Dice el periódico que Intratables termina en abril, más o menos como el ritmo tibio. En lo personal, un gran alivio, que atribuyo a la amargura que me da rozarme con el programa, en el rebote de un zapping, o en esos encuentros de asado y favoritos de YouTube en el que algún compañero o compañera sincroniza con la pantalla grande el amor, amor, amor de Luis D’Elía. Se ve que Intratables se me presenta como un índice claro del deterioro del debate público y ahí la amargura, que también atribuyo a la madurez. Es televisión, dicen los de la televisión. Of cors, y a la tele no se le pide que te salve de un dramón como el que vivimos sino que se aproveche de él, y no hay más reproche a los showmen y panelistas que se ganaron unos sopes con él, y en él, que al resto de la élite política, especialmente de las segundas líneas para abajo, que ante la falta de espacios para hacerse conocidos mediante la tevé abierta, se sumaron a la propuesta de gritar para hacerse oír, integrados hasta perderse y que sus palabras fueran tan banales, tan circunstanciales, tan inofensivas y tan inútiles como las de aquellos.
Intratables fue, de los talk shows con panel, el de más larga duración. Arrancó en 2013, coincidentemente con el inicio de este período ya largo de estancamiento económico, cuando la Argentina dejó de crecer y de crear empleo privado. Hablemos de simultaneidad por un lado, y de correspondencia con la totalidad del período, a la apuesta por un formato barato donde el insumo es el lenguaje oral, y algunos efectos de sonido, y no hay que pagar horas de edición ni móviles especiales. Un controversial (controveryal) show que a diferencia de los deportivos no se asienta sobre la desmitificación, lo de Gallardo no es para tanto, sino normalmente sobre el enfrentamiento de dos puntos de vista totalmente débiles y ajustados por chicana. La presencia esporádica de especialistas, lejos de aclarar los puntos, oscurecen a la especie y a los especialistas y, si no son demasiado cínicos, regresan destruidos a la casa por haber cometido el error de creer que pueden exponer un punto sin quedar sometidos a los ladridos de los panelistas o de otros invitados con primero inferior.
La domesticación de la clase política de diputados a panelistas que logró Intratables no habría sido posible sin Twitter.
La domesticación de la clase política de diputados a panelistas que logró Intratables no habría sido posible sin Twitter y sin la otra novedad que el show aportó a la televisión argentina, y que ya es parte de su acervo: los periodistas que miran Twitter en sus celulares. Diputados panelistas o panelistas diputados consiguieron con la sociedad panel Twitter una liberación de serotonina que entiendo ya no tiene vuelta atrás. Ya no es el poder, ni el prestigio, ni la plata, son los neurotransmisores. Intratables, sin duda, acompañó el declive de la democracia porque fue modificando la manera en que los políticos se autoperciben: de creadores de agenda pública que puede hacer historia a consumidores de agenda periodística que dura lo que tarda en agonizar una brasa. El show permitió que todos los diputados aspiraran a cinco minutos de Intratables por año y quizás esos cinco minutos fueron los más significativos de sus vidas políticas. En la medida de la jerarquía, se podía aspirar a no tener que luchar por la palabra sino a obtenerla, por ofrenda del canal y de sus propietarios.
La tele sólo puede proveer aquello que le permite reproducirse, un producto que facilite la generación de ingresos por publicidad y que maximice la ganancia empujando el costo siempre hacia abajo. En un esquema de mayor competencia deben gastar más, Televisión Registrada y todo su equipo de visualizadores; en uno de menos, chistes de Verdaguer y buenas noches. Intratables fue la continuidad politizada de Indomables y, peor que eso, fue su continuidad solemne, sin gracia, cuando el nubarrón cultural de La Cámpora, apoyada por la jefa inmortal, oscureció la conversación, la militarizó, y la tele se fue sacralizando y deserotizando. La otra simultaneidad, la grieta. No hay que ser un genio para saber que las trincheras se cavaron primero de un solo lado, pero la televisión tampoco es la Academia Nacional de la Historia así que hizo de un ataque artero una pulseada en la que Santiago del Moro, su primer conductor, no tenía nada que ver. Intratables fue la primera capital de Corea del Centro y con la inhibiciones, obviamente, de Corea del Norte.
