ZIPERARTE
Domingo

Lo mejor, lo snob, lo cringe

#ANUARIO2024. Este año también leímos libros, miramos películas, fuimos al teatro. ¿Qué otra cosa se puede hacer?

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Esta es una conversación a través del tiempo con mis compatriotas. Amigos, enemigos, anónimos, magníficos rivales o tristes adversarios; a esta pluma le gusta hablar con todos, aunque adoctrine como una tirana en un reino sin corte. ¿Pensar o no pensar? Los verdaderos artistas no se ofenden; tienen resto. Celebremos juntos con estos premios un año a través del genio argentino.

LIBRO DEL AÑO
La llamada
Leila Guerriero

Por más que a veces nos duela su prosa (“todo luce atacado por una sequedad armónica”), el último libro de Leila Guerriero logra superar las barreras del estilo y ser –por la fuerza de su estructura, por la absoluta maestría con la que ensambla la vida de un grupo de amigos del CNBA que partió al país en dos– un relato fluido e imposible de soltar. Su genio reside en el arte de reportar, de darle al pasado una segunda vida en el lector: tal cual fue, tal cual es. Todoterreno, ningún archivo la amedrenta; domina la información, por más vasta y abrumadora. En La llamada, los jóvenes que sobrevivieron a la ESMA, el episodio más perverso de la historia argentina, vuelven en forma de voces. La fascinación que siempre produce ver el tiempo acumularse sobre un mismo objeto, un mismo nombre, un mismo cuerpo, pinta en este caso un relato macabro que logra integrarse, gracias al trabajo arqueológico (a la cantidad de capas que van sedimentando la identidad), a una vida que ya no es ni de sus protagonistas ni del lector, sino de la nación, de la Patria, whatever that may mean. Virtuosa de la vista panorámica, Guerriero es una directora de orquesta que ejecuta sus propias obras, y todas sus óperas son buenas.

LIBRO SNOB DEL AÑO
Tulang Pinoy
Daniel Durand

Sólo un cuentista con alma de poeta, como Pedro Mairal, podría haberme recomendado este libro para la categoría de mejor del año. Quizá no sea el único (¿serán tres en total?) al que deleiten los versos falopa del poeta entrerriano Daniel Durand. Fadel & Fadel, la editorial que trajo este libro al mundo, hace los más lindos del mercado local: títulos exquisitos, el papel más suave; el diseño, canchero y eléctrico. Pero esta lectora se indignó frente al experimento rupturista en plena era del stream: ¿hay algo más aburrido que imitar las vanguardias del siglo XX, aunque sea usando fonemas extranjeros? Faltan muchas décadas de mala poesía para que pueda disfrutar de Tulang Pinoy. El capricho como verso y el riesgo de pasarse de cool: si Durand se cae una y otra vez es porque el borde es muy finito.

No he sido irresponsable. He leído en voz alta varias veces los fragmentos más audaces, y la única revelación estética que casi se produjo fue una imagen borrosa de aquel filipino embarazado, que iluminó en la sociedad de los 90 por primera vez la idea de un futuro trans, y fue también pionero de las fake news. Que el lector atraviese por su cuenta la experiencia, y por qué no ahora mismo:

Anim pitó waló
Anim pitó waló siyam sampú
Anim pitó waló
Anim pitó waló siyam sampú

De haber espíritus perplejos del otro lado, permítanme otra estrofa que le haga justicia al poemario:

Ahora los que están contentos son los patos
porque llueve como si esto no fuera canal nueve

LIBRO CRINGE DEL AÑO
Antes que nada
Martín Caparrós

Aunque el mote de “snob” suela recibirse con mayor benevolencia que el de “cringe”, este último posee virtudes inalienables: para empezar, te engancha, y por más que sufras, no te podés ir. El cringe da, se ofrece; la pretensión, en cambio, te exige estar a la altura de algo que no existe. Si preferimos la vergüenza ajena a la afectación es porque sostenerla es un estrés, una emoción para empresarios y banqueros, para personas ocupadas en conservar y calcular, y el arte no es para mentes ambiciosas sino para espíritus desquiciados.

Antes que nada sumerge al lector en una incomodidad adictiva. Para quienes sientan culpa por leer y criticar un libro que merece las dos cosas, va esta humilde lección: la condescendencia del sano no es bondad, es cobardía o pudor. Estamos ante un escritor vibrante, para quien la muerte cercana se traduce en escritura, en diálogo, en vigor. Como casi todo en él, la dedicatoria puede matarte de amor o de risa: “A quienes me quisieron, para que aprendan a olvidarme”.

