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Es el judaísmo el origen del capitalismo? En el primer aniversario del gobierno de Javier Milei, un presidente que suele desconcertar con su admiración declarada por el judaísmo, esta pregunta —antigua y utilizada en distintas épocas, ya sea para criticar o elogiar a los judíos— quizá merece replantearse.
Hace un año, en su discurso inaugural, Milei prometió un período de grandes sacrificios a cambio de alcanzar la prosperidad. Esa promesa resulta familiar para cualquiera que conozca la Torá. En el Génesis, Dios ordena a Abraham abandonar la comodidad del hogar paterno y aventurarse hacia lo desconocido (Génesis 12:1-2). En su camino encontrará peligros, guerras, hambrunas y, a veces, oportunidades. A cambio de asumir esos riesgos, Dios le promete que él y su descendencia serán bendecidos. Es la primera vez que Dios ofrece un bien futuro a cambio de renunciar a algo: la seguridad, un deseo, un bien material o una costumbre. Y no será la última.
En el mismo libro, Jacob renuncia a los falsos dioses y ofrece un sacrificio a Dios en Bet-El (Génesis 35:2-3); en contrapartida, Dios le anuncia que será el fundador de una nación y que sus descendientes serán reyes (Génesis 35:10-11). También hay una promesa y un sacrificio en la historia de Moisés: Dios promete a los hebreos la libertad y una tierra de leche y miel, pero antes hay que atravesar el desierto, y el pueblo a veces extraña sus cadenas: «Los israelitas les decían: “¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahveh en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea”» (Éxodo 16:13). Pero no hay atajos: hay que abandonar las costumbres de los esclavos, aprender a obedecer a leyes y no a monarcas, aprender también el respeto a la integridad del prójimo (“No matarás”) y a sus derechos de propiedad (“No codiciarás la casa de tu prójimo”), antes de poder entrar a la tierra prometida.
Dios prometió a los hebreos la libertad, pero antes hay que atravesar el desierto, y el pueblo a veces extraña sus cadenas: «¡Ojalá hubiéramos muerto en la tierra de Egipto cuando comíamos pan hasta hartarnos!»
El tema del sacrificio atraviesa toda la Torá. Es la clave de sus relatos y el fundamento de su ética. También es lo que hace singular al judaísmo: ninguna otra religión, antes o después, ha colocado la idea del sacrificio en el centro de su fe y pensamiento. ¿Y qué significa el sacrificio en términos laicos? Es un pacto con el futuro. Implica renunciar a una satisfacción inmediata con la esperanza de obtener una recompensa mayor más adelante. En otras palabras, es como hacer una inversión.
Volvamos al primer año de Milei. Eliminar subsidios, reducir drásticamente el gasto público y perseguir el déficit cero como un dogma no son sólo decisiones económicas, sino que también implican una ética. Para Milei, imprimir dinero sin respaldo no es únicamente una mala política económica que provoca el flagelo de la inflación; es, además, un acto inmoral. Significa, literalmente, un robo: se sustrae el valor del dinero ganado legítimamente por los ciudadanos para cubrir los gastos de los políticos y la burocracia que los respalda. Lo peor es que parte de ese dinero falso se ofrece como dádiva: subsidios, “planes platita” y estímulos al consumo de corto plazo, todo en detrimento del ahorro y la inversión. A la mentira y el robo se suma, entonces, la peor de las faltas: sacrificar el futuro por una satisfacción tan inmediata como ilusoria.
A algunos podría parecerles un anacronismo hablar de una ética capitalista en los relatos bíblicos. Y es cierto, los siglos no pasaron en vano: la economía y sus instrumentos se han vuelto tan complejos que nadie habría imaginado algo similar hace cien años, mucho menos en el siglo IX a. C., cuando se gestaron los primeros textos de la Torá. Sin embargo, podemos entender el capitalismo no sólo como una doctrina económica formal, sino también como un conjunto de comportamientos humanos universales: ahorrar, invertir, asumir riesgos con la esperanza de una recompensa. Si esta es la esencia del capitalismo, podríamos decir que Abraham, Jacob, José y Moisés fueron capitalistas mucho antes de que la palabra existiera.
Precios y violencia
La afinidad filosófica de Milei con los relatos bíblicos no termina ahí. Inspirado por Friedrich Hayek, uno de sus maestros, Milei suele afirmar que ninguna planificación centralizada ni intervención voluntarista puede sustituir al sistema de precios. Hayek describía en The Use of Knowledge in Society (1945) los precios de mercado como transmisores de información: en una sociedad compleja, donde ningún individuo puede conocer todos los factores económicos, necesidades o voluntades, el sistema de precios es el único instrumento capaz de armonizar intereses y optimizar el uso de los recursos. Intervenir en ese mecanismo, como hacen los defensores de la economía planificada, no sólo interrumpe el flujo de información, sino que destruye su funcionamiento. Y lo que es peor: hacerlo requiere violencia.
¿Tiene esto alguna relación con la Torá? Tal vez, si volvemos a ver sus relatos como arquetipos del comportamiento humano que, bajo distintas formas, se repiten en todas las épocas. La historia de Caín y Abel, narrada casi al inicio del Génesis, puede interpretarse como la disyuntiva entre dos actitudes opuestas frente al sistema de precios. Como es sabido, Caín era labrador y su hermano Abel, pastor. Ambos presentaron a Dios ofrendas de su trabajo. Si entendemos el sacrificio como la renuncia a un consumo o satisfacción inmediata con la esperanza de una recompensa futura, podemos interpretar las ofrendas de Caín y Abel, en su forma ritualizada, como un acto de inversión a largo plazo.
