LEO ACHILLI
Domingo

La única verdad
es el cholulismo

En el ocaso de la ficción, el último libro de María Moreno nos da razones para levantar al chisme y llevarlo como bandera a la victoria.

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Por cuatro días locos. Pequeño inventario de la Patria pop.
María Moreno.
Sigilo, 2024.
224 páginas. $25.000

 

Hace tiempo que venimos perdiendo la fe en la ficción, aunque hasta hace muy poco sus defensores acérrimos estaban por todas partes; levantabas una piedra y encontrabas un reaccionario de la literatura dispuesto a acusar de pornógrafos sin imaginación a cualquiera que osara utilizar la primera persona después de Proust. Hoy en día, la gente está más cansada de negarlo: ni les interesa inventar, ni quieren que les inventen.

Que Guillermo Saccomanno, flamante ganador del Premio Alfaguara de novela, haya declarado no creer en los géneros –y descrito a Arderá el viento, su libro premiado, como “una colección de relatos vinculados”– sea quizá un síntoma de época. ¿Quién tiene ganas de suspender la incredulidad frente a los caprichos de una mente ociosa cuando puede leer grandes libros de periodismo egocéntrico, no ficción pedagógica o academicismo con ambiciones de best-seller? Las lecturas útiles pasaron de ser un gusto adquirido a convertirse en una adicción: libros que nos permiten matar dos pájaros de un tiro, volver monetizable el esfuerzo de leer letras de molde en un mundo de pantallas, o por lo menos enterarnos –mientras gastamos en esas páginas la poca energía que logramos robarle al scrolling– de algo que haya pasado de verdad. No es tan fácil defender la ficción frente al implacable cholulismo de la realidad.

La preferencia por el dato está muy expandida, y llega incluso a ganarles a las ficciones de Netflix: la segunda temporada de Envidiosa tarda en llegar, y Wanda Nara les arrebató a los guionistas la atención de los argentinos: todo un país viéndola moverse en la novela popular del momento con su elenco desaforado de amigos, enemigos y proles ídem. La vida de esta familia ensamblada –la más numerosa y compleja en la historia de nuestra farándula– domina el tiempo de pantalla a nivel nacional con inquietante estabilidad, ya que lo único que puede asegurarla es la multiplicación del escándalo. El prejuicio contra los chimenteros (sean panelistas, trolls o gente de a pie) pierde fuerza cuando la narración avanza sin mediación de la pluma, como documentos (diálogos, chats, audios, denuncias legales) que, a la manera de Manuel Puig, van contando una historia imposible de soltar.

El chisme del museo

Si hay una persona que podría escribir sobre esta nueva forma masiva de la novela mediática sin caer en vacuidades faranduleras es María Moreno, cuya pasión por la escritura –una necesidad visceral, más fuerte que la voluntad y el deseo– puede convertir cualquier tema y cualquier rumor en pequeñas ficciones embrionarias. Así defendía Edgardo Cozarinsky “el relato indefendible”, título del ensayo con el que abría su Nuevo museo del chisme (2013). Ahí dice: antes de Flaubert, despreciaban a la novela por fantasiosa, a las mujeres por leerlas y al chisme por recrearlas en la oralidad de una cocina (en francés, explica Cozarinsky, chisme se dice potin, que viene de olla, de hablar pavadas alrededor de una olla). Y sin embargo, insistía, todo está en la manera de contarlo (y de leerlo, habría que agregar). El chisme, plebeyo y ordinario, encierra ficciones y da forma al legado oral de un autor, porque no sólo se trata de lecturas hegemónicas en esta vida, sino de “dejar un rastro, una huella de parte de lo que me tocó oír y ver, no solo leer, en mi paso por este mundo”. 

El último libro de María Moreno, editado por Sigilo en diciembre, es un inventario de personajes populares argentinos, un museo de cera en donde, al lado de Maradona, Gardel y Perón, entra Borges, aunque no Victoria Ocampo, la referente cultural contra la cual se define y escribe la periodista argentina. La “Patria pop” de Moreno empieza, de hecho, con un acto de traducción: de haber sido “una escritora fina” como la directora de Sur, le hubiera gustado ponerle de título “Carpe diem”, eslogan en que devino la oda latina de Horacio. Pero como no es Ocampo sino Moreno –una mujer con calle que de chica se hacía pulseritas con preservativos usados y lejos de ser abstemia, como Victoria, conoció en vida el secreto del alcohol– elige, en su lugar, una expresión oral, localista y bien de barrio: Por cuatro días locos.

La voz de Moreno es tan singular que, si no fuera por los temas, sería imposible distinguir cuándo fueron escritas sus crónicas.

