Entre gritos desaforados, una canción de La Renga y melenas revueltas, el candidato a presidente de La Libertad Avanza, Javier Milei, hizo diez días días una pausa. “En definitiva, lo que queremos es volver a abrazar las ideas de la libertad. Las ideas de un prócer como Echeverría”, dijo en su acto de cierre de campaña en el Movistar Arena.
“Nuestra propuesta –dijo un rato después– es volver a abrazar las ideas plasmadas en la Constitución de Alberdi de 1853 y puesta en marcha a partir de 1860, donde de ser un país de bárbaros, en 35 años nos convertimos en la primera potencia mundial”. Alberdi, a quien Milei y sus seguidores consideran un “padre fundador”, no es la única figura histórica que los libertarios reivindican. ¿Qué lugar tiene la historia en el discurso libertario? ¿De qué manera utiliza La Libertad Avanza el pasado histórico para legitimarse en el presente? ¿Por qué eligen reivindicar a determinadas figuras por sobre otras? Una novedad de Milei es que por primera vez un candidato presidencial decide enfrentar abiertamente el relato histórico del kirchnerismo, basado a su vez en el revisionismo histórico del siglo pasado y que reivindicaba a Rosas y ponía en cuestión la historiografía liberal tradicional. Lo hace a su estilo, a los ponchazos y superficialmente, pero está claro que para Milei este revisionismo del revisionismo es un campo de batalla donde dar la pelea contra las ideas dominantes de la casta.
De todas maneras, lo hace con efectividad. En nuestro país, para que algo se convierta en un hit, debe contener en su dosis justa una amalgama de diagnóstico presente, mirada hacia el futuro y un pasado que fije sus orígenes. Va un ejemplo muy evidente: “Muchachos”, el himno futbolero que se popularizó el año pasado durante el Mundial, contiene presente (“la final con los Brazucas la volvió a ganar papá”), pasado (“los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”) y futuro (“quiero ganar la tercera, quiero ser campeón Mundial”).
La construcción de un linaje histórico no es una originalidad disruptiva inventada por Milei.
La construcción de un linaje histórico no es una originalidad disruptiva inventada por Milei. Muchos políticos argentinos lo han hecho antes (en esto el PRO sería una excepción). Lo hizo el peronismo con su recurrente identificación con Juan Manuel de Rosas, lo ha hecho el radicalismo con Yrigoyen y Alfonsín, lo hizo Cristina Kirchner con el setentismo. Los ejemplos son infinitos. Belgrano y San Martín son quizás los únicos héroes incuestionables del panteón.
El siglo XIX argentino es el principal período que los libertarios reivindican, con Alberdi, Echeverría, Sarmiento y Julio Argentino Roca a la cabeza. Recuperar a Roca y Sarmiento le permite mostrarse opuestos a la visión histórica del kirchnerismo, que siempre criticó con intensidad a ambos. Pero lo más importante de estas cuatro figuras es su identificación con el liberalismo. Referenciarse en ellos es una forma de exhibir un linaje liberal. Es una forma simple de decir: “El pasado que prefiero es liberal y, por lo tanto, lucho hoy en el presente por instaurar un futuro liberal”. Si en el siglo XIX hubo liberalismo y fuimos exitosos, sería la continuación, entonces ahora debemos retornar al liberalismo para triunfar. Sin embargo, el proceso de reivindicación de un héroe del pasado con frecuencia requiere de una simplificación para limar complejidades y borrar matices. También exige anacronismos, es decir, proyectar sobre el pasado dinámicas de la actualidad.
Dogmas socialistas
¿Sabrá Milei, por ejemplo, que Esteban Echeverría tituló Dogma Socialista a una de sus obras más importantes? Entre los referentes de la Generación del ’37 era un liberal que se identificaba con la tradición intelectual del socialismo romántico francés, encabezada por figuras como Henri de Saint-Simon o Pierre Leroux. El tucumano Alberdi, cuyas Bases fueron imprescindibles para la sanción de la Constitución, también formaba parte de la Generación del ’37 identificada con el Dogma Socialista. Otro zurdito empobrecedor.
En la interpretación libertaria de la historia argentina, el siglo XIX aparece como un oasis, un paraíso en el que la Argentina era potencia, igual o más rica que el mundo desarrollado, útil porque es lo opuesto de la situación actual: inflación de tres dígitos, dólar de 1000 pesos, pobreza en ascenso, una economía estancada más de una década. Sin embargo, esta visión idealizada no solo ignora los problemas profundos que caracterizaron al período –dificultades para gobernar la Revolución de Mayo, luchas entre unitarios y federales, inestabilidad política, desacuerdos sobre cómo organizar el país– sino que también sirve al relato libertario para hacer este revisionismo del revisionismo.
El revisionismo histórico, popularizado a partir de los años ’30, buscaba imponer, como decía Halperín Donghi, una visión “decadentista” del pasado nacional y su interés por el pasado tenía menos de vocación histórica o investigación erudita que de uso práctico del pasado para posicionarse políticamente en el presente. Su principal argumento era que una élite que había corrompido a la Nación, en contra del pueblo, y había difundido una “historia falsificada” del país a través del sistema educativo-académico. Esta crítica generalizada hacia las clases dirigentes de la Argentina contenía un afán polémico, propagandista y vindicatorio. Además, tenían una actitud ambigua ante el conservadurismo y el fascismo de entreguerras. ¿Suena familiar?
Hay diferencias abismales entre el revisionismo original y la antinomia que proponen hoy los libertarios. Si el revisionismo original es antiimperialista, el revisionismo libertario resalta a figuras extranjeras del pasado reciente como Margaret Thatcher, Winston Churchill o Ronald Reagan. Aun así, su estructura de razonamiento es similar. Ambos coinciden en que hay una élite que rifó el futuro del país, sea la “oligarquía vendepatria” o la “casta política”. El pueblo argentino, o “los argentinos de bien”, como suele decir Milei, siempre han sido víctimas.
Excesos militares
Del siglo pasado, los libertarios destacan poco pero han dedicado bastante tiempo a disputar también el relato sobre la violencia en los ’70. En este tema la figura central es Victoria Villarruel, abogada defensora de ex militares y activista en favor de las víctimas de la guerrilla. “No fueron 30.000 los desaparecidos, son 8.735”, lanzó Javier Milei en el primer debate presidencial. Allí declaró estar “en contra de una visión tuerta de la historia” y aclaró que durante los ’70 hubo una “guerra” en la que las Fuerzas del Estado cometieron “excesos”, y donde las agrupaciones armadas también cometieron delitos de lesa humanidad. Esta visión es similar a la que usaron algunos jerarcas en sus defensas en el Juicio a las Juntas.
El propósito de esta reivindicación es presentarse como anti-establishment y quebrar un consenso que atravesaba a buena parte de la sociedad argentina. Acá hay una doble oposición. Primero, al relato kirchnerista, que reivindica a Néstor Kirchner “bajando los cuadros”, celebra a la “Juventud maravillosa” y se apropia de la bandera del “Nunca Más”. Segundo, hay una oposición generalizada al consenso democrático establecido en 1983 y que abarcaba a todos los partidos políticos tradicionales, más allá de sus diferencias ideológicas. Revivir esta discusión del pasado no es casual. Es una buena manera de posicionarse en el presente como un outsider, un anti-todo.
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El pasado libertario y sus usos políticos de la historia construyeron una nueva antinomia alternativa a la que hasta ahora nos ha propuesto el kirchnerismo. Si vos criticás a Sarmiento y Roca por su polémica relación con los pueblos originarios, yo los reivindico. Si te olvidás de Alberdi y de la Generación del ’37 porque celebrás a Rosas, yo los convierto en mis padres fundadores. Si vos criticás al siglo XIX, yo lo celebro. Si vos criticás al imperialismo, yo veo a Estados Unidos como modelo a seguir. Si vos criticás a Menem por ser neoliberal, yo lo reivindico por ser pro-mercado. Si vos criticás a la dictadura militar en los ’70, yo rescato la olvidada visión oficial de las cúpulas castrenses.
El relato histórico libertario es, entonces, tres cosas: una forma de asociarse al pasado liberal, simplificando en el proceso figuras históricas complejas; una manera de poner a competir una nueva antinomia que enfrente a la antinomia kirchnerista; y una forma de presentarse como anti-establishment, anti-hegemónico y anti-consensos. Una manera de posicionarse en contra de todo y de todos.
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