¿Cómo explicar qué se siente saber que pronto morirás? Después de tres epígrafes –uno de Blake, uno de Tolstoi y uno suyo–, Caparrós lo hace muy bien. Describe la escena en que le confirman que tiene ELA: “Un momento casi banal: un hombre amable en una charla amable, que ni siquiera resultó dramática”. Caparrós no quiere para él “la deferencia melancólica” que les toca a “los condenados”; tampoco convertirse en el héroe de esta época (la gran víctima). Como todo escritor, Caparrós quiere lectores. Acá estamos para leer la neurosis del comienzo, páginas y páginas dedicadas al ejercicio del small talk en versión monólogo, los por qué y para qué de la escritura, y todas las vueltas que da para decir que nació antes de seguir adelante con el próximo acontecimiento: “Nací, y sólo por nacer me perdí tantas vidas”; algunas páginas después: “¿Por qué soy uno solo?”; otras más adelante: “Nací, en cualquier caso”; más páginas: “Nací, no supe nada, no supe cómo hice”; unas últimas más: “Así que así: nací. Y nací en Buenos Aires, Argentina.”

La autobiografía que Caparrós escribe contra su ELA es un relato lleno de frases para subrayar por buenas o malas razones (“la clave es la ignorancia, tan útil, tan gauchita”), la historia de una vida de la que es imposible –por la consideración que el autor tiene de sí mismo y por la gente y las experiencias que la forjaron– no querer saber siempre un poco más. Desde sus recuerdos de infancia hasta Saer en toalla, este libro nos trae una panzada de anécdotas, y moldea en tiempo real la obediencia del autor a su mandato de familia: “Yo debía ser inteligente, significara lo que significara”. Fighters fight and writers write: Caparrós es la prueba, y el lector argentino se lo agradece.

EPÍGRAFE DEL AÑO
Un puñado de flechas
María Gainza

El que se deja afectar por una obra de arte está perdido.
–Guy de Maupassant

El nervio óptico (2014) fue el último libro en enamorar perdidamente a los lectores argentinos. Se abrió paso solo entre la maleza de páginas, sin pasado ni grandes promociones, por el don de su rareza: un estilo nunca antes visto pero que parecía conocido desde siempre. Imposible caer en sus garras y no dejarse devorar. Diez años después, el carcaj de María Gainza vuelve a deleitarnos. La idea de que cada artista tiene sólo un puñado de flechas para tirar es en sí misma de una belleza irrefutable, como las anécdotas de la autora, como su ojo, como su prosa. 

‘INCIPIT’ DEL AÑO
Cuesta abajo
Juana Libedinsky

Visceral, el relato de amor y resiliencia de Juana Libedinsky marcó el 2024. La autora habla en primera persona del accidente de ski que dejó a su marido en coma, y sepulta al lector en la catástrofe de quienes deben transitar la delgada línea que separa la vida de la muerte. Libedinsky convierte la sala de espera del Mater Dei en una biblioteca personal, donde no falta el mar, ni el tenis ni el duelo. Empieza así: 

Siempre se vuelve al lugar del crimen. Si bien yo no me sentía exactamente culpable por lo que había pasado, sabía que cargaba con parte de la responsabilidad. Varias fuerzas externas me empujaban a regresar y solo me frenaba el miedo a enfrentar el pasado. Tres años después del accidente de Conrado, decidí volver a la casa de Bariloche que desde ese día fatídico nadie se había animado a pisar.

NEWSLETTER DEL AÑO
La Vida Nueva
Dolores Gil 

Tal como lo indica su nombre, el newsletter que inauguró el año pasado la editorial Vinilo tiene características mágicas: logra nombrar palabras inmemoriales y hacerlas sonar como si fuera la primera vez. “Cuerpo”, “madre”, “vida”, “muerte”, “dolor”, “terror”, “hijo”, resplandecen en medio de un desierto: una economía musical que pertenece al reino de la poesía. 

Este año, en su segunda edición, alcanza cimas considerables. La literatura de Dolores Gil nos hace pensar que quizá la Biblia haya sido escrita por una mujer. Su estilo íntimo es una rareza en tiempos de fealdad y confusión, una prosa cerrada como una piedra, rica como un mineral, precisa y contundente. 

Yo también tuve mi crack-up, mi pequeña disputa con la muerte. Fue a los 38; ahora tengo 43. Soplé un poco y me quedé mirando cómo se caía el castillo de naipes de mi vida. Ahí perdí la mitad del cuerpo, la mitad femenina. Salí de la batalla con la armadura destruida. Desde afuera no se nota. Yo lo sé, los demás lo ignoran. Conozco exactamente dónde está cada agujero, los siento latir bajo la piel. Todos los días hago el trabajo de llenarlos con vida nueva.

