Crecer trae consigo reconocer que las cosas podrían haber sido de otra manera. Vivir implica asumir que podrían haberse elegido otros caminos, que podríamos haber tomado otras opciones. En la vida, cuando hacemos, acertamos y nos equivocamos. Pero ¿cómo no volver a cometer los mismos errores? ¿Cómo no chocarnos dos veces con la misma piedra? Aprendiendo de nuestra experiencia. Y ese aprendizaje solo es posible cuando media un ejercicio reflexivo. Y esas lecciones aprendidas pueden transformarse en aprendizaje colectivo cuando es un ejercicio compartido con los demás.
La publicación de Primer Tiempo, el libro del expresidente Mauricio Macri en torno a la experiencia de gobierno de Cambiemos entre 2015 y 2019, tiene ese sentido para el futuro de la democracia argentina. Es un ejercicio político saludable que un expresidente registre sus reflexiones, compute los aprendizajes y los ofrezca para que podamos capitalizarlos de cara a los nuevos desafíos. Pero, sobre todo, frente a la necesidad de desatar de una vez por todas el nudo gordiano que durante su período los argentinos no hemos podido resolver a pesar de las buenas intenciones: estancamiento económico, inflación, pobreza, desigualdad.
Me sumo a esa iniciativa de aprendizaje compartido. Sin ánimo de agotar el tema en una nota me interesa apuntar algunas reflexiones sobre lo que considero las principales lecciones aprendidas de la experiencia de gobierno. Lo hago desde mi vivencia como presidente de la Unión Cívica Radical entre diciembre de 2015 y diciembre de 2017 y miembro de la mesa de conducción nacional partidaria durante el resto del gobierno nacional de Cambiemos. En ese lapso, además, llevé adelante mi segunda gestión como intendente en Santa Fe y, por lo tanto, también desde ese lugar fui partícipe de muchos conflictos y proyectos de la agenda del gobierno nacional. Y gracias, además, al vínculo estrecho y cercano con el equipo político del presidente, que tenía un ritmo de reuniones semanales a las que concurríamos con las autoridades de nuestros bloques legislativos, yo estuve ahí.
Lo que Jesús Rodríguez llamaba por entonces un “trilema”, es decir, una tríada de objetivos difíciles y hasta quizás imposibles de concretar simultáneamente y sobre los cuales había que establecer prioridades.
Cuando Mauricio Macri asumió la presidencia en diciembre de 2015, desde la conducción nacional de nuestro partido los radicales sosteníamos que el gobierno de Cambiemos enfrentaba por lo menos tres problemas principales que debía resolver satisfactoriamente y de manera simultánea: gobernar sin mayoría en ninguna de ambas cámaras; remover serios obstáculos para sanear la economía –entre otros, el cepo cambiario, achicar el déficit fiscal incluyendo recorte de subsidios y los juicios por la deuda soberana que llevaban adelante los holdouts– para dejar en el pasado para siempre el populismo económico; y tercero y último, ganar las elecciones intermedias de 2017. Sin mencionar otros problemas no menores, aquellos tres constituían lo que Jesús Rodríguez llamaba por entonces un “trilema”, es decir, una tríada de objetivos difíciles y hasta quizás imposibles de concretar simultáneamente y sobre los cuales había que establecer prioridades.
Desde la Unión Cívica Radical, como partido integrante de la coalición de gobierno que identificamos como “coalición parlamentaria”, asumimos la misión de cooperar brindando propuestas e ideas en ese marco de incertidumbre y fragilidad respecto de las capacidades de un presidente no peronista para gobernar el país. Por ello nuestra actitud fue de colaboración y apoyo. Cuando se expresaron diferencias a través de los líderes de nuestros bloques legislativos o de las autoridades partidarias se hizo con la responsabilidad de no agregarle problemas a un gobierno que ya tenía suficientes desafíos pero, al mismo tiempo, con la convicción de que aquellos aportes podrían mejorar rumbos o evitar errores.
