Sigue, con la fuerza, no pares,
no pares hasta que tengas suficiente.
–«Don’t Stop ’til You Get Enough», Michael Jackson
El 7 de mayo la ciudad de Denver, Colorado, amanece con 5 grados y yo con 39. Estoy engripado. Vine al Red Hat Summit, un evento de dos días que junta a 5.000 personas interesadas en temas como nube híbrida (hybrid cloud), big data, software de código abierto y, obvio, el presente y futuro de la tecnología de moda: la inteligencia artificial generativa (GenAI), con ChatGPT a la cabeza pero con un sinfín de aplicaciones detrás capaces de generar texto, fotos, audios, canciones, voces humanas y videos cada vez más sorprendentes, en pocos minutos.
A las 8 de la mañana, en el escenario de un estadio tan grande como nuestro Luna Park, aparece Matt Hicks, el CEO de la empresa Red Hat, que hoy es propiedad de IBM. Recibe una ovación. Lo primero que dice es una advertencia: “La inteligencia artificial estará en todas partes”. Lo segundo, que será de código abierto. Más aplausos. Al ratito, su keynote se va en tecnicismos techie muy específicos con anuncios sobre OpenShift AI, su plataforma híbrida abierta de IA y aprendizaje automático (machine learning) construida sobre Red Hat OpenShift que les permite a las empresas crear y entregar aplicaciones habilitadas para IA a escala en nubes híbridas.
Todas estas nuevas aplicaciones permiten a los clientes de Red Hat alivianar las cargas de trabajo inteligentes, desde el hardware que usan hasta los servicios y herramientas que ofrecen. Es decir, en criollo: más velocidad, más productividad y más potencia en menos tiempo y con menores costos. Más innovación, eficiente, adaptable y a escala, repite Hicks. Una IA flexible, a medida, lista para usar. O sea que la industria de la IA, en vez de frenar como le exigen varios, pone segunda y acelera.
La interacción es tan parecida a la de los humanos que casi no hay diferencias con un diálogo entre dos personas. La película «Her» se hizo realidad.
Una semana después de Denver, otra muestra de aceleración: OpenAI, la empresa creadora de ChatGPT, presenta sus novedades. La versión ChatGPT-4o (4 y la letra o, no cuarenta; la o es por “omnicanal”) permite hablarle a la IA y que nos responda mediante una voz. La interacción es tan parecida a la de los humanos que casi no hay diferencias con un diálogo entre dos personas. En pocas horas, los videos con los demos usados para mostrar los ejemplos se vuelven virales en las redes. Además, ahora el bot puede ver lo que le mostramos con la cámara de nuestro celular y opinar sobre lo que ve. Por ejemplo, le mostramos un par de ingredientes y nos sugiere una receta. O le mostramos un cálculo matemático y nos explica cómo llegar a la respuesta. Y así al infinito. La película Her (2013), hecha realidad.
Un día después de OpenAI, Google hace su propio anuncio sobre Gemini, su plataforma de IA presentada en diciembre. El rey de las búsquedas quedó rezagado en la frenética carrera de la IA frente a la velocidad de OpenAI y Microsoft, sus nuevos rivales, y por eso lanzó de apuro Bard, pero fue un fracaso. Y ahora dice que todas nuestras búsquedas las haremos ayudados con la IA. Y mediante la voz. Tienen con qué: pondrán todos los datos de cientos de millones de usuarios que usan cada día Gmail, YouTube, Docs y Android en los celulares y TVs, Maps, Photos, Meet y varias apps más. ¿Estamos ante el final de la era de googlear y las búsquedas online tradicionales? Es probable.
Regular o no regular
La GenAI avanza tan rápido que genera una constante sensación de vértigo. ¿Cuál es el límite? Ese es uno de los problemas: no parece tener un techo, al menos por ahora. Todo lo nuevo que nos impresiona semana a semana parece ser el inicio de algo más grande que va a venir. Entonces el límite natural intenta venir por el lado de la ley. Un año y medio después de la aparición de ChatGPT, los principales países del mundo siguen discutiendo cómo regular la IA. El tema es complejo. Todos concuerdan en que una regulación es necesaria y urgente pero casi ningún país logra ponerle el cascabel al gato. En Argentina hay un par de proyectos de ley, casi todos basados en la de Europa, que sí tiene interés en regular el asunto. En noviembre, el parlamento de la Unión Europea festejó la promulgación de su llamada AIAct (por Artificial Intelligence Act), que recién entraría en vigencia a mediados de 2025.
La ley tiene varios objetivos. Por un lado, proteger a sus más de 450 millones de ciudadanos de las consecuencias del mal uso de la IA. Esto es, erosionar la democracia con herramientas para fabricar desinformación, fake news, deeps fakes, para recolectar y traficar ilegalmente datos personales, generar publicidad engañosa, causar problemas a la hora de conseguir un empleo, un crédito o una vivienda, provocar pornovenganzas, estafas digitales, etc. Porque una cosa es cuando le pedimos a una IA que nos ayude a elegir un restaurante cercano pero otra muy distinta es cuando un algoritmo nos puede complicar la vida.
Ya hay varias iniciativas trabajando en estos temas, como The Global Initiative for Digital Empowerment (GIDE), que tiene entre sus fundadores a Paul Twomey, uno de los primeros presidentes de Internet Corporation for Assigned Names and Numbers (ICANN), la organización que “organizó” Internet. En la región se lanzó un capítulo sobre gobernanza de IA, donde están la argentina Julia Pomares (ex CIPPEC) y el chileno Vicente Arias.