PELÍCULA DEL AÑO
La práctica
Martín Rejtman

El cine de Rejtman se reconoce en cualquier pantalla porque tiene estilo. Un tratamiento delicado, singular, de la alienación contemporánea: personajes aislados en monólogos que intentan llegar al diálogo y fracasan estupendamente. Rejtman hace películas de conversación donde la conversación está truncada.

La inercia que hace avanzar al protagonista a través de su propia tristeza le da a la película una extraña cadencia alegre. De cada gesto cotidiano, como desplegar un mat o tocar el timbre de una casa, despunta el universo maravilloso de Rejtman. La práctica, filmada en Chile, compone una versión estética de la neurosis sudamericana en la que florecen el slapstick y el humor seco. El protagonista, interpretado por el gran Esteban Bigliardi, consigue imantarnos con su lenta deriva en 1,5x.

PELÍCULA SNOB DEL AÑO
El jockey
Luis Ortega

Porque todo es tan lindo todo el tiempo, y el talento fluye en cada actor, y la ciudad acompaña sobria y magnífica, y el animal y el baile son estrellas fugaces que la atraviesan, la última película de Luis Ortega nos defraudó. Para decirlo con palabras ajenas, que siempre es tan agradable usar, en este caso las de Guy de Maupassant en el prefacio de Pierre et Jean: “Le public veut des œuvres finies et non des rêves confus.” El público quiere obras terminadas y no sueños confusos.

Si tan sólo conociéramos el furor por David Lynch quizá podríamos sucumbir, como otros espectadores cultos de esta aldea, a la vacuidad de la belleza o a la virtud en la falta de trama o a las bondades de la meditación. Lamentablemente, carecemos de esas armas; somos distintos. Un videoclip de dos horas, por más bello, no se convierte en una excusa para hablar del rizoma de Deleuze en el nuevo cine argentino. Queremos películas menos vanidosas, y no porque estemos en contra del cine de lujo como concepto, estamos en contra del meh. Si te inspira la paradoja, hay que saber llevarla lejos; no basta con enunciarla y organizarle alrededor un espléndido photoshoot digno de Vogue. El artista debe conocer el fondo de las cosas, aunque no lo nombre. Nos alcanza, en todo caso, con películas que logren capturar algo propio –una historia, un gesto, una canción, un lugar, un tiempo–, algo que haya nacido y haya crecido ahí, y que, por alguna razón, esté vivo.

PELÍCULA CRINGE DEL AÑO
Culpa cero
Valeria Bertuccelli

El tráiler era demasiado bueno y todas esperábamos lo mejor: una película icónica, legendaria. Dábamos por descontado que la actuación de Valeria Bertuccelli iba a dominar la pantalla y nuestras pupilas, y en eso no nos confundimos. Saber que Malena Pichot había colaborado con el guión era un incentivo para la ilusión, y no es que tampoco haya fallado ahí del todo. Martín Garabal, hay que aceptarlo, a veces se queda corto cuando hace de tímido limitado (lo mismo le pasa en Envidiosa). Tal vez no sea un problema de actuación sino de casting; que Justina Bustos, por otro lado, tuviese que hacerse pasar por una joven desgraciada era sin dudas pedirle mucho. Definitivamente no fue culpa de Cecilia Roth, que aparece por primera vez en un papel al que jamás se la hubiera asociado y le sale sorprendentemente bien, una mujer madura, frívola y rica que puntea con ritmo la locura de estas mujeres hartas de salirse con la suya.

La mujer que se arrastra por la calle en pantuflas de 400 dólares nos fascina; el insalvable cringe (y no del bueno) llega al final, con el one woman show que hace Berta, la protagonista. Una puesta en abismo de la vergüenza ajena (el público en la película siente lo mismo que nosotros, que la vemos de afuera), y sin embargo, algo no sale bien. ¿La actuación? ¿El guión? ¿La moraleja? “Yo a mi monstruo lo abrazo, lo siento a upa”, un derrumbe difícil para el personaje que está solo, en escena, con el micrófono en la mano y casi nadie mirando.

Celebramos, no obstante, el comienzo del film, hipnótico, justo, genial: un palo directo al personaje del artista exitoso que vende descaradamente una impostura, y evoca la famosa entrevista en la que Ricardo Darín ostentó frente a Fantino sus dos duchas diarias de agua caliente.

