Hielo seco
María del Carril
Mansalva, 2023
96 páginas, $11.800.
Veo a mi madre recostada en su cuarto del campo, la mirada perdida en el horizonte que la refleja inmóvil, lleno de nada, del otro lado del ventanal. Hay algo trágico en ese cuerpo lánguido y terrateniente, como si estuviera herida, a punto de morir de lucidez. Un despertar que llegó para matarla. Sobre su regazo, entre los pliegues de su solero floreado, descansa Hielo seco, el último libro de María del Carril. Parece una adolescente después de su primera lectura de Nietzsche. ¿Qué tienen esos cuentos que la dejaron así?
El problema con las mujeres ricas es que no tienen problemas. Ninguno legítimo, en todo caso: ninguno digno de un cartel en una marcha, nada que el Estado deba atender. Si su objetivo es ser popular, el movimiento feminista hace bien en ignorar la zona oscura donde se cruzan el privilegio y la opresión. Ahí florecen estos 12 cuentos rioplatenses: Recoleta, Barrio Parque, San Isidro, Punta del Este. Doce mujeres, doce historias de asfixias e infamias de las que ningún colectivo quiere hablar, porque no importan.
Después de casi dos décadas, el tercer libro de esta escritora sádica vuelve para contarnos lo que nadie quiere saber. “Yo no soy «aquello», lo perecedero que formó parte de mí y ya nada tiene que ver conmigo”, dice Victoria Ocampo mirando cómo barren del piso de la peluquería el pelo que acaban de cortarle, o cómo desaparece en el viento el polvo de sus uñas recién limadas. “Soy lo otro. Pero ¿qué?”.
La soledad del brushing
No ser indígena, no usar burka, no ser pobre, no ser tampoco una cuerpa disidente empapada de lecturas contemporáneas, no tener flequillo recto ni tatuajes ni ninguna marca de estatus popular, ser apenas una mujer con marido, con servicio, con manicura y brushing, es ahí donde viene el enigma, ahí donde el vacío extiende las piernas y se instala inquietante. La falta de interseccionalidad convierte el cuerpo de una señora en un cuerpo invisible, ni hablar de su mente. ¿En qué piensa una mujer que lo tiene todo?
“Hielo seco”, que da nombre al volumen, es el cuento más corto y quizás el más feroz de esta nueva colección de soledades que nos trae María del Carril. A Virginia, recién llegada a Punta del Este, ofendida en silencio mientras cruza la peatonal porque su marido la hizo callar enfrente de la mucama como si fuera desde siempre y para siempre una subordinada, la atropella un auto que no respeta los límites de velocidad (y que seguro maneja también un hombre). Nítido como la muerte: si la pasa por encima es porque no la ve.
El cuento se detiene en esos pocos segundos de lucidez en que esta señora repasa sus últimas horas. En el clímax del misterio y de la soledad, Virginia se regocija imaginando la culpa que sentirán el marido, por haberla callado, y Olga, su mucama, por haberla traicionado, por haberse alineado con el patrón en contra de ella, que además de ser su empleadora era, en esa casa, su aliada. Antes de expirar, hasta la fealdad de la hija ajena se disfruta como una venganza. En este mundo de posesiones y abundancia, las mujeres están solas porque, incluso teniéndose entre sí, se ningunean.
Hermanadas por el resentimiento que despierta en ellas la mano recia que les da de comer, las protagonistas de estos cuentos prefieren rivalizar entre ellas hasta destruirse.
Ya lo dijo Simone de Beauvoir y lo repitieron tantas otras filósofas de la actualidad, como Manon Garcia en su ensayo On ne naît pas soumise, on le devient (No se nace sumisa, se llega a serlo, 2018): las mujeres son la única minoría feliz, el único grupo oprimido que vive y duerme con su opresor. Imposible ponerle una fecha al origen de esta subordinación del género. La solidaridad para una burguesa es otra burguesa, para una proletaria otra proletaria, para una negra otra negra, y antes un hombre negro que una mujer blanca. ¿Cómo pelear contra la pareja, contra la familia, contra la estructura que garantiza su poder social, ahí donde domina dominada, en donde ejerce con éxito su sumisión?
La dominación masculina funciona porque se produce entre individuos: no es el control de un grupo sobre otro sino el de un marido sobre una mujer. Miles de parejas, miles de hogares en donde cada una duerme abrazada a su “emperador a medias”, el que puede hacerla callar pero no hablar. En el mundo de Hielo seco los hombres están ausentes porque existen demasiado. Son el fuera de campo absoluto: todos proveedores, sostienen la estructura donde estas mujeres reinan, agonizan y compiten. Hermanadas por el resentimiento que despierta en ellas la mano recia que les da de comer, las protagonistas de estos cuentos prefieren rivalizar entre ellas hasta destruirse.
