La delicada situación política y económica del país, el resultado ya impostergable de dos décadas de demencia y mala praxis kirchnerista al que se le opone ahora la irrupción del mileísmo como reacción simétricamente opuesta, imprevisible e incontrolable, encuentra a Carlos Maslatón en una suerte de ojo del huracán por ambas vertientes: como forjador, inspiración, compañero de ruta, votante y a la vez apóstata del propio Javier Milei, y como participante activo del aparato de comunicación kirchnerista, evidentemente tan confundido y decadente como para haber tenido que recurrir a alguien como él como fuerza militante y reserva anímica en este momento de severo declive en todos los sentidos posibles.
Resulta entonces simpática la ironía que implica que la publicación de Téngase presente (Planeta, 2023), este libro típicamente de exploitation de la fama de un personaje público, sea un proyecto llevado adelante como editor por Eugenio Monjeau —amigo de Maslatón desde hace al menos diez años— e ilustrado por Leonardo Achilli: tuvieron que ser dos macriístas, amigos y colaboradores frecuentes de Seúl, los responsables de trasladar lo más destacado de la vida, obra y pensamiento maslatoniano al formato de libro en papel. Seguramente por esto es que la tapa del libro contiene tres inusuales pirulos a cargo de Tomás Rebord, Luquitas Rodríguez (sic) y Tamara Tenenbaum, pequeños sellos IRAM que sirven a la vez como legitimadores del autor y recomendación de compra para los “tipos humanos” a los que se apunta como lectores potenciales. Una síntesis muy gráfica del estado de la cultura, por cierto.
Pero sucede también que hay un maslatonismo como fenómeno subterráneo que fue cocinándose en diversos sabores en los últimos 15 años y que precede naturalmente al Maslatón como figura mediática y política, este opinador incomprensible puesto ahí para denostar al cambiemismo y como aliado delirante del kirchnerismo (que los propios kirchneristas “clásicos” no pueden asimilar: fue muy ilustrativo al respecto ese momento de Duro de domar en el que Maslatón invitó a Cynthia García a encontrar una coincidencia superadora en el triunfo de los Aliados en la Segunda Guerra, y los balbuceos y titubeos que obtuvo por toda respuesta dejaron en evidencia que no, tampoco, que la única derrota nazi que Cynthia puede celebrar es aquella infligida por el estalinismo). Ese menú de maslatonismos a la carta —que va del tráfico militante al rechazo liso y llano, pasando por la tenencia personal para recreación y el consumo irónico— tiene sus orígenes allá por el cambio de siglo en los foros de la plataforma financiera online Patagon, se fortaleció y conoció su esplendor clásico en Facebook hace algo más de diez años, se expandió y retroalimentó ya sin mucho control del propio Maslatón en canales de Telegram y alcanzó su máximo nivel de difusión e influencia en Twitter.
Hay un maslatonismo como fenómeno subterráneo que fue cocinándose en diversos sabores en los últimos 15 años.
En todo caso, podría apuntarse que la mayoría de los textos que componen Téngase presente —una antología de posteos en redes sociales, ni más ni menos— proviene de aquella época feisbuquera: se puede apreciar en su tono y su extensión breve pero no tan adaptable a los 140 o 280 caracteres de Twitter, ni siquiera a los hilos de múltiples tuits. Son los años en los que Maslatón forjó su reputación de excéntrico e inclasificable, pero también cuando resultaba interesante escuchar sus programas de radio en FM Identidad, en donde tenía diálogos de lo más civilizados con políticos de todo tipo (desde Gabriel Solano a Laura Alonso), y en donde Javier Milei y Diego Giacomini solían ser invitados frecuentes. Aquella afinidad inicial entre Maslatón y Milei, cimentada cuando era imposible siquiera imaginar la proyección que tendrían ambos, es seguramente un factor a tener en cuenta por todos quienes hoy se lanzan frenéticamente a buscar una explicación del mileísmo como fenómeno social y político. Si bien es obvio que no se puede llegar al 30% del electorado del país con “loquitos” de los foros de Telegram, el origen del núcleo duro de seguidores de Milei coincide en buena medida con la expansión de la prédica maslatonista y con su traslado de Facebook a Twitter. Como suele suceder, la etapa más exitosa de Maslatón como autor e ideólogo es literariamente la menos interesante de todas.
