Domingo

La nueva aristocracia del ocio

Para las piqueteras virales contemporáneas, como para la vieja clase terrateniente, trabajar es de giles.

El otro día vi en Twitter a un pájaro galés planear en perfecto equilibrio contra el viento helado de los South Stack Cliffs. Me impresionó el espectáculo de su inteligencia salvaje: suspendido, las alas desplegadas, los pies colgando sobre un vértigo de acantilados y espuma de mar, el cernícalo dominaba el tiempo adverso sin mover un solo músculo. El vendaval, vuelto a su favor, había dejado de ser un obstáculo para convertirse en la oportunidad de sostenerse en el aire sin gastar una gota de energía. Podría haber estado tirado planeando sobre un colchón, sacándose las trencitas cuidadosamente decoloradas y luego platinadas mientras con su celular de alta gama grababa un mensaje para ostentar frente al éter su hazaña descomunal.

 Que sigan comprando los votos. Por algo nos tienen que pagar, ¿no?”, fue uno de los asombrosos argumentos de Mariana Alfonzo, la beneficiaria de planes sociales que en estos días se hizo famosa por decir que, si la dejan elegir, prefiere no trabajar. En la corta ventana de su gloria viral, antes de que su propio bando la llamara a silencio, la planera se despachó, quizás sin darse cuenta, con un discurso digno de un viejo reaccionario que pasa sus tardes jugando a la generala en el Jockey Club. 

Suspicaz frente al extraño fenómeno de una honestidad de frase corta y comprensible, en un país cuyo pudor se esconde en el relato grandilocuente, el periodista le pregunta si está segura de lo que está diciendo, o si no estaremos, quizá, entendiéndola mal. Mariana cancherea sin alterarse: claro que le parece bien, ¡es hora de decir la verdad! Con actitud desenfadada se jacta de disfrutar del guapeo argentino que practica con éxito en las redes. ¿O no hay acaso un placer patrio, excepcional, en la labia que te apura y te canta la posta? 

Con actitud desenfadada se jacta de disfrutar del guapeo argentino que practica con éxito en las redes.

Tener hijos “como conejos”, estar al pedo, ser un voto comprado y creer que trabajar es de gil: esta mujer vehemente, de conducta merecedora, tocaba sin pruritos todos los botones de la derecha bruta argentina. Su acto de coraje fue, como era de esperar, tomado con pinzas por un macrismo aterrorizado frente a su falta de corrección, pero también por el kirchnerismo, incrédulo y convencido de que el personaje debía de ser una trampa del PRO.

Pero Mariana Alfonzo, ficticia o espontánea, hizo eco de otra mujer viral, la piquetera Soledad Biotti, que en un micrófono de TN había dicho unos días antes otra frase que, sacada de contexto, bien podría haber soltado, en este caso, ya no un longevo recoleto malpensante sino la mismísima condesa de Downton Abbey, que en el primer episodio de la serie preguntaba con la más escandalosa de las inocencias: “¿Qué es ‘el fin de semana’?”. “Nos quieren mandar a trabajar a la calle y eso no es justo”, dijo con similar inocencia Biotti, que considera que los planes que recibe (unos 50.000 pesos por mes) son una justa retribución a cambio de marchar en piquetes y ayudar aleatoriamente en merenderos, roperitos u ollas populares, porque el yugo es levantar el cartel oficialista bien en alto, y ella cumple.

 

Increíblemente, la inglesa decimonónica y la argentina centennial comparten la vivencia de un tiempo entero sin cortes ni horarios: una, criada a tal punto en el privilegio que ignora el concepto de “fin de semana”; la otra, asediada desde la cuna por la pobreza, ve de lejos el mundo del trabajo formal. Para Biotti, que según el día se levanta “a las 8 o a las 10”, trabajar de 9 a 5 sería una injusticia; para Alfonzo, más tanguera, laburar es directamente “de pelotudo” y pagar la luz, “de gil”. Y aunque no son iguales, ambas tienen razón: ambas son animales económicos racionales que, como el pájaro, saben cuál es la mejor manera de planear en un hábitat hostil. 