La cumbre de open door
En los días previos a la apertura del primer año legislativo, los radicales reunimos a nuestros legisladores nacionales y autoridades partidarias en la localidad bonaerense de Open Door. Concurrieron al cierre de ese encuentro Marcos Peña y Rogelio Frigerio. Las conclusiones que transmitimos eran muy precisas: decíamos que había que contarles a los argentinos la “hipoteca” que nos dejaba el kirchnerismo. Proponíamos el término “hipoteca” porque todos comprendíamos que era un gravamen de largo plazo, algo que requería un esfuerzo común de muchos años para afrontarlo. La propuesta fue satisfecha parcialmente: si bien el discurso de apertura de sesiones del presidente Macri incluyó “flashes” que ilustraban la dura carga recibida, el eje estuvo puesto en el optimismo y las ilusiones que generaba en el país y en el mundo el cambio de signo del gobierno. Debió decirse al país con claridad –y ese tendría que haber sido el eje discursivo de esa primera etapa– que salir de los problemas heredados de un largo período de decadencia demandaría un esfuerzo de muchos años y necesitaría de muchos consensos.
La necesidad de lograr consensos remite al problema de la carencia de mayoría propia en las dos cámaras legislativas. ¿Cómo darle respaldo parlamentario al nuevo gobierno? ¿Cómo evitar quedar expuestos a una agenda manejada por la oposición que podría instalar desde el Congreso temas como los despidos, las tarifas, o incluso manejar los tiempos de promesas del propio presidente como, por ejemplo, aliviar el impuesto a las ganancias?
En mayo de 2016, los radicales llevamos a la mesa política del presidente una idea: acordar una decena de leyes con un grupo de senadores y diputados justicialistas con los cuales se alcanzara la mayoría y que diera cierta base de estabilidad y control de la agenda del parlamento. Se habían realizado consultas y había disposición de varios referentes del PJ. Sergio Massa y Diego Bossio mostraban voluntad de sentarse a una mesa de acuerdos a mediano plazo, y Miguel Pichetto hablaba en televisión del “acuerdo del Bicentenario”, en las vísperas de los 200 años de la Independencia. Ese acuerdo político, además, podía haber sido el marco donde desarrollar otra mesa de consenso necesaria: la económica social, con los sindicatos y los empresarios para acordar pautas de reducción gradual de la inflación, acotando la puja distributiva que identificábamos como una de las causas principales del infierno inflacionario en Argentina.
Sergio Massa y Diego Bossio mostraban voluntad de sentarse a una mesa de acuerdos a mediano plazo, y Miguel Pichetto hablaba en televisión del “acuerdo del Bicentenario”.
La respuesta del presidente Macri fue “ley por ley”. Se optó por el compromiso con los gobernadores peronistas –que tenían responsabilidad de gestión y había herramientas para seducirlos– con el argumento de que un acuerdo con sectores del peronismo le quitaría al gobierno autoridad.
Esta es tal vez una de las principales lecciones aprendidas. Los problemas argentinos son tan persistentes y difíciles de resolver que se requieren los consensos políticos más amplios posibles, aunque ello haga el camino a recorrer más largo o la marcha más lenta. Todos juntos es mejor. El dilema entre “senadores y diputados del PJ o gobernadores” debió transformarse en “senadores y diputados del PJ y gobernadores”.
El “ley por ley” demostró ser ineficaz por muchos motivos. En primer lugar, “las leyes” no son solo aquellas que impulsa el gobierno. Cuando no se tiene mayoría, la agenda de leyes es un objeto de disputa para la oposición y el Congreso se transforma en una fuente de malas noticias para el oficialismo que queda a la defensiva sosteniendo debates de temas que no elige. Y, en segundo lugar, el acuerdo con los gobernadores es fiscalmente más costoso y políticamente más ineficiente, ya que la exigencia de recursos por parte de las provincias es relevante en términos del presupuesto nacional y luego, a la hora de formar mayorías en las cámaras, no hay una correlación directa entre peso político de los gobernadores y cantidad de senadores y diputados.