No es difícil ver cómo el arquetipo de Caín se refleja en cada revolucionario que expropia y asesina, y en cada burócrata o tirano que busca controlar por completo la economía.
La inversión de Abel no obtiene los mismos resultados que la de Caín. Así lo relata la Escritura: “Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro” (Génesis 4:3-5). Dios acepta con agrado la primera, pero rechaza la segunda. Siguiendo la analogía, el “producto” de Abel es un éxito, mientras que el de Caín no encuentra aceptación. Lo que sigue es extraordinario por la profundidad con que explora la naturaleza humana: Caín se llena de ira, dominado por la envidia y el resentimiento, y rápidamente concibe un propósito homicida. Dios le advierte que, si persevera y mejora sus acciones, será recompensado; de lo contrario, el pecado estará siempre acechándolo a su puerta.
Caín, sin embargo, desoye la advertencia y asesina a su hermano. En términos económicos modernos, Abel puede entenderse como el arquetipo del inversor exitoso. Caín, por el contrario, en lugar de analizar las causas de su fracaso y, por así decirlo, intentar de nuevo con un producto mejor adaptado a la demanda, opta por destruir al exitoso y sabotear el sistema de precios. No es difícil ver cómo el arquetipo de Caín se refleja en cada revolucionario que expropia y asesina, y en cada burócrata o tirano que busca controlar por completo la economía. Pero el crimen de Caín encierra algo aún más trascendente y devastador para la sociedad: al matar a Abel, asesina también la idea misma de excelencia. ¿Será por eso que todas las tiranías comienzan atacando la meritocracia?
Soñadores y audaces
La historia de Jacob introduce un nuevo elemento en esta reflexión: la negociación como una virtud bíblica y protocapitalista. Jacob no es un héroe de la fuerza bruta, como su hermano Esaú; es un estratega. Al principio, esa cualidad carece de escrúpulos: mediante un engaño, se apropia de los derechos de primogenitura de su hermano (Génesis 25:29-34). Sin embargo, pronto probará su propia medicina cuando su tío Labán, con malas artes, lo obliga a trabajar 14 años para él (Génesis 29:16-30). Durante este tiempo, Jacob aprende el valor de la honradez y acumula una fortuna. Su manejo de los rebaños se convierte en una lección sobre cómo optimizar recursos limitados (Génesis 30:25-43).
¿Refleja la Torá otras virtudes asociadas a la ética del capitalismo? Podemos destacar la adaptabilidad, el ingenio y el manejo inteligente de los excedentes. Todas ellas están presentes en la historia de José, uno de los personajes más fascinantes de la Torá. Penúltimo hijo de Jacob, José es un soñador en ambos sentidos de la palabra: por su incansable confianza en el futuro y por los sueños que tiene, donde aparece dominando a sus hermanos. Este último rasgo despierta el resentimiento de ellos, que terminan vendiéndolo como esclavo y enviándolo a Egipto (Génesis 37:26-28).
Aunque faltan siglos para el MeToo y el feminismo sectario, nadie cree en la inocencia de José, lo que demuestra que ciertas batallas culturales tienen raíces mucho más antiguas de lo que se suele pensar.
Otro en su lugar habría caído en la desesperación, pero José, al entrar al servicio de un rico egipcio, se gana la confianza de su patrón gracias a su honestidad y sus notables habilidades como administrador. Sin embargo, la desgracia lo alcanza nuevamente: la esposa del dueño intenta seducirlo y, al ser rechazada, lo acusa falsamente de intento de violación (Génesis 39:11-15). Aunque faltan siglos para el MeToo y el feminismo sectario, nadie cree en la inocencia de José, lo que demuestra que ciertas batallas culturales tienen raíces mucho más antiguas de lo que se suele pensar.
José es arrojado a la cárcel, pero su resiliencia lo impulsa a prosperar una vez más. Su habilidad para interpretar sueños lo convierte en alguien popular entre los reclusos y los guardias, fama que pronto llega a oídos del propio Faraón. Este le pide que interprete sus sueños, y uno de ellos destaca especialmente: el Faraón soñó con siete vacas gordas y siete vacas flacas, donde las flacas devoraban a las gordas. José interpreta el sueño como una profecía: habrá siete años de abundancia seguidos de siete de hambruna. Pragmático, aconseja al Faraón almacenar los excedentes de los años prósperos para enfrentar los difíciles. El Faraón sigue su recomendación, no sólo evitando la hambruna, sino vendiendo alimentos a otras naciones, lo que aumenta la fortuna de Egipto (Génesis 41:1-36).
El pacto con el futuro
Estas antiguas historias enseñan que el sacrificio no es sólo un acto pragmático, sino también un acto ético. Siempre implica una renuncia, pero también un compromiso con el futuro, una apuesta por aquello que aún no se ve, pero se intuye. En cuanto a Milei, su originalidad como gobernante radica quizá, más que en su determinación por transformar a la Argentina en una economía de mercado, en su intención de recuperar los fundamentos éticos del capitalismo.
Por eso —aunque a veces el fervor religioso pueda poner en riesgo la tolerancia hacia el disenso—, sus reformas no se presentan únicamente como una política económica, sino como un cambio cultural. El tiempo dirá si el resultado será positivo. Lo cierto es que, desde esta perspectiva, su fascinación por el judaísmo no parece una excentricidad, sino un retorno a las raíces.
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