BERNARDO ERLICH
Esto no es normal

Me asombro

Descubro la magia en lo cotidiano: desde el agua que sale de la canilla hasta los 7.159 idiomas que inventamos, todo lo que damos por sentado es extraordinario.

A veces me asombro de estar vivo.

Mejor, a veces me asombro de haber nacido.

Mejor, a veces me asombro de que todos estemos vivos. A ver si me explico. No es que me asombro del producto. Bueno, sí, me asombro del producto, pero además del procedimiento.

Nunca nos ponemos a pensar en la infinita cantidad de combinaciones físicas, químicas, emocionales y de cualquier tipo que se dieron para que estemos acá, disfrutando de un día más.

No hablo sólo —aunque también— del milagro del encuentro del espermatozoide intrépido con el óvulo anfitrión.

No; me asombra el cuerpo humano como una totalidad.

Que algo en mi cabeza diga “mirá para allá“ y que yo vaya y me haga caso, entienda la consigna, la cumpla y al mirar reconozca cosas, colores, personas. Todo eso que ahora llaman “neurociencia” y que no quiero que nadie me explique porque a mí, hoy, ahora, me sirve el misterio y la magia.

A veces me asombro del mecanismo por el cual reconocemos a determinada persona y también del hecho de que con unos elementos básicos (dos ojos, una nariz, una boca, la barbilla, el color de la piel, las orejas, poco más) haya miles de millones de personas en el mundo y cada cual sea diferente.

Bueno, hoy no busquen acá una historia, un pretendido análisis, un recuerdo o una constatación más o menos divertida sobre algún hecho coyuntural.

No es mi onda en este momento.

Hoy me asombro.

Y me asombro de lo que ya damos por sentado, porque siempre estuvo ahí.

Por ejemplo, inventamos idiomas. ¿Alguien se pone a pensar en lo sofisticado que es inventar un idioma? ¿En la cantidad de mecanismos que se han puesto en funcionamiento para que un idioma sea inventado, comprendido, compartido?

Más me asombro cuando pienso que no inventamos sólo uno; inventamos, parece, según el sitio Ethnologue, 7.159.

A veces me asombro de que haya 7.159 lenguas.

Eso sin contar todas las que ya murieron.

A veces me asombro de que una lengua muera… ¿Cómo habrá sido el proceso? ¿Violento? ¿A lo largo de los años? ¿Qué más muere cuando muere una lengua? ¿Muere la cultura que la creó cuando muere una lengua?

A veces me asombro de que no estemos todo el día hablando de esto. Entre otras cosas, para impedir que la lengua muera.

No sigas leyendo esto pensando en la revelación final, una de esas notas cancheras donde al final caés en “ahh, de esto estaba hablando”; no habrá una revelación simpática y simplona sobre la batalla perdida contra la ortografía de la diputada Santillán, el profundo divorcio entre la elegancia y la diputada Carignano o el show pimpinelesco de Elon y Donald.

No, este texto es sólo porque a veces me asombro.

Y más me asombro de que ya no me asombre.

A veces me asombro de que alguien haya inventado la llave y tengamos miles de millones de llaves en el mundo y con ese fierrito ya ganamos algo de confianza en la privacidad de nuestra casa. ¿Cómo se le ocurrió a alguien inventar una llave? ¿Cuáles fueron las primeras casas con llaves? ¿Cómo hizo el que inventó la llave en hacer que los demás confíen en su invento?

¿Y el techo? ¿Quién fue el primero que se animó a pararse bajo un techo con la certeza de que no le reventaría la cabeza?

¿O no tenía esa certeza? No estoy hablando de Notre Dame, del Burj Khalifa en Dubai, la Torre de Shanghái o el World Trade Center de Nueva York, que eso ya me revienta la cabeza. Digo un techo, el primero, con ladrillos; el primer edificio de tres pisos. ¿Y el primero en vivir en el tercer piso sin pensar en que se iba a caer o el que dormía en el segundo sin pensar en que sería el sándwich de un terremoto? ¿O lo pensaban y se animaban igual? Me asombra.

El mundo me asombra.

Y lo que hicimos con el mundo me asombra.

Y todos los otros mundos que quedaron en el tintero porque había lugar para este desarrollo y no otro. ¿Qué pasaba si María Antonieta sacaba la cabeza de la guillotina y decía “esperen, tengo tortas para todos”? ¿Y si San Martín le decía a Bolívar “correte que sigo yo”? ¿Y si hubieran dejado terminar su mandato a Illia? ¿Y si hubieran sido goles los de Higuaín, Messi o Palacio en la final con Alemania en Brasil? ¿Cuántos mundos en el mundo podrían haber sido, de no haber sido este? ¿Cómo no asombrarse ante lo que no fue?

A veces me asombro de que salga agua de la canilla, del inodoro, el calefón y todo lo que tiene que ver con la plomería. Fuimos capaces de crearlo. No tenemos idea de la maravilla de abrir una canilla y que salga agua. Bueno, CFK sí tenía, por eso su manía de inaugurarlas. Pero en general, todo lo que damos por sentado es tanto que le bajamos el precio a esto de vivir. Ok, tengo un día sentencioso como libro de autoayuda, pero es lo que hay.

A veces me asombro de todo lo que me acuerdo. No estoy hablando de la cara de mi maestra de primer grado o de saber que Lisboa es la capital de Portugal. No, digo de todo lo que llevo en la cabeza y doy por sentado. Sé dónde está el shawarma que me gusta en la ciudad, y qué tecla apretar para poner mayúsculas y en qué estante de la cocina está el ají molido y que el rojo en el semáforo me hace frenar y que el viernes el supermercado tiene descuento y que el sábado a las dos de la tarde Caro Amoroso tiene su programa internacional en TN.

