BERNARDO ERLICH
Esto no es normal

Los anfibios

Mi generación es analógica y digital. Navego entre las máquinas de escribir y la inteligencia artificial.

No sabía el emprendedor alemán Janu Lingeswaran que él y especialmente su gato Mali (siempre los gatos) tendrían, el miércoles 26 de marzo, sus quince minutos de fama profetizados hace ya más de medio siglo.

Cuando ordenó a ChatGPT que le gustaría que su foto con Mali tuviera un estilo Studio Ghibli, puso en marcha un invisible mecanismo internacional que demuestra una vez más que si la mariposa aletea en Hong Kong, agarrate que vamos a cabalgar.

El estilo redondeado, amable y pastel creado por Hayao Miyazaki —El viaje de Chihiro, por ejemplo— había llegado a la Inteligencia Artificial sin que Miyazaki —que desprecia el tema— haya podido hacer nada.

Janus subió las fotos a sus redes y al efecto mariposa se le sumó el efecto dominó. No quedó red en pie. Todos quisieron su foto redondeada, amable y pastel. Pero además, encontraron que cualquier foto podía tener un estilo “Simpson“, “Picasso“, “Disney“, “Pixel“, “Lego“ o “Muppets”, sólo por nombrar algunos.

Como los memes reemplazaron al esperanto como idioma universal, fueron los primeros en asaltar las redes. La nena que sonríe ante el incendio; las chicas que lloran señalando al gato; el morocho que se toca la cabeza mostrando su inteligencia; todo meme que camina fue a parar al ChatGPT.

Y las grandes imágenes que todos conocemos: el asesinato de Kennedy; el turco y su revólver; Trump y su trampa a Zelensky en el Salón Oval; la Cenicienta.

En Argentina no perdimos la oportunidad de ver a Marcela Pagano con megáfono o la icónica pelea Mauro/Samid en varias versiones.

Y otra vez, como el día en que entré en un negocio en Rosario atrás de la plaza Montenegro a ver cómo funcionaba “una máquina de escribir eléctrica” y si me daba el cuero para comprarla, me fascinó el hecho de ser contemporáneo a la bisagra.

Nuestra generación (60, más o menos) ha sido bendecida con el don de lo anfibio.

Analógicos y digitales.

Tanto sabemos cambiar una púa de un tocadiscos como bajar un torrent y ponerle subtítulos.

Todo es tan rápido que no sé si somos conscientes de que estuvimos ahí cuando ocurrió.

Todo es tan rápido que ni nos acordamos que hubo un día en que sacamos de la caja nuestra primera computadora. Y que otro día no supimos dónde poner la videocasetera.

Todo es tan rápido que ni nos acordamos que pensar en nuestra infancia llevar un teléfono en el bolsillo era jugar a decir mentiras. Si hasta nos maravillaba ver en las películas de Hollywood que el protagonista tenía el teléfono en la pared de la cocina y un cable larguísimo que le permitía llegar al living.

Hace poco vi cómo Batman (el Batman psicodélico, el de verdad, el de Adam West, no jodan) y Robin se salvaban de ser cortados a la mitad por una sierra que manejaba el villano Rey Tut y pude responder un enigma que me acechaba desde los primeros ’70. Es que en el pueblo se veían el Canal 3 y el Canal 5. A las seis de la tarde uno (no recuerdo cuál) pasaba Batman y el otro la novela Estación Retiro con Luis Dávila y Beatriz Día Quiroga. Mi hermano y yo llegamos a un acuerdo con mi mamá: veíamos un día cada uno, pero el problema eran los capítulos dobles de Batman. Terminaban siempre con los héroes a punto de morir. No sabíamos cómo, dos días después, ya estaban empezando la nueva aventura.

Sólo tardé 55 años en saber que Batman consiguió con la sierra cortar la soga que lo ataba, liberarse y liberar al bueno de Robin. ¡Santas manzanas asadas, Robin! Si mi vieja viviera podría ver algunos capítulos sueltos de Estación Retiro que andan dando vueltas por YouTube. Sería una linda casualidad que fueran justo los que se perdió.

Así se veía televisión, mocosos.

Por eso cuando aparecieron las videograbadoras nos abalanzamos sobre ellas para saber cómo manejarlas. Ya no había que estar sentados frente al televisor. Ya no había que decidir entre salir o ver Calabromas.

¡Te podías quedar con toda la televisión por más que no lo hubieras visto en directo!

Es más, accedías a esa película de la que siempre te hablaron y nunca habías podido ver. Era cuestión de ir al videoclub y ¡alquilarla!

Recuerdo la emoción de haber visto por primera vez la trilogía de El padrino, una tarde de sol rabioso, con la persiana baja hasta que se hizo de noche.

