El 26 de febrero de 2015 Cristina Fernández de Kirchner hizo una excepción y habló en el acto de juramento de ministros: anunció que quería despedir a dos colaboradores que volvían a sus provincias a hacer política. Uno de ellos era Juan Manzur, ministro de Salud de la Nación desde 2009. “Y Juan vino en ese momento donde los diarios decían que íbamos a adelantar las elecciones y nos íbamos a ir del Gobierno. Y lo recuerdo muy bien porque Juan llegó a Olivos, al despacho de la Jefatura de Gobierno, y entró con ese optimismo y esa sonrisa que lo caracterizan. Puede estar lloviendo sapos, piedras y culebras, en medio de un terremoto, y él está con la sonrisa. Y entró riéndose y salió riéndose, y dijo: ‘vamos a salir, Presidenta. Yo sé lo que le digo, vamos a poder afrontar esta crisis sanitaria grave, vamos a salir’”, recordó. A su izquierda, el funcionario tucumano asentía cada palabra de la jefa, cómo no, con los labios como una medialuna y la mirada acuosa.
Un año y cuatro meses más tarde Manzur ya era gobernador, y otro comprovinciano y funcionario de Cristina Kirchner, José López, había sido detenido mientras revoleaba bolsos con nueve millones de dólares hacia un convento de General Rodríguez. En el medio, Cambiemos había ganado las elecciones y el mandatario provincial trataba de sintonizar la frecuencia del presidente Mauricio Macri. A Manzur le abrieron entonces el micrófono en el programa de radio de Jorge Lanata y sentenció: “El kirchnerismo es una etapa que ya pasó”. En directo y para todo el país, el médico sanitarista cometía sin mosquearse un “matricidio” político.
Un año después perpetró el “parricidio” de José Alperovich, quien le había dado todo: el Ministerio de la Salud de la provincia en 2003, la presidencia de la Convención Constituyente en 2006, la calidad de Vicegobernador en 2007 y 2011 –con licencias para trabajar en la Nación– y el beneplácito para sucederlo en 2015 al frente de la gobernación. Cuando Manzur estaba por ejecutar el “fratricidio” del compañero de fórmula que había elegido dos veces, Osvaldo Jaldo, sonó el teléfono del Poder Ejecutivo de la Nación.
¿Y si los sufragios ratifican la derrota? Hay quienes apuestan que se dará la media vuelta con su rostro mineralizado y enfilará hacia Tucumán para reiniciar la batalla con Jaldo.
El retorno del tucumano al gabinete presidencial, ahora con el rol de coordinador de los ministerios en reemplazo de Santiago Cafiero, ha llevado a que todos se pregunten quién es esta especie de mesías convocado para sacar al oficialismo del triple infierno electoral, sanitario y económico. El interrogante impregna el aire que Manzur respira y para contestarlo convendría internarse en el archivo del diario La Gaceta. Pero basta con repasar cómo se comportó con sus antiguos superiores y con el compañero que le hacía sombrita para anticipar que, si el Gobierno logra revertir el chasco de las primarias, Manzur no esperará a que Alberto Fernández termine su mandato para empezar a calentar el sillón de Rivadavia. ¿Y si los sufragios ratifican la derrota? Hay quienes apuestan que se dará la media vuelta con su rostro mineralizado y enfilará hacia Tucumán para reiniciar la batalla con Jaldo y esperar a que surja otra oportunidad de alcance federal.
Las urnas siempre trataron bien a Manzur. Y tras las PASO se erigió, junto con el formoseño Gildo Insfrán, en el único peronista con derecho a festejar. Ese exitismo puro y duro lo colocó en la meca de la ideología del poder, allí donde la vicepresidenta Fernández de Kirchner está dispuesta a perdonar a su “matricida” con tal de lograr un resultado aceptable en las elecciones generales. Manzur entiende bien esa clase de faenas: quince años atrás se arremangó las mangas cual sastre y confeccionó la Constitución a medida de Alperovich, que otorgó a este la posibilidad de convertirse en el primero y, por el momento, único que gobernó Tucumán durante tres períodos consecutivos en esta fase de la democracia. Esa Carta Magna –manchada por acusaciones de empleo irregular de la chequera para gastos de bloque– exhibe el récord de haber sido declarada parcialmente inconstitucional varias veces. Es el colmo de la inseguridad jurídica: no se sabe qué está vigente y qué no de la Ley Fundamental provincial.