Lo sé.

Lo recuerdo.

Lo que no sé es cómo lo sé.

Y me asombra.

De sólo imaginar que un día me levanto y no recuerdo nada, ni por qué dormí, ni dónde estoy, ni dónde está el dentífrico ni cómo poner el agua para el mate, ni cómo chequear que el calefón esté encendido para la ducha, ni saber qué es un calefón, es aterrador. Sin embargo, no agradecemos lo suficiente levantarnos cada día con esos conocimientos, con esos recuerdos.

Me asombra que no me asombre.

A veces me asombro de lo que piensan los demás. Pero después me acuerdo de que yo soy los demás de los demás y se me pasa.
Nací en el ’63 en Argentina.

Me enseñaron a amar a la Argentina, pero no el ’63. Se supone que hasta puedo llegar a matar o morir por Argentina, si las circunstancias lo exigen. Sin embargo, es absurdo plantear siquiera no ya morir, sino demostrar amor al año en que naciste. No tiene bandera el año en que naciste. ¿Cuándo fue que la humanidad decidió priorizar el lugar sobre el tiempo? Y es raro, porque uno puede cambiar de lugar, un argentino puede irse a vivir a otro país, pero alguien que nació en el ’63 sólo puede haber nacido en el ’63. No cambia. No sé por qué no nos enamoramos del año en que nacimos. Y eso me asombra.

¿Y la escritura?

¿Cómo no asombrarse de la escritura?

Unos palitos, unas rayitas y resulta que esos palitos, esas rayitas tienen una traducción en la voz y su equivalencia en las cosas. Escribir “una mesa” es hacer que todos nos pongamos de acuerdo: estamos hablando de una mesa. Eso, al menos, si los chicos entienden lo que leen; ojalá que algún día vuelva a ser así.

¿Y el dinero?

¿Cómo no asombrarse ante el dinero, pero no ante una cierta cantidad de dinero, sino ante su existencia misma? ¿Cómo se les ocurrió? A ver, yo tengo un producto que vos querés, vos tenés un producto que a mí no me hace falta, pero yo preciso aquel otro que vos no tenés pero aquella tercera persona sí. Pasar del intercambio al dinero, del trueque al negocio, habrá sido un pequeño paso para el hombre, pero para la humanidad fue un paso enorme. El dinero civiliza, pero no estamos preparados para esa conversación; el comercio civiliza, crea entendimiento porque entre enemigos no hay comercio; si yo quiero que me compres, seguramente no te trataré mal.

Bueno, ¿ustedes nunca tuvieron un día ingenuo?

Hoy tengo un día ingenuo, lo necesito.

Necesito asombrarme de todos y cada uno de los sentimientos que desarrollo por las personas y las cosas, y de todos y cada uno de los sentimientos que genero en las personas, y de todos y cada uno de los sentimientos de todos los demás porque ¡¡es que son asombrosos!!

La misma persona es odiada o amada hasta por las mismas razones por personas que quizás ni se odien ni se amen.

¿Cómo se genera el odio?

Porque hay muchas teorías feromónicas del amor, pero del odio, ¿cómo no asombrarse de que alguien odie? ¿Cómo no asombrarse de los propios odios? ¿Cómo creer en ese que dice “yo no odio a nadie”?

Todos nacemos iguales, pero en el mundo hay veganos, guerrilleros, terraplanistas, diletantes, poliamorosos, fierreros, curanderos y otakus. Algunos son dos o tres de estas cosas sumadas. ¿Dónde está el momento en que cada uno supo cuál era su camino? ¿Vos lo sabés?

El día en que supe que la luna influye en las mareas empecé a desconfiar menos de la astrología. Quizás para muchos esta teoría no tenga ningún fundamento. Quizás para mí tampoco, eso también me asombra. No sé qué asociación hice, pero un astro en el firmamento determinando una reacción en nuestro planeta, bueno, ¿no es eso? Quizás no literalmente, pero me asombra saber que uno puede creer en cosas solamente porque quiere creerlas. No sé por qué quiero creer en la astrología, pero me pasa.

Y me asombra.

Hay una lista enorme de cosas que me asombran que estoy descubriendo ahora que escribo sobre cosas que me asombran. Podría seguir escribiendo horas porque todo me asombra. No sé por qué también creo que si fuéramos más conscientes de todo esto que me niego a llamar milagro pero que funciona como tal, seríamos mejores personas, o al menos nos trataríamos mejor, más como lo que somos, seres increíblemente privilegiados por el sólo hecho de existir en un mundo caótico, desquiciado y bello, que como lo que nos consideramos: uno más de un montón.

Si pudiéramos valorar esos millones de detalles que hacen que ahora mismo estemos respirando y que puedas tener una opinión sobre esto que estás leyendo y quizás hasta sobre quien esto escribe y el medio que lo acerca y comunicarla u olvidarla; si pudiéramos entender por qué somos como somos, quizás nos iría mejor.

Me asombra que me haya sentado a escribir pensando que estas líneas serían sobre el Día del Periodista y mirá, acá estoy, asombrado de saber que incluso por este texto me van a pagar.

Porque ¿me van a pagar, no?

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Osvaldo Bazán

Periodista y escritor. Su último libro es Seamos libres (Del Zorzal).

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