Ahora parece haberse calmado la cosa, pero hace unos días Juntos por el Cambio volvió a tener una llamarada de peleas, dientes apretados y chicanas filtradas que generaron, otra vez, ansiedad y frustración en sus votantes. Como cada vez que pasa (aunque no pasa tanto), corre por la espalda del mundo cambiemita el frío sudor del temor a que todo estalle por el aire y resurja el peronismo con alguna martingala electoral. Esta vez una foto de Patricia Bullrich con Jorge Macri provocó un pequeño terremoto en el PRO porteño y, tres días más tarde, los focos sobre un acto de la UCR por el 39º aniversario del triunfo de Raúl Alfonsín se desviaron hacia las críticas de algunos de sus dirigentes contra el PRO. Acciones provocaron reacciones, algunos ánimos se caldearon y los chispazos fueron cubiertos ampliamente y gozosamente por los medios (es su laburo, no hay que enojarse). En el momento más álgido se lanzaron diagnósticos terribles sobre el estado de salud de la coalición. Uno prendía la tele y escuchaba que tal o cual quiere romper Juntos por el Cambio; que sus dirigentes son frívolos e irresponsables, iguales a los oficialistas; que no comparten una visión de país, porque sólo los une el antikirchnerismo; que no tienen un plan sobre qué hacer si ganan (¡que muestren el plan!); y, tal vez la acusación más grave, que se pelean porque dan por ganada la elección del año que viene.
¿Cómo están las cosas entonces? ¿Está JxC perdiendo el rumbo por culpa del ego de sus dirigentes? Sobre este tema tengo una opinión poco ortodoxa, que me puede hacer quedar como a) un ingenuo, b) un negador, o c) un soberbio, o una combinación de las tres, pero acá va:
Juntos por el Cambio está bastante bien.
O por lo menos está mejor de lo que parece en estos momentos de pánico. Tengo argumentos para decir esto, pero lo primero que quiero aclarar es que no me parece trivial que los dirigentes se peleen en público. Ojalá no lo hicieran. Cada vez que JxC encadenó una seguidilla de varios meses de paz, mejoró en las encuestas. Cuando sus dirigentes se pelearon, se estancó. O sea que no es irrelevante la presencia o la ausencia de discusiones o agresiones. Además, un desafío principal que tiene JxC frente al electorado es no ser percibido como parte del problema. Hoy buena parte de la sociedad entiende que estamos en el final de una etapa, que el camino recorrido hasta acá ha fracasado y que es urgente probar con una receta distinta. Algunos creen que el rumbo agotado es el de las ideas anacrónicas, corporativas y autoritarias del kirchnerismo; otros creen que el fracaso es de la clase política en su conjunto. JxC debe convencer a la sociedad de que no es parte del fracaso, que tiene visión y equipo para mejorar el futuro. Y las peleas, para lograr este objetivo, ayudan poco.
JxC debe convencer a la sociedad de que no es parte del fracaso, que tiene visión y equipo para mejorar el futuro. Y las peleas, para lograr este objetivo, ayudan poco.
Dicho esto, creo que los diagnósticos sobre Juntos por el Cambio son excesivamente severos y pasan por alto sus fortalezas, que son muchas. (En enero de este año, después de otra crisis de autoestima, escribí sobre estas fortalezas: varios candidatos presidenciales competitivos, tres elecciones seguidas sacando más del 40%, ocho años sin deserciones relevantes, incorporación ordenada de nuevos espacios, bloques parlamentarios consolidados, alianzas estables en la mayoría de las provincias, mejor representación de la clase media desde el regreso de la democracia, entre otras.) Sobre la cantidad de discusiones, por ejemplo: a veces hay una expectativa poco razonable sobre cómo funciona la política y cómo se acomodan las piezas dentro de una coalición. Democracias más consolidadas tienen discusiones mucho más duras, tanto entre compañeros de partido como entre dirigentes de partidos distintos. No toda discusión es una “interna”, no toda diferencia de opinión (sobre políticas públicas o sobre estrategia política) es un conflicto irreversible.
Sobre la supuesta falta de planes, digo tres cosas: 1) falta más de un año para el cambio de gobierno y hay una gran inestabilidad económica, no se sabe si la inflación va a ser de 100%, 200% o lo que fuera: ¿qué plan concreto podría ofrecer un partido político serio en estas circunstancias? Los candidatos y economistas de JxC sí pueden ofrecer un rumbo, y lo están haciendo: bajar inflación y déficit y estabilizar la macro, reformar la micro para fomentar la inversión, progresiva apertura comercial al mundo. Reforma de planes sociales, modernización laboral: todos coinciden que hay que hacerlo, cada uno con sus matices. ¿Pero es necesario explicar hoy, por ejemplo, cómo o a qué velocidad se sacará el cepo? ¿O cuánto se aumentarán las tarifas? ¿Si habrá o no un nuevo régimen monetario? Me parece, en estas circunstancias, una exigencia poco razonable.
Punto 2) Lo más curioso es que sí hay planes. En las fundaciones y en los equipos económicos de los candidatos se está trabajando con un nivel de detalle y coordinación que no existió ni de cerca en 2015, cuando la Fundación Pensar funcionó bien como agencia de Recursos Humanos pero no tuvo el tiempo ni la información ni la experiencia como para llegar a la asunción con más discusiones saldadas y legislación lista. Si JxC gana en 2023 será una de las gestiones con más trabajo previo de la historia, lo que obviamente no garantiza el éxito, pero ayuda. Esto sale poco en los diarios, que prefieren (naturalmente) titulares que incluyan la expresión “estalló la interna”, pero existe. Esta nota del viernes de Facundo Chaves en Infobae (nobleza obliga) refleja bastante bien el proceso. 3) Asumiendo que el rumbo está claro y los planes existen (“ya estamos escribiendo las leyes”, como me dijo uno el otro día), es un debate complejo decidir cuánto detalle de esos planes es necesario introducir en la conversación pública durante la campaña. El que diga que en campaña hay que prometer “¡Salariazo!” y después hacer otra cosa, no entiende el nuevo mundo. Pero el que diga que hay que decir exactamente todo lo que va a hacer no entiende cómo se ganan las elecciones ni cómo se hacen reformas exitosas.
