Se dice mucho que si Juntos por el Cambio gana en 2023, la situación va a ser diferente a 2015. Que, por ejemplo, la gente ya entendió y va a abrazar el cambio aun cuando al principio pueda resultar doloroso. Es cierto que hoy en la conversación pública hay lugar para debates impensados años atrás, pero no minimizaría los desafíos. Y no me refiero a los desafíos técnicos, que encuentran su mayor complejidad en la macroeconomía; me refiero a los desafíos psicológicos que enfrentarán aquellos a quienes les toque liderar en el próximo gobierno. Desde ministros hasta funcionarios de quintas líneas. Si hay un segundo tiempo, más que Fundación Pensar, Alem o Arendt, se va a necesitar una Fundación Wendy Rhoades, en honor a la psiquiatra-coach de la serie Billions, que prepare a los funcionarios para salir a La Bombonera de visitante.
Las recientes tomas de los colegios secundarios porteños son apenas una muestra de lo que vendrá. Costaba imaginar que, después de lo sucedido durante la pandemia, cuando el Gobierno nacional recurrió a la Corte Suprema para asegurarse de que los chicos no tuvieran clases ante el silencio cómplice de los centros de estudiantes más militantes, estos mismos actores tuvieran el tupé de enarbolar la bandera de la educación pública y discutir la cantidad de fetas de jamón del pebete. Sin embargo, rápidamente el foco de la discusión en medios y redes cambió: ¿quién mandó las cartas documento a los padres de los alumnos? La Policía de la Ciudad. Así, sin solución de continuidad, Horacio Rodríguez Larreta encarnaba la dictadura y las épocas más oscuras de la Argentina. Este tipo de reacciones se va a multiplicar en un próximo gobierno, como ya lo anticipó Pablo Moyano.
El clima que se viene será muy hostil para los funcionarios y representantes legislativos que tengan que hacer las transformaciones necesarias para normalizar la economía.
El clima que se viene será muy hostil para los funcionarios y representantes legislativos que tengan que hacer las transformaciones necesarias para normalizar la economía. Como en 2015, aunque me atrevería a decir que aún peor. La gestión de Cambiemos tuvo etapas de ilusión y glamorosas: entre ellas el Foro de Davos, el triunfo en las elecciones de 2017, la revolución de las aerolíneas low cost, la reunión del G20, la visita de Barack Obama y de muchos otros mandatarios del mundo. La etapa que viene será puro barro. Tomar decisiones antipáticas sin la ventaja de ser lo nuevo.
Por eso, hay por lo menos tres dificultades o desafíos emocionales y psicológicos que hay que empezar a reconocer y trabajar desde ahora. Están ligados a un principio muy humano: querer que te quieran, querer ser aceptado. Pero ese deseo, en gestiones conflictivas como las que atravesamos y probablemente volvamos a transitar, se convierten en una debilidad. De cara al futuro, corresponderá entonces:
- Aceptar que hay muchos que no nos quieren y no nos van a querer y lidiar con eso.
- No abusar de los focus groups y hacer lo que sabemos que hay que hacer, aunque las encuestas digan lo contrario.
- Estar lo suficientemente “curtidos” y unidos, para no dejarnos amedrentar por las amenazas de afuera y la incomodidad de adentro, de gobernar en un Estado cooptado por una militancia que no reconocerá nuestra legitimidad.
En cierto imaginario colectivo se instaló la idea de que los de Juntos por el Cambio —y en particular los del PRO— son todos chetos de colegios caros: un gobierno de CEOs. Que los hay, los hay. Pero en la gran mayoría los funcionarios del gobierno que se sumaron en 2015 eran gente común y no tan común, como los egresados del Pelle o del Colegio, que también son de la élite y no menos elitistas. Había muchos que mandaban a sus hijos a escuelas progres, profesores universitarios que nunca se habían metido en política, mucha clase media aspiracional. Toda gente que compartía y comparte buena parte de su vida social con personas para quienes Mauricio Macri era un límite.
Para todos nosotros, ir a un asado con amigos después de que se compartiera el audio de la empleada doméstica de un ministro era peor que rendir un final. Los profesores universitarios, que querían que sus compañeros los siguieran invitando a almorzar cuando iban a dar clases, la pasaban peor. Estas incomodidades motivaron en parte acciones como el decreto de los familiares en el gobierno o la eliminación de subsecretarías y recortes a la estructura de ministerios, a principios de 2018. Todas cosas que afectaban el día a día de los equipos de trabajo y parecían, ante todo, acciones para agradar a tuiteros de universidades privadas y un puñado de periodistas: quiérannos, somos buenos. Fui al Pelle, mis viejos son de Floresta.