Las tarifas y nuestros votantes
Otro de los temas de debate recurrente dentro de la coalición fue el aumento de las tarifas de los servicios públicos y sus contracaras: las necesidades de bajar el gasto en subsidios para achicar el déficit fiscal y conseguir inversiones que permitan en el largo plazo una mayor oferta. El aumento de las tarifas –que cuando se ve el impacto en los ingresos de la clase media se advierte que fue significativo en muy poco tiempo– golpeó fuerte en la base electoral y social de Cambiemos. En otras palabras, se desatendió la necesaria sustentabilidad política del cambio en las tarifas de servicios públicos que pudo haberse basado en dos firmes pilares: gradualidad y equidad.
No se aprovechó para sostener las reformas a las fuertes inequidades que el kirchnerismo había dejado desde el punto de vista social y geográfico: el boleto de colectivo valía 5 veces más en muchas capitales de provincia que en el AMBA; los más humildes del Chaco y otras provincias pagaban el gas envasado a precios internacionales y en los barrios residenciales de Córdoba o Rosario de ingresos altos el gas tenía valores irrisorios. La “normalización” de las tarifas podría incluso haber traído un “descuento” para algunos sectores y no es lo mismo debatir sobre porcentajes de aumentos que argumentar desde la equidad, es decir que se tienda a que todos paguen lo mismo por un mismo servicio. Diversos documentos y reuniones de los equipos técnicos y legisladores de la UCR con miembros de las áreas de Energía y de Transporte del gobierno abundaron en propuestas en esta dirección.
Similar falta de consistencia y de una solución integral tuvo la cuestión previsional: en 2016 se hizo un enorme esfuerzo fiscal, financiando la “reparación histórica” con pagos retroactivos a los jubilados equivalentes a un punto del PBI incrementando los haberes futuros, para luego –poco más de un año después– pagar el costo político de una modificación de la fórmula previsional con el fin de aliviar el costo de las prestaciones sociales en el incierto escenario de una futura disminución de la inflación.
Desde toda la geografía nacional y desde todos los niveles de responsabilidad de gobierno los radicales cuestionábamos la política social.
A comienzos de 2017, los radicales nos reunimos en Villa Giardino en una especie de asamblea nacional. Estuvieron los gobernadores radicales, hubo una nutrida presencia de intendentes, las autoridades partidarias y los diputados y senadores. Las perspectivas acerca de la marcha del gobierno del presidente Macri fueron plurales, pero hubo una coincidencia que me tocó, junto a Mario Negri, Ángel Rozas y Lilita Puig, resaltar en el momento de comunicar las conclusiones: desde toda la geografía nacional y desde todos los niveles de responsabilidad de gobierno los radicales cuestionábamos la política social.
La “tercerización” de la ayuda social a través del Salario Social Complementario ejecutado por ciertas organizaciones sociales muy identificadas políticamente con la oposición alejaba a Cambiemos de los valores de la equidad, el mérito y la cultura del trabajo, además de desaprovechar las capacidades estatales, “puenteando” a las autoridades democráticas elegidas por el voto popular y generando estructuras nuevas de perfil opositor sostenidas en el clientelismo financiado por el gobierno nacional. Los acuerdos con CTEP, Barrios de Pie, la CCC y otras organizaciones, promovidos desde la provincia de Buenos Aires y algunos sectores del gobierno nacional, contaron también con el apoyo de importantes actores políticos de la coalición. El argumento central era el de ayudar a la “paz social” en el conurbano bonaerense, objetivo que no se cumplió, habida cuenta de las movilizaciones durante todo 2019 estructuradas por estas organizaciones pidiendo directamente la renuncia del presidente Macri. Pero además impactó negativamente, como se ha dicho, en el resto de los distritos en los que estos espacios políticos no tenían desarrollo y comenzaron a tenerlo a partir del control de las herramientas de ayuda social nacionales.
el nuevo trilema
Superadas las elecciones de 2017 con un triunfo holgado de Cambiemos a nivel nacional y en los principales distritos –desde 1985 no ocurría que un partido o coalición ganara la elección en los cinco distritos más poblados del país– podía pensarse que la solución a aquel “trilema” al que referimos al inicio de esta nota estaba encaminada. La estrategia electoral basada en armar Cambiemos en todos los distritos, de la que la UCR fue actor protagónico, había sido exitosa.
