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De no mediar sorpresas, dentro de tres semanas el Partido Justicialista elegirá sus nuevas autoridades a través de elecciones internas. Por varios motivos, al menos cuatro, se trata de un hecho trascendente. El primero es que una de los apirantes a conducir formalmente el peronismo es la ex presidenta Cristina Kirchner, histórica ninguneadora del “pejotismo”, contra el que compitió desde afuera en 2005, 2007 y 2017.
El segundo motivo es que la decisión de Cristina de competir no produjo ni un operativo clamor ni una elección por aclamación. A pesar de que Primero la Patria, la lista encabezada por la ex presidenta, incluye a una gran cantidad figuras de peso, su competidor, el gobernador riojano, Ricardo Quintela, mantuvo su disposición de disputar la presidencia del partido, a sabiendas de que lleva las de perder. Por fin aparece alguien dispuesto a animársele a Cristina. Vista la renuencia del gobernador bonaerense, Axel Kicillof, a salir de la neutralidad, Quintela dista de ser el único peronista para el cual la palabra de la ex presidenta ha dejado de ser un dogma irrefutable.
La tercera razón es que será la primera vez en la historia del Partido Justicialista en que su conducción saldrá de una elección interna. Históricamente o bien la presidencia del partido recaía en una figura secundaria (de lo cual se desprende que el liderazgo y la presidencia partidaria no son sinónimos). O bien una vez saldada la cuestión del liderazgo, el nuevo jefe del movimiento era consagrado presidente del partido, como pasó en 2020, por ejemplo, con Alberto Fernández. Salvo la interna de 1988 en la que Carlos Menem obtuvo la nominación presidencial, la cuestión del liderazgo tendió a saldarse en elecciones generales. Si bien solo una vez (1988: Menem-Cafiero) recurrió a una interna y una vez (2023: Massa-Grabois) tuvo más de un candidato en la PASO presidencial, ello no implica la ausencia de democracia interna. Durante los ’90 fue usual que en algunos distritos las candidaturas surgieran del voto de los afiliados. Más recientemente, en 2015, la candidatura a gobernador por la provincia de Buenos Aires surgió (Aníbal Fernández contra Julián Domínguez) de una interna dentro de las PASO. En cualquier caso, si efectivamente hay elecciones el próximo 17 de noviembre, estaremos ante un hecho inédito.
Lapicera elusiva
El triunfo de Ricardo Quintela parece improbable. Una victoria de Cristina Kirchner o incluso un retiro del gobernador de La Rioja lucen bastante más probables. Pase lo que pase, no resulta evidente el sentido de la contienda. Si la apuesta de la ex vicepresidenta era que su anuncio generara un operativo clamor, el resultado ha sido un fracaso: la neutralidad de Kicillof es la prueba más contundente. Mismo si Cristina termina consagrada como presidenta del PJ, con o sin interna, difícilmente acallará los cuestionamientos hacia su liderazgo. Más aún, la presidencia del PJ no le garantizará contar con la lapicera a la hora de armar la listas legislativas de las elecciones de 2025. Dada la rebeldía de su otrora protegido Kicillof, ni siquiera puede darse por descontado que cuente con la lapicera en la provincia de Buenos Aires.
La cuestión del liderazgo en el peronismo, por lo tanto, seguirá sin estar resuelta después de la elección. Hace tiempo que Cristina Kirchner no cuenta con un liderazgo indiscutido dentro del peronismo. Su popularidad en el conurbano, que representa dos tercios de la provincia de Buenos Aires, el distrito más poblado del país, es lo que en buena parte explica su vigencia y lo que viene frenando el surgimiento de un liderazgo alternativo dentro del peronismo. Mientras Cristina siga siendo percibida como la dueña de los votos (cada vez menos) en el conurbano bonaerense, será difícil para otro dirigente peronista construir una oferta competitiva a nivel nacional sin pactar antes con el kirchnerismo. El dictum de Alberto Fernández en 2019 continúa siendo cierto: “Sin Cristina no se puede, con Cristina sola no alcanza”. La novedad es que incluso con Cristina dentro de una coalición de todo el peronismo tampoco alcanza, como quedó demostrado el año pasado.
El dictum de Alberto Fernández en 2019 continúa siendo cierto: “Sin Cristina no se puede, con Cristina sola no alcanza”
La interna tampoco plantea la posibilidad de una renovación. Un improbable triunfo de Quintela, un gobernador que no sobresale por sus virtudes como administrador, se parece más a un retorno de la guardia vieja que una renovación capaz de dar por cerrada la etapa kirchnerista dentro del peronismo. La consagración de Cristina tampoco supondría renovación alguna. Si alguien espera una renovación dentro del peronismo lo mejor que puede hacer es procurarse una silla.