El libro reúne diversas crónicas escritas entre 1984 y 2024 y sólo contiene dos inéditas, una de las cuales se llama “Perronismo”, y curiosea en la relación que Perón tenía, a falta de hijos propios, con sus caniches. El eco con la actualidad es tan obvio que no necesita ser nombrado. La voz de Moreno, por su parte, es tan singular que, si no fuera por los temas, sería imposible distinguir cuándo fueron escritas sus crónicas. El fervor autodidacta y la aspiración académica, más que crear una “erudición salvaje” (como alguna vez la llamó Alan Pauls), son el testimonio de una curiosidad voraz por el saber que la acerca al espíritu ocampiano y la obliga a salpicar sus textos con citas “del bueno de Barthes”, o del bodriazo uruguayo de Ángel Rama. Como Ocampo, su sed no se sacia solo en la biblioteca; las cronistas argentinas necesitan también vivir. Desfilan en la obra de Moreno emociones locales, secretos insignificantes, chismes de época, fantasías perturbadoras y hasta intimidades insoportables. Moreno hurga, diseca, colecciona, hace collage. Su arte es el pintoresquismo intelectual; su batalla, la defensa de la escritura testimonial y el barroquismo.

La Argentina emerge del contraste entre Ocampo y Moreno: si la primera se había distinguido en 1913 con su disfraz de República Argentina en la fiesta que el transatlántico que la llevaba de luna de miel a Francia organizaba al cruzar la línea del Ecuador, la niñera de Moreno gana en pleno peronismo un concurso de belleza en el palacio de las Flores disfrazada de noche: entre la diadema que coronaba a la patricia y las estrellitas plateadas que, hechas con papel de cigarrillo, decoraban a la proletaria, brilla el imperio imaginario de María Moreno. 

Amante del close-reading, pícara y chabacana, Moreno tiene buenas ideas (“Gardel no tiene cuerpo, tiene smoking”), descuella en la autoironía (“ya en el departamento me siento alegre, confundida, boluda”), y posee una auténtica intimidad con Buenos Aires. Por sus páginas se mueven los más improbables personajes de nuestra historia cultural, como el francés Charles de Soussens o la postal trágica de una Vicky Walsh riéndose en camisón antes de matarse con una pistola. La actuación estelar de Paco Jamandreu y la lechuza médium que tenía en el baño de su casa para hablar con los muertos no deja nada que desear: es perfecta. Tampoco decepciona la bruja de Menem, Azucena, y el detalle de que le tirara el tarot a un guanaco, whatever that may mean. A pesar de la importante cantidad de tachaduras que llevarían su prosa a la cima, el estilo de Moreno nos completa como argentinos.

Amparada en estas virtudes, la periodista puede permitirse decorar sus crónicas con chismes imperdibles y banales, como que el Turco Asís vio mear a Borges.

Amparada en estas virtudes, la periodista puede permitirse decorar sus crónicas con chismes imperdibles y banales, como que el Turco Asís vio mear a Borges, que Perón le dijo a Evita –al verla llevar la capa de plumas que Christian Dior acababa de regalarle– “Parecés una gallina celeste”, o citas esnobs para hablar de íconos populares, como poner en boca de Maradona palabras de Jean Cocteau: “El opio sigue siendo único, naturalmente, y su euforia superior a la de la salud. Le debo mis horas perfectas. Es una pena que en vez de perfeccionar la desintoxicación no intente la medicina hacer el opio inofensivo”.

Por más burdo y ordinario que parezca el chimento al mejor estilo LAM, el chisme culto goza de excelente prestigio en la literatura contemporánea de estas tierras. Es  un fetiche que les da a los escritores una razón de ser, y a los lectores la satisfacción cholula de penetrar en la intimidad de la Historia sin salir de su casa ni cerrar el WhatsApp. Arthur Koestler, intelectual húngaro, llamaba a este fenómeno “complejo de Crillon”, y daba como ejemplo el de una chica que elegía a sus amantes por su fama y le explicaba al padre: “Mirá, papá, tener un affaire con un hombre famoso no es frívolo, es como acostarse con la Historia. ¿Quién culparía a Marie Walewska por entregarse a Napoleón? Cualquier cosa que hagas con un hombre famoso deja de ser pecado y se convierte en una Anécdota Histórica”. No era muy distinto lo que pensaba la infanta de Inglaterra, según cuenta Cozarinsky que cuenta Bossuet en 1670: “Nuestra admirable princesa estudiaba los deberes de quienes compusieron la Historia con su vida: allí perdía insensiblemente el gusto por las novelas y sus héroes incoloros; cuidadosa de atender a lo verdadero, despreciaba esas ficciones peligrosas y sin vida”. Una podría preguntarse si el esnobismo es realmente capaz de salvar a un chisme de otro. ¿Qué diferencia hay entre leer la hagiografía de Santa Catalina, saber qué le dijo Borges a Beatriz Bibiloni de Bullrich antes de dedicarle sus “Two English Poems” en 1934 o ver la próxima story de Mauro Icardi junto a Johnny Depp en una playa de José Ignacio? 

Por más punk, reviente y noche, Por cuatro días locos es un libro de la tradición. Integrante del canon definitivo, la voz de Moreno es pionera de un estilo que muchos copian, pero nadie podrá superar: “Mi lenguaje pretendía ser como un foulard empapado en purpurina barroca con un fleco de jerga psicoanalítica, otro de materialismo dialéctico pop y otro de feminismo fashion, más algunas motas de argot farandulesco y tartamudeo histérico”. De existir en el futuro, como del Museo de chisme, un nuevo inventario de la Patria pop, Wanda Nara ingresaría decididamente en el panteón popular argentino.

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Victoria Liendo

Editora de Seúl. Doctora en Letras (Universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis). Repatriada.

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