. Su supervivencia era algo fuera de todo pronóstico y mantenerlo con vida se convirtió en el nuevo trabajo de los mismos que le cortaron la cabeza. Hasta que una noche, mientras descansaban en un hotel de Phoenix, olvidaron sus obligaciones con la bestia que habían creado, se confiaron o se distrajeron y se despertaron con los ruidos del animal ahogado y sofocado. No pudieron salvarlo. Mike murió y el granjero se deshizo de él, nunca dijo qué hizo con el pollo muerto. Pudo haberlo enterrado con una ceremonia en la que recordaron aquellos días de ilusión con un poco de plata dando vueltas, pero Mike no pudo evitar la debacle económica de la familia, era sólo un pobre pollo que terminó en el desierto como alimento para los coyotes.

Hay un “experto en pollos” del Centro para el Comportamiento y la Evolución de la Universidad de Newcastle al que consultaron para saber cómo hizo Mike para seguir funcionando sin cabeza. No es nada de otro mundo, dijo el experto: “Te sorprendería cuán poco cerebro hay en el frente de la cabeza de un pollo”. La decapitación desconecta el cerebro del resto del cuerpo y los circuitos de la médula contienen todavía oxígeno residual;  sin el aporte del cerebro, esos circuitos arrancan de forma espontánea, las neuronas se vuelven activas, las patas y las alas empiezan a moverse. Los que quisieron imitar al viejo Lloyd fallaron una y otra vez porque buscaban el corte perfecto y aquello no había sido un procedimiento quirúrgico sino un golpe chapucero: apuntó bien arriba para no desperdiciar el cogote y así quedó algo del escaso cerebro en funcionamiento. El pollo sin cabeza no salió de una jugada maestra sino de un error descomunal.

Me gustaría extraer una enseñanza de este episodio. Podría buscar alegorías pero eso le restaría fuerza a la historia y prefiero quedarme con la imagen de Mike aleteando sin cabeza, al principio como lo hacen todos los demás, y después viviendo como si nada, haciendo su vida de pollo.

 

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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