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El domingo pasado, bajo la operación denominada Midnight Hammer, Estados Unidos atacó tres instalaciones iraníes destinadas directa o indirectamente a enriquecer uranio –Fordow, Natanz e Isfahán– usando bombarderos B‑2 con bombas GBU‑57 y misiles Tomahawk lanzados desde submarinos a 1.500 kilómetros del objetivo, en coordinación con Israel. El presidente Donald Trump definió la acción como un “espectacular éxito militar” y afirmó que las instalaciones fueron “completamente obliteradas”. Se comenzaba a cerrar un ciclo que había comenzado casi dos años antes, el 7 de octubre de 2023.
Nadie que conoce mínimamente Medio Oriente supone que Hamás hizo el ataque del 7 de octubre sin –como mínimo– el conocimiento de Irán. Hamás es un proxy de Irán, depende de Irán para operar y resulta ingenuo suponer que “no le avisó”. El ataque de Hamás tuvo a Irán detrás y hay que leerlo de esa manera, consistente con los objetivos estratégicos del régimen teocrático: en el corto plazo, el debilitamiento de Israel y en el largo, su desaparición.
Ahí entra el tema nuclear. Para Irán, una condición necesaria para debilitar a Israel era ingresar al club nuclear. La bomba se había convertido en su gran objetivo estratégico. Tener bombas nucleares no significa usarlas –ningún país lo ha hecho desde 1945– pero sí implica un blindaje a ataques externos. Rompería en parte el balance militar que le permitió a Israel sostener su existencia. Sin embargo, a 21 meses de aquel ataque, el panorama es bien diferente. Analicemos qué pasó para luego reflexionar como puede evolucionar el escenario.
Uranio para la guerra
El 17 de mayo, la junta de gobernadores el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) recibió un reporte que indicaba, de manera preocupante, que Irán había casi duplicado su inventario de uranio enriquecido al 60%, llegando a 408 kilogramos. Asimismo, hacía notar las dificultadas que Irán imponía a los inspectores del OIEA para verificar que estuviera cumpliendo con los protocolos de salvaguardias.
¿Qué significa enriquecer uranio? El uranio es el elemento más pesado que existe naturalmente en la tierra y es, generalmente, el combustible para producir una fisión nuclear en cadena, tanto para fines pacíficos como militares. Viene en dos composiciones isotópicas (cantidad de partículas en su núcleo): el U235, que tiene esa cantidad de partículas, y el U238. El primero es el que permite la fisión nuclear y, por lo tanto, la reacción en cadena. El segundo no. El material, tal y como está naturalmente en el subsuelo, tiene apenas un 0,7% de U235. El resto es el isótopo que no sirve para la fisión. “Enriquecer” el uranio implica aumentar artificialmente la proporción de U235. Simple de entender, pero complicado de hacer. La mayor parte de las centrales nucleares del mundo operan con uranio enriquecido al 5% (es decir, 5% de U235) mientras para usos médicos se requiere enriquecer entre el 10% y el 15%. No hay uso pacífico que requiera enriquecer a más del 20%. En cambio, para una bomba se requiere enriquecer al 90%. Por ello, la comunidad internacional se ha puesto relativamente de acuerdo en que enriquecer a más del 20% puede ser calificado de proliferante, es decir, no pacífico.
Un país podría aducir que está enriqueciendo por encima de ese límite con fines de investigación. Es polémico, pero posible… si el resultado son algunos gramos. No 408 kilos, como acumuló Irán: 408 kilos ladran, tienen cola de perro, cuatro patas, nariz de perro y ojos de perro. Son un perro. Quieren ser una bomba.
No 408 kilos, como acumuló Irán: 408 kilos ladran, tienen cola de perro, cuatro patas, nariz de perro y ojos de perro. Son un perro. Quieren ser una bomba.
Bajo esta convicción, Israel bombardeó las tres instalaciones iraníes destinadas a enriquecer uranio. Poseer uranio enriquecido es condición necesaria para una bomba nuclear, y quizás el desafío tecnológico más importante de ese objetivo. Y poseerlo al 60% de enriquecimiento implica estar a las puertas del grado militar, siendo solo una cuestión de tiempo, quizás un mes. Luego se requieren muchos pasos para weaponizar el material (llevarlo a un formato compatible con un dispositivo militar, colocarlo en una cabeza nuclear, fabricar los elementos para contenerlo, instalar los misiles, etc.) pero era razonable pensar que en un año y medio Irán –si no pasaba nada– podía convertirse en la décima potencia nuclear del mundo.
Hay algo importante que entender: para la sociedad israelí (no solo para su gobierno) la nuclearización de Irán es entendida como un riesgo enorme y palpable para su supervivencia. Un gobierno puede ser detestado por la mitad de su ciudadanía, pero contra Irán se alinearán todos. Para decirlo en otros términos: la no nuclearización de Irán es el Malvinas de Israel. Un consenso generalizado y una causa nacional.
Israel, en sus ataques, mostró muy claro su interés: producir un retroceso muy significativo en su avance hacia la bomba. Si sentía que Irán estaba a tres casilleros de ganar el Juego de la Oca, hacerlo retroceder mínimo 10 casilleros. Mostró consenso interno y determinación militar. Y éxito. A mi entender, fue esa la razón por la que finalmente intervino Estados Unidos, cuyo liderazgo es aislacionista y por lo tanto prima facie reacio a intervenir en conflictos externos, y muy especialmente en Medio Oriente, de donde en general sale herido. Netanyahu marcó la agenda.