Más círculo rojo que “oflador”
A Manzur se le da bien la destrucción de la institucionalidad. Durante sus seis años de gobernador nombró a dos miembros carnales de su equipo como vocales de la Corte local. Su gestión dio alas, además, a las ganas de detonar el mecanismo de designación de jueces por concurso público. No sólo precarizaron la magistratura mediante la reinstalación de subrogantes y encontraron la forma de ampliar las ternas para las coberturas definitivas en función de las conveniencias, sino que también autorizaron el nombramiento paralelo y completamente discrecional de funcionarios auxiliares que funcionan como fiscales encubiertos. Así terminó Manzur con las únicas reglas republicanas que había dejado Alperovich. Y así la democracia tucumana adquirió el formato de un califato donde los órganos controlantes están poblados de amigos y parientes de los controlados.
Mientras pudo, Manzur se la pasó volando. Organizó viajes en grupo –pagados por el Estado– a cuanto país se le antojó visitar, y así cortejó a los poderosos del mundo. Una vez el diario La Gaceta contó que la entonces primera dama tucumana, Sandra Mariela Mattar Sabio, había puesto un stand de la firma olivícola familiar Agro Aceitunera S.A. en Gulfood, la feria de Dubai a la que su esposo y gobernador había asistido con funciones oficiales. Manzur negó haber faltado a la ética ni que hubiera un conflicto de interés. Es una muestra pequeñísima de la confusión de lo público con lo privado imperante en la provincia. Algo parecido pasó con el uso del avión sanitario para llevar y traer peronistas bonaerenses a un acto de campaña. “Los aviones del Estado son herramientas de trabajo que uno utiliza según las prioridades de la Provincia”, justificó en esa ocasión.
Cuando el coronavirus lo obligó a hacerse de cabotaje, Manzur se alineó con la decisión de confinar de un modo estricto a la población sin dejar nunca de hacer comidas con su entorno multitudinario. Tal vez llegue a completar un álbum con fotos como las del cumpleaños de Fabiola Yañez en Olivos. Sin barbijos ni protocolos, juntó a decenas de adláteres en el locro del último 1ro de mayo. “Yo como sanitarista sé cuáles son los cuidados”, explicó. Antes había participado de un almuerzo en el que hasta había intervenido su exfiscal de Estado y vocal de la Corte, Daniel Leiva. Nada ocurrió, pese a que en la misma época caían como palomitas rengas –directo a pagar reparaciones cuantiosas– los infractores de la cuarentena.
El “nada pasa nunca” es una marca registrada del Tucumán de Manzur. Los cuatro hijos de uno de sus funcionarios más allegados, José Antonio Gandur, se vacunaron contra el coronavirus con las primeras dosis que aterrizaron en este distrito.
El “nada pasa nunca” es una marca registrada del Tucumán de Manzur. Los cuatro hijos de uno de sus funcionarios más allegados, José Antonio Gandur –toda su descendencia trabaja en el Poder Ejecutivo también–, se vacunaron contra el coronavirus con las primeras dosis que aterrizaron en este distrito. Una de las Gandur llegó a viajar desde la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –donde presta funciones en la Casa de Tucumán– para inocularse con el plan familiar. Mientras Fernández echaba a Ginés González García por el vacunatorio VIP, Manzur ratificaba e incluso defendía a todos los miembros de su Gobierno que se habían salteado la fila. El Poder Judicial mira tanto para el costado que ya tiene tortícolis.
En la campaña de las PASO, los sectores afines al Gobernador y al Vicegobernador se trataron de narcotraficantes y corruptos: nadie se inmutó. Tampoco se paró el mundo cuando el día de la votación hubo una protesta de movilizadores y de punteros que reclamaban a un legislador de Jaldo el pago de las dádivas. Entre 2005 y 2017, la Justicia provincial y Federal sólo habían emitido una condena firme en el 0,5 % de las 219 denuncias contra autoridades del Estado con trascendencia pública, según una investigación de Chequeado y La Gaceta. Si eso no es impunidad, ¿la impunidad dónde está?
Hay que decir que Manzur, más que crear, perfeccionó la maquinaria de concentración de poder opaco que había heredado de Alperovich. Chamuscado por las protestas callejeras y la victoria de Cambiemos, al llegar al Ejecutivo prometió que iba a promover una ley de acceso a la información pública y otra para terminar con los acoples que casi incendian la provincia en 2015, pero no cumplió. El sistema electoral vigente en la provincia es más que una cancha inclinada hacia el oficialismo: ya no quedan arcos, ni pelota, ni referí neutrales. El espectáculo de las cajas abiertas para financiar el clientelismo inimaginable completa el panorama de distorsiones. La máxima expresión de ese financiamiento espurio fueron las imágenes del desfile de valijas cargadas de billetes destinados a “gastos sociales legislativos”. Nunca se pudo determinar qué ocurrió con los fondos equivalentes a U$S 46 millones de dólares (al tipo de cambio de 2015) distribuidos antes de las elecciones que consagraron gobernador a Manzur. La Justicia cerró las denuncias sin conseguir siquiera que les mostraran los presuntos recibos.