¿Qué es entonces lo que se puede sacar en limpio, cuál es la razón por la que alguien querría leer un libro hecho de transcripciones de textos digitales breves o muy breves agrupados temáticamente (comunicación, viajes, política, costumbres, vida cotidiana, etc.)? Como tantos autores que consiguen cierta notoriedad a partir de una escritura anómala en más de un sentido, como tantos otros excéntricos que no llevan lo que podría considerarse una vida normal, Maslatón puede abordar en sus posteos las cuestiones más variadas, pero en definitiva siempre se trata de hablar —obsesivamente, en forma y fondo— de sí mismo. Un procedimiento habitual para esta clase de individuos en los que parece difícil determinar con certeza dónde empieza la persona y dónde el personaje, seguramente, pero quizás opacado y difícil de advertir por la naturaleza misma del posteo digital y su circulación. Bien podría pasar que un usuario cualquiera de Twitter, para nada advertido acerca de las características del personaje en cuestión, se encontrase un día cualquiera con algunos tuits en los que Maslatón celebra las acciones del ejército de Putin en Ucrania o comenta que las hiperinflaciones le resultan divertidas. “¿Qué le pasa a este demente?”, sería la reacción más lógica y natural, “¿acaso le parecen bien los crímenes de guerra de los rusos, el secuestro masivo de niños? ¿Le divierte el hambre que pasa la gente en una hiperinflación?”. Lo lamento, preguntas y actitud equivocadas.
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Es probable que esta época tan quejosa y proclive a la indignación fácil y el postureo sin fin no sea muy favorable a los escritores malditos o a los periodistas gonzos. No, de ningún modo estoy diciendo que Maslatón sea equiparable a Louis-Ferdinand Céline o a Hunter S. Thompson; tampoco a Enrique Symns o Salvador Benesdra, por citar sólo algunos ejemplos de esos linajes. Y aunque la indignación que generan sus intervenciones muchas veces sea intencional (porque alimentan al personaje, porque le divierte o porque Maslatón disfruta genuinamente de que lo puteen a mansalva), lo que sucede con el ruido de los infinitos discursos superpuestos de las redes y los medios es que terminan tapando algunas cuestiones recurrentes en sus textos que sí pueden resultar de interés para un lector promedio. Imagino que esa fue la intención de su editor, precisamente.
Hechos de una vida
La primera de esas cuestiones es la biografía del propio autor. En efecto, cuando se trata de gente que habla de sí mismo durante tantos años, algo que se irá filtrando y decantando naturalmente de entre tanto palabrerío es la suma de los eventos principales de su vida. Es sabido que la autobiografía es un género con ciertas reglas, reñidas no pocas veces con la verdad objetiva o los hechos, pero, de todos modos, en las páginas de Téngase presente el lector puede encontrarse con un relato seguramente incompleto y algo desordenado pero que contiene igualmente las claves principales que habrían definido la personalidad, el carácter y la peculiar manera de entender el mundo de Maslatón. En este relato conocemos al niño judío sefaradí del barrio de Villa Santa Rita, mudado luego más hacia el lado de Villa Devoto, que vive feliz y sin mayores inconvenientes con sus padres y hermana como tantísimos otros de su edad. El punto inicial de quiebre en su historia personal, el hecho que lo convierte en un chico diferente es el descubrimiento casual de las transmisiones de radio por onda corta, lo que a partir de –dice él– sus diez años empieza a alimentar un deseo voraz por conocer el vasto mundo que lo rodea.
También como en el caso de otros autores célebres con tendencias a la megalomanía y la exageración (en algún momento también pensé en Sarmiento al leer los pasajes autobiográficos de un libro de Milei), Maslatón va construyendo el perfil de una persona con talentos precoces y de capacidades que bordean lo sobrehumano. Es imposible saber cuántas de las cientos de horas de escucha como radioaficionado adolescente fueron ciertas y qué entendió realmente de todas aquellas transmisiones en distintos idiomas provenientes de los más diversos países (o si es cierto que colaboró con las autoridades israelíes para evitar que los soviéticos interfirieran sus emisiones de onda corta, o si de verdad pudo escuchar en 1982 la totalidad de las comunicaciones argentinas en Malvinas que nuestros no muy brillantes militares ni se molestaban en encriptar o proteger debidamente). En todo caso, ahí están las fotos que muestran algo de la correspondencia intercambiada con las emisoras de radio que certifican sus captaciones, o los boletines informativos mecanografiados por él mismo y distribuidos y cobrados por correo a un puñado de suscriptores de todo el mundo. Como lo ha sugerido más de una vez en sus posteos, Maslatón se inventó una Internet analógica en sus horas nocturnas, mientras de día iba al colegio secundario, a la cancha de Boca o a donde fuera que van los adolescentes normales.
Maslatón se inventó una Internet analógica en sus horas nocturnas, mientras de día iba al colegio secundario.
Lo que siguió luego es más conocido y documentado: sus años en la Facultad de Derecho de la UBA, su militancia universitaria en UPAU, la representación estudiantil y su elección en el Concejo Deliberante. Después, el trabajo en finanzas, el trading en distintas mesas de dinero, la entrada como socio minoritario de Patagon, la compra de esta empresa por el Banco Santander y el conflicto laboral del cual Maslatón salió millonario en dólares en 2002. Finalmente, la última quimera del oro: Bitcoin y las criptomonedas, esos artilugios de los que es precursor y militante entusiasta, con los que incluso tomando los cálculos menos optimistas es muy probable que haya incrementado su fortuna en algún que otro millón más.
