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Rompan casi todo

'Historia mínima del rock en América Latina', de Abel Gilbert y Pablo Alabarces, tiene hallazgos brillantes y omisiones evidentes. Una investigación desigual que, sin embargo, invita a volver a escuchar.

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Historia mínima del rock en América Latina
Abel Gilbert y Pablo Alabarces
El Colegio de México y Prometeo Editorial, 2023
320 páginas, $29.300

 

Tras Un muchacho como aquel: una historia política cantada por el Rey (2021, Gourmet Ediciones) –donde recorrieron la vida y obra de Ramón Bautista “Palito” Ortega desde sus inicios hasta la salvación de Charly García en su enésima crisis química, pasando por sus películas y la visita de Frank Sinatra–, Pablo Alabarces y Abel Gilbert recibieron un encargo de El Colegio de México: escribir una historia del rock latinoamericano. La investigación se concentró en el devenir del género en Cuba, México, Brasil, Chile, Uruguay, Argentina y Perú. El resultado es esta Historia mínima del rock en América Latina: trescientas veintipico de páginas que se analizan casi en voz alta, peleando, acordando, anotando, completando y relacionando a cada rato con los autores de otros textos y músicas. El lector curioso termina yendo a la discoteca —física o virtual, según prefiera— para chequear por sí mismo lo que los escribas dicen. Un mérito nada menor en estos tiempos.

“Nuestra historia está centrada especialmente en este segundo momento, cuando los Beatles maduran, a partir de 1966, y abandonan los conciertos para convertirse en músicos de estudio y, por ende, artistas cabales.” La seriedad manifiesta —y la supuesta superioridad moral— de esta frase, en la página 20 de la introducción, ya nos hace disentir y alinearnos enseguida con Nik Cohn, que en Awopbopaloobop Alopbamboom (1970) se carga esa “evolución” de los Fab Four al referirse así a Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band: “Aunque todavía empleaban el rock and roll como esquema musical, también usaban todo tipo de distintas disciplinas: músicas orientales, música de cámara, music hall inglés, música electrónica clásico-moderna, haciendo un complicado uso del montaje. Esto ya quedaba muy lejos del pop, muy lejos del instinto y de la pura energía. Era arte. No arte, Arte.”

Y la sentencia ignora, como ya dijimos acá, una canción como There’s a Place, del debut Please Please Me (1963), compuesta por John Lennon, que es un antecedente directo de la unánime Strawberry Fields Forever, más allá de ser el tema que le cambió la vida a Charly García. “Me di cuenta de lo que pasaba con las cuartas y un par de cosas interesantes más”, recordó. “Y ahí, ¡kaboooom!, acabó mi carrera de músico clásico”, dijo el Bicolor. Para ser más claros: lo que le falta muchas veces a esta Historia mínima del rock en América Latina es una mirada de cultura pop. Esa perspectiva no aparece, ya sea porque se diluye en los análisis políticos y sociales del contexto, o porque directamente es ignorada. Algo similar ocurre en el plano musical, que muchas veces queda subordinado a un enfoque casi exclusivamente centrado en lo lírico.

“Rompan todo”: mitos y fechas

A partir de ese comienzo fallido se suceden omisiones, obviedades, descubrimientos y aciertos de un modo bastante desparejo. Pero lo primero que vale la pena destacar es un par de decisiones caprichosas. La primera: el apoyo a la idea de que “Twist and Shout” —la canción de Bert Berns y Phil Medley que los Beatles incluyeron en Please Please Me— sería una imitación anglosajona del estándar mexicano “La bamba”, popularizado en 1958 por el malogrado Ritchie Valens. La segunda: la hipótesis de que el rock argentino fue “inventado” por los Shakers en Uruguay, gracias al hitazo “Break It All” (“Rompan todo”), una canción que, según consignan los autores, bien les hubiera gustado componer a Lennon y McCartney, y que el propio Paul incluyó en una de sus presentaciones en tierra charrúa.

Bien es sabida la admiración que Litto Nebbia, Spinetta o Charly García han expresado por el grupo liderado por los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso. Pero el hecho de que tanto Los Gatos Salvajes como los Shakers hayan editado sus discos debut en 1965 con apenas días de diferencia —los rosarinos en junio, los montevideanos en agosto— relativiza esa conjetura, sobre todo si se considera que los primeros cantaban en castellano y los segundos, en inglés. Eso no invalida que La conferencia secreta del Toto’s Bar (1969), también en inglés, no sea una obra maestra de la psicodelia mundial, al nivel del primer álbum de los brasileños Os Mutantes, Virgin de los peruanos Traffic Sound o el doble de Almendra, por nombrar apenas tres ejemplos contemporáneos y comparables. Pero la presunción de Alabarces y Gilbert suena, al menos, un tanto antojadiza e hiperbólica.

Más interesante y certera resulta la lectura que hacen del seminal candombe beat de El Kinto, el grupo comandado por Eduardo Mateo y Rubén Rada. Al señalar canciones como “Pippo” o “Muy lejos te vas”, se puede leer: “No se representa en ese repertorio la violencia ni se reclama un compromiso histórico. Y, a la vez, era absolutamente novedoso, prometedor de un mañana anclado en el presente.” La belleza y la vanguardia como vencedoras ayer, hoy y siempre; aquí, allá y en todas partes.

Un hombre negro y abiertamente homosexual cantando Rockin’ & rollin’ era un escándalo absoluto, incluso mayor que los movimientos pélvicos del Rey del Rock & Roll.

La ya mencionada falta de una mirada pop también se hace sentir cuando los autores ignoran por completo la eliminación de toda la carga sexual que tiene “Good Golly Miss Molly”, el tema que Little Richard popularizó en 1956, al ser traducido como “La plaga” e interpretado por los mexicanos Teen Tops. Esto ocurre en el momento en que se menciona al historiador Eric Zolov y los refritos aztecas de Elvis Presley, pero sin detenerse en lo esencial: que un hombre negro y abiertamente homosexual cantara entonces “Rockin’ & rollin’” era un escándalo absoluto, incluso mayor al de los movimientos pélvicos del Rey del Rock & Roll.

Algo similar sucede en el capítulo dedicado a Cuba. Allí se menciona la primera visita de los Beatles a Estados Unidos en febrero de 1964 como parte de una “invasión” —con toda la connotación bélica que ese término puede adquirir en una narrativa sobre la isla caribeña—, pero se omite decir que los liverpulianos, a su modo, vinieron a ocupar el lugar simbólico que había quedado vacante tras el asesinato de John F. Kennedy el 22 de noviembre del año anterior.

Los apartados consagrados a Cuba, Chile, Brasil y Perú incluyen más omisiones, más obviedades, más descubrimientos y aciertos. En los casos de Cuba y Brasil, se destacan algunos datos valiosos: el desarrollo de la industria discográfica en la Cuba pre-Castro —con siete compañías y una planta de prensado que abastecía a sellos como Odeón, Capitol y EMI—, la fallida visita de Elvis al cabaret Tropicana y la ineludible mención a Los Zafiros, que replicaban el mejor doo wop estadounidense en voces en castellano.

El ninguneo al metal es una constante en las historias del rock latinoamericano.

También merece destacarse el pormenorizado recorrido por el tropicalismo brasileño y toda la escena de la MPB, sin dudas lo mejor del libro. Está casi todo, salvo una ausencia notable: Roots (1996), el disco fundamental de Sepultura, donde el thrash metal se cruza con las percusiones del Carnaval de Bahía cortesía de Carlinhos Brown (chequear “Ratamahatta”). Ese álbum fue elegido mejor long play internacional del año por la revista Rockdelux. Pero el ninguneo al metal es una constante en las historias del rock latinoamericano —como también lo es la omisión de Riff, que durante la dictadura competía en popularidad con Serú Girán y vuelve a quedar afuera, como en la serie Rompan todo.

Entre las obviedades, por supuesto, figuran la homofobia y el autoritarismo castrista, así como el híper conocido relato de la caída de Salvador Allende y el asesinato de Víctor Jara a manos de la flamante dictadura chilena. Entre los hallazgos, en cambio, aparecen la fallida visita de Lennon a Chile en tiempos del socialismo, las muchas veces olvidadas colaboraciones de Paul Simon con Los Incas (“If I Could”, “Duncan”), y la expulsión de Carlos Santana del Perú por orden del gobierno de facto de Juan Velasco Alvarado.

Santaolalla en todas partes

Hay un hombre que sobrevuela gran parte de los pasajes más significativos de esta Historia mínima…. Ese hombre es Gustavo Santaolalla. Ya sea como miembro de la primera etapa de Arco Iris, como productor exitoso o como ganador de dos premios Oscar, su figura es difícil de abarcar. El sambenito de “amas de casa del rock” que cargó Arco Iris en los años ’70, sumado a sus múltiples transformaciones posteriores, lo vuelve escurridizo.

Un listado incompleto bastaría para ilustrarlo: su look new wave a lo Elvis Costello en su etapa californiana con los Wet Picnic; su rol como lugarteniente de León Gieco en De Ushuaia a La Quiaca; su conversión en mesías del sonido alterlatino, desde Café Tacvba hasta Divididos, pasando por Molotov, Julieta Venegas, La Vela Puerca y Juanes; su consolidación como figura de soundtracks hollywoodenses; su mutación en tanguero electrónico; y, por último, su aparición como voz oficial de la historia en la serie Rompan todo.

Alabarces y Gilbert destacan que fue Santaolalla quien le mostró a Gieco un disco de El Polen —la banda peruana que fusionaba rock con ritmos andinos—, y ese es un punto a favor.

Alabarces y Gilbert destacan que fue él quien le mostró a Gieco un disco de El Polen —la banda peruana que fusionaba rock con ritmos andinos—, y ese es un punto a favor: estar update de lo que pasaba en el momento en que pasaba, en su caso gracias a un viaje a tierras incas que incluyó la obligada visita a Machu Pichu.

En cambio, el análisis musical de la tetralogía clave que Arco Iris registró para Music Hall entre 1972 y 1974 (Tiempo de resurrección, la ópera Sudamérica o el regreso de la aurora, Inti Raymi y Agitor Lucens V, álbumes que nunca fueron reeditados en CD) resulta insuficiente frente a una obra sin parangón en el canon del rock argentino por su originalidad y por la mezcla —a veces psicodélica, a veces libre— entre folclore y rock.

Quizás esa sea la falla más repetida de esta Historia mínima del rock en América Latina: dejar con ganas de más justo cuando aparece lo verdaderamente singular. Tarea del hogar para la próxima reedición.

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Pablo Strozza

Periodista desde 1998. Sus obsesiones son The Beatles, Bob Dylan, Julian Cope, Jorge Luis Borges, Philip K. Dick y el Club Atlético San Lorenzo de Almagro.

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