Tengo 40 años y hago política. No sé cuándo dejé de ser joven. Tampoco cuándo a los jóvenes dejó de interesarles la política.
Sin salir de mi casa y sin hablar con ningún joven asumí la temeridad de afirmar que a los jóvenes no les interesa la política. Me voy a tomar el trabajo de desarrollar un argumento para sostener mi afirmación. ¿Por qué les va a importar la política a los chicos entre 16 y 25 años que viven en Argentina? Nacieron entre 1997 y 2006. Su memoria pública se construye a partir del mundo que se abrió con el 2001: crisis, pobreza, planes sociales, piquetes, década perdida, la oportunidad de darla vuelta que no salió. A diferencia de los que crecimos en los ’80 con promesas de una democracia súper poderosa que nos iba a dar de comer, a curar y educar, los hijos del 2001 se criaron con decepciones y una clase política desprestigiada. Fueron viendo cómo el Estado crecía al ritmo del clientelismo kirchnerista y lo llegaron a ver tan grande como ineficiente, incapaz de satisfacer las expectativas sociales ni de generar condiciones de crecimiento y desarrollo.
Los que hoy son jóvenes crecieron en una Argentina que gastó más de la que tenía y sienten bronca por eso, están convencidos de que otros se derrocharon la que les tocaba a ellos. ¿Por qué les va a interesar la política —me sigo preguntando sentada en mi escritorio— si, a lo largo de su vida, la política no los ayudó, no solucionó sus problemas e, incluso, muchas veces, se les interpuso como un obstáculo a sus deseos individuales?
Desde el retorno democrático hubo dos momentos en los que se interpeló a la juventud: la primavera alfonsinista y los años del primer kirchnerismo.
Desde el retorno democrático hubo dos momentos en los que se interpeló a la juventud: la primavera alfonsinista y los años del primer kirchnerismo. Ambos utilizaron discursos regeneracionistas: se decía que se estaba inventando algo nuevo y no sólo se los invitaba a ser parte, se los ponía como los sujetos necesarios para la transformación. Tanto en el alfonsinismo como en el kirchnerismo vimos a jóvenes que votaban por primera vez elegir boletas en las que figuraban sus nombres. En ambas épocas tuvieron organizaciones partidarias que los contuvieron: la Junta Coordinadora y La Cámpora.
Los que se dedican a estudiar y a analizar generaciones, hablan de la Generación Z (los post-millennials) para referirse a los ahora jóvenes y, al definir sus intereses, destacan: bitcoins, el medioambiente y las diversidades —principalmente, pero no excluyentemente— de género. ¿Estas temáticas los definen?, me pregunto. Comparo estos intereses con los de mis coetáneos y no veo tantas diferencias.
Lo que ellos piensan
Al darme cuenta de que mis seguridades eran frágiles y mis preguntas demasiadas, tomé la decisión de juntarme con jóvenes a conversar. Les pedí ayuda a los jóvenes que conozco, todos interesados en política, varios incluso militantes: “Necesito amigos suyos a los que no les interese la política, quiero conocerlos, hablar con ellos y saber qué piensan, qué los mueve, qué les interesa”. La muestra es sesgada, son todos amigos de jóvenes de clase media universitaria, pero de todos modos deja ver un mundo interesante.
Hubo una primera juntada: fue en un bar y propuse hacer una ronda de presentación. Esa tarde no quería hablar de política, quería hablar de las cosas que les interesaran a ellos, se los dije. Les pedí que se presentaran y me fueran contando cómo se llamaban, qué hacían, qué cosas les preocupaban y atraían. “El medioambiente, por lo que quiero que haya puntos verdes en donde no hay; el adoctrinamiento que hay en las escuelas; la defensa de las fronteras, que son un colador; la inseguridad; ver cómo hago para irme del país”. En cada una de estas primeras respuestas entraba de forma directa la política. Entendí que ellos estaban hablando con una diputada y que, por lo tanto, le hablaban a la diputada de cuestiones que tuvieran que ver con la política. Rápidamente me dejaron claro que no militan, que no forman parte de un partido político, que no les gusta ningún político. Algunos dijeron que bancaban a Javier Milei, pero rápido matizaron: “Igual no creo en la llegada de un Mesías, de uno que, solo, pueda solucionar todos los problemas que la Argentina tiene hace décadas”. Fueron claros: para ellos los políticos, todos, prometían cosas y nunca las cumplían. Eso hacía que no creyeran en ninguno.
Al mismo tiempo que me decían que no les interesaba la política, me hablaban de política. Les pedí que me contaran de qué hablan con sus amigos: de guita.
Al mismo tiempo que me decían que no les interesaba la política, me hablaban de política. Les pedí que me contaran de qué hablan con sus amigos: de guita, respondieron rápido varios a la vez. De cómo la guita no alcanza, de cómo pueden comprar dólar MEP, de bitcoins, de cómo administran la plata que tienen. Y rápidamente coincidieron en la necesidad de tener más herramientas de educación financiera. Se repitieron las anécdotas de cómo uno de cada grupo sabía un poco más cómo moverse y les enseñaba a los otros, les pasaba videos, les grababa audios con explicaciones. Todos coincidieron: “El colegio tiene que enseñar educación financiera”.
