Hablemos de En la sombra, la autobiografía con la que el príncipe Harry sorprendió a su familia (al mundo ya no le sorprende nada) y admiremos cómo hizo su ghostwriter, J.R. Moehringer, para convertir el destino soporífero de un hombre blanco, heteronormativo, príncipe e inglés en un thriller psicológico imposible de soltar.
No era fácil para Moehringer trabajar con el material biográfico que recibió: basta imaginarlo sentado con el grabador prendido, libreta y lapicera en mano, mientras Harry se explaya sobre cómo fue la primera vez que cazó un ciervo rojo. Spoiler: Sandy, el guarda, vestido con una campera camuflada y pantalones bombachos de tweed, corta con un cuchillo el vientre del animal fresco y mete bien adentro la cara del chico que acaba de matarlo. Cuando hace el ademán instintivo de limpiarse la sangre de la cara con el revés de la mano, Sandy se lo prohíbe. Un baño eco-libidinal, según se deduce. En Sandringham se cazan perdices; en Balmoral, ciervos. Hacerlo es asumir la responsabilidad que tienen como especie frente a la naturaleza. Relacionarse con ella es un savoir-faire familiar que su padre, un entusiasta de los bosques y los jardines, se ocupa de transmitir.
El orgullo de un príncipe se construye así, con saberes tan singulares como sus herencias.
El ahora rey Carlos les explica a sus hijos cuándo hay que intervenir, cuándo no, y por qué matar a un ciervo en Balmoral es una manera de contribuir al equilibrio de la región: se evita la sobrepoblación de animales que, de hecho, pone en peligro su existencia, y se garantiza que los huéspedes del castillo escocés tengan carne buena para comer, ya que el impacto limpio y certero del cazador asegura que el animal no agonize por horas y segregue adrenalina, que endurece las entrañas. El orgullo de un príncipe se construye así, con saberes tan singulares como sus herencias.
Sabemos todos que su tío abuelo Eduardo VIII abdicó al trono por amor a una norteamericana divorciada con la que pasó el resto de su vida. Que su padre engañó a su madre y terminó casándose a los 56 años con su amante de siempre, también. Que su madre murió trágicamente mientras huía de los paparazzi, que la imagen de sus dos hijos caminando detrás del ataúd nos desgarró, que vivió la vida de una despechada y fue la víctima más popular de la familia real, es directamente inherente a nuestro conocimiento del mundo, o al menos de la cultura pop de los ’90.
Hijo de su madre
I am my mother’s son es el mantra que recorre el documental que puede verse en Netflix. Soy el hijo de Diana, nos dice Harry, y un susurro con la voz de Meghan, que el príncipe parece no oír, agrega: una mujer nacida para el showbiz, como yo. A los tantos productos que la franquicia Harry and Meghan ha puesto exitosamente a la venta (los souvenirs de la Royal Wedding, el Megxit, la entrevista con Oprah, el documental en Netflix) se suma ahora En la sombra (Plaza & Janés, 2023).
El título original, Spare, evoca la expresión con la que la monarquía británica se refiere a los hijos del rey: heir and spare (es decir, heredero y suplente) debe su existencia a la música y al ingenio del idioma inglés. Intraducible al español, terminó llamándose En la sombra, una solución encomiable para una palabra que ilumina la imagen de un repuesto, de un suplente, alguien que está casi de más, que está por las dudas, en un por si acaso que lo destierra al peor de los mientras. De todos los devenires que puede tener un segundón inglés, el del príncipe Harry es sin dudas el más sorprendente: convertirse en un eximio vendedor de su propia accesoriedad.
Así vive Harry, así se siente, y así se puede entender el rumbo que eligió para su vida. Fiel, como todos, a la herida que nos funda, el príncipe pasó de ser el spare de la corona británica a ser el actor de reparto de su mujer, la actriz norteamericana Meghan Markle. El drama que lo impulsa a abandonar su país natal es ante todo un drama ajeno, del que él es solo testigo, a saber, el racismo sufrido por su mujer birracial. Su discurso monárquico y militar vira gradualmente hacia el discurso californiano de Meghan, hija de una profesora de yoga radical.