Gauchos y veganas
La biblia del rating dice que Del Moro fue el conductor que mejores números consiguió y el de más larga duración, un chico acelerado, atornillado en el grado cero de la enunciación a los pedos que no hacía chistes ni apoyándose en sus prejuicios, una rareza. Por otra parte, ¿alguien compró alguna vez algún producto chiveado por Santiago? ¿Alguien registró la marca? Eppur… Así como hacía chivos incomprensibles, daba la palabra olfateando el sendero para que la conversación terminara sin salida, sin vencedores ni vencidos. Sería éste su talento. La falta de competitividad real en la televisión argentina construyó esa tierra de nadie donde cada conductor malo tuvo tiempo para volverse bueno en algo.
A Del Moro lo sucedió Paulo Vilouta, un panelista profesional que chocó alguna vez con el lugar común y quedó así como se lo ve, embalsamado, pero con prestaciones cruciales para el espectáculo. Fue soporte de los chivos, mostraba los productos a cámara, y ahí eventualmente la audiencia podía fijar, o entender, lo que Del Moro bisbiseaba. Además, su punto de vista era el de un cinturón negro massista. Tras él llegó Guillermo Andino, quien no pudo remar lo circense, en comparación con los noticieros que lideró desde la pascua de su padre, ni soportar el angostamiento del rating, y trajeron a Fabián Doman, periodista, dirigente de fútbol y político que sirvió a la empresa en su transición de Corea del Centro-Centro hacia el sur de Norcorea (el mismo viaje que Massa) y al rating del programa, por cuanto pudo manejar la agenda, ya más despolitizada, sin que pierda emoción. Para el recuerdo, el debate entre gauchos y veganas que llevó con verdadera maestría y cinismo. No duró mucho, ni él ni el programa, por cuanto la empresa lo llevó a hacer las relaciones públicas de Edenor, la exitosa distribuidora de corriente eléctrica que acababan de comprar, entre otras cosas por la gauchada de hacer de Intratables y de América un programa y un medio amigo del Gobierno.
Alejandro Fantino podía ser el puente que uniera la vieja Corea del Centro, que hizo posible y exitoso al programa, con la nueva Norcorea que hizo posible Edenor.
La condicionalidad de Intratables no implicó un cerrojo para los panelistas, que podían seguir diciendo lo que quisieran, dicho en honor de los periodistas que no ajustaron sus conciencias, sino que el acomodamiento fue por la vía de la agenda diaria. Su caso paradigmático fue cuando la presidenta del PAMI, Luana Volnovich, fue avistada en una licorería de Holbox, en México, junto a su novio y vicepresidente, y el programa no mencionó el tema. En la tele se puede eludir o faltar a la verdad sin remordimientos pero no siempre sin costos, y la kirchnerización de la agenda fue separando de la audiencia al ala antikirchnerista, que era más dominante. En condiciones normales de presión y temperatura era una muerte cantada, pero en la Argentina siempre se espera el giro loco de la historia y la empresa entendió que Alejandro Fantino podía ser el puente que uniera la vieja Corea del Centro, que hizo posible y exitoso al programa, con la nueva Norcorea que hizo posible Edenor, y sin que la audiencia se avive.
Lo importante: con el cierre de Intratables vuelve Fantino a la medianoche, a ese sueño nacional post-cena, abierta a la improvisación, a la charla íntima, a la guitarreada o a la ranchada con ex combatientes. Podría también retomar, es un pedido, el camino del humor al fleje. Si no se puede destrozar la institución matrimonial en chiste, a la pobre gente le quedará destrozarla en los hechos. Es como los costos ocultos de la cuarentena: encerrame, pero gratis no es. Si ya no se pueden explorar los bordes del lenguaje visual, de las palabras mismas, para no herir susceptibilidades, restarle a la televisión su dimensión catártica. Bueno, no todos se pueden anotar en talleres de psicodrama o escritura. Ojalá la corrección política pegue una patada en el fondo del tanque australiano de su campo en Santa Fe y vuelva la joda a la noche, al chiste picante, a los minones con ideas. La Argentina, si reventada, merece esta reparación, terminar con el oscurantismo, y creo que Fantino está justo para liderarlo.
Últimas palabras sobre Brancatelli: lo recordaré como un kirchnerista con habilidades blandas, como un kirchnerista plural, uno de los mejores efectos que tiene estar en contacto con las ideas de otros.
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