El otro objetivo es económico, ya que deben desalentar los monopolios y ponerle límites al desmesurado crecimiento de las grandes empresas norteamericanas que fabrican y venden IA. En este sentido, los gobiernos del viejo continente tienen un gran desafío para garantizar la libre competencia para el surgimiento de nuevas startups que puedan competir con las big tech como Microsoft, Amazon, Google, Facebook y Apple. Estas grandes corren con ventajas porque generar software de IA de calidad es carísimo; se necesita mano de obra calificada para desarrollar algoritmos, acceso a grandes bases de datos y una gigantesca potencia de procesamiento y cómputo.
Las ‘big tech’ corren con ventajas porque generar software de IA es carísimo; se necesita mano de obra calificada y una gigantesca potencia de procesamiento.
Victoria Martínez Suárez es gerente de Desarrollo de Negocios de IA en Red Hat para Latam, y me explica que los costos son el desafío más importante que tiene la industria. “Es un problema, porque si el costo escala y es inviable, esto no crece. Ni el cliente ni nadie lo va a poder pagar. Nos interesa que los costos bajen y por eso una de las herramientas que incorporamos es paralelizar las cargas para hacer más eficiente el consumo. Tenemos que ayudar al cliente a que esto le sea lo menos costoso posible”.
Otro objetivo de la ley es geopolítico. Europa quiere arbitrar entre Estados Unidos, que necesita liderar el futuro y ese futuro es la IA, y China. Estados Unidos sabe que una excesiva regulación los puede rezagar frente al avance chino. Por ahora, las principales empresas generadoras de IA son norteamericanas, lo que les da una ventaja en la carrera hacia el dominio de la industria en el mundo. Pero tampoco Europa quiere dejar a la IA liberada sólo a la autorregulación privada. Ni Europa ni Estados Unidos quieren repetir con la IA el error político de haber permitido crecer sin control redes sociales como Facebook y Twitter.
El 90% de los asistentes al evento en Denver son hombres. Con lo cual, pienso, la IA está liderada y desarrollada por hombres. Esta desigualdad de género expone uno de los tantos desafíos que tiene la IA: los sesgos. Se producen cuando las personas que escriben y entrenan los algoritmos plasman en ellos sus propios pensamientos, experiencias y valores culturales, raciales, socioeconómicos, etc. De esa manera, una IA puede favorecer a un grupo de personas determinadas frente a otro, o discriminar a las personas según su color de piel, creencia religiosa o por su género. El sesgo algorítmico es otro de los temas sensibles que rodean a la IA actual.
Contra los apocalípticos
Mientras la GenAI no para de perfeccionarse y millones de usuarios la usan cada vez más, la mayoría de los representantes más importantes del mundo académico e intelectual alertan sobre una posible catástrofe y vaticinan distintos tipos de apocalipsis. En los colegios y universidades se debaten entre prohibir ChatGPT o incorporarlo a a las aulas. Hay expertos en educación que ni siquiera lo usaron ni saben de qué se trata la IA, pero exageran sobre los peligros que representa para el futuro de la humanidad.
Varios artistas salieron a protestar por los derechos de autor, ya que las obras generadas por estos sistemas se originan y se entrenan a partir de miles de obras anteriores que sí están protegidas por la ley (libros, artículos de diarios, cuadros, fotos, canciones, etc.). En diciembre, el New York Times demandó a Microsoft y OpenAI por usar sin permiso su archivo para entrenar a sus IA.
El filósofo francés de moda Eric Sadin (autor de varios libros, publicados acá por Caja Negra) visitó hace poco nuestro país y dio una conferencia de dos horas en el Malba titulada “IA generativa: un crimen contra la condición humana”. Dijo que este es un momento es “de muy alta gravedad” y que a nosotros nos cuesta captar esta gravedad (¡pero él dijo poder captarla!). “El giro intelectual y creativo de la IA se dio a partir de la aparición de ChatGPT, ese día fue un terremoto para la sociedad”, dijo. Y sin ningún dato concreto ni argumento afirmó que, por culpa del ChatGPT, en el futuro nuestros hijos no querrán esforzarse, estudiar ni aprender (la charla completa está en YouTube).
Parece que ser optimista y hablar bien de la tecnología (aun con sus evidentes ventajas prácticas) no va de la mano con la imagen de un intelectual comprometido.
Hace un año, Gary Marcus, profesor emérito de la Universidad de Nueva York, describió a la IA como “una tormenta perfecta de irresponsabilidad corporativa, penetración extraordinaria y falta de regulación y de confianza” y admitió que la humanidad “está yendo por detrás”. Parece que ser optimista y hablar bien de la tecnología (aun con sus evidentes ventajas prácticas) no va de la mano con la imagen de un intelectual comprometido.
De todas maneras, y más allá de cualquier pronóstico apocalíptico, el boom de la IA puso sobre la mesa un tema crucial: el futuro del trabajo. ¿La tecnología eliminará puestos de trabajo como pronostican muchos? El debate está abierto.
Una de las chicas que limpia las mesas del comedor de este enorme centro de convenciones en Denver es venezolana y se llama Cathy. Tiene 24 años y vive acá hace dos. Me cuenta que trabaja en una empresa de catering, que gana bien, que está contenta pero que la ciudad es un poco aburrida. Me pregunta por qué estoy acá.
–Vine a este evento sobre inteligencia artificial. ¿Sabes qué es?
–Ni idea, creo que algo de robots, ¿no?
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