Obviamente, nadie festejó el decreto ni los recortes de subsecretarías, e incluso nadie se inmutó cuando el actual gobierno los dejó sin efecto. ¡Pero qué barbaridad los alfajores sin gluten del ministro de Hacienda! Nosotros queríamos que nos quisieran y dedicamos energía y recursos para conquistar a un sector que simplemente no nos quiere y no nos va a querer. Cuando dejamos el gobierno nuestra indignación fue aún mayor. ¿Cómo, te quejabas de nosotros y ahora no decís nada cuando este gobierno pone un vacunatorio VIP? Y así seguimos: haciéndonos malasangre solos. Mi recomendación: quitar la energía de ahí. Ignorar. Aceptar que la doble vara del progresismo es universal. Para Luke Skywalker, Lula es un Jedi, pero si Darth Vader gobierna Venezuela no es un problema. A Hollywood y a los intelectuales de la Costa Este, como a sus equivalentes regionales, les duelen los atropellos a los derechos humanos en América Latina dependiendo del color del gobierno. A veces no hay que engancharse.
Menos focus groups
Hace unos días estaba esperando un llamado y atendí un número desconocido. Era una encuesta. Las preguntas arrancaban así: responda “1” si cree que el Estado no debe interferir en la economía y “2” si cree que el Estado debe mejorar las condiciones de todos los ciudadanos. Luego marque “1” si cree que el Estado debería bajar los impuestos a toda la economía o “2” si sólo debería bajarlos a las pequeñas y medianas empresas. Por más tentada que estuve de seguir escuchando se me hizo largo y corté. Igual la encuesta me preocupó, porque detecté una enorme confusión. ¿Cómo les venderán los resultados a quienes toman decisiones? Me vinieron a la cabeza recuerdos de gestión. “Ahora 12 y Precios Cuidados no se pueden sacar”, se decía. “Son los programas que más valora la gente”. Precios Cuidados era una pantomima con nulo impacto en la inflación y muy controversial desde el punto de vista de la competencia. Ahora 12 y las cuotas “sin interés”, la ventajita para los bancarizados que podían fantasear con ganarle a la inflación a costa de precios más altos para todos los que pagan en efectivo y un alivio para los bancos que no tenían que competir por tasas de interés atractivas. Por suerte algo se pudo avanzar.
Estar conectado con la realidad y con lo que piensa la sociedad es importante, no lo discuto. Pero las encuestas hay que tomarlas con pinzas. No se necesita un relevamiento sofisticado para darse cuenta de que a la gente le caen más simpáticas las pymes que las multinacionales. Pero no por eso vas a seguir perforando el sistema tributario haciendo deducciones o regímenes especiales porque el focus group lo dice. Uno esperaría que a esta altura el próximo presidente tenga claro lo que quiere hacer en términos de ordenamiento fiscal y tributario. Si hay un plan consistente, habrá que comunicarlo y proceder. El próximo gobierno necesitará enorme convicción y a veces las encuestas no hacen otra cosa que diluirla.
Cuando pienso en esto me viene a la cabeza el caso Maldonado. ¿Qué habría pasado si la ministra Patricia Bullrich hubiese actuado según los resultados del focus group? No sé cómo daban, pero viendo la presión de sus colegas, de los medios y de profesores y maestros que posaban con la foto de Maldonado, probablemente tendría que haber condenado a las fuerzas de seguridad antes de la investigación y de ese modo les habría hecho los asados más amenos a todos sus compañeros de gobierno. Pero habría sido sido un error. La convicción no tiene que ver con halcones o palomas. Tiene que ver con, sin ser necio, saber para qué y por qué vamos a querer gobernar y bancarse el costo de las decisiones.
Cómodos en la incomodidad
Un mes después de renunciar, en enero de 2020 me acerqué al Ministerio de Economía a buscar unos certificados. La oficina de recursos humanos a donde tenía que ir estaba decorada con un pasacalles que decía algo así como: “Se fueron, volvimos.” Miento si digo que me sorprendió: ya había presenciado después de los resultados de octubre fiestas y cánticos de los empleados de la Secretaría de Energía en el patio interno que está al lado de la biblioteca del ministerio. Pero por las dudas, casi susurrando le dije al que me atendió: “Hola, fui subsecretaria hasta diciembre de 2019, vengo a buscar la constancia que me pidió la contadora”.
Esa imagen de 2020 contrastaba con la escena que vi en diciembre de 2015 cuando entré a trabajar en la Secretaría de Comercio. El segundo piso del edificio de la diagonal Roca estaba vacío. Literalmente vacío, se habían llevado hasta las computadoras y sólo quedaban pegatinas que decían “Clarín miente” en la boiserie. En ese piso estaba el secretario de Comercio y en las oficinas lindantes solían ubicarse sus colaboradores más cercanos. A esos colaboradores, que no habían renunciado, los habían camuflado abruptamente en otras dependencias, en otros pisos. A un costado, máquinas trituradoras de papel que parecían haber funcionado hasta el último minuto daban toda la sensación de que esta transición había sido inesperada. Después de 12 años tenían que irse de un lugar del que se sentían dueños. No estaban preparados, perder las elecciones los tomó por sorpresa.
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Esta vez va a ser distinto. En los nombramientos y en la ampliación de planta permanente se nota que están trabajando con una hipótesis menos optimista de la que barajaban en 2015. Están preparando todo para “quedarse” aunque pierdan. El punto es: en la oficina, en el lugar de trabajo donde vas a pasar al menos 10 horas por día, el ambiente va a ser tenso. Y afuera tampoco va ser fácil.