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Quiero desmentir, también, pero agregándole una advertencia, la acusación de que Juntos por el Cambio se manda macanas porque ya se siente ganador el año que viene. Esto se vocifera afuera y también se susurra adentro, pero honestamente no lo veo. No conozco a nadie de Juntos por el Cambio que crea que la elección está ganada, a pesar del momento patético y desorientado de la coalición oficialista. Quizás alguien lo crea en los confines de su alma (imposible saberlo), pero nadie lo usa como argumento para justificar posicionamientos o agresiones oportunistas. No noto, en esto, ningún tipo de complacencia. Los líderes de JxC son políticos experimentados, que saben que al peronismo unido nunca se le gana fácil y que cada elección presidencial es un mundo en sí mismo. Además, está el desafío de Javier Milei, novedoso para la coalición, que pone de cabeza el mapa electoral tras casi una década de bi-coalicionismo y auge de la teoría de los “tres tercios” (uno peronista, uno no peronista, uno intermedio). La aparición de Milei, que ya nadie puede considerar efímera o volátil, es una garantía de que JxC deberá mantenerse atento a su propio posicionamiento.
Lo que sí veo, de todos modos, es que Juntos por el Cambio es el favorito para ganar las elecciones y que, si no las gana, será porque se habrá distraído o cometido errores graves. Tiene todo a favor: candidatos competitivos, un rival desgastado y confundido, un clima de opinión más favorable a sus ideas y una situación económica que perjudicará al incumbente y favorecerá a los retadores. Está bien no ser complacientes y no creer que uno ha ganado lo que todavía no ganó, pero también tiene que reconocer cuándo tiene una ocasión manifiesta de gol que exige la mayor responsabilidad y concentración. Para seguir con la metáfora futbolera, en este clima pre-mundialista: si el 10 de diciembre de 2023 no asume un presidente de JxC será porque la coalición la habrá pecheado. No podrá echarle la culpa a nadie.
Afecto societatis
El otro día, en la presentación del segundo libro de Mauricio Macri, tuve esta sensación, que intentaré describir lo menos cursi posible: sentí que, sacando a los tres o cuatro que quieren ser presidentes, y que naturalmente se dan codazos para ganar espacio, todos los demás que estábamos ahí éramos bastante amigos, teníamos buena onda, estábamos contentos de vernos. Especialmente de mi generación (el año que viene cumplo 50) para abajo: los años compartidos en el gobierno, en el Congreso, en los distintos distritos habían generado afecto, complicidad y confianza en miles de personas de todos los partidos de Juntos por el Cambio. Con algunos lo charlé, para chequear mis sensaciones, y estuvieron de acuerdo: la inmensa mayoría de estos referentes, algunos más técnicos, otros más políticos, ve a las disputas de arriba como algo natural e inevitable de la política, pero también están seguros de que esto que llamamos Juntos por el Cambio, construido de a poquito, a veces virtuosamente, a veces a los cascotazos, es algo más amplio y más robusto que la eventual decisión de quién será candidato o candidata a presidente.
Me fui de la presentación optimista, me había gustado que Macri les dijera “se los ve tan bien juntos” a los presidenciables sentados enfrente, y pensé que las cosas se estaban encarrilando. Dos días después volvieron los chispazos y las chicanas que me sacaron de la placidez, lo que también es sano. No quiero dar la sensación de que estoy tranquilo (¿quién podría estarlo?) o de que los problemas se van a solucionar solos. Mucho menos los problemas de la economía, que serán en 2024 más graves y urgentes que los de 2016 y cuya resolución necesitará muñeca técnica y muñeca política para ser exitosa. Pero sí me gustaría agregar ingredientes nuevos a la ensalada del análisis e incluir no sólo las cosas que JxC hace bien sino también fortalecer la idea de que la política es enquilombada, que todos estamos aprendiendo a construir instituciones, que los candidatos tienen derecho a diferenciarse, discutir, jugar al fleje. Para eso son candidatos: a veces se critica el ego de los políticos como si el ego no fuera un ingrediente principal de la particular psicología de alguien que quiere ser presidente. Mientras eso no ponga en juego la estabilidad de los partidos o la coalición (y creo que el nivel de conflicto actual no lo hace), las discusiones pueden incluso ser algo positivo. Para el PRO, por ejemplo, es bueno tener candidatos presidenciales complementarios, como Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, que pescan en peceras no idénticas, como tampoco es idéntica la pecera de votos donde quiere pescar el radicalismo.
Después de la derrota electoral de 2019, dolorosa pero exitosa también a su manera (porque el 41% permitió mantener unida y reforzada la identidad de la coalición), los líderes se pusieron prácticamente una sola regla de convivencia: adentro de las PASO todo, afuera de las PASO nada. Es decir, que cualquier problema que hubiera en la definición de candidaturas se solucionaría con los votos de la gente. Esa regla se cumplió, con mucho éxito, en 2021 y va camino de respetarse en 2023. Mi pronóstico de lo que va a pasar parece poco revolucionario, pero aparentemente no lo es: va a seguir todo más o menos como está, los que declaran presidenciables serán candidatos y uno de ellos representará a la coalición en las elecciones de octubre. Si no se le escapa la tortuga, ese candidato será el próximo presidente. O presidenta.
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