Quienes no sean tan afectos al mundo de la especulación financiera, pueden de todos modos interesarse por los varios pasajes en los que Maslatón habla de sus viajes. También en esta materia puede presumir de su precocidad y, aún en el caso de que los sucesos narrados en estos recorridos no sean ciertos o se hayan exagerado, también están ahí las fotos publicadas en las redes y en el libro que certifican su paso desde muy joven (apenas terminado el secundario) por los lugares más variados del planeta. Empezando por Brasil, Bolivia y otros lugares de Sudamérica y ampliando sus itinerarios a los demás continentes con el paso de los años y el incremento de su capacidad económica, Maslatón hasta el día de hoy nunca viajó para hacer turismo o descansar, sino para —en su jerga— procesar los distintos escenarios sociales y políticos y observar atentamente los acontecimientos mundiales en el lugar en que estos sucedían. Y así como también suele dirigirse a las grandes capitales del mundo para hacer sociales o para un gran acontecimiento deportivo, sus viajes más interesantes fueron a lugares inhóspitos o conflictivos: Nicaragua, El Salvador, Haití, Sudáfrica en tiempos del apartheid y varios otros países africanos, la India, el Líbano, Egipto, Siria, Jordania o Israel. En este último caso, por obvias razones culturales y familiares, pero también por interés histórico y político, toda vez que los conflictos de Medio Oriente son el escenario ideal para poder apreciar en la práctica su propia manera de interpretar el mundo. Y claro, de allí también se llevó las esquirlas que un explosivo de alguna facción palestina le incrustó en una pierna mientras circulaba —vaya uno a saber cómo y por qué— junto a una patrulla en un vehículo de guerra israelí.
Pensamiento político
La segunda cuestión principal que Téngase presente ayuda a entender mejor es el pensamiento político de Maslatón, algo que él continuamente tiende a mezclar o superponer con su biografía y los rasgos de su personalidad. Una vez más aparece la precocidad del niño que tiene una excelente relación con sus padres, pero que manifiesta una irrefrenable vocación por hacer quilombo y romper las pelotas en cualquier otro ámbito que no sea su hogar: con las tías y el resto de la familia primero, en la escuela con maestras y compañeros después, en la universidad, la política y el resto del mundo más tarde. La política, el trabajo, las finanzas, el mundo entero es para Maslatón de carácter agonal, una sucesión interminable de conflictos que sólo pueden resolverse mediante batallas dialécticas o de violencia real, de las cuales siempre surgen equilibrios precarios que son sólo la antesala de una nueva escalada.
Desde luego que Maslatón delimita claramente sus preferencias políticas —se ha encargado de narrar y explicar con mucho cuidado las razones de su también temprano y ferviente anticomunismo—, pero en su sistema de valores las posiciones más altas les corresponden a todos aquellos dispuestos a encarar el enfrentamiento político mediante la espada, la pluma o la palabra hasta las últimas consecuencias, en todo momento y lugar. No importa si el combatiente pertenece al bando enemigo, ni siquiera si sus métodos llegan a los extremos más brutales del terrorismo: como se suele decir en el deporte, lo que importa es competir. Y la política es una competencia en la que no importa tanto en definitiva ni los métodos ni los resultados, porque la rueda de los conflictos nunca se detiene. La política es un sistema cerrado, un gigantesco espectáculo a la manera de un estadio deportivo; nunca, jamás de los jamases, la política se acerca ni un poco a alguna cuestión relacionada con la gestión de los asuntos públicos o la calidad de vida de los ciudadanos, sino que es una lucha por el control de los resortes del Estado que se agota en la misma lucha (bastante lógico en sus términos, si se tiene en cuenta que Maslatón quiere al Estado lo más lejos posible del mercado, es decir, de la vida de las personas). Al respecto, es elocuente su defensa de las universidades públicas argentinas y su desprecio por las privadas o cualquier otro establecimiento educativo de prestigio: a él le gusta la UBA porque ahí hay mucha gente haciendo cualquier cosa, hay mucha política, hay mucho quilombo y hay muchas minas.