Mis prejuicios de que a los jóvenes no les interesaba la política colisionaba con cómo la política y el Estado entraban central o tangencialmente en cada una de sus respuestas. Empecé a decirles que no entendía. Que OK, estaban hablando con una diputada y que entendía que esto podía influir, pero que me contaran qué otras cosas les gustaba: entrenar, hacer yoga, salir con amigos, sus carreras. La educación salía todo el tiempo y todos lo marcaban como central: terminar sus carreras, porque así iban a conseguir mejores trabajos. No eran ideas basadas en evidencia: ellos mismos contaban que sus compañeros que se recibían estaban buscando laburo, que no conseguían nada de lo suyo, pero sin embargo todos expresaron la absoluta necesidad de terminar sus carreras. A muchos les pesaba que los viejos les pasara guita, querían empezar a alivianarles eso que sentían como una carga. Volvieron a mencionar su preocupación sobre el estado actual de la educación. ¿Cuál es su mayor preocupación? Que cuando ellos sean adultos, los que hoy son chicos van a estar peor educados y eso va a impactar negativamente en ellos, al vivir en la misma sociedad. Me estaban hablando de calidad educativa, ¡de nuevo, política! Cuando se los volví a decir, ya todos riéndonos, me lo explicaron súper claro: “Pero pensá esto: organizamos salida con los pibes. Uno no viene porque está corto de guita, otro no viene porque vamos a terminar tarde y le da miedo volverse solo porque vive lejos y está todo muy inseguro”. Y por fin entendí: no se interesan en la política y, sin embargo, la política se les mete hasta en las dimensiones recreativas de sus vidas. Me hizo acordar a esa conversación que Borges tuvo con Sabato, en la que le dijo que él nunca se había interesado en las cuestiones ligadas a la respiración, hasta que una ola lo arrastró y lo dejó casi sin poder respirar, por lo que no tuvo más remedio que empezar a pensar en la respiración.
Dejame vivir
La política en Argentina se mete todo el tiempo en la vida de los jóvenes. Y no lo hace en Tik Tok o en Twitch, no lo hace llegando a sus redes sociales, lo hace en los problemas cotidianos que no les resuelve o que les genera. Por eso cobra sentido que no les interese la política y que, a la vez, hablen tanto de política. En la suma de conversaciones no pude detectar de forma transparente temas que les preocupen específicamente como generación pero sí encontré la mención de valores con los que se identifican. Hablaron mucho sobre el valor de la palabra, sobre la sinceridad, sobre una suerte de espiritualidad sin iglesia, sobre que está bueno ser bueno y no hacerse mal a uno mismo ni a otros. Les pedí que me nombraran referentes y me explicaron que ellos no buscan tanto opiniones sino más bien información, herramientas para construir ellos mismos su propia opinión. Me puse a ver videos de algunos youtubers que ellos siguen y todo esto estaba muy presente: rescatarse, cuidarse uno, cuidar a los que uno quiere, compartir conocimiento y experiencia para que ayude y, de forma muy central, el valor de la libertad.
Pensé en los valores de mi generación, aquellos que nos volvimos adultos al calor de La Cámpora. La verticalidad no generaba demasiado rechazo, era exitoso el doble discurso y la impostura. El liderazgo político era respetado y valorado y había confianza en la política como mecanismo de la transformación. Al mismo tiempo, y lógicamente, era difícil encontrar a alguien que bancara las libertades y los derechos individuales por encima de los sociales y comunitarios. Los que nos definíamos como liberales nos encontrábamos muy solos y se nos acusaba de falta de solidaridad social, una forma rebuscada de FSOC de decirnos que éramos mala gente.
Durante esos años empecé a leer sobre la ciudadanía como la entendían los anglosajones y las diferencias que había con las tradiciones francesas y españolas. La visión inglesa ponía el centro en el individuo y en sus libertades, que había que defender por encima de cualquier cosa. Por otro lado, entendía que el progreso general se construía a partir de la suma de los progresos individuales y que la voluntad general se componía a partir de la suma de las voluntades individuales. En cambio, en las tradiciones latinas, se encontraba el entronamiento de lo social por encima de lo individual: desde una visión orgánica se aseguraba que todos somos partes de un gran cuerpo y que nuestra función personal es actuar de tal manera que contribuya con el funcionamiento general de la sociedad.
Esta diferenciación entre ciudadanía anglosajona y francesa nos acompaña desde hace siglos y marcó que los primeros tendieran a comprender que su felicidad depende de su acción individual mientras que, los franceses, desde una visión estado-céntrica, pretendieron que papá Estado solucionara los problemas. En la Argentina siempre tendió a imperar este último temperamento. Frente a un problema puntual, el impulso habitual suele ser reclamar hasta que el Estado se ocupe y no tanto organizarse e intentar encontrar soluciones entre los miembros del grupo afectado por el problema.
Los jóvenes no buscan que otros les solucionen los problemas y no pretenden que otros paguen lo que les corresponde a ellos.
Los valores actuales de los jóvenes parecen mostrarlos rompiendo esta larga tradición: no buscan que otros les solucionen los problemas y no pretenden que otros paguen lo que les corresponde a ellos. Creen en el esfuerzo y en el mérito, en las decisiones individuales y en la libertad individual. No quieren al Estado en todas partes sino que lo que quieren es un Estado que no se transforme en un obstáculo. Tienen un compromiso con la palabra y la sinceridad que se muestra como novedoso para la realidad argentina, en la que tenemos décadas de tolerar que nos mientan a la cara. No parecen darle lugar a aquellos que les dicen cómo vivir y qué pensar, rompiendo otra larga tradición en este país que se mostró demasiadas veces comprensivo con el autoritarismo. Son el futuro porque son los jóvenes pero, además, porque parecen estar creciendo sin enormes lastres que nos constituyeron como país. Son distintos y generan esperanza de que la argentina sea diferente. Ojalá los políticos estemos a la altura de generar un país que los contenga.
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