OBRA DEL AÑO
Lorca, el teatro bajo la arena
Laura Paredes

Dirigida por Laura Paredes y escrita en colaboración con Mariano Llinás, esta obra del off fue el hallazgo del año. Prudente, como toda persona que evita la muerte y es reacia a pisar una sala de teatro, esta espectadora se adentró en la Plaza de Toros minimalista –de tres colores vibrantes, mezcla de Miró y Almodóvar– con el mayor recelo y salió en júbilo. ¿Cómo ha hecho esta mujer argentina para resucitar con tanta actualidad a un muerto como Federico García Lorca?

La composición del color, la coreografía de los personajes: una trenza perfecta que Paredes va armando entre la sátira de la academia y la fuerza andaluza de Lorca, un fuego que sube por piernas y boca, un universo de mujeres en llamas. El ritmo de la obra conjuga la risa y la nostalgia, la actuación y la literatura, la extranjería y la familiaridad. Lorca, el teatro bajo la arena es, quizá, el hecho estético del año.

OBRA SNOB DEL AÑO
Sombras, por supuesto
Romina Paula

Acá debí temer, pero fui ingenua y confié. En ese gesto cándido reside el elemento más esnob de esta obra: el perfil de sus espectadores. En él parece confiar no sólo la dramaturga sino también sus cinco actores, una compañía entrañable que nos conquistó de una vez y para siempre con El tiempo todo entero (2010) –una versión muy personal de El zoo de cristal, de Tennessee Williams– y a la que seguimos en aventuras menos extraordinarias como Fauna. El Silencio –así se llama la compañía integrada por Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa, Esteban Lamothe y Susana Pampín, actores que siguen cada uno por su lado la curva del éxito– volvió este año con una obra nueva y decepcionante. Igual que con Fauna, este policial deconstruido nos pide demasiado, y se pasa.

Lo más grave no es el libre albedrío con el que cada actor se va entregando a su rasgo primordial, sino la puesta. Para sorpresa y desagrado del público, en Sombras, por supuesto, las luces nunca se apagan. Se nos ocurren varias maneras de llenar con teorías este despropósito, pero ninguna justificación vale: una puede entregarse al cualquierismo de una obra por el solo lujo de ver a una compañía de teatro que ama, pero a nadie le gusta estar expuesto como un animal embalsamado, condenado a mirarle la cara al de enfrente (el escenario es un ring sin altura) y, lo que es peor, a ser mirado. La única sombra que necesita el espectador es la de su butaca, poder olvidarse de que está ahí.

Preferimos a la Romina Paula de las baladas románticas; nos cuesta más cuando se pone mental y lee y piensa en voz alta. El Silencio resplandece con solo juntarse, pero una chispa no es un incendio, y ellos, si quisieran, podrían reducir el mundo a cenizas.

OBRA CRINGE DEL AÑO
Los días afuera
Lola Arias

El peor de los males de la crítica argentina actual (y hace tiempo) es el afecto. Amiguismo dicen algunos, pero es el peso de la sangre, que en estas latitudes es más fuerte que en cualquier otro lugar del planeta. No queremos que nadie se sienta mal, menos que menos un artista que dedica su tiempo a crear algo que antes no existía y sólo sirve para vivir más intensamente nuestra humanidad. Una actitud amorosa que, sin embargo, nos hace daño como sociedad creativa. Los artistas tienen que mostrar sus grandes espaldas, y darle al crítico la oportunidad de pensar y expresar sin pruritos: lejos de ser frágiles, deben ser justamente los que siempre tienen resto.

¿Qué podemos decir de la última innovación artística de la exitosa referente del biodrama (en este caso, Arias)? Siempre eficaz, la dramaturga argentina trae al mercado de la inclusión un producto que es a la vez película, obra, musical, reality y acción social. Las ex presas, hoy actrices, salen a conocer el mundo, un paseo liberador que el arte (o su hada madrina) hace posible. De escenario en escenario, cantan sus años de miseria, delincuencia y condena, lo que tiene un valor humano incuestionable. ¿No era necesario, también, que las canciones, los bailes y la puesta fueran interesantes? ¿Alcanza con ser solidario?

Los días afuera –tanto en la calle Corrientes como en su gira por Europa– ofició de experimento antropológico, y los conejillos de Indias fuimos nosotros, el público. ¿El resultado? Dos tipos de espectador. Por un lado, los que habían visto el documental o participado de algún evento con el equipo de la obra: salieron levitando, como quien vuelve a su casa después de misionar. Por el otro, los que no tuvimos ni contacto ni contexto, ninguna instancia previa con los círculos cool de la obra: conocimos primero el secuestro y después la estafa. Porque, admitámoslo: a todos nos cuesta ir al acto de fin de año de nuestros hijos, ni hablar de un sobrino, ¿quién pagaría por ver el concert de una presa lejana?

 

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Victoria Liendo

Editora de Seúl. Doctora en Letras (Universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis). Repatriada.

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