Al hoy Jefe de Gabinete siempre le interesó más codearse con los empresarios, los sindicalistas, los popes religiosos y los jueces que cumplir la liturgia justicialista y “bajar al territorio”. Esa falta de empatía llevó a los publicistas a capitalizar como si fuera oro la emoción de una vecina de la capital provincial, Emilia del Valle Maturano, que enseñó a Manzur a hacer el pan mientras otra entusiasta, Betty Erazo, cantaba “que ofle el dotor”. De allí proviene el mote de “Oflador” con el que llegó al Poder Ejecutivo y que tapó en el gran público la noción de que Manzur había sido el ministro más rico de la era kirchnerista. Todavía nadie –ni el millonario Alperovich– consiguió superar los gastos mensuales que aquel expuso en 2009: $300.000 o U$S75.000, según la cotización de la divisa en esa época.
A gusto en la decadencia
A Manzur la Justicia siempre lo blindó. Sucedió con el polémico plan Qunita, como evocó Fernández de Kirchner en agosto, y con las denuncias de supuesto enriquecimiento ilícito que recibió. Daniel Bejas, el entonces juez federal Nº 1, lo sobreseyó justo a tiempo para despejar la candidatura a gobernador. En 2020, Manzur se ocupó de que el presidente Fernández ascendiera al magistrado como integrante de la Cámara Nacional Electoral. Ese año trascendió que otro juez conocido como “El Oyarbide Tucumano”, Juan Francisco Pisa, había declarado la inocencia del mandatario en 2017 respecto del posible enriquecimiento detectado en el período 2003-2007: el fallo había permanecido cajoneado durante casi tres años. Nunca debió explicar, por ejemplo, por qué había llegado a declarar 18 inmuebles con valor $0. Tampoco tuvo Manzur que rendir cuentas sobre la sede fastuosa del Poder Legislativo que construyó mientras encabezaba esa institución.
Durante su Gobierno, la provincia se convirtió en una de las más inseguras del país, con un incremento particular de homicidios y femicidios, y el avance tangible de la narcocriminalidad.
Los proyectos faraónicos se acabaron cuando dejó de soplar el famoso viento de cola. Manzur no edificó la cárcel nueva comprometida hasta el hartazgo ni la sede gubernamental encargada al fallecido arquitecto César Pelli en sucesivos periplos por Estados Unidos, y de a poco se conformó con inaugurar obras más discretas, como cajeros automáticos. Tampoco pudo con la Policía. Durante su Gobierno, la provincia se convirtió en una de las más inseguras del país, con un incremento particular de homicidios y femicidios, y el avance tangible de la narcocriminalidad.
La violencia institucional hizo un pico con el secuestro y la desaparición del jornalero Luis Espinoza que perpetraron agentes policiales en mayo de 2020. Le siguieron el apuñalamiento de Paola Tacacho, quien había pedido ayuda en 22 oportunidades, y los asesinatos de dos niñas que el Poder Ejecutivo debía cuidar, Érika Juárez y Rocío Rojas. El deterioro del Estado de derecho no sólo se tradujo en barreras para que “Lucía”, una nena violada, accediera a la interrupción legal del embarazo en 2019, sino también en la persecución judicial de los ginecólogos que practicaron la cirugía ante la deserción de los médicos del sistema público. En la provincia declarada “provida” por la Legislatura, unos ciudadanos lincharon y mataron al agresor de la niña Abigail: el acto justiciero anticipado a las autoridades fue transmitido en tiempo real por las redes sociales.
El Tucumán de Manzur llamó al menos tres veces la atención de la agencia especializada de derechos humanos de la Organización de las Naciones Unidas: en la última oportunidad por el hecho de que la mayoría oficialista impulsó la destitución del juez Enrique Pedicone, que había denunciado que el vocal Leiva lo presionaba, en nombre del Gobernador y del Vicegobernador, para “manejar la intensidad de una causa penal” del legislador opositor Ricardo Bussi. Pero a Manzur la decadencia no le apaga la alegría ni le impide seguir avanzando siempre hacia arriba. Quizá el secreto esté en sonreír sin parar, aunque no sea gracioso. Como agregó Cristina Kirchner en su discurso de febrero de 2015, “esa risa, ese optimismo, esa confianza en poder derrotar la adversidad, en superar la adversidad, es lo que nos hace falta a todos los argentinos en todas las áreas y en todos los tiempos”.
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