El príncipe pasó de ser el ‘spare’ de la corona británica a ser el actor de reparto de su mujer, la actriz norteamericana Meghan Markle.
De esta manera, Harry se convirtió en un royal woke que por momentos parece ignorar que la decisión de comunicar su verdad en todos los formatos y plataformas disponibles lo acerca más a un comerciante que a un rebelde o a un justiciero. Cándido y enamorado, el príncipe se entrega ciegamente a los designios de su mujer. Porque si Harry es Truman, Meghan es el show.
En el mercado contemporáneo, no hay packaging más lucrativo que el relato de víctima y, contra todo pronóstico, Harry encuentra uno en su vida de privilegios inenarrables, lo que le permite descender a la vez sin escalas al colmo de la conmiseración. Un argentino podría responderle: “a vos no te va tan mal, gordito”. El resultado es un libro en el que uno de los niños más privilegiados de Occidente habla de sí mismo como si fuera uno de esos chicos concebidos con el solo fin de donarle médula a un hermano enfermo.
A chismoso, chismoso y medio
La movida de Harry al publicar En la sombra evoca sin dudas aquella con la que su madre, Diana, desde el set de la BBC, pasmó a la royal family y conmovió al mundo. Harry no se queda atrás, aunque sólo sea en términos de rating: millones de espectadores siguen mirando su documental y no hay lector capaz de resistirse al desborde chismoso de su autobiografía.
Hoy sabemos, sin embargo, que si la princesa de Gales aceptó hacer la mítica entrevista de 1995 fue porque la engañaron. Sólo podemos conjeturar bajo qué tipo de confusión, si existe alguna, su hijo menor sigue sus pasos, publicando un libro en el que destroza sin piedad a su familia de sangre.
Malvado hasta la médula, no cuenta solamente que su padre se baña en perfume como los nacidos bajo el signo de la inelegancia, sino que revela cuál usa (Eau Sauvage, de Dior), aunque eso signifique exponer las aspiraciones descendentes del rey. No escatima comentarios acerca de la dramática calvicie de su hermano, y nos cuenta que Carlos III aún conserva –como cualquier persona de bien– el osito de peluche raído que lo ayudó a sobrevivir a sus años escolares en Escocia.
La contradicción que salta a la vista de todos, aunque no de los duques de Sussex, es la manera en que han elegido reclamar su derecho a la privacidad: si la pelea de Harry es contra la prensa que tanto acosó a su madre y a su mujer, ¿cómo explicar su transformación en paparazzi y traficante profesional de chismes de la familia real?
Si la pelea de Harry es contra la prensa, ¿cómo explicar su transformación en ‘paparazzi’ y traficante profesional de chismes de la familia real?
Porque claro: por más royal que sean y más claro que tengan el significado cabal de la palabra investidura, si los cortan, sangran, comen pan, sabrán lo que es el deseo, habrán llorado alguna vez, necesitan amigos, y si uno de ellos decide hacer plata escribiendo cosas feas sobre los demás, podrán leerlo en voz alta entre risas, pero también indignarse y cuando están solos, llorar.
La única conclusión certera que podemos sacar a partir de la lectura de En la sombra es que nada de esto habría pasado si el príncipe Harry no hubiera estado obligado, por su trauma personal, al desconocimiento de la historia (la propia y la de su país, que son casi lo mismo). Como bien explica, después de la muerte de Diana, el niño H queda desconectado de su pasado, incapaz de hacer uso de su memoria por temor a revivir viejas heridas y, por lo tanto, inhabilitado para estudiar.
Harry está en las sombras: en las sombras del conocimiento, en la ausencia de toda perspectiva histórica. Nos consta que no miente cuando dice no haber estudiado: sólo alguien que ignora la historia, a pesar de ser el nieto de Jorge VI, el spare más famoso de Inglaterra y la razón por la cual su línea familiar está hoy en el trono, puede desestimar semejante rol.
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