Cuando llegues a tu casa y prendas la televisión, vas a ver, por ejemplo, a los empresarios que hoy están callados ante la suba de tasas de interés, los múltiples tipos de cambio y una inflación desbocada decir que van a tener que cerrar tres fábricas si sacás las licencias no automáticas o normalizás el comercio exterior. “Son 20 empleos directos y 500 familias que perderán la fuente de ingresos”, dirán, porque utilizan multiplicadores generosos para estimar los empleos indirectos. Los medios de comunicación van a descubrir que las pymes no dan más y la izquierda va a volver a preocuparse (y ocuparse con las piedras que hagan falta) por recuperar el poder adquisitivo de los trabajadores y de los jubilados. Te vas a preguntar dónde estuvieron los móviles periodísticos cuando huyeron del país las aerolíneas comerciales, las grandes tiendas como Falabella o Nike. ¿Ahí no trabajaba nadie? ¿No había familias que dependieran de esos ingresos? Nunca se personificó ese exilio. No conmovieron a nadie. Pero si hay un nuevo gobierno de JxC, como dijo Silvia Lospennato, no habrá silencio cómplice.
Lo que no veas motu proprio te va a llegar por otro lado. Un WhatsApp de tu mamá en el grupo de familia: “Che, lo están matando a tu jefe en [inserte programa político random]”. Y tu papá responderá, “Y también, ¿qué querés? Si son unos pantristes, dijeron que iban a bajar ganancias y mirá, para el trabajador ni una, todas para los piqueteros”. Y mientras estés bañando a tu hijo que no viste durante todo el día, vas a buscar el hilo que escribiste sobre la baja de impuestos y la presión fiscal para mandárselo no a tu amigo kirchnerista, sino a tu viejo, el macrista. Va a ser agotador.
Vas a buscar el hilo que escribiste sobre la baja de impuestos y la presión fiscal para mandárselo no a tu amigo kirchnerista, sino a tu viejo, el macrista.
Entonces tal vez te cuestiones: ¿vale la pena meterme en este lío? ¿Y si dejamos el comercio exterior como está? Mejor exagero las cifras de potencial empleo en riesgo y convenzo a mi jefe de posponer. Que arreglen la macro y después vemos. Es cierto que sin macro la micro no luce, pero la agenda de reformas micro no puede esperar, aunque no te aplaudan.
No tengo claro cómo uno se acostumbra a esta incomodidad. Los tuits doble vara de los intelectuales los podés ignorar, pero las presiones de grupos poderosos, de empresarios y de medios de comunicación, o los expedientes frenados adrede por la línea militante son diferentes. “Bueno, si te metiste en política sabías en qué te metías,” dirán algunos. Pero de nuevo, no estoy hablando de las primerísimas líneas, me refiero a los funcionarios de abajo, los que lidian día a día con los empleados de los ministerios, los que si se van con un juicio tienen que hipotecarse para pagar los abogados. ¿Qué incentivos tendrán para operativizar las batallas que hay que dar y acabar con los privilegios que bien señalaba Federico Sturzenegger en este artículo?
Blindarnos juntos
Cuando se definan los liderazgos se va a necesitar una coalición abroquelada que pueda responder a estos ataques y cuidar a los que vayan a poner el cuerpo y no tengan tanta espalda. En el primer tiempo esto no siempre existió, pero hay algo que me da esperanza. Más allá de las tensiones naturales que se ven entre los líderes de la oposición que se disputan el poder, las bases están más unidas que en 2015. Se formaron distintos espacios de interacción con técnicos y ex funcionarios de los diferentes partidos de la coalición que pueden ser una red muy útil para cuando toque estar en la trinchera.
No subestimo los desafíos técnicos, en particular la necesidad de normalizar la macroeconomía desquiciada que le tocará enfrentar al próximo gobierno. Pero sé que hay equipos de los tres partidos de la coalición trabajando en ése y otros temas. Lo que planteo acá es un desafío anterior: la base fundamental para poder implementar los cambios que se necesitan. Sin esa base, que es psicológica, los embates de los beneficiarios del statu quo (sabemos quiénes son), la desaprobación de tu gente más cercana y de aquellos no tan cercanos que necesitás que te quieran te harán tambalear.
Habrá que tener el temple para no entrar en la psicopateada permanente. No esperemos que las escaleras de las universidades se llenen de profesores posando con cartelitos pidiendo justicia por Magalí Morales: “Perdón la demora, me quedé sin cyan para imprimir el cartel antes”. Pero sepamos acompañar con la cabeza en alto a quienes les toque próximamente ser víctimas de operaciones fogoneadas por ONG kirchneristas. Escuchemos a la gente y entendamos sus preferencias, pero la responsabilidad de gobernar no se delega. Y por último, sepamos apoyar desde donde toque a los equipos del próximo gobierno. Superadas las PASO no habrá lugar para sommeliers de republicanismo o de empatía popular. La línea divisoria entre la autocrítica y la autodestrucción es muy finita.
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