La comunicación como arma
El tercer aspecto que Téngase presente le quiere facilitar al lector es la comprensión del sistema de comunicación maslatoniano. Desde luego que no sólo por la exhibición de esta jerga que, con el paso de los años y las repeticiones, ha permeado lentamente de las redes y los círculos de “iniciados” hasta el habla de la calle, sino también por la selección y rescate de sus pasajes más inspirados, aquellos en los que el lector casi que puede permitirse la sospecha de tener ante sí una poética particular (“Qué liberal es Batman. Increíblemente liberal. Siempre lo fue. Igual que el Hombre Araña. Son héroes admirables, protegen a los pobres de la agresión del comunismo y jamás abusan del poder. Su superioridad moral es indiscutible”. Pude escribir esta cita de memoria y sin errores; nunca unos versos de Emily Dickinson o Alejandra Pizarnik, ni siquiera algunos de Borges). El fraseo de Maslatón es el resultante de una combinación de elementos del lenguaje jurídico, el castrense y la propaganda política (o, más precisamente, de los discursos de barricada). Muchos vocablos o expresiones sueltas de esta jerga son ya bien conocidos —así como también sus usos y significados especiales: “masacre”, “procesar”, “nefasto”, “producto”, “qué boludos son los comunistas”, “árabe mata árabe es legal”, “gravísima destrucción de la golosina argentina conocida como Rhodesia”—, pero aquí en el libro se pueden entender y apreciar mejor por el efecto de la adecuada selección y edición de los textos.
De todos modos, en los prefacios escritos especialmente por Maslatón para la publicación del libro (los únicos dos textos nuevos, junto con el relato de su experiencia en Qatar 2022 de las páginas finales), el propio autor se ocupa de ayudar a los lectores a entender el origen, motivo y características de su escritura. Explica entonces que desde aquel momento inicial en que se convirtió de una vez y para siempre en radioescucha, supo claramente que su manera de conocer y entender el mundo sería a través de la captación, registro y recopilación de la mayor cantidad posible de sucesos a través de la mayor cantidad de medios periodísticos a su disposición. Los cuales, en sus años formativos, fueron los servicios oficiales de radio de los países y regímenes más diversos, todos los diarios argentinos y algunas revistas de actualidad. Explica también su predilección por los titulares catástrofe de las ediciones vespertinas de La Razón y Crónica, una acumulación mental y obsesiva de pequeños fragmentos de realidad con los que va armando su gigantesco rompecabezas del planeta. Y que, cree él, fueron la mejor escuela posible para prepararlo adecuadamente para los esquemas mentales y comunicativos propios del siglo XXI: los debates en los foros digitales, el posteo corto, rápido y sistemático en Facebook, el proselitismo y la polémica interminable de Twitter. En ningún caso, jamás de los jamases manifestará el menor interés por el saber teórico, por el estudio académico o por la lectura de libros, nada de lo cual tiene el menor sentido o utilidad para sus propósitos.
Explica también su predilección por los titulares catástrofe de las ediciones vespertinas de ‘La Razón’ y ‘Crónica’, una acumulación mental y obsesiva de pequeños fragmentos de realidad.
Tendré que dejar fuera de esta ya extensa reseña algunas ideas sobre el carácter excéntrico de Maslatón, lo extraño que me resulta que se suela magnificar su influencia o que se lo descarte de plano por delirante o provocador, cuando lo cierto es que la sociedad argentina en general y su sistema político en particular no dejan de expresar su rechazo por las formas y las opciones políticas más normales y civilizadas para adherir una y otra vez a distintas variantes del peronismo, una suerte de vocación por seguir escandalizando a tías mayores cuando ya casi no quedan ni tías ni nadie que se escandalice por nada. En todo caso, me limito a destacar a modo de cierre el carácter de Maslatón como una reliquia de los tiempos de la Guerra Fría, un obsesivo y neurótico por momentos muy gracioso y simpático, enervante y desagradable en muchos otros, un producto de las grandes ideologías y regímenes del mundo bipolar y analógico que se derrumbó con la caída de la Unión Soviética.
Aunque Maslatón haya logrado descollar en la comunicación y las finanzas digitales del siglo XXI, es patente su nostalgia por un mundo que ya no existe, y sus intentos muchas veces torpes por aplicar las categorías de aquella época a la actual lo dejan constantemente en off side. Se nota que no soporta la puerilidad de un mundo que –entiende él– convirtió a la comodidad, la debilidad y la falta de sistemas de referencias fuertes en su máxima obsesión. Un mundo en el que no puede dejar de notar que la industria del turismo arrasó, domesticó y hoy “les vende a los boludos” aquellos escenarios reales y salvajes de las aventuras más exóticas de su juventud. Un mundo lleno de jetones que acumulan títulos de “academias Pitman”, de gerentes que no tienen idea de nada, de élites y clases medias y altas que se asustan de la propia realidad que crearon y tratan de escaparse a sus guetos suburbanos, que renuncian al centro geográfico y simbólico de la polis por falta de grandeza y capacidad intelectual. Nadie dijo que fuera fácil o que valiera realmente la pena, pero hay, después de todo, algunas cosas en las que no tendría problemas en coincidir con Maslatón.
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