Debe computarse que hubo otras opciones que se debatieron. La propuesta alternativa más fuerte era armar listas conjuntas en seis provincias gobernadas por peronistas “colaboradores” con el gobierno. Sin embargo, tal vez el resultado electoral favorable dificultó ver que se estaban incubando nuevos problemas económicos, políticos y sociales porque –a excepción del resultado favorable en las urnas– los otros desafíos estaban lejos de haberse resuelto.
Se destacan entre ellos los temas económicos, particularmente el tipo de cambio y el financiamiento. El mundo ya no era el del presidente Obama. Los economistas radicales consultados por el Comité Nacional, como otros profesionales de diferentes corrientes, habían pronosticado mal clima económico con probabilidad de tormentas para la Argentina por el posible aumento de las tasas de interés y las consiguientes dificultades para conseguir financiamiento en la nueva era Trump.
El éxito de la salida del cepo cambiario tempranamente daba autoridad al gobierno para, en otras condiciones internacionales, tomar medidas de mayor control del tipo de cambio.
El éxito de la salida del cepo cambiario tempranamente daba autoridad al gobierno para, en otras condiciones internacionales, tomar medidas de mayor control del tipo de cambio. La lección aprendida es que necesitamos desarrollar herramientas adecuadas para gestionar el riesgo de nuestro sector externo, muy vulnerable a las condiciones de los mercados financieros mundiales y a los acontecimientos políticos locales.
La falta de esas herramientas hizo que un gobierno que había resuelto con valentía y solvencia la recuperación de la flotación del dólar a principios de 2016, terminara su período cuatro años más tarde con una restricción a las compras de divisas de un máximo de 200 dólares mensuales y luego de sufrir varias y fuertes devaluaciones que alimentaron la inflación, produjeron una brutal incertidumbre y finalmente limaron su legitimidad, llevando a Cambiemos a la derrota electoral nacional de octubre 2019 y a una mala performance en las elecciones locales desde abril de ese año en adelante.
la gran noticia: jxc
Para finalizar estos apuntes, que tienen la intención de ser debatidos y compartidos, y aun cuando hemos puesto el foco en los temas críticos y en las lecciones aprendidas a partir de los errores, no quiero dejar de destacar lo que considero el principal logro del presidente Macri, su equipo y la coalición que lo sostuvo. Su período terminó en tiempo y forma, con muchos problemas y dificultades, pero sin “tierra arrasada”. Fue la primera vez desde 1928 –casi un siglo entero– que un gobierno no peronista concluyó regularmente su mandato.
Es una gran noticia: los argentinos ya no tienen solo al peronismo como espacio político que garantice la gobernabilidad en un marco de elecciones libres e instituciones democráticas funcionando. Los radicales nos sentimos protagonistas de ese logro, por nuestra actitud permanente de cooperación y de sostén del gobierno de Cambiemos.
Y de cara a las elecciones de medio término, la otra gran noticia es que Juntos por el Cambio está sólido, consolidado y honrando el mandato de nada menos que el 41% de los votantes en la elección presidencial. Nunca el kirchnerismo tuvo una oposición tan firme y vigorosa, que se prepara, dando cuenta de las lecciones aprendidas, para ganar las próximas elecciones y gobernar en el próximo período. Juntos por el Cambio sigue siendo el instrumento de la alternancia democrática en Argentina.
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