Miro en YouTube la entrevista de Crónica TV a la sensata piquetera. La panelista que la increpa sólo quiere gritar, el periodista que dirige el programa habla de “sobres” como si estuviera aprovechando los minutos para hacer acusaciones turbias que nada tienen que ver con el contexto. La piquetera trata de responder pero a ella también le cuesta entender lo que está pasando. La notera, una progre muy amable con el pensamiento organizado y las palabras justas, trata de ayudarla, y un niño mira desde abajo toda la escena. No es hijo de la piquetera, no es parte del programa, no es nada más que un testigo, la infancia de nuestro país asistiendo absorta a un diálogo de locos. En el vértice inferior izquierdo un recuadro anuncia otro video: “Insólito: chorizos rellenos con polenta”.

Gombrowicz tenía razón cuando, varado en Buenos Aires, escribió: “Aquí únicamente el vulgo es distinguido. Sólo el pueblo es aristócrata”.

Gombrowicz tenía razón cuando, varado en Buenos Aires, escribió: “Aquí únicamente el vulgo es distinguido. Sólo el pueblo es aristócrata. Este país, saturado de juventud, tiene una especie de perennidad aristocrática propia de los seres que no necesitan avergonzarse y pueden moverse con facilidad”.

El desprecio por el trabajo con fines de lucro que cultivaban los aristócratas británicos de principio de siglo XX coincide de manera excepcional con el pensamiento nacional planero contemporáneo. ¿No es el ocio un mismo lugar para todos? ¿No es acaso el tiempo el único bien que tenemos todos por igual, en idéntica medida? Desde un colchón tirado en un barrio del conurbano bonaerense o desde una cama con dosel en el centro de un castillo inglés, un colchón es siempre un colchón.

El lujo del tiempo libre

“Una nueva clase ociosa de Veblen”, me comenta un amigo, y me obliga a googlear al economista norteamericano que describe en su teoría de la clase ociosa al esnobismo emergente de grandes riquezas preocupadas por ostentar un derroche que, por superfluo y desmedido, fue un signo inconfundible de estatus social. En la tele, minutos antes de la presunta amenaza, Alfonzo se jacta de tener casa, DirectTV, smartphone, así como en las redes sociales ostenta el derroche de su tiempo, mostrando cómo lo gasta en hacer algo tan redundante como un tiktok. 

A la lista de esnobismos posibles, se suma hoy el esnobismo planero que le hace asco al uso productivo del tiempo pero disfruta de los más caros frutos del capitalismo. En Alfonzo aparece mamado e internalizado el espíritu materno-protector-impune-derrochador de Cristina Kirchner que tan bien resume un tiktok donde, mientras una mano nos muestra uno por uno diferentes stilettos, suena la inconfundible voz de CFK presentando cada par: “¡Los quiero para la historia [zapato negro], los quiero para el trabajo [fucsia], los quiero para la patria [sandalia], los quiero para estudiar [blanco], los quiero para vivir [con taco bajo], los quiero mucho!”

Los chicos de 16 años que vi el jueves pasado marchar por Paseo Colón hacia el Ministerio del Trabajo al ritmo de las pancartas anticapitalistas me sorprendieron por sus flamantes zapatillas nuevas. Sus looks nuevísimos de imitación de lujo tenían un inconfundible aire cheto desfasado y absurdo. Ricos y pobres, los “hijos de” comparten una tendencia unívoca e intrínseca al privilegio: ¿qué “hijo de” quiere trabajar? “Si naciste de alguien”, dice Alfonzo, tenés que pagar. Ella, parece decir, no nació de nadie, y por eso le tienen que pagar. “Problema del Presidente y nuestro que queremos estar ‘al cuete’”, torea vehemente a cámara. Alberto es su sugar daddy, y ningún argentino puede meterse en el pacto íntimo que existe entre un padre y un hijo.