La dificultad de llegar a ese momento le daba más valor a la película. Hoy sé que en cualquier lugar, en cualquier momento, puedo volver a verla. Es una oferta que no puedo rechazar.

Al tener un pie en lo analógico y otro en lo digital, al ser la bisagra en donde el mundo inventó otro mundo, en donde el Aleph se hizo real, tenemos el recuerdo de un pasado brutalmente distinto, la comprobación de un presente gaseoso y la certeza de un futuro que multiplicará por miles esto que hoy vivimos.

Hemos dejado una flor en cada cadáver informático: el mIRC, MySpace, el ICQ, Second Life, Napster, AOL, Netscape, Altavista, Geocities, Infoseek, Encarta, Fotolog, porque los hemos conocido, porque fueron fuente de razón y justicia, porque les dedicamos horas, porque nos dieron un montón de anécdotas y un día pasaron.

Nunca recordaremos cuándo fue que los usamos por última vez. Todo es tan rápido, tan cambiante, tan efímero.

El que no se adaptó, perdió, desapareció. Toda revolución se come a sí misma, es obsoleta cuando insiste en aquello que la hizo novedosa.

El ser anfibios (sin subvención de Estados Unidos) permite bastante poner las cosas en su lugar. Ni todo es tan nuevo, ni todo es tan viejo; ni todo tiempo pasado fue mejor, ni todo tiempo pasado fue peor.

Y fundamentalmente, nada salió mágicamente de un repollo.

Nada es dado porque sí. Todo es fruto de ciencia, estudio, sudor, lágrimas. Dicen que los adolescentes no están interesados en la tecnología, que sólo la usan porque para ellos siempre estuvo ahí. Todo eso que nos extraña, para ellos es lo normal. Incluso aseguran que algunos entienden en qué idioma canta María Becerra, Tini o Emilia Mernes. Creo que es una suerte no entenderlo, pero esto porque muchas veces me tira más una parte de lo anfibio que la otra.

No podíamos imaginar en los ’70 que escribías un papelito y ese papelito podía ser leído segundos después de escrito al mismo tiempo en Croacia, Ucrania, Belice o Zimbabwe. Es más, ni siquiera existía ninguno de esos países en aquel momento. Claro, nosotros —yo— no podíamos imaginarlo. Pero había gente que sí lo imaginaba y son los responsables de que hoy un WhatsApp sea lo más sencillo del mundo.

El caso más conocido es el de Alan Turing, que allá por los ’50 en la revista Mind publicó «Computing Machinery and Intelligence», donde habló de un método para evaluar si una máquina puede imitar el comportamiento humano. Es más, el término “inteligencia artificial” nació en 1956, en la conferencia de Dartmouth, financiada por el gobierno de Estados Unidos, cuando tenía aspiraciones de ser líder mundial y no esto que hay ahora, unos tenderos —con el respeto de los tenderos— al por mayor que juegan al TEG con todos nosotros.

Cuando en 1997 Deep Blue de IBM le ganó al ajedrez a Garry Kasparov había que poner las barbas en remojo. Era cuestión de ciencia, dinero y determinación que llegáramos al miércoles 26 de marzo de 2025 y la inundación de memes con cara de South Park o los Muppets.

Ahora tiembla todo y también somos contemporáneos a este tembladeral. Hay más de todo y todo parece valer menos. Las cinco fotos de cada cumpleaños que nos sacaban y había que esperar una semana para ver, hoy son megabytes de ilusiones que pasan y pasan y no quedan en la memoria. Seguro que recordamos algunas fotos icónicas de la historia de cada uno. Seguro que es difícil retener cuántas fotos sacaste ayer.

Pasa con los consumos culturales. Esta semana hubo que hablar de Adolescencia (agradezcan que este newsletter esquivó el tema), pero hace poco si no hablabas de Reno Bebé (o Bebé Reno, no me acuerdo y como se dice ahora “me da paja” buscarlo) y antes Black Mirror y todo pasa tan rápido que ni te acordás.

Sin embargo, ahí está la emoción por el primer visionado de El padrino.

Ahora tiembla todo y hablamos con las máquinas. Algunos han visto en Deep Grok la posibilidad de ahorrarse la millonada que cuesta la sesión de un psicólogo, se ve que la inteligencia artificial también puede reemplazar a las ciencias ocultas.

Por ahora, la IA puede escribir una canción de Lennon sin Lennon, pero porque ya Lennon escribió sus canciones; puede tener un estilo Studio Ghibli porque existe un Studio Ghibli. Las almas creadoras ya estaban y la IA se ocupó de copiarlas. Por ahora. ¿Llegaremos a ver una creación sin alma humana pero indistinguible? Es seguro que sí. Ya debe estar ocurriendo. Bienvenidos a este museo de grandes novedades, Cazuza lo anticipó.