Cabe preguntarse entonces cuál es el sentido de esta interna o qué mueve a Cristina a buscar un cargo que históricamente despreció. La hipótesis más plausible es que se trata de una maniobra defensiva destinada a preservar su poder dentro del peronismo en general, y particularmente dentro de la provincia de. Buenos Aires. Al menos eso es lo que se desprende del enojo suscitado por la neutralidad del gobernador bonaerense.
Culpable o culpable
El hecho de que la elección tenga lugar a pocos días de la decisión de la Cámara de Casación en el caso Vialidad le dará a la ex presidenta una mayor visibilidad, ya sea que su condena es ratificada o revertida. Si la sentencia de primera instancia es confirmada, le dará la oportunidad de victimizarse denunciando lawfare y proscripción. Sin embargo, independientemente de lo que decidan los tribunales, una consagración de Cristina como presidenta del PJ abrirá un sinfín de especulaciones en torno a una eventual candidatura suya a diputada el año que viene, cuando sí estará en juego la cuestión del liderazgo partidario.
Desde el Gobierno probablemente ven con satisfacción lo que ocurre en el peronismo. Cristina vuelve a estar en el centro de la escena y ello opera como un recordatorio, una suerte de espejo retrovisor, para el 56% del electorado que votó a Milei en el ballotage de que si el gobierno fracasa, el escenario más probable es el retorno del kirchnerismo. No necesariamente será así, pero alcanza con que sea la percepción dominante en esa franja de la ciudadanía.
A la vez, las peleas en el seno del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires a priori son buenas noticias para el Gobierno, especialmente si eso se traduce en una fractura expuesta (listas separadas) en las elecciones del año que viene. A mayor fragmentación opositora, mejor para el oficialismo, especialmente en la provincia de Buenos Aires.
A mayor fragmentación opositora, mejor para el oficialismo, especialmente en la provincia de Buenos Aires.
Dicho esto, si bien el panorama parece promisorio para el oficialismo, hay algunos riesgos que no convendría descartar. La permanencia de la ex presidenta (cuesta hablar de regreso, dado que parafraseando a Aníbal Troilo, ella nunca se fue, siempre está llegando) no está exenta de potenciales riesgos. Hasta mediados del año que viene probablemente no sabremos si será o no candidata. Si llegara a serlo, un triunfo en provincia de Buenos Aires podría generarle un importante dolor de cabeza al oficialismo.
Suele decirse que Buenos Aires es “la madre de todas las batallas” y que hay que ganar “aunque sea por un voto”. Este tipo de razonamientos son un lugar común de analistas y periodistas antes de cada elección intermedia, pero tienen poco que ver con la realidad. La elección legislativa de la provincia de Buenos Aires es o ha sido 1) un predictor pobre de la siguiente elección presidencial, 2) un verdadero cementerio de candidaturas presidenciales, y 3) no suele definir el balance de fuerzas en el Congreso. El problema es que más allá de lo que muestre la evidencia empírica el Círculo Rojo sí cree que es la madre de todas las batallas. Como en tantas otras instancias, la percepción de la realidad importa más que los datos.
La polarización con Cristina Kirchner es hoy funcional al gobierno. Pero, ¿qué pasa si una lista encabezada por ella es la más votada en las PASO de 2025 en provincia de Buenos Aires? ¿Cómo reaccionaría el mercado? Peor aún, ¿qué pasaría si el enfrentamiento entre la ex presidenta y el gobernador hace imposible una lista de unidad, pero en vez de resultar en una fractura expuesta del peronismo bonaerense lleva a una primaria competitiva entre dos listas apadrinadas por Cristina y Kicillof?
Si la renovación es el gobernador bonaerense, se tratará más de un recambio que de una renovación. Porque las ideas seguirán siendo las mismas.
Cristina Kirchner sigue lejos de la jubilación política. Eso le reporta beneficios hoy al gobierno, pero beneficios que no están libres de riesgos, tal como pudo constatar Mauricio Macri en 2019. Difícilmente la interna venidera produzca la renovación que muchos esperan dentro del peronismo. Ahora bien, si la renovación es el gobernador bonaerense, se tratará más de un recambio que de una renovación. Porque las ideas seguirán siendo las mismas.
Incluso si el kirchnerismo, con o sin Cristina, resultara derrotado en el plano de las ideas (básicamente porque la mayoría de la ciudadanía termina adhiriendo a un sentido común diferente al del período 2003-2023), el kirchnerismo –derrotado en el plano ideal y en el plano material– bien podría celebrar que sus métodos han triunfado. Como en “Deutsches Requiem”, el cuento de Borges, la identidad del ganador en una contienda o el predomino de sus ideas, son poco relevantes. Lo verdaderamente importante es el triunfo del método.
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