El escenario opuesto
La intervención norteamericana aceleró lo que Israel había logrado quizás en menor grado: destruir la capacidad de enriquecimiento de uranio iraní o, al menos, degradarla significativamente. Sobre esto creo que no hay que tener ninguna duda: las centrífugas de enriquecimiento son instrumentos delicados y precisos, que trabajan con un gas (el hexafluoruro de uranio) muy inestable, haciéndolo girar a altísimas velocidades. Cualquier impacto en su funcionamiento las hace explotar. Y bombas de 13.500 kilos sin duda alguna produjeron eso, aunque no hayan penetrado el blindaje. Cualquier duda es irrelevante. Irán ha perdido su capacidad de enriquecer uranio y no la tendrá por varios años.
Esto, además, se da en un escenario opuesto al que Irán seguramente imaginaba hace 20 meses. Está golpeado, ha sido diezmada la cúpula de sus fuerzas armadas, su capacidad de defensa aérea quedó muy deteriorada. Pero sobre todo está aislado internacionalmente: sus proxys (Hamás y Hezbollah) quedaron golpeados, Siria y el Líbano han dejado de estar en su área de influencia y las potencias amigas (Rusia y China) parecen poco dispuestas a poner el cuerpo. China porque tiene serios compromisos asociados a la provisión de combustible desde la región y porque no tiene interés en involucrarse en conflictos militares fuera de su área de influencia. Y Rusia porque está inmersa en sus propios problemas.
La guerra y la negociación política no son situaciones necesariamente contradictorias, y en general se tiende últimamente a verlas como parte de un mismo proceso. Sin embargo, la guerra, no por usarse se transforma en buena. Es siempre un método costoso: en vidas humanas, en infraestructura, en pobreza y vulnerabilidad. Es el resultado del fracaso de la política. Los bombardeos habrán tenido sentido si sirven para devolver a un Irán más débil a la mesa de negociación. Caso contrario, habrán sido solo un ataque más.
El tema es que Israel no es una fuerza colonial, es un pueblo, y su casa es la que tienen hoy.
¿Cómo se llegó a esta situación? Hay varios factores, pero me interesa destacar dos. Por un lado, el radicalismo islamista (del cual el gobierno de Irán es probablemente el representante más visible) parte de un supuesto equivocado, que lo llevó a enterrarse en su gran error. En su visión racista y antisemita de la realidad de Medio Oriente, supone que Israel es una “fuerza de ocupación”, como el Imperio Británico o Bélgica en África hace un siglo. Con una fuerza colonial, la guerra de desgaste muchas veces funciona, porque puede alterar el orden de preferencias, haciendo que quedarse sea más costoso que irse. Eso supusieron los ayatolás cuando impulsaron los ataques de Hamás y avanzaron nuevamente hacia su nuclearización: “Se van a querer volver a su casa”. El tema es que Israel no es una fuerza colonial, es un pueblo, y su casa es la que tienen hoy. Cuanto más se lo ataca, más se defiende, y mucho más si el atacante es Irán. Y resulta que ese pueblo tiene uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Che, Khamenei, atacaste a una potencia militar que está mas que dispuesta a defenderse.
Hay otro factor a tener en cuenta. O, como se dice en X, “digamos todo”: en 2015, durante la presidencia de Obama, se había llegado a un acuerdo con Irán, que este país estaba comenzando a cumplir. Lo habían acordado Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania. Irán aceptaba reducir sus capacidades de enriquecimiento a cambio de levantamientos paulatinos al embargo económico. En 2018 Estados Unidos se retiró unilateralmente del acuerdo, esperando producir una mayor subordinación de Irán por la vía de sanciones unilaterales. Produjo, como ya sabemos, exactamente lo contrario. Hoy, luego de siete años, conflictos varios, infraestructura destruida y muertes, podemos aspirar a… volver a 2018.
Momento de la política
Así estamos. No tiene sentido lamentarse y pretender volver a lo que no fue. Es tiempo de la política. Hay que aprovechar la debilidad de Irán para volver a sentarlo en la mesa y, de paso, plantear una solución que no implique una tragedia humanitaria para Gaza y Cisjordania. Israel y su gobierno son los grandes ganadores de esta guerra (aunque no los únicos) pero nada habrá tenido sentido si no hay acuerdo con Irán y si no se plantea una solución superadora a la situación en Gaza y Cisjordania. No es fácil: por un lado, la coalición gobernante en Israel incluye sectores extremos y expansionistas que no quieren negociar nada, Gaza sigue parcialmente gobernada por un grupo terrorista extremo que pretende la destrucción de Israel, que ha sido debilitado pero no derrotado, y Cisjordania tiene un gobierno corrupto y desprestigiado, y está además asediada por la amenaza de nuevos asentamientos que en nada ayudan a estabilizar la región.
Estamos absolutamente lejos de la solución que –a mi entender– debe ser el objetivo de largo plazo, que es la convivencia de dos estados en ese territorio. Es delirante incluirlo hoy en la mesa de negociación. Pero debe seguir siendo un horizonte. Hoy la política debe avanzar en objetivos difíciles pero posibles: la constitución de un gobierno autónomo palestino razonable y más legitimado en Gaza y Cisjordania, la garantía y vigilancia del desarme de Hamás como condición para el retiro de Israel de ambos territorios, el reconocimiento de Israel como un estado legítimo por parte de todas las partes interesadas, la desnuclearización de Irán, la paralización de los planes de nuevos asentamientos por parte de Israel.
La victoria militar de Israel con la ayuda de Estados Unidos puede ser la oportunidad para construir un camino hacia la convivencia y la aceptación mutua por parte de las partes. Quizás no quedaba otra que una derrota previa de Irán. Pero aquí estamos. Si aparecen la voluntad y las soluciones políticas estaremos mejor. Si no, no.
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