Cuando éramos adolescentes y teníamos tiempo porque todo duraba más, leímos El sol desnudo de Isaac Asimov. Lo recuerdo más que a RenoBebé/BebéReno. Ahí estaba Solaria, una sociedad súper sofisticada, tecnificada en donde todo era tan fácil que no hacía falta aprender nada. Ya estaba todo hecho. Ni siquiera había que interactuar entre humanos, alcanzaba con avatares u hologramas. No hacía falta el intercambio de ideas, ¿para qué? Si estaba todo hecho. Con todas las necesidades materiales cubiertas, ¿para qué preocuparse? Que laburen los robots.

Spoiler: se estancan. En el posterior Fundación y tierra los de Solaria se retiran a vivir bajo la tierra, se hacen hermafroditas con habilidades telequinéticas y chau picho.

Si fuera un capítulo de Black Mirror, pilar de que si todo puede ir mal, irá peor, sería un final previsible para esta sociedad.

Pero como somos analógicos y digitales sabemos que las cosas no son así, que habrá un futuro, que se calmarán las aguas, que aprenderemos. No somos Solaria porque somos sociedades abiertas. Janu y su gato no se encerraron, mostraron su “creación” al mundo y cada uno, desde cualquier parte del planeta, sumó su granito.

Esto en Solaria no pasaba.

Estaremos vivos mientras tengamos ganas de aprender.

Y estamos aprendiendo.

En principio, aprenderemos que no todo adelanto es el que te sirve. Lo están aprendiendo los jóvenes del Partido Popular español, que intentando tomarle el pelo al PSOE hicieron al estilo Studio Ghibli las imágenes icónicas de la corrupción del partido de Pedro Sánchez. La respuesta fue inmediata: si hacés una caricatura amable de un villano, lo humanizás y el resultado es exactamente el contrario del que buscabas.

Acá mismo, la foto de la infamia, el cumpleaños de “mi querida Fabiola” hecha en Ghibli humanizó a esos sátrapas que se rieron de todos nosotros en el peor momento.

Pero también aprenderemos que lo que viene es totalmente distinto, que ya está pasando y no nos damos cuenta. Es un algoritmo el que elige las canciones que escuchás en Spotify. No sos vos yendo a buscar un disco. Pero también podés buscarlo si querés. No te achica la audición, la agranda si sabés y querés.

Esto que explotó el miércoles viene, como se dijo, de mucho tiempo atrás, de Turing en los años ’50 (otros pensarán más atrás todavía, en Hefesto y sus muñequitos dorados —después copiados por C-3PO— o por el Pato de Vaucanson de 1738 —un ingenioso pato robot que movía las alas y… cagaba, aunque después descubrieron que no cagaba de verdad, el bueno de Vaucanson le metía una papilla verde y la mostraba como si fuera caca—). Para entender la historia no hay que olvidar a toda la gente que de una u otra manera imaginó el futuro, lo moldeó, lo hizo posible.

Turing teorizando en cómo sería una máquina inteligente y Asimov advirtiendo de los peligros que traería.

Lo paradójico es que dos días antes de esa explosión de futuro que anuncia otras y otras y otras que nos asombrarán como cuando fui a ver la primera máquina de escribir electrónica, dos días antes, decía, en este país marmota nos pusimos a discutir algo que ocurrió hace 50 años.

No estamos estancados porque ya todo está resuelto, entonces no hay incentivos para seguir.

Todo lo contrario.

Estamos estancados porque somos un país Penélope, tejiendo y destejiendo cada noche; un país Sísifo subiendo la piedra una y otra vez.

Estamos estancados porque nada funciona.

Ahora, en 2025, estamos en un punto equidistante entre 1976 y 2074.

¿A qué no sabés a cuál le dedicamos más tiempo y esfuerzo?

A diferencia del Pato de Vaucanson, acá las cagadas, son toditas nuestras.

Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

Si querés suscribirte a este newsletter, hacé click acá (llega a tu casilla todos los sábados).

Compartir:
Osvaldo Bazán

Periodista y escritor. Su último libro es Seamos libres (Del Zorzal).

Seguir leyendo

Ver todas →︎

Los gatos, esos dioses peludos

Los verdaderos amantes de la libertad nunca tendremos un perro.

Por

Aguas de marzo

La historia detrás del himno que Tom Jobim compuso en un papel de panadería mientras atravesaba una crisis profesional y que lo devolvió a la cima de la música brasileña.

Por

No los entiendo, catalanes

Me refugié en la política española y encontré un enigma: ¿por qué elegir un idioma que hablan pocos?

Por