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Hace unas semanas, Santiago Maratea dijo una obviedad que fue percibida como polémica: ¿vieron que Macri carga con el estigma de ser hijo de rico y Máximo Kirchner no? En plena pandemia, Flor K se paseaba por Cuba luciendo unos looks con sombrero más caros que una década entera de AUH, pero la progresía ponía el foco en el poema del día que posteaba la argentina y no en el lujo que la rodeaba en una isla arrasada por la miseria. Cristina es una madre coherente: vive en Recoleta, tiene hijos millonarios y un pueblo pobre de recursos, comida y educación pero millonario, como sus hijos, en tiempo libre. La familia K se queda con los millones verdes, y al hacerlo le enseña a su gente el arte de la ostentación, regalándoles la oportunidad única de autopercibirse ellos también, y a su manera, hijos privilegiados.

Pero si sus hijos de sangre, Máximo y Florencia, son millonarios y eso no despierta alarmas, ¿por qué las despertaría que sus hijos del corazón, el pueblo argentino, intentaran serlo? ¿Por qué no podrían ellos también practicar el mismo espíritu aristocrático? Al final del día, el ocio es un estado de la conciencia.

Quizá uno de los problemas más interesantes que plantea la actualidad local sea la desconexión operante entre la noción de ingreso y la de trabajo. En las últimas semanas, algunos dirigentes opositores dijeron que arengar por un “salario básico universal” es una trampa exitosa del marketing político que consiste en asociar la idea de salario a la de ingreso, omitiendo la inmensa diferencia que implica el trabajo productivo en esa ecuación. Para Paul Lafargue, el yerno de Marx, el verdadero socialismo era no trabajar, y contra su suegro, que había caído a sus ojos en la trampa burguesa del salario, escribió un libro que se llama El derecho a la pereza (traducido al castellano por Juan José Saer en 1974 con el seudónimo Washington Noriega).

Votos racionales

Sólo en este país puede suceder el extraño fenómeno que enamoraba a Gombrowicz: que se junten las dos puntas, la planera y la aristócrata. “Argentina, no lo entenderías”, decimos con orgullo por el disparate. El único lujo real es el tiempo. Los incentivos de la política K están puestos para que Biotti, Alfonzo y tantas otras personas hagan lo mismo: actuar racionalmente desde el punto de vista económico, votar al que haya que votar para mantener una vida ostentosa de ocio.

Una cosa más que nos enseña la astucia de Alfonzo: en su razonamiento, ella merece que le paguen no solamente por no hacer nada, sino por no ser nadie. Por no ser nada más que un voto. Debería quizá hacernos reflexionar esta realidad peronista, en tanto que única verdad: los planes se pagan con inflación, y se pagan para ganar votos. La emisión monetaria sin respaldo está conectada con el sistema político actual, porque es la que se usa para pagar los planes sociales y los planes sociales se usan para pagar la elección.  Lo mismo ocurre con los subsidios a la energía de la clase media. La inflación es una decisión política. Es la consecuencia de un mecanismo de conservación de poder. Lejos de vivir en democracia, vivimos en una demagogia, su forma impura, donde la maquinita loca, desconectada de la realidad, mantiene a gente fuera del sistema y desconectada del trabajo.  

Un viento de miseria sopla en Argentina y, en sus casas pobres, gente pobre planea en tiktok y dice: miren cómo me mantengo en el aire sin mover las alas, cómo uso los elementos de este hábitat aciago para sobrevivir en el más estricto ocio. Las planeras, exitosas CEO de sí mismas, son agentes económicos racionales que, como el pájaro, saben que planear es la que toca.

Nadie es inmune al sueño del subsidio perpetuo. Vivimos en un país en el que cada vez hay más cigarras y menos hormigas. Winter is coming.

 

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Victoria Liendo

Doctora en Letras (Universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis). Investiga, da clases de literatura y escribe artículos de opinión.

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