ERLICH
Domingo

Luna nueva en Tucumán

La provincia lleva más de medio siglo sin un modelo económico. Como el peronismo sólo ofrece más de lo mismo, es la oposición la que tiene que encontrar un imaginario alternativo.

Yo no le canto a la luna, porque alumbra y nada más,
le canto porque ella sabe,
de mi largo caminar.
–Atuahualpa Yupanqui, Luna tucumana

 

Los tucumanos cargamos con una doble fatiga. Por un lado, la de ser argentinos y ver a nuestro país estancado y en declive relativo desde hace al menos medio siglo. Por otro, la de ser tucumanos, porque nuestra provincia también ha perdido peso relativo –económico, político, demográfico– dentro del país. A medida que Argentina se fue achicando, también se fue achicando Tucumán dentro de Argentina. 

Por eso vivimos una sensación de nostalgia duplicada por la gloria perdida. Tucumán siempre se sintió una provincia importante, no sólo por ser cuna de presidentes y anfitriona de la independencia, sino que también, durante mucho tiempo, fue un enclave de desarrollo económico, sobre todo gracias a la industria azucarera, en un marco de crecimiento muy desigual en el país, donde casi no había excepciones al boom agroexportador de Buenos Aires y alrededores. Eso se terminó en 1966, con el cierre de buena parte de los ingenios azucareros, por decisión del gobierno nacional. Es una fecha que todos los tucumanos conocen y el inicio de nuestra desorientación. Desde entonces, ni los políticos ni sus élites provinciales (quizás como en el país) han encontrado un modelo de desarrollo que reemplace al perdido. Con el regreso de la democracia y la hegemonía local del peronismo, que gobernó todos los períodos menos uno, la situación se mantuvo igual, es decir, cada año un poco peor. 

En Tucumán, el sentimiento generalizado es que la provincia necesita un cambio urgente, materializado en un nuevo proyecto de futuro, un nuevo modelo de provincia que muestre un horizonte hacia el cual los tucumanos puedan tener la esperanza de dirigir la mirada y caminar. ¿Cuál debería ser ese proyecto de futuro? Imaginarlo, pensarlo y construirlo implica conocer que existió y existen, todavía, resabios importantes de la provincia del pasado. Y es una tarea especialmente necesaria para la oposición, porque del peronismo sólo se puede esperar más de lo mismo.

La construcción de la Argentina moderna entre fines del siglo XIX y principios del XX encontró a Tucumán y sus actores económicos y políticos ocupando un lugar particular en la pujante economía agroexportadora, en el marco de un régimen político nacional liberal de democracia limitada y en una sociedad transformada, movilizada por la inmigración y demandas políticas y sociales no atendidas. El impactante desarrollo de la economía agroexportadora, concentrada particularmente en Buenos Aires y el Litoral, produjo un proceso de incorporación desigual de las regiones y provincias del país. Mientras algunas tuvieron un crecimiento y desarrollo fenomenal, otras tuvieron un desempeño regular y otras siguieron sumidas en la pobreza. 

En este contexto, Tucumán ocupó un lugar singular, ya que el peso político y las conexiones de su élite política y económica con las redes de poder nacionales, ayudaron a generar las condiciones para el desarrollo de una pujante industria azucarera. Esa integración económica posicionó a la provincia, junto a Mendoza y su industria vitivinícola, como un enclave de desarrollo económico cuya misión principal fue abastecer a los consumidores de un mercado interno en expansión, especialmente en Buenos Aires. En este panorama, Tucumán se vio favorecida por medidas arancelarias proteccionistas, subsidios, créditos y obras de transporte (el ferrocarril) que facilitaron su desarrollo. En este sentido, podemos decir que Tucumán construyó un modelo económico que miraba hacia el Atlántico (Buenos Aires) y que, al mismo tiempo, se benefició de la redistribución del progreso argentino de esas décadas.

Tucumán se vio favorecida por medidas arancelarias proteccionistas, subsidios, créditos y obras de transporte (el ferrocarril) que facilitaron su desarrollo.

Aquella redistribución, sin embargo, se vio afectada ya en las primeras décadas del siglo XX. La disminución en la cantidad de electores de Tucumán en el Colegio Electoral (que elegía al presidente), tras los cambios demográficos expuestos en el censo de 1895, redujo la influencia de la élite provincial en el juego político nacional. Y esa nueva relación de fuerzas dio más impulso a las voces que criticaban el proteccionismo y los privilegios de la industria azucarera, ya que, decían, los aranceles encarecían el costo de vida de los trabajadores, que no podían consumir alimentos importados más baratos. En este nuevo contexto, del cual también fueron parte las crisis de sobreproducción azucarera, puede decirse que empezó la larga crisis del modelo tucumano, ya que ante la disminución de su influencia y los posibles peligros económicos a los que se enfrentaba la industria, la élite provincial no pudo o no quiso formular un proyecto económico y social alternativo.

La ausencia de un nuevo modelo tuvo como correlato la inestabilidad provocada por las sucesivas crisis y recuperaciones que vivieron la economía y la sociedad tucumanas, al compás de los profundos cambios políticos que atravesó el país a mediados del siglo XX. No obstante, la crisis casi terminal del modelo se produjo recién en 1966, como consecuencia de la decisión del gobierno militar de Onganía de cerrar varios de los ingenios que existían en la provincia, debido a una crisis de sobreproducción de azúcar y la negativa del gobierno de seguir subsidiando y protegiendo a una industria poco competitiva, con un mercado interno garantizado precisamente por esa falta de competencia. 

1966: industricidio

Las fábricas cerradas por la dictadura finalmente terminarían siendo 11, y los programas de racionalización económica fracasaron en desarrollar un modelo económico alternativo para la provincia. Existen discusiones entre los historiadores sobre si los cierres fueron una decisión deliberada para favorecer a otros actores concentrados de la industria o si efectivamente la actividad azucarera era inviable sin esa protección. No existe aún un consenso historiográfico ni político claro para evaluar el timing de esa decisión y la pericia técnica de quienes la llevaron adelante. Lo cierto es que esa resolución, que el historiador Roberto Pucci calificó como industricidio, produjo una catástrofe humana, social y económica en la provincia. Los saldos finales preliminares fueron elocuentes: 10.000 cañeros minifundistas fueron expulsados de sus tierras y se perdieron entre 40.000 y 60.000 puestos de trabajo durante la segunda mitad de los ’60. De acuerdo a las estimaciones disponibles, el colapso social se cristalizó en la emigración de entre 160.000 y 230.000 tucumanos. Casi un tercio de la población de la provincia. 

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Por todo esto, la decisión de eliminar un parte importante del aparato productivo de la industria más importante de la provincia clavó los últimos clavos al cajón de un modelo económico y social que se había pensado y desarrollado para otro país, y en otras condiciones históricas que ya no eran las de la segunda mitad del siglo XX: 1966 significó para Tucumán la ruptura definitiva de ese pacto que en el siglo XIX la había incluido en el Estado-nación con un rol político y económico específico. Para 1966 ese contrato económico y político particular entre la Argentina y Tucumán, que venía tambaleando hace décadas, fue roto unilateralmente por una de las partes. 

Ese proceso fue muy traumático para la sociedad tucumana; aún no lo podemos superar. La prueba de ello es la decadencia de muchos pueblos y regiones que vivían al compás del azúcar, el crecimiento de los barrios populares en los bordes de San Miguel de Tucumán y, fundamentalmente, el hecho de que a pesar de sus crisis casi terminales, ninguna de las importantes actividades agroindustriales de la provincia pudo rivalizar del todo con la azucarera. 

Por ello, el Tucumán del siglo XXI necesita repensarse a sí mismo para construir un nuevo horizonte de futuro.

Por ello, el Tucumán del siglo XXI necesita repensarse a sí mismo para construir un nuevo horizonte de futuro, que ayude a definir qué lugar debe o quiere ocupar en un país atravesado por problemas de pobreza estructural, desintegración social, desigualdades regionales, tensiones entre federalismo y centralismo y polarización política.

Para figurar y definir ese horizonte de futuro es necesario pensar y responder algunas preguntas. ¿Cómo se define un nuevo pacto político entre Tucumán y un Estado y gobierno nacional que en las últimas décadas gobernó más para el AMBA que para el resto de regiones y provincias? ¿Cómo se construye un nuevo modelo provincial en un campo político nacional ambacéntrico donde el enfrentamiento actual entre PBA y CABA es la política realmente existente, como señala Juan José Amondarain? ¿Cómo se posicionan los distintos grupos dirigentes de la provincia ante ese conflicto regional que se nacionaliza y condiciona la política local? ¿La provincia debe formar parte de un proyecto político-económico que involucre lo que Pablo Gerchunoff catalogó como una coalición exportadora? ¿La política exportadora tucumana debe mirar hacia el Pacifico y el enorme mercado asiático o reforzar sus lazos históricos con el mercado interno y el mundo atlántico? 

Un Estado capturado

Con un Estado nacional quebrado y con una dirigencia nacional más preocupada por los desafíos y condicionamientos electorales del AMBA, es evidente que el nuevo modelo de desarrollo provincial deberá llevarse adelante con recursos y medios más propios y autónomos. Es decir, que tendremos que trabajar con lo que tenemos sin dejar de exigir lo que nos corresponde en el reparto nacional. En el futuro próximo no puede esperarse una redistribución del progreso como en el siglo XIX, sino, más bien, una redistribución inequitativa y arbitraria de la escasez. Por eso cabe hacerse otra pregunta: ¿Qué acciones o reformas hay que llevar adelante para que estimulen la llegada de inversiones, fomenten la producción, desarrollen usinas de conocimiento y potencien los vínculos entre educación y trabajo? El crecimiento y desarrollo económico de la provincia es una tarea urgente e impostergable para frenar el derrumbamiento definitivo del tejido social y revertir el proceso de desincorporación social que atraviesa la provincia desde el fatídico 1966. 

¿Cómo se logra esta difícil tarea? Pensando un modelo y llevando adelante reformas que racionalicen un Estado provincial grande pero ineficaz para proveer servicios básicos como seguridad, educación y salud. Un Estado que mientras que no garantiza  derechos y servicios elementales, tampoco genera las condiciones para el crecimiento y desarrollo económico, amén de los múltiples y distorsivos impuestos que cobra a los contribuyentes. Un Estado que intenta asegurar mínimamente la subsistencia de los sectores populares a través de algunas políticas sociales, pero que, al mismo tiempo, condiciona las libertades políticas y civiles a través del manejo de una ayuda social que se planifica e implementa a través de una burocracia y tecnocracia estatal mayormente partidizada. 

La captura partidaria del Estado tucumano por el partido de gobierno, y su representación como la única garantía de subsistencia de los sectores populares, constituyen un nudo gordiano que hay que cortar para poder conformar un nuevo modelo político, estatal y económico que la provincia debe construir.

Es un hecho conocido que las reformas duelen, y cuando se ordena el Estado y se busca el equilibrio fiscal y macroeconómico en estados pesados, como el tucumano, esas reformas tienen costos sociales. Los sacrificios, justos e injustos, involucraran también a los menos beneficiados de la sociedad. Cabe preguntarse, entonces, por la política de las políticas en el proceso reformista. Más precisamente, debemos preguntarnos cómo construir el apoyo social y político a un proceso de reformas que puede tener frutos a mediano y largo plazo, pero que tendrá evidentes y fuertes costos en el corto plazo. ¿Cómo legitimar una propuesta de futuro posiblemente mejor, pero sin garantías de éxito, con el hecho de vivir un presente aún más doloroso y complejo pero que sería temporal antes de llegar a aquel nuevo y promisorio futuro? 

Esa es la tarea que debe asumir la coalición opositora en Tucumán, ya que es ella la que se propone como alternativa en una provincia gobernada por el peronismo en 34 de los últimos 39 años de democracia. Es necesario construir un proyecto de poder y un modelo de provincia que sea superador al que viene ofreciendo hace décadas el peronismo, que no pudo o quiso desarrollar para Tucumán un modelo económico competitivo post-azúcar. A su vez, esta circunstancia profundizó la decadencia social y económica de la provincia en las últimas décadas y fue funcional a la edificación de un modelo político vertical, de mucho control social y político, a través de los resortes del Estado. 

Un proyecto de incorporación social exitoso a través de mayores libertades económicas, menos impuestos, un estado más chico y más libertades civiles.

¿Y cómo puede la oposición tucumana empezar a enfrentarse a este enorme desafío? Intentando construir lo que Julia Pomares y otros denominan una nueva narrativa de futuro, que nuclee algunos elementos fundamentales de la identidad colectiva tucumana, para intentar erigir un discurso que exprese un nuevo horizonte de expectativas, que brinde esperanzas y que vuelva a hacer creer a los ciudadanos en la política, la democracia, las libertades y el progreso como parte del futuro posible. 

La oposición tiene la responsabilidad y oportunidad de convencer a la sociedad de que es posible desarrollar un proyecto de incorporación social exitoso a través de mayores libertades económicas, menos impuestos, un estado más chico, más libertades civiles y un buen funcionamiento de las instituciones. La elaboración de esa narrativa y la identificación de esos elementos identitarios comunes es una tarea urgente para el futuro próximo, ya que es una misión impostergable empezar a construir el Tucuman del siglo XXI.

Debemos dar a luz a ese nuevo modelo político, económico y social que la élite tucumana no pudo o quiso construir hace más de un siglo, pero que ahora se constituye en una demanda y necesidad multisectorial y no solo de una clase. Es necesario encontrar una nueva luna tucumana que alumbre nuestro largo caminar durante la noche, hasta que llegue el nuevo amanecer.

 

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Carlos Segura

Historiador (UNT). Doctorando en Historia (UTDT).

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