Si no te casás
Estas señoras son mujeres porque así fueron criadas. Representan el perfil de la segunda ola del movimiento por la igualdad de género. Hoy en vías de extinción, estas madres e hijas de clase alta porteña encarnan el devenir de estructuras culturales tan viejas como imposibles de romper. Para ellas, ser mujer es tener la conciencia temprana de que si no te casás estás muerta: así recuerda Gloria Steinem –ícono feminista– el origen de su despertar revolucionario. El feminismo es una energía que brota lánguida o furiosa de la angustia existencial de saber que más tarde o más temprano habrá que asumir otra identidad, tomar otro nombre (y otro hombre, si tenés la suerte de adorar al que te crió). Si había que hacerlo, pensó Gloria, lo mejor iba a ser casarse con el hombre que le hubiese gustado ser. Fue entonces que supo que su futuro sería feminista, o no sería.
El matrimonio adquiere en este mundo el peso de un imperativo vital: el hombre bien podría ser una balsa en medio del mar; la mujer es la especie que busca sobrevivir. Con todo lo que ha cambiado el mundo –y miren si habrá cambiado– esto sigue y seguirá pasando porque las mujeres heterosexuales de hoy, por más de izquierda y más antisistema que sean, siguen haciéndose en 2024 la misma pregunta que se hizo Eva: cómo estar enamoradas y ser feministas al mismo tiempo. Esa es la pregunta que se hace Mona Chollet en su último libro: Réinventer l’amour: comment le patriarcat sabote les relations hétérosexuelles (Reinventar el amor: cómo el patriarcado sabotea las relaciones heterosexuales, 2021).
Ensayista francesa, Chollet dio en la tecla del mercado académico con una investigación sobre brujas (Sorcières: La puissance invaincue des femmes, o Brujas: el poder inconquistable de las mujeres, 2018) para volver años después con un ensayo sobre el amor de pareja que, a pesar de su arraigada ideología, no se resigna a soltar. Y es que por más que milites, como hace ella en X, convencida en contra del genocidio del pueblo palestino en Gaza, y te duela menos la violación de una soldado israelí que la de otra víctima, nacer mujer sigue siendo, para las que se enamoran del Gran Sometedor, nacer náufraga.
El feminismo es una energía que brota lánguida o furiosa de la angustia existencial de saber que más tarde o más temprano habrá que asumir otra identidad.
En 1986, Gloria Steinem publica “The Trouble with Rich Women” en la revista americana Ms. “Cuando era chica”, dice la primera frase, “el mundo se dividía entre los ricos y el resto de nosotros”. Para una niña de clase media, los ricos son familias mágicas, madres que reciben en sus casas con servilletas de lino, hijas que juegan al tenis, hermanos que estudian en universidades prestigiosas. Ricos y ricas comparten cocina, living, vacaciones; no es evidente el matiz de género en una sociedad que se organiza entre los que envidian y los que son envidiados; sin embargo, la niña que fue Gloria Steinem percibe (aunque esté a años de luz de poder articularlo) que, puertas adentro, las mujeres son menos poderosas, casi otra clase social respecto del varón. No las ve al final tan lejos de ella, ni tan ajenas a la envidia: “¿Era posible que fueran las mujeres ricas ellas mismas la posesión suprema?” (“Could it be that rich women themselves were an ultimate possession?”)
Las ricas de Hielo seco representan ese rincón de la opresión con el que es muy difícil identificarse. La menor antipatía anticlase puede aparecer como una resistencia a la lectura, algo que te impide llegar al núcleo de lo que parece ser un mundo diminuto, abatido por la pavada. ¿Qué sabemos de estas mujeres que no esté embalsamado por nuestro resentimiento o nuestro desprecio? No hay compasión para estas señoras. No parecen merecerla, tampoco necesitarla. De afuera, se las percibe a ellas tontas y a sus vidas, perfectas.
¿Qué se esconde detrás de la frivolidad? Quizá la forma más pura de la sumisión, o eso parece decirnos el bisturí que la narradora lleva por lengua. Excluidos del feminismo contemporáneo global, los problemas de las ricas son un lugar perfecto donde observar los peligros de un mundo machista. “La presión justa”, último cuento del libro, está inspirado en Silvia Saravia, mejor conocida por el apellido de su marido femicida Jorge Neuss. En una nota de Infobae, sus amigas de tenis, de golf, de bridge, de francés se reprochan haber comprendido tarde que una intervención de su parte, o un montón de pequeñas intervenciones, hubieran podido evitar que Silvia se desangrara en el baño y terminara después enterrada junto a su asesino.
Quizá no sea imprescindible formar un colectivo organizado para cambiar el mundo: un tête-à-tête entre mujeres podría alcanzar. El cultivo y el cuidado de la amistad femenina requiere coraje, saber blanquear la hostilidad, y nunca fortalecerla con frenemy vibes. Entre amigas no se trata de ganar, sino de no perder. De que ninguna pierda. Así como la dominación masculina funciona porque se da entre individuos, quizá la revolución de las mujeres pueda suceder en una esquina en la que dos